“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

domingo, 30 de diciembre de 2007

“¡Qué corría, zeñorito!”

Aquel era el último día, la corrida que cerraba la feria del treinta y uno, fue un broche de oro. El gran triunfador de la tarde fue don Graciliano Pérez Tabernero, el ganadero salmantino que envió, para poner el colofón a la feria, un lote de ocho toros colosales, bravos y nobles. A cinco se les contaron las orejas, fue tremendo, y hasta tuvo que salir al ruedo, requerido por el público, el mayoral Atienza -viejo conocido- a recoger la ovación que le tributaba la exigente afición zaragozana en señal de reconocimiento por el excelente juego del lote de toros presentado.

Yo estaba exultante, radiante de felicidad, fue uno de los días más grandes de mi historia, o al menos a mi me lo pareció, aunque tengo que confesar una debilidad… todos tenemos alguna, ¿no?... Me satisface mucho más cuando los que triunfan son los toros, no en vano se alojan en mis dependencias durante unos días y, quiérase o no, se les coge cariño. También las piedras tenemos nuestro corazoncico. Algún día ya les contaré cosas de los toros, de lo que se dicen, de lo que murmuran, de lo que rumian, de lo que piensan en los corrales, en los chiqueros o cuando los trasladan de uno a otro de mis habitáculos, pero eso será en otro momento.

Con esto no es que quiera desmerecer a los toreros, también sus triunfos me alegran, y más si lo consiguen ante esos marrajos con malas intenciones que a veces saltan al ruedo, ese día ninguno lo fue. Entre los matadores destacaron sobremanera Nicanor Villalta y Domingo Ortega, cumplió Pepe Bienvenida y pasó, con más pena que gloria, Marcial Lalanda que ya andaba pensando en su retirada.

Lo curioso del caso fue que en tan excepcional lote de toros hubo uno que fue fogueado, el segundo de Villalta, porque volvía la cara a los caballos. Era el borrón, la oveja negra del lote, hasta que... en contra de todo lo apuntado hasta el momento... contradiciendo lo que el grueso de la afición había creído ver por su extraño comportamiento en el tercio de varas, rompió a embestir a la muleta que le presentaba su matador derrochando bravura. Nicanor -paisano, maño, turolense de Cretas, un bonito y escondido pueblo entre las montañas del Maestrazgo- estuvo superior, de las veces que mejor lo he visto torear en "La Misericordia", con una suavidad y un temple desconocido en un torero tan atlético y poderoso como él, llevando al toro embebido en los vuelos de la muleta hasta el final del pase; el toro, noble y codicioso, bravo y repetidor, arrastraba el hocico por la arena hasta hacer una marca. La conjunción perfecta. Una estocada villaltina, marca de la casa, puso rúbrica a la faena, haciendo rodar al toro como una pelota. Fue la locura en los tendido, orejas, rabo y no se si algo más, el alboroto y la emoción me nublaron la vista y los sentidos. Ya ven ustedes lo que son las cosas, el toro fogueado resulto el mejor de la corrida.

Ortega, recién alternativado a principios de esa misma temporada, parecía un viejo, un consumado maestro. Me recordó, en su forma de torear, al gran Juan Belmonte: fija la planta, la suerte cargada, no moviendo el torero nada más que la muñeca, hasta volver la mano del revés, y con ese simple movimiento era capaz de llevar al toro embebido en la muleta, toreado, desde el inicio hasta el remate del pase. ¡Qué temple y que forma de torear! ¡Qué gran torero se adivinaba! Dos estocadas, orejas y aclamación general. Estuvo colosal... y en los tendidos... el delirio.

Pepito Bienvenida cerró la tarde con brillantez consiguiendo una oreja en el último por su trabajo durante toda su lidia: los quites, los tres valientes pares de banderillas, la faena, alegre, lucida, adornada, y la estocada final que, después de dos pinchazos hueso, tumbó al toro.

Fue un broche de oro para una feria que resultó buena y, para que tomen nota los amantes de los datos y las estadísticas, en la que se lidiaron toros de las ganaderías de Coquilla, Murube, Miura y los ya mentados de Graciliano. Para hacerles frente se contrató a Marcial, Villalta, Barrera, Bienvenida y Ortega. Manolo Bienvenida fue cogido en la segunda de feria y sustituido por Enrique Torres en la de Miura y su hermano Pepe en la de Graciliano.

Los aficionados zaragozanos quedaron muy satisfechos de aquella feria, y mucho más de esta última corrida. Saltaron al ruedo, cogieron en volandas a los triunfadores y se los llevaron de la plaza. Yo, cuando mis tendidos y graderios se vaciaron, cuando me quedé sola en el frío atardecer del otoño zaragozano, me acordaba, sobre todo, de la emoción y la alegría que irradiaba Atienza -ese campero andaluz establecido en las tierras salmantinas de Matilla y San Pedro- mientras recogía la ovación desde el tercio. Al terminar la corrida le oí decir, a los que requerían su atención para felicitarle, que se marchaba raudo a poner un telegrama a don Graciliano: “¡Qué corría, zeñorito!”.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

El Toro - The Surfmen

Después de un par de días buscando información, bien por su inexistencia en la red o por mi incapacidad para encontrarla, no tengo ninguna información solvente que ofrecer sobre la canción objeto de esta entrada, ni sobre el grupo que la interpreta, ni tan siquiera una fotografía. Si puedo imaginármela en una época determinada y en un espacio geográfico muy concreto.

El sonido y el estilo musical de la pieza nos lleva hasta el Océano Pacifico, más concretamente hacia las costas californianas y las playas hawaiianas. Ha principios de la década de los sesenta, en pleno auge y desarrollo del rock and roll y con Elvis Preley en la cresta de su popularidad, en ese espacio geográfico surge un nuevo estilo derivado del rock, el surf, como complemento del deporte, del cual toma incluso el nombre, que en aquellos años y en esos lugares empezaba a causar furor.

The Beach Boys fueron el grupo carismático de ese movimiento musical en su vertiente vocal; The Trashmen crearon escuela en la instrumental. A lo largo de la década surgieron, tanto en California como en Hawaii, multitud de grupos que interpretaban este estilo de música. The Surfmen fueron uno de aquellos grupos que optaron por la forma instrumental. El sonido característico de la guitarra eléctrica solista, encargada de interpretar la melodía, y los ritmos suaves y sosegados, como acompasando el vaivén de las olas, son el patrón en el que se basa este estilo que sumó adeptos en muchas otras latitudes del planeta.

Sobre el título de la canción, El Toro, también podemos encontrar una explicación si la situamos en contexto con la geografía y la época. La frontera que separa México de California no ha podido impedir el mestizaje de músicas, costumbres y aficiones. De esa época, de este y de otros estilos fronterizos, hay otros temas inspirados en ambiente taurino que en su momento pueden tener cabida en este cancionero.

Para acompañar la escucha de este tema que mejor que hacerlo viendo toros. El discurrir de las fotografías nos presentan seriedad de la camada que para el 2008 esperan su hora en Fuenlahiguera, la finca en donde se encuentra ubicada la ganadería de La Quinta.

Es una nueva producción de La Cabaña Brava que se encuentra alojada en su contenedor de vídeos en YouTube "Va de Toros".

lunes, 24 de diciembre de 2007

Felices fiestas y próspero año nuevo

- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- Cuanto tiempo que no se cruzaban nuestros caminos.
- Tiene usted razón… mucho.
- Yo ya echaba de menos una charlita.
- Y yo.
- Lo veo un poco lacónico.
- ¿Un poco qué…? ¿Qué me quiere decir…?
- Lacónico, breve, conciso, escueto en la conversación.
- ¡Ah!... No se preocupe, don José, andaba cavilando, pensando en mis cosas, abstraído entre este bullicio navideño, y esta fiebre convulsiva por comprar, que se apodera de las gentes y las calles…
- Es la sociedad de consumo, don Pepe, que ruede el dinero, que no se pare… y además es la “Navidad, Navidad, dulce Navidad…”
- Ya, ya… un año más llegamos a estas fechas, y cada año que pasa tengo la impresión de que pasa más rápido, y que el tiempo, “como el agua entre las manos… se me va…”
- ¡Pero, don Pepe! Esta usted desconocido, poeta y cantarín.
- Es la “Navidad, Navidad, dulce Navidad…”
- ¡No le digo! Y, hablando de la Navidad, ¿cómo le ha ido con la lotería?
- Nada… Nada de nada. Ni la pedrea, ni la terminación, ni una mísera peseta…
- Euros querrá usted decir… Que ya hace unos cuantos años que las pesetas pasaron a la historia.
- Vale, vale, don José, que usted ya me entiende. Pero vamos, tampoco me jugaba mucho.
- Yo tampoco he tenido suerte y, entre unas cosas y otras, aún llevaba unos cuantos números, en fin, “otra vez será… otra vez será…”
- Salud que no falte.
- “Salud, dinero y amor...”
- Lo primero es la salud, don José, porque sin ella lo mismo da el dinero y el amor.
- Esta usted profundo y filósofo, don Pepe, como le decía anteriormente, desconocido. En estas fechas de fiesta y celebraciones va y se me pone trascendental. Es usted la monda, al contrario de todo el mundo.
- ¿Y…?
- Y además de salud, ¿qué espera del 2008?
- ¡Toros!
- Y toreros… ¿no?...
- Que sepan y quieran torear toros.
- Todos los toreros saben y quieren torear toros. No debe olvidarse que son profesionales y viven de eso.
- Pero todos quieren el toro aparente, que parece toro pero no lo es…
- No empecemos con las monsergas que ya nos quedara tiempo a lo largo de la próxima temporada, además, siempre a sido así, los que pueden imponer condiciones tontos serian si no las impusieran, y con toros a “contra-estilo” no se puede hacer nada.
- ¿Qué es eso de “contra-estilo”? Eso son inventos para escurrir el bulto. Los toros, toros son, y la obligación de un torero, cualquiera que sea su condición, figura o de la cola del escalafón, es torearlos y sacarles todo el partido que se les pueda sacar…
- Bueno, bueno… don Pepe. ¡Qué es la Navidad! Dejemos el asunto y vayamos a tomarnos un vinito, que invito yo.
- No le diré que no don José, tomemos ese vinico y dejemos el asunto de los toros por el momento porque, como usted dice, “hay más días que longanizas”…
- Yo no he pronunciado esa frase tan vulgar…
- Pero la que ha pronunciado usted venía a decir lo mismo.
- Lo que debemos hacer, don Pepe, antes de acabar este episodio, es felicitar las Fiesta y desear un venturoso 2008 a todos nuestros lectores.
- Ahí ha estado usted al quite, don José, felicitémoslos pues.
- Don Pepe y don José, don José y don Pepe, les deseamos, a todos los que invierten su tiempo y sus ojos leyendo nuestras ocurrencias, ¡FELICES FIESTAS Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!
- ¡Y toros íntegros!
- ¿Don Pepe...?
- Vale, vale, don José... vayamos a por ese vinico.
- Vayamos.

"Esta noche es Nochebuena
y mañana es Navidad,
saca la bota...
"

viernes, 21 de diciembre de 2007

Según Tierno Galván

“Los toros son una constante en la historia de España y en algunos períodos de la misma el acontecimiento en que mejor se expresaba la remota unidad de sus distintos pueblos. Ser indiferente ante un acontecimiento de tal índole supone la total extrañeza respecto del subsuelo psicológico común. A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán trasformado. Se trata de un espectáculo que exige de suyo la intervención colectiva del público. En efecto, el espectador de los toros se está continuamente ejercitando en la apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, de lo bello y de lo feo. El que va a los toros es lo contrario de aquel aficionado a los espectáculos de quien dice Platón que no tolera que le hablen de la belleza en sí, de la justicia en sí y de otras cosas semejantes. A mi juicio, los toros son un acto colectivo de fe. La afición a los toros implica la participación en una creencia. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre. El espectáculo taurino cree en ciertas cualidades inherentes al hombre que constituyen la hombría, y precisamente porque cree en ellas va a los toros. El torero se presenta como portaestandarte de la hombría y ratifica en cada momento de la lidia que la fe en un determinado tipo de hombre, en que cree el público, tiene pleno sentido y actualidad. Este tipo humano expresa, a su vez, el punto de vista de una determinada concepción del mundo predominante. Por esta razón, el torero es un símbolo.

Enrique Tierno Galván. "Los toros, acontecimiento nacional" (1961). Editorial "Taurus".

lunes, 17 de diciembre de 2007

El campo y la ciudad

Una de las diferencias fundamentales entre los aficionados a los toros de hace cincuenta años, en comparación con los actuales, era su vinculación con el campo y la naturaleza. En aquella España de mediados del siglo XX se estaba produciendo un éxodo rural, una emigración interna en busca de trabajo y mejores condiciones de vida, posibilitada por la apertura económica y la demanda de mano de obra en las industrias que se iban instalando en las grandes ciudades. No es cosa, en esta entrada, de hacer un análisis socio-histórico de aquel momento, sociólogos e historiadores se han ocupado de ello, pero si debemos partir de este punto para poder entender la diferente situación en la que nos encontramos los aficionados y espectadores actuales en comparación con los de hace cincuenta años.

El viaje desde el campo trajo a las ciudades un aluvión de aficionados ansiosos de asistir a los festejos taurinos, muchos de los cuales no habían estado jamás, fuera de las de carros y talanqueras de sus pueblos, en una auténtica plaza de toros. Pero estos aficionados, que en su mayoría no habían tenido la oportunidad de asistir -in situ- a una corrida de toros y que, por lo tanto, podían ser fácilmente influenciables, en un principio, por las formas tremendistas y fuera de la ortodoxia de la lidia, atesoraban un conocimiento fundamental y más cercano, por su vinculación con el mundo rural, sobre la naturaleza y el comportamiento de los animales, toro y caballo, que forman parte del conjunto de la corrida.

En la actualidad, en esta sociedad industrializada en la que vivimos, el distanciamiento con la naturaleza es cada vez mayor -incluso en los pueblos-, y los aficionados y espectadores de las corridas de toros, inmersos en el trepidante ritmo de vida de las ciudades, nos encontramos cada vez más alejados del campo y desconocemos, no solo el medio natural y la forma en la que se cría el protagonista principal de esta función, que no es otro que el toro de lidia, sino las más elementales formas de vida que se desarrollan en la naturaleza.

Los más aficionados, los sabedores de que la tauromaquia se sustenta sobre la materia prima que aporta el toro, los que se preocupan de estudiar los encastes y sus distintos comportamientos, los que buscan vivir esta Fiesta en plenitud, tratan de suplir este distanciamiento con el campo mediante viajes, estudio y seguimiento. Los espectadores en general, los que acuden a los festejos por costumbre, casualidad o moda, los que consideran al toro un mero colaborador para el lucimiento del torero, ni saben, ni les importa saber nada que tenga que ver con el comportamiento, características y condiciones de los toros que saltan al ruedo. El distanciamiento con el medio rural es tal que, después de un par de generaciones viviendo en la ciudad, estos espectadores ocasionales han perdido ese saber añadido que sus progenitores traían del pueblo aprendido por su relación directa, por su trato cotidiano, con los animales y la naturaleza.

Si no se entiende y valora al toro no se puede entender ni amar esta Fiesta. Es la premisa fundamental de la que partir. Y los espectadores de hoy en día, a diferencia de sus antepasados cuando se instalaron en la ciudad, no saben, por alejamiento, desconocimiento y falta de interés, enjuiciar ni valorar las condiciones y el comportamiento de un toro de lidia en el ruedo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Miguel "el de Ejea"

Aquella tarde, en el bar, cuando acabó la corrida de toros que ofrecían por la televisión, unos cuantos nos quedamos comentando lo que habíamos visto. Poco a poco fuimos remontándonos en el tiempo, estábamos recordando cosas de hace muchísimos años, de cuando éramos unos críos, de cuando los primeros televisores se instalaron en nuestro pueblo, concretamente en los bares, a principios de los años sesenta.

Me acuerdo perfectamente que cuando había una corrida de toros retransmitida, las fábricas de zapatos paraban y los bares se llenaban de partidarios de las maneras de El Viti, o de las de El Cordobés. El tio Pajas, que había vivido muchos años en Madrid y había sido abonado de Las Ventas, era partidario de los toreros clásicos; el tio Chaparro era cordobesista. Sus encontrados puntos de vista solían acabar en discusiones que había que atajar para que no llegasen a mayores.

En aquellos años, afición sí que había, sí… pero dinero, muy poco… Recuerdo que había que ahorrar mucho para poder ver alguna corrida en Calatayud o en Zaragoza. Algunos aficionados asistían a cuantas su bolsillo les permitían. Para otros muchos, los precios de las corridas eran prohibitivos, los únicos toros que podían ver eran los que salían en las capeas que se celebraban en el pueblo durante las fiestas patronales y las que, por el mismo motivo, se realizaban en los pueblos vecinos. En el aspecto taurino las fiestas de Brea eran las mejores de la comarca. Eran tres días de toros que atraían a una legión de torerillos.

De esos maletillas o torerillos estuvimos hablando en el bar aquella tarde; de cómo eran; de donde venían; de a donde irían. Solían dormir en lo pajares, se aseaban en la fuente del Barranco, y en alguna casa cercana a esos lugares les guardaban el hatillo, con la ropa y los trastos de torear, hasta la hora de comenzar la capea. Llegamos a la conclusión de que ninguno de los torerillos de entonces habían pasado de ahí, de maletillas, pues nunca vimos en la televisión a ninguno de ellos vestidos de luces.

Mi amigo José Luís comentó que no estábamos en lo cierto, que él sabía de uno que había llegado a tomar la alternativa y nos contó la siguiente historia: A mediados de los setenta, un lunes de fiestas y, además, primer día de toros, se fue extendiendo la noticia entre los espectadores que llenaban las gradas de que había un matador de toros entre el público. Se supo pronto quien era por lo bien que dio un par de tandas, unos le conocieron y otros no. Uno de los que no le reconoció fue Manolo, pero el torero si que se acordaba de él, le comentó que habían compartido mesa alguna vez, le preguntó por su suegra, la tia Evarista, quien en alguna ocasión le había lavado la ropa y guardado los trastos. Llevaba prisa el torero, marchaba para Zaragoza, pero antes de partir le dijo a Manolo que saludara a su suegra: “me llamo Miguel, el de Ejea, quizá aún se acuerde de mi".

Evarista García Monge vivió en el nº 24 de la calle Mesones, cerca de las eras, a escasos cien metros de la fuente del Barranco y del lavadero municipal. Muchos años, durante las fiestas, allí lavó la ropa de algún torerillo, uno de ellos fue Miguel "el de Ejea" que, al igual que otros, también llenó el estómago en su casa.

La tia Evarista murió, en Brea de Aragón, el 6 de junio de 1985, a los 82 años de edad. Miguel "el de Ejea" no era otro que Miguel Peroprade Gracia, Cinco Villas. Tomó la alternativa en la plaza de Zaragoza el 11 de octubre de 1972. Murió en accidente de tráfico, el 9 de agosto de 1983, a la vuelta de una capea en la que había participado como director de lidia.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Bambino - Cuando suenan los clarines

Cuando suenan los clarines es la única canción grabada por Bambino de temática taurina y, además, fue grabada por encargo. Miguel Vargas Jiménez, Bambino, la interpretaba en Clarines y Campanas, película dirigida por Ramón Torrado, con la finalidad de apoyar el lanzamiento de un novillero de moda en aquellos momentos -hacia mitad de la década de los sesenta-, el malagueño Andrés Torres, El Monaguillo. En esos años, cuando la televisión estaba naciendo, se utilizaba el cine como vehículo de propaganda porque por este medio se llegaba a todos los rincones del país. Se hicieron multitud de películas con ese propósito y, por supuesto, ninguna pasó a la historia de la cinematografía, ni, por supuesto, esta que nos ocupa.

Pero se da una circunstancia curiosa y personal en esta historia. A este novillero lo he visto torear un par de veces en el ruedo de La Misericordia, yo era muy niño y no me acuerdo de casi nada, pero me quedó grabado su nombre porque me resultaba muy gracioso el apodo. También conservo algunos programas de la época, -un cuadernillo con las fotos de los toreros y los toros, historias, poesías, comentarios de la temporada, escalafones y hasta una plantilla para tomar nota del comportamiento de toros y toreros durante la lidia-, en un par de ellos aparece El Monaguillo porque formaba parte de la terna. Recuerdo vagamente que era un muchacho delgado, espigado, con el pelo muy rizado y puede ser que uno de esos días llevase un traje blanco. No me acuerdo de más.

Andrés Torres
Jiménez, El Monaguillo, nació en Málaga el 23 de septiembre de 1945. Durante tres años vivió en Zaragoza con sus tíos, padres de Pepe Ortiz, que luego fue su peón de confianza, y aquí tuvieron lugar, en los Pinares de Torrero, bajo la dirección de un ex-novillero apodado Litri, sus primeras lecciones de tauromaquia. Debutó como novillero con picadores en su ciudad natal el 8 de marzo de 1964. Durante ese año y el siguiente, arropado por una potente campaña de propaganda, comandó el escalafón de novilleros, pero en Madrid no se había presentado todavía y, en Madrid, lo esperaban con las uñas afiladas. En El Ruedo, una de las revistas taurinas en la que sus mentores se gastaban buenos duros en publicidad, no les temblaba el pulso al escribir -igualito que ahora- cuando finalizaba la temporada del 64: El Monaguillo. Novillero famoso. Novillero discutido. Estilo estoico. Virtud, eso: el estatismo. Defectos, tal vez aquello que decían los aficionados antiguos de ser “frío de cuello”. En Andalucía se habla de El Monaguillo. En Castilla se discute de él. En Toledo no tuvo suerte. Tampoco en San Sebastián de los Reyes en un par de actuaciones. Esto supuso una considerable baja en su cartel. Madrid lo espera con menos interés. Madrid “dice” que ya lo ha visto. Los partidarios del “acólito” afirman que no, que Madrid no lo ha visto. Que “ése” no era El Monaguillo. Porque el malagueño vino “atorao”. Pero que cuando lo veamos… Ahora El Monaguillo tendrá que recurrir al Supremo -Las Ventas-, porque la sentencia ya está echada. Tal vez… tal vez…”.

Como si esas palabras escritas en El Ruedo hubieran sido una premonición, la carrera taurina de Andrés Torres Jiménez, El Monaguillo, una vez tomada la alternativa, tuvo muy poca proyección. Se doctoró en Málaga, el 19 de marzo de 1966, siendo padrino Paco Camino y con Andrés Vázquez de testigo. Se presentó y, a la vez, confirmó su alternativa en Madrid el día 21 de abril de 1968, con Serranito y Paco Ceballos en el cartel. Durante los años que estuvo en activo no tuvo suerte y toreo muy pocas tardes, haciéndolo por última vez en su ciudad natal el 22 de mayo de 1983.


Pero el motivo principal de esta entrada no era esta historia que, de rondón, se me ha colado y alargado demasiado. La razón fundamental que me llevó a plantearme este artículo era hablar de Bambino, poseedor de una de las voces que me tocan la fibra sensible y porque, como decía Camarón de la Isla cuando le preguntaban por su compadre de Utrera -el que se lo llevó a Madrid, lo colocó en el espectáculo de Dolores Vargas y lo presentó en los tablaos flamencos- era “un Artista de Artistas”.


Miguel Vargas Jiménez, gitano, nació en Utrera, el 12 de febrero de 1940. Su padre, de la familia de los Chamona, era peluquero, y su madre, Frasquita, de familia de cantaores, conservaba en su voz y en su baile la pureza de los cantes de su tierra. Estudio en los Salesianos y al dejar el colegio aprendió el oficio paterno, ejerció de peluquero en el negocio familiar y en otras peluquerías de Utrera. Pero por sus venas ya corría, pidiendo sitio, la herencia materna, se había probado en las fiestas familiares y había gustado su voz y su estilo, y la peluquería se le quedaba pequeña. No me voy a extender en la biografía de Bambino, ya buscaremos la excusa para que vuelva a este Blog en alguna otra ocasión, pero si quiero contar algún detalle de esas primeras andanzas de nuestro artista que, mira por donde, tiene relación, por tangencial que sea, con el mundo de los toros.


Por esa época -hacia la segunda mitad de la década de los cincuenta- Bambino, en compañía de sus compadres -Perrate, Cuchara, Lebrijano, Curro de Utrera- solían acudir, cuando eran requeridos para ello, a las fiestas que se organizaban en la finca “El Toruño”, propiedad de la familia Guardiola, situada en el término de Utrera. En estas fiestas cortijeras conoció a Salvador Távora, más tarde fundador y director del grupo de teatro sevillano La Cuadra, que en aquella época pretendía ser torero, y que andaba en compañía de otro aspirante a torero, Máximo Valverde, que posteriormente triunfo como actor-galán en las películas eróticas de los años setenta y que, incluso -creo recordar- llegó a participar, hace no muchos años, en algún montaje taurino marbellí. Con Salvador Távora, posteriormente, mantendrá una estrecha relación profesional pues será el autor de algunas letras de sus primeras canciones.


Pero el bautizo profesional de Miguel, el que lo puso en la senda que buscaba, corrió a cargo de otro personaje relacionado con el mundo de los toros, Gitanillo de Triana, torero retirado, suegro de Pastora Imperio, representante de artistas y dueño de varios tablaos en Sevilla y Madrid. Lo cuenta Chano Lobato, testigo presencial del sucedido, dice: “Tengo una anécdota sobre Bambino muy bonita. Resulta que un día, no recuerdo exactamente el año, pero sería por abril, estábamos en Sevilla, en la Venta de Antequera con Gitanillo de Triana. Cantó aquel día Antonio Mairena y también El Lebrijano, que era como un hermano para Miguel. Vino mucha gente de Madrid y se hizo una fiesta, y entonces le dijeron a Gitanillo: Rafael, vas a escuchar a un chico de Utrera que va a ser un fenómeno. Cantó Bambino, no recuerdo ahora mismo qué, algo de los Evangelios creo, y le gustó tanto a Gitanillo que lo contrató. Al día siguiente fuimos con Miguel a Sevilla a comprarle ropa para actuar, porque nosotros ya íbamos puestos para el escenarios, pero él no”.


A comienzos de los años sesenta empezó a sonar su nombre en los ambientes flamencos de Madrid, en el año 1964 realizó sus primeras grabaciones, durante una docena de años, como declaraban sus representantes artísticos, fue "una máquina de ganar dinero", se lo disputaban los tablaos y las salas de fiesta de toda España, había creado un estilo de canción aflamencada en el que encajaba a ritmo de rumba o bulería, canciones, baladas, rancheras, boleros o cualquier otro estilo de canción. Cuando su estrella empezaba a languidecer, desgastada la voz y la vida por la intensidad de su existencia, muchos lo imitaron y se forraron. El reconocimiento a su labor le vino, como a tantos, cuando ya no tenía remedio. Miguel Vargas Jiménez, Bambino, el "Artista de Artistas", como le llamaba Camarón, murió en la tarde del 5 de mayo de 1999 en Utrera.


Pero ya habrá ocasión, como decía anteriormente, de traerlo de nuevo a esta página, ahora debemos terminar y, para los que hayan tenido la paciencia de llegar hasta este punto, pasar a la audición de estas bulerías, que se apoyan en el discurrir de fotografías del cantante y del torero, que llevan por título Cuando suenan los clarines. Canta Bambino, lo acompañan a las guitarras Paco Cepero, Enrique Escudero y El Monchi; de las palmas y el jaleo se encargan Los Mostachones. El tema fue grabado en los estudios de Columbia, en el año 1965. Alfonso Carlos Santisteban, compositor y principal colaborador de Bambino durante los primeros años de su carrera, se encargó de la producción.

Cuando suenan los clarines
Manuel Martínez Remis - Alfonso Carlos Santisteban

Van a poner un letrero
en el Convento de San Carlos,
van a poner un letrero.
“Aquí se viste de luces
El Monaguillo torero”.

Sobre el ruedo de Orillana
hay un tendido en las nubes,
sobre el ruedo de Orillana,
cuando suenan los clarines
le contestan las campanas.


Por las calles de Málaga va un estribillo:
“Suerte para Andrés Torres, el Monaguillo.
Y El Monaguillo “mare”, que se hará el dueño
de “toa” la torería y es malagueño".


¡Viva la gracia!
¡Viva el salero!
¡Y viva El Monaguillo
que es un torero!

lunes, 3 de diciembre de 2007

¡Qué se cumpla el Reglamento!

A raíz de las algunas informaciones aparecidas en las últimas semanas; como la noticia del positivo por afeitado, de un toro de Jandilla, o de un sucedáneo -tanto monta monta tanto- en la pasada Feria de Logroño; o las denuncias y acciones emprendidas por el Alcalde de Rimac, distrito de la capital limeña en donde esta ubicada la, más que bicentenaria, plaza de toros de Acho, sobre la escandalosa presentación del ganando en la corrida que se celebró el pasado 25 de noviembre, en la que, casualmente, intervenían tres “astros” de la “tauromaquia” actual, como lo son Ponce, El Juli, y Castella; hacen que esta reflexión gire en torno al Reglamento.

Aunque mejor debería decir Reglamentos, porque desde que los asuntos taurinos han pasado a depender de las Comunidades Autónomas, en vez de un reglamento, tenemos… un montón, y eso que, teóricamente, debería de servir para ejercer un mayor control en el desarrollo de los festejos en cada comunidad, puede ser utilizado, si no hay unos principios comunes a todos los reglamentos, para crear mayor descontrol, y ya se sabe, a río revuelto, ganancia de pescadores. No creo que sea necesario especificar quienes son los pescadores en este caso.

Las Comunidades Autónomas tienen perfecto derecho para asumir todas las competencias en los asuntos taurinos relativos a su territorio, pero sería necesario que, en lo referente a la celebración de los festejos públicos, se rigiesen por un único reglamento, el mismo para todos los territorios, que reglase el discurrir de los espectáculos, los controles antes y después, los premios y las sanciones. De esa forma, con los criterios unificados, y el compromiso de estar vigilantes para el perfecto cumplimiento de las normas, cumplirían con su obligación, que no es otra que velar por el correcto discurrir de la función y así defenderían los derechos de los consumidores de los espectáculos taurinos.

Pero tengamos un reglamento o ciento, es posible intentar atajar el mal del afeitado -o cualquier otro tipo de fraude que podamos sospechar que se produce- si existe la voluntad de hacerlo. Existen los medios necesarios y la reglamentación apropiada para ello, solo es cuestión de voluntad y compromiso. Si, como en los casos de Lima o Logroño, se analizara en todas las partes lo sospechoso con rigor. ¿Con cuantos casos como estos no nos encontraríamos? ¿Cuántas son las veces que salimos de una plaza de toros con la mosca detrás de la oreja? ¿Acaso no sería bueno para la Fiesta la absoluta certeza de que todo lo que se lidia en la plaza cumple con lo reglamentado? Sin duda que sería bueno… ¿Y por qué no se hace?

Además los reglamentos no solo se ocupan del afeitado, en su articulado está claramente especificado el discurrir de la lidia y todo lo que debe acontecer antes y después de la misma. ¡Qué se cumpla! Pero que se cumpla con rigor, a rajatabla. Con que eso ocurriera, con que la autoridad competente en cada Comunidad tuviera la voluntad de hacerlo cumplir, habríamos dado un paso de gigante y, de una vez por todas, se podrían empezar a poner coto a la infinidad de triquiñuelas que, amparándose en los recovecos del reglamento y en la “vista gorda” de los que deben vigilar su cumplimiento, utilizan los taurinos.

Los aficionados y espectadores debemos de tenerlo claro, si compramos la entrada para presenciar una corrida de toros, tenemos el derecho de que se nos ofrezca en toda su integridad, y para que eso ocurra existen unas normas que están estipuladas y deben de ser cumplidas. El que no lo haga, el que las incumpla, por los motivos que sean, debe pagar por ello; para eso, junto a las normas, están las sanciones para quien las incumple. Ese es nuestro derecho y por ese derecho deben de velar quienes tengan la responsabilidad de hacerlo. Si ese control de calidad existe y se exige en todos los campos del comercio; si las leyes protegen a los usuarios de los posibles fraudes y estafas; si, como en el mundo del deporte, se persigue el fraude y se aplica el Reglamento... ¿Por qué no ocurre lo mismo en el mundo de los toros? ¿Por qué no se pone al toro en su sitio y se le defiende de posibles manipulaciones? ¿Por qué no se sanciona de forma ejemplar a los que son cogidos con las manos en la masa? ¿Por qué se ponen tantas dificultades? ¿Por qué...?

viernes, 30 de noviembre de 2007

La Tauromaquia de Goya

Cuando llega esta época del año -noviembre, días fríos y soleados que se van acortando lentamente- es bueno relajarse y darse, de vez en cuando, al festín de la imaginación: de los recuerdos vividos; de las lecturas nuevas -cada vez menos-, o viejas; de la mirada interior o incluso del olvido. En días como estos, vagabundeando por los espacios de Internet, también puedes encontrarte un vídeo como La Tauromaquia de Goya”, que propone una mirada distinta a esta colección de grabados, publicada en Madrid en el año 1816 por el “tio Paco, el de los toros”, como popularmente se le conocía, por su afición a este arte, a don Francisco de Goya y Lucientes. Es otro ejercicio para pasar el rato y relajarse.

El recorrido por las 33 láminas de esta tauromaquia, con el acompañamiento musical de la pieza “Canarios”, del compositor, también aragonés, Gaspar Sanz, nos sumergen en la época y en las visiones, plasmadas en geniales dibujos, de un aficionado de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, años en los que alternaban en los ruedos diestros legendarios como Pedro Romero, Costillares o Pepe-Hillo, que tenían que enfrentarse a los, no menos legendarios, toros de Vázquez, Gijón o Espoz y Mina. Dejarse llevar por el discurrir de las láminas y la música hace que te olvides, aunque sea por un breve espacio de tiempo, del negro presente y la espesa niebla en la que esta sumido el planeta de los toros.



De don Francisco de Goya y Lucientes poco puedo decir que no se haya dicho ya, en cambio, del compositor de la pieza musical, Gaspar Sanz, por el mayor desconocimiento de su persona y de su obra, creo que es preciso anotar algunos datos de su biografía.

El auténtico nombre de nuestro músico fue Francisco Bartolomé Sanz Celma, nacido en Calanda, Teruel, en 1640, año del famoso milagro de esta villa. Estudió música, teología y filosofía en la Universidad de Salamanca. Aprendió a tocar la guitarra en Nápoles, en donde ocupo el puesto de organista de la corte real.

Su aportación más importante al mundo de la música fue la publicación, en 1674, de su “Instrucción de música sobre la guitarra española y métodos de sus primeros rudimentos hasta tañer con destreza”, que ampliaría hasta dos veces y que se convirtió, durante mas de doscientos años, en un tratado de referencia para el aprendizaje de dicho instrumento. Curiosamente, esta obra estaba dedicada a don Juan de Austria, así consta, aunque no he podido averiguar la razón.

Licenciado y Bachiller en Teología por la Universidad de Salamanca, Gaspar Sanz también ocupó el cargo de Catedrático de Música en esta prestigiosa universidad. Murió, en Madrid, el año 1710.

En 1954, el maestro Joaquín Rodrigo, a instancias del guitarrista Andrés Segovia, compuso el concierto, para guitarra y orquesta, “Fantasía para un gentilhombre”, basándose en seis piezas cortas que aparecen en la “Instrucción para la guitarra española”. La selección de obras del compositor calandino, arregladas, ampliadas y orquestadas por el maestro Rodrigo, se conoce como “Suite Española”. En dicho concierto, la pieza "Canarios" es una de las elegidas. En la versión que da soporte al vídeo, la interpretación corre a cargo del grupo de música antigua "Armoniosi Concerti".

martes, 27 de noviembre de 2007

Reflexiones invernales: Contradicciones y utopías

El pasado domingo, en la entrevista que le hicieron en el programa "Clarín", de Radio 5, Tomás Prieto de la Cal venía a decir que sus toros, muchas veces, se iban al desolladero sin que el torero de turno hubiera sabido sacarles todo su partido, se quejaba, sobre todo, del escalafón novilleril, pues la poca experiencia de los novilleros -y el tipo de enseñanza que reciben en las escuelas taurinas, digo yo- hacía que no entendieran el comportamiento de sus astados.

Esto es una realidad palpable. Los aficionados pedimos toros íntegros y variedad de encastes, y si alguna vez lo conseguimos, o cuando hay en la plaza un toro que requiere un contrincante que lo entienda, nos damos de bruces contra el muro de la incapacidad de los toreros, que son los que tienen que hacerles frente y resolver los problemas que presentan, teniendo en cuenta las características de su encaste y el comportamiento -y no olvidemos que esto es lo más importante- que cada toro desarrolla en el ruedo en el momento de su lidia.

De esta forma se marchan hacía el desolladero muchos toros que en manos de un torero que los hubiera entendido y les hubiera dado la lidia adecuada -y aquí aparece una palabra fundamental en la ciencia del toreo, lidia­- hubiesen posibilitado la aparición de la magia del toreo, eso que buscamos todos cuando vamos a la plaza, cuando un toro dominado, es toreado. Esto es la teoría.

Pero es tan solo la teoría, porque el buen aficionado, veterinario y, sobre todo, amigo, José María Cruz, tiene acuñada la frase apropiada, que repite con machaconería casi todas las tardes al salir de la plaza: “Sobra toro”. Tiene razón, siempre tiene razón. Por más chochona que haya sido la corrida, tiene razón, siempre sobra toro, y más si no son del mono-encaste bodegero que predomina en la actualidad, o si los de ese mismo encaste tienen movilidad y están encastados, como ocurrió con la corrida de FuenteYmbro este año en Zaragoza.

Esto genera una contradicción y varias preguntas, porque toros de encastes casi extinguidos y en recuperación, como los veragüenses que posee Tomás Prieto de la Cal que, por su procedencia y características, necesitan una lidia acorde con sus condiciones, pueden estrellarse ante la incompetencia de los diestros acostumbrados, en base a las enseñanzas que reciben, al toro dócil, obediente y bobalicón, y no tienen recursos -conocimientos de la lidia- para sacarles partido. De esa forma, esos toros pasan desapercibidos o, lo que es peor para el ganadero, pasan como toros malos, ilidiables, y toda la caterva de adjetivos que utilizan los taurinos interesados para descalificarlos. ¿Cómo se puede recuperar un encaste histórico si no es posible evaluar el auténtico comportamiento de los toros mediante una lidia correcta y adecuada? ¿Alguno de los profesionales del escalafón actual está capacitado para ello? ¿Alguno quiere hacerlo? En estas circunstancias, ¿qué puede sacar en claro el ganadero para afilar las características que necesita corregir, potenciar, o eliminar en su ganadería?

La única forma de resolver positivamente esta contradicción sería valorando correctamente lo que ocurre en el ruedo, dándole la categoría que se merece, tanto en el prestigio para los protagonistas -toro y torero- del suceso, como en lo económico, con una remuneración acorde con el mérito de lo realizado, pero esto, hoy por hoy, es pura utopía.

Es utopía porque avanzar en esa dirección supone un cambio tan radical en los esquemas del mundo taurino, se removerían de tal forma los cimientos sobre los que se sustenta actualmente, serían tal el terremoto, que poco del entramado que sustenta actualmente el mundo de la tauromaquia quedaría en pie. Pero nuestra obligación, como aficionados de este arte en proceso de extinción, es reivindicar su valor y autenticidad, y como si de un edifico en ruinas, declarado patrimonio de la humanidad, se tratase, debemos alentar, por muy utópico que sea, su recuperación y conservación con la mayor pureza posible.

La utopía esta para soñar, y por soñar que no quede. Si los que pueden -los políticos- rectificaran su rumbo y se comprometieran con la verdad y la riqueza de esta manifestación de nuestra cultura; si los que saben -periodistas, comunicadores y eruditos- cuentan la verdad y enseñaran; si los espectadores -aficionados y público en general- entienden y saben valorar; si en las escuelas -como en cualquier universidad- se explicara, y se exigiese, el conocimiento de los fundamentos de la lidia; si los ganaderos -premiando y reconociendo su labor- se comprometieran; si los toreros -como los ganaderos- vieran recompensados sus conocimientos y esfuerzos; si… ¿utopía?...

A veces los aficionados nos llenamos la boca pidiendo el toro íntegro, pero eso solo no basta, debemos exigir de los toreros y sus mentores compromiso con la Fiesta, y ese compromiso debe pasar por aprender bien su oficio y estar preparados para resolver la ecuación que cada toro -sea del encaste que sea- plantea en la plaza con suficiencia y conocimientos. El problema del toro es serio, pero el de los toreros no le va a la zaga.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Tentadero

Por esta época del año, con la finalidad de seleccionar a las futuras madres, se suelen realizar, en las ganaderías de bravo, los tentaderos. No es la intención de esta entrada hablar de ello, tiempo y ocasión habrá para hacerlo, sino recoger unas viñetas que, gráficamente y con humor, explican el rumbo que ha tomado esta práctica desde hace muchos años. Están tomadas del Semanario Gráfico de los Toros “El Ruedo”, que por su trayectoria también se merece, y algún día la tendrá, una entrada aparte. Fueron publicadas, en el nº 1.089, el 4 de mayo de 1965. Su autor firma como Martínez de León y por si solas, estas viñetas, explican como hemos llegado a donde estamos.Queda claramente explicado, ¿no?.
Pues eso... así nos va.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Los maletillas en Brea de Aragón

(El relato que viene a continuación forma parte de los recuerdos de don Antonio, aficionado natural de la población zaragozana de Brea de Aragón, de esta forma se inaugura una nueva sección en este Blog que llevará su nombre y en la que esperamos reflejar, además de sus recuerdos, sus opiniones.)

Al comienzo de las fiestas aparecían, venían de algún lugar donde había habido toros, y aquí llegaban por lo mismo. En el ato, una camisa y un pantalón, muleta, estaquillador y capote, en el bolsillo nada, en el estómago lo justo… su afición no cabía en ningún sitio. Eran los maletillas. Flacos, muy jóvenes, andaluces, salmantinos, madrileños y bastantes de por aquí, algunos hacía semanas que habían dejado sus casas, otros, meses. Sólo les importaba torear, robar un pase aquí y otro allá. El precio era muy alto, pues además del riesgo, simplemente, malvivían. Dos frases les acompañaban siempre en sus andanzas: “por favor” y “muchas gracias”.

Mis primeros recuerdos son del año sesenta. Era lunes, me senté debajo del carro de “Carranchín”, mientras los maletillas toreaban toros que no existían, verónicas y naturales sin toro, la Reina y su corte -que mayores me parecían entonces- se acomodaban en el balcón del Ayuntamiento, y los músicos, valencianos -eran tantos que no cabían en su “tablao”- hacían lo mismo .

Eran la cinco de la tarde, todo estaba en su sitio: la gente en sus “tablaos”; el toro -el mayor de los tres que iban a ser sacrificados durante las fiestas- esperando su salida; los maletillas, tensos junto al carro de “Clemente”; y yo, debajo.

El toreo pausado y perfecto -de salón- cambiaba totalmente cuando el animal, pasado de kilos y fecha, pisaba el ruedo; comenzaba lo real, con el toro, avisado y desarrollando sentido, el peligro se palpaba. Pero allí estaban ellos intentando hacer fácil lo imposible. Todo sobre los pies, parar, templar y mandar un sueño. Un derechazo, al que una colada transformaba en un ayudado por alto, otro de pecho; el de al lado, una media y un desarme, carreras y una voltereta; el siguiente, dos mantazos y al olivo. Unos tiritaban de calor, otros sudaban de frío. ¡Qué bromas gasta el miedo!

Mientras los músicos de Cuartel tocaban “España Cañi”, el respetable, mitad en broma, mitad en serio, jaleaba y aplaudía las faenas.

El martes más de lo mismo, torear de fuera adentro y de arriba abajo no podía ser, ellos lo intentaban una y otra vez, eso sí, jugándosela. Oí decir que en el cincuenta y siete, un maletilla y el alcalde de Pomer estuvieron a punto de irse con San Pedro por culpa del astado de turno, y en el sesenta yo vi mandar al hule a “Benito” y a otro torerillo. Con aquel bicho no pudieron, lo mató la Guardia Civil.

El miércoles, mientras el incombustible “Requena” fijaba al último de la feria, los maletillas, con un capote extendido, pasaban el guante: “A ver señores, la voluntad, una peseta al año no hace daño. Gracias, muchas gracias”.

Era el momento de la merienda; calor, tripas y cabezas de sardinas rancias en el ruedo, sol y moscas. Olía a güeña, a churros y a pólvora. Ensogado y apuntillado el último toro, la plaza se desmontaba en tan sólo unos minutos. Entonces, año tras año, yo me daba el berrinche más grande del mundo.

Esa noche los músicos daban la última vuelta al pueblo, la gente cantaba el “Cheli te quiero” y a una “Dorotea” que se iba a casar; los oía desde la cama, ya era tarde.

El jueves, al mediodía, los tres maletillas que aún quedaban en el pueblo se despidieron de “Mariano el de las vacas”, llevaban años durmiendo en su pajar y comiendo, muchos días, en su mesa. Le prometieron volver y éste se comprometió a guardarles el “hotel”. Fui con ellos hasta el puente, les oí decir que iban a un pueblo de Madrid en el que había fiestas y tenían toros, quizás allí hubiera alguien “importante” que les contratara y les hiciera debutar de luces.

Volví a la plaza, tres manchas de sangre seca y una de ceniza -de la mayor hoguera del mundo- era lo que quedaba de las fiestas. ¡Qué lento iba el tiempo entonces! Había que esperar un año para empezar de nuevo, pero una y otra vez llegaban.

El desorden de la capea pura y dura -donde se hicieron muchos de los grandes- se quedó grabado para siempre en mi memoria. Por entonces sus días se estaban acabando, capeas y maletillas tendrían que competir con las Escuelas Taurinas y con muchos de los “pegapases” que estas facturan, “figuras” -una mayoría- de paso atrás y pico delante.

Cada año llegaban menos maletillas, hasta que un año no lo hizo ninguno. Yo los esperé… y ya no han vuelto.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Fernando Fernán Gómez

Hace años, a mitad de la década de los años setenta, en una aburrida tarde de domingo, creo que en el UHF de televisión española, pude ver la primera entrega de un programa, en formato de tertulia, que conducía Fernando Fernán Gómez. No recuerdo ni el nombre del programa, ni la fecha, y tampoco si volví a verlo alguna otra vez. Era una tertulia para hablar sosegadamente de espectáculos populares como el cine, el teatro, la música, el fútbol o los toros… Tampoco recuerdo quienes eran los contertulios, pero en ese programa ocurrió algo que no se me ha olvidado jamás y que hoy, al calor de la noticia de la muerte de esta personalidad de la cultura española, me ha saltado a la memoria como un resorte. Es una anécdota mínima, insignificante, sin importancia, que en la extensa y prolífica vida del personaje que nos ocupa no significará nada, pero que a mí, después de tantos años, no se me ha olvidado.

En un momento de la tertulia apareció un invitado que no era otro que Manolo Vázquez, diestro sevillano, hermano de Pepe Luís, que causó sensación en la plaza de las Ventas de Madrid desde el día de su presentación. Fernando Fernán Gómez recordaba una de las tardes del diestro sevillano con emoción, el debate se centró sobre si tenía más peligro y verdad citar al natural de frente, como lo hacía Manolo, o de perfil. Después de tantos años no recuerdo quien defendía qué, ni con que argumentos, pero si recuerdo que mientras debatían los tertulianos las conveniencias o inconveniencias de una u otra forma de citar se veían imágenes grabadas de alguna faena de Manolo Vázquez en la plaza madrileña, y también recuerdo, como si lo estuviera viendo ahora mismo, que Fernán Gómez se levantó del sofá en el que estaba sentado junto al resto de tertulianos e instó a Manolo a que les explicara in situ, con una muleta que tenía preparada en el plató, la técnica de uno y otro cite y el peligro que conllevaba el uno y el otro. Y allí se plantó el torero y, ante un toro imaginario, explicó prácticamente su opinión al respecto.

No es mi intención, en este artículo escrito a vuela pluma, escribir un panegírico de tan prolífico personaje del que soy admirador desde aquellas viejas películas en blanco y negro que veía de niño, doctores tiene la iglesia que desde ayer mismo se están ocupando de ello, pero no podía dejar de citar la interpretación que hizo del padre jesuita Domingo Camprecios en la serie televisiva “Juncal”. Duelo de titanes cuando tenía que compartir la escena con Paco Rabal, otro grande de nuestro cine recientemente desaparecido.

En el prólogo de la novela de Jaime de Armiñan, que sirvió de argumento para la serie televisiva, Fernando Fernán Gómez reflexiona sobre los novelistas españoles y la poca predilección que han tenido a lo largo de los tiempos por la temática taurina, decía: “Si la poesía española, desde el romancero hasta la generación del 27 y sus epígonos, ha frecuentado el tema de los toros exaltando la belleza de la fiesta y el arte, la gracia y el valor de los toreros, los novelistas, tanto antiguos como modernos, no han mostrado la misma predilección. Resulta difícil saber por qué algo tan español como las corridas está tan ausente de las novelas españolas. En nuestro tiempo quizá pueda encontrarse una explicación en la necesidad que acosa a los narradores de estar a la moda, a la última moda internacional, para caer bien a la crítica, que también está obligada a seguir las últimas corrientes y no quedarse anclada en gustos ya superados. Si estas últimas corrientes son la narrativa actual centroeuropea y norteamericana, muy difícil ha de resultarle al narrador español amalgamar esas tendencias con las capeas, el moriles, la calle de la Victoria o el patio de caballos. Armiñán tiene la suerte, y el valor, de no estar a la moda. Él no viste lo que le mandan, sino lo que le gusta y le viene cómodo. Y, después de bracear y ensayarse con unas verónicas al aire, de brincar para ajustarse la taleguilla y de colocarse las cosas en su sitio, se lanza al ruedo vestido de luces.”

En estas palabras dedicadas a Jaime de Armiñan y a su libro, además de una justa queja por la escasez de novelas sobre este tema, el de los toros, que forma parte de nuestro acerbo cultural desde el principio de nuestra historia, que por sus características y riqueza temática podría ser fuente inagotable de inspiración, y que en el fondo, podría esconder algún complejo que venimos arrastrando desde los tiempos de la Ilustración, este actor, director, escritor, académico y aficionado a los toros desvelaba parte de su propia personalidad, Fernando Fernán Gómez nunca ha estado a la moda, ni tampoco se ha vestido nunca con lo que le han mandado, sino con lo que le ha gustado y venido cómodo. Pruebas de ello nos a dejado a lo largo de toda su vida e incluso, por si no estaba claro, en el mismo momento de su muerte al pedir que le vistieran para ese tránsito con la bandera anarquista. Descanse en paz.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Día de capea en Tudela

Hacía frío cuando salimos de casa camino de la parada del autobús, las nueve de la mañana era la hora de partida. Íbamos todos, don Pepe, don José y la familia al completo. Todo rodó según lo previsto. El autobús casi estaba lleno, si a estos sumamos los que iban por su cuenta, un éxito. A las diez llegamos al Complejo Taurino “Santa Ana”, situado en las afueras, al noreste de Tudela. Un impresionante toro de Osborne nos esperaba a la entrada. Mirando hacia el sur se alzaba, majestuoso y solitario, el Moncayo, más de 2300 metros de altura, resplandeciendo en esta soleada mañana de noviembre.

Migas, chistorra, panceta y la bota de vino nos esperaban a nuestra llegada. Una buena toma de contacto, “¡qué bueno está todo!”, se oía decir entre la concurrencia. El ganado, de Juan José Laparte, se mueve inquieto en el camión. “¡Grande!”, dicen, para desánimo de los que dudan, los que han visto la operación de desembarco. Se preparan los trebejos, algunos cogen en sus manos, por primera vez, capotes y muletas, “¡cómo pesa!”, dicen, otros reverdecen sueños de chiquillo dibujando una verónica.

Sale el primer añojo, la cosa se pone seria, los toreros se disponen, se disputan el sitio, intentan el pase, la faena soñada. Emociones, risas, pitos, ovaciones, voces de ánimo, chanzas… “¡crúzate!”¡baja tú!”. No recuerdo cuantos añojos salieron al ruedo hasta la hora de la comida, cuatro, cinco… el tiempo pasó raudo. Unas pochas, típicas de la tierra y de la época, y un sabroso estofado de ternera nos esperaban, no faltó el vino, el café, la copa, el puro y hasta jotas se cantaron. De pronto una voz se alzó diciendo, “¡vamos a ver unas vacas!”, nos despertamos del letargo de la sobremesa. Dicho y hecho. Todos a la plaza.

La tarde empezaba a refrescar, el sol avanzaba en su viaje taciturno hacia el Moncayo. Aún teníamos una hora de luz y todavía faltaba lo mejor, el debut y alternativa de Felipe, natural de Brea de Aragón. Causó sensación, hasta hubo un revolcón que afortunadamente no tuvo consecuencias. El que si sufrió un varetazo fue Fernando, “mañana lo llevaré todo negro”, decía. Estuvo con entrega, queriendo, gustándose, como todos, como José Mari y Julio, como Eladio, que puso la primera anilla desde su retirada hace un par de años, y como todos los que estuvieron en el ruedo. Una ovación para todos, nos dieron una buena tarde. Cuando el sol desparramaba sus últimos rayos, medio oculto tras el gran Moncayo, Felipe, que sin proponérselo había borrado del mapa a sus compañeros de terna, era sacado en hombros, lo nunca visto, por el propio ganadero.

Antes de partir, los últimos tragos en el bar, comentarios, recuerdos, risas, abrazos... incluso los más rítmicos y bailongos se marcaron unos pasos a ritmo de sevillanas y pasodoble. La noche era cerrada cuando el autobús tomaba rumbo a Zaragoza. Había sido un buen día. Hacía frío cuando regresábamos hacia casa.

El vídeo que enlazo a continuación, producido por "La Cabaña Brava" y alojado en la página de YouTube "Va de toros", trata de reflejar lo que fue este "Día de capea en Tudela". La música que le da cobertura corre a cargo de Dolores Vargas "La Terremoto", hermana del insigne cancionero Enrique Vargas "El Príncipe Gitano", interpretando una versión alegre, desenfadada y muy racial de "Chirpy, chirpy, cheep, cheep", un éxito del pop inglés de finales de los años sesenta que también alcanzó gran popularidad en nuestro país. Es el contrapunto ideal para acompañar este día de fiesta.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El toro

"El toro debe tener edad y trapío cuando sale por la puerta del chiquero. Después, en el ruedo, le pediremos la bravura.
El toro está en periodo de crecimiento hasta los cinco años.
A los cinco años es toro.
Se le puede admitir como toro (el reglamento lo admite) a los cuatro años y cinco hierbas. Esto de las cinco hierbas es muy importante porque es lo que garantiza los cuatro años bien cumplidos.
A los tres años, no. El utrero no es toro; aunque esté muy bien criado y dé el peso; aunque se lidie en corridas de toros.
Cuando el utrero se lidia como toro, se le hacen honores de toro; al matador que está lidiando el novillo se le hacen honores de matador de toros; al ganadero se le hacen honores y honorarios de criador de toros.
Si el ganadero corta los pitones a los toros, no es un ganadero de toros de lidia, es un proveedor sin afición y sin escrúpulos.
El que torea toros con los cuernos cortados no es un torero, aunque se vista de torero, aunque toree muy bien, aunque haga muchas monerías con el toro "afeitado"; también la mona se vistió de seda y no pasó de mona."
Gregorio Corrochano. "Articulado del toro", del libro "Teoría de las corridas de toros", capítulo "Borrador de un reglamento".

martes, 13 de noviembre de 2007

Toro en la plaza de Brea de Aragón en el año 1935

En 1935, momento en el que se tomó esta fotografía, todavía faltaban muchos años para hacerme presente en este mundo, pero, seguramente, mi abuelo Bernardino, rozando la cincuentena en esa época, debería de estar en la plaza, y mi padre, Justo, que en aquel año debía de contar dieciséis, también tenía que ser testigo de este momento. No puedo asegurarlo, porque nadie me lo ha confirmado, pero no tengo duda de que ambos, mi padre y mi abuelo, conocida su afición, estaban presentes, a pie de plaza o en alguno de los tablaos que la cercaban, y pudieron contemplar este toro serio y cuajado, emplazado y desafiante en la plaza mayor de Brea de Aragón hace más de setenta y dos años.

Es de suponer que sería lunes, el día siguiente al de la patrona, la Virgen del Rosario, que se celebra el primer domingo de octubre. Ese día era tradición, que todavía perdura, perder la noche, pasar la noche en vela, y esperar a que, con el alba, se corriera el encierro del ganado. En ese primer lunes de octubre se celebraba el primer festejo taurino en el que se daba muerte a un toro, era el día grande de los festejos profanos. Ese lunes acudían los vecinos, los amigos, los familiares de los pueblos cercanos, los breanos se convertían en anfitriones de los que en su día, y en sus pueblos, eran huéspedes.

En la plaza no podía haber cualquier toro, el prestigio del pueblo y de sus fiestas, en toda la comarca y durante un largo año, se jugaba, se medía y dependía del animal que se había de sacrificar esa tarde. El toro era escogido teniendo presente este importante punto, entre los pueblos aledaños se entablaba una fuerte competencia para ver quien llevaba el mejor y, ese día, que venían los forasteros, no se podía fallar, el toro que debía de saltar a la plaza no podía ser una birria, tenía que dar miedo, tenía que asustar.

La fotografía, una fotocopia de otra fotocopia, de cuya calidad no se puede alardear, pero que posee un gran valor como documento, me ha sido proporcionada por el buen aficionado breano, al que también le faltaban bastantes años para nacer en el momento en el que se tomó, Antonio Benedí. Este personaje, zapatero de profesión, como la mayoría de los breanos, y aficionado a los toros, conserva en su memoria infinidad de recuerdos de su pueblo y de los festejos taurinos que allí se han ido celebrando a lo largo de los últimos cincuenta años, esperemos que, de una u otra forma, los vaya sacando a la luz y los comparta con todos nosotros. Don Pepe y don José le brindan esa oportunidad. Seguro que esas historias nos servirán de enseñanza y entretenimiento.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La retirada de "Guerrita"

Hay veces en que te conviertes en el centro del universo taurino por sorpresa. De repente, una tarde insulsa, con la única particularidad de ser la última corrida de la temporada en plaza de primera, que es mi categoría, se convierte en el centro neurálgico de todas las miradas, de aficionados y profanos, por un suceso que había ocurrido sin que nadie lo presintiese y que conmocionó a todo el país. Ese día, el 15 de octubre de 1899, había sido la última corrida de toros que estoqueó don Rafael Guerra Bejarano "Guerrita". Dos días después, el 17 de octubre de 1899, en el patio de su casa de Córdoba y ante la presencia de su familia, su cuadrilla y sus íntimos, se cortó la coleta.

Fue una sorpresa monumental. Nadie se lo esperaba. De pronto y, nunca mejor dicho, a toro pasado, cuando ya empezaba a caer en el letargo otoñal que me invade después de las corridas de la Feria del Pilar, mi nombre estaba en boca de todos y quedaba ligado para siempre a una efemérides de primer orden en la historia de la tauromaquia, la más importante desde la retirada de "Lagartijo", como era que en la Plaza de Toros de la Misericordia de Zaragoza, o sea, en mis dependencias, había tenido lugar la última corrida del torero cordobés que durante la última década de aquel siglo no había tenido rival en los ruedos.

Hay una fotografía, tomada por Celestino Barreda, que ilustra esta efemérides, "Guerrita", secándose el sudor, se retira hacia la barrera acompañado de su cuadrilla, también se puede apreciar mi aspecto en aquel día, más vale una imagen que mil palabras. Pero si no hubiese sido por la efemérides que a posteriori se produciría, ni esta tarde, ni esta fotografía hubieran pasado a la historia, porque fue una tarde gris, sin pena ni gloria, vulgar, aburrida.

Mis tendidos y graderías, como muestra la imagen, estaban a rebosar para ver a la terna que se anunciaba para esta última corrida de la temporada: "Guerrita", "Algabeño" y "Villita". Se lidió ganado navarro de Jorge Díaz, que apenas cumplió, el tercero fue devuelto por manso. "Villita" hizo lo que pudo, es decir, muy poco. "Algabeño", que llevaba una temporada de éxitos y de dinero, metió al quinto un estoconazo de los de su marca, y Guerra toreó al primero poco confiado, tumbándole de un pinchazo y una estocada defectuosa. Sonaron los clarines para que saliera el cuarto de la tarde, "Listón" de nombre, colorao, como buen ejemplar de casta navarra. Rafael se lo brindó a uno de sus íntimos, don José Noval. Prepara al de Díaz sin lucimiento, pero con inteligencia; señala un pinchazo entrando encogido, arranca mejor con media estocada buena, y termina con un certero descabello.

En ese momento ocurrieron dos cosas que para casi todos pasaron desapercibidas pero que, vistas a posteriori, adquieren gran significación, Rafael ordenó a su puntillero "Alones" que se abstuviera de limpiar el estoque, que lo mantuviera ensangrentado y, al mismo tiempo, pidió al desolladero que le reservaran la cabeza y las pezuñas del toro recién muerto que, a la postre, había sido el último de su vida profesional.

Al tiempo de partir de Zaragoza le puso un telegrama a su apoderado, don Julio Aumente, que decía. "Puedes decir diario que mañana a las doce me corto la coleta. Llegaré exprés. Guerrita”. Dicho y hecho, a los doce mediodía, en el patio de su casa cordobesa de la calle Góngora, 34, ante la presencia de sus familiares e íntimos, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”, se cortó la coleta. La cabeza del toro “Listón”, como recuerdo, pasó a poder de don José Noval, que ya tenía la del toro de la alternativa de Rafael, por nombre “Arrecío”, negro, de don Francisco Gallardo.

En los porqués de la retirada de "Guerrita", ni me corresponde, ni me atrevería a entrar, lo dejo para entretenimientos de los aficionados, yo sólo he querido recordar una efemérides que se desarrolló en mis dependencias y que en su día tuvo una gran repercusión y, durante todo aquel invierno y muchos más, fue tema de debate y controversia.

Aún visitó "Guerrita", ya retirado, mis dependencias en otra ocasión. Fue con motivo de un viaje familiar a Zaragoza, para cumplir alguna promesa hecha a la Virgen del Pilar. En el sitio que en había dado muerte a su último toro les tomaron una fotografía familiar a tres de sus hijas, de las nueve que tuvo, y a su único hijo varón.

martes, 30 de octubre de 2007

Yo quiero ser mataor - Antonio Molina

“Yo quiero ser mataor” fue un éxito desde el primer momento. Este pasodoble, original de Manuel Gordillo y Ramón Perelló, fue una creación de Antonio Molina que formaba parte de la banda sonora de su primera película, “El pescador de coplas”, dirigida por Antonio del Amo y en la que compartía protagonismo con Marujita Díaz y Tony Leblanc. Esta película, y este pasodoble, significaron la consagración definitiva de Antonio Molina como cancionero.

Antonio Molina de Hoces nació en Málaga, el 9 de marzo de 1928. De familia humilde, como otros cantantes de su generación, desempeño los más variopintos trabajos desde la niñez, fue repartidor de leche y pan, cuidador de cerdos, camarero. Ganó un concurso radiofónico en su tierra natal y partió hacia Barcelona en donde grabó su primer disco, que incluía canciones como “El agua del avellano” o “El macetero”, pero no tuvo ninguna repercusión. Decidió probar suerte en Madrid y allí la encontró. De la mano de Ángel Soler se le presentó la ocasión de aparecer en un programa radiofónico, patrocinado por “Cupones York”, y desde entonces su voz y su peculiar estilo lograron abrirle un hueco entre los cantantes de su época.

Formó compañía propia hacia finales de los años cuarenta y se presentó en el Teatro Calderón de Madrid. A partir de ese momento recorrió toda España con sus espectáculos y sus canciones obteniendo el reconocimiento del público. En pocos años había llegado a lo más alto de su profesión. Su estilo aflamencado y el toque personal que supo dar a sus canciones, destacando unos finales prolongados y llenos de quiebros y requiebros, hicieron que sus interpretaciones adquiriesen personalidad propia.

Dado su gran éxito en los escenarios fue requerido por el mundo del celuloide. En el año1954 veía la luz su primera película que no fue otra que la referida “El pescador de coplas”, en donde se incluía el pasodoble objeto de esta entrada. Antonio Molina interpretaba el papel de un joven marinero que pretendía salir de la miseria triunfando en los ruedos como matador de toros, no lo consigue como torero pero si la hace como cantante.

Fue uno de los pioneros en la utilización de las plazas de toros como recintos para sus conciertos, pues los teatros y salas especializadas se quedaban pequeños ante la demanda de estos espectáculos. Tuvo amistad, como otros artistas de la canción de aquella época, con muchos toreros con los que compartían, ferias, hoteles y, a veces, hasta el recinto en donde se desarrollaban sus actuaciones. Apuró al máximo su retirada, aunque en los años setenta, esa voz que había sido una mina, empezó a dar síntomas de desgate. Murió el 18 de marzo de 1992, los médicos le habían diagnosticado una fibrosis pulmonar. Antonio Molina, toda una vida cantando, se quejaba amargamente en una de sus últimas entrevistas: “Esto es lo peor que podía pasarme…, que ya no pueda más cantar”.

Yo quiero ser mataor
(Manuel Gordillo – Ramón Perelló)

Yo quiero ser mataor
como el Guerra y José, y Vicente Pastor,
yo quiero ser el mejor
y lo tengo que ser con estilo y valor.
No tengo miedo a luchar
el peligro arrastraré,
sé que mi sino es triunfar
y muy pronto triunfaré.
Ya oigo con emoción al pasar por ahí
a la sabia afición saludándome así.

Torero de garbo y salero
el del capote bordao con hebras de mil luceros,
torero de rumbo y tronío
más pinturero, ni más gallardo aún no ha nació.
Torero de empaque y solera
a ti la gente por lo valiente te han de aclamar
cuando tirándote a matar
marcando lento el volapié
de aquel torito de muerte herido rueda tus pies.

<iframe frameborder="0" width="480" height="360" src="http://www.dailymotion.com/embed/video/x8b1gu"></iframe><br /><a href="http://www.dailymotion.com/video/x8b1gu_antonio-molina-yo-quiero-ser-mataor_music" target="_blank">Antonio Molina - Yo quiero ser mataor (pasodoble)</a> <i>por <a href="http://www.dailymotion.com/juan2507" target="_blank">juan2507</a></i>

El vídeo que acompaña esta entrada, encontrado en ese cajón de sastre que es YouTube, es el corte de la película "El pescador de coplas" que recoge la interpretación de este pasodoble cuando el protagonista, al clarear el día, decide cambiar el rumbo de su vida y marchar en busca del éxito en los ruedos. Un clásico.

sábado, 27 de octubre de 2007

El mejor recuerdo

- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- ¿Qué hace usted por aquí? No es que sea usted muy asiduo por estas dependencias.
- Los chicos… que se han empeñado en que me ponga la vacuna de los catarros.
- La vacuna de la gripe, querrá decir. Va fenomenal. Ya lo verá. Yo llevo varios años poniéndomela y me paso todo el invierno como una rosa.
- Pues a mi no me agrada mucho eso de que me pinchen así por las buenas.
- Pero si no es nada. Un pinchacito y a la calle.
- Ya, ya… pero no me gusta, me pone tenso, y me da una cosa como… uuurrrggggfffff…
- No se preocupe, que no es nada… pero, pero… ¿si está usted blanco como un plato de porcelana?
- Calle, calle, don José… es solo la impresión… y si, además, no para usted de hurgar…
- Vale, vale, don Pepe, hablemos pues de otra cosa mientras nos llega el turno.
- Mejor será, don José… mejor será.
- Y dígame… ¿Cuál es el mejor recuerdo que le queda a usted de la temporada que ha terminado?
- Sin duda… pero sin duda alguna, lo de Rafaelillo en Madrid ante aquel torazo de Dolores Aguirre, el quinto de la tarde, que le tocó en suerte. Es como si lo estuviera viendo ahora mismo, un toro manso, difícil, con poder, encastado, que pedía guerra y, mire usted por donde, se encontró con la horma de su zapato. Ahí estaba Rafaelillo, un torero. Le plantó cara en el tercio del tendido cinco, le bajó la mano, lo llevó largo, obligándole, mandándole, y le pudo… ya lo creo que le pudo. Se acuerda usted, tres tandas de poder a poder que nos pusieron el alma en vilo y de acuerdo a la plaza entera. Fue emocionante. Si hasta usted, finolis donde los haya y comedido como ninguno, se emocionó y se levantó del asiento como un resorte… Si señor, un torero con un par…
- No hace falta que se tan explicito, don Pepe… por supuesto que me acuerdo… ¡Y sobran esas connotaciones sobre mi persona! Cada uno es como es y yo, antes que comedido, pretendo ser educado…
- No se moleste, don José, es una forma de hablar, nos conocemos desde hace tiempo y ya sabe como soy. Pero no me diga que no se emocionó.
- Claro que me emocione, como todo el mundo que presencia una situación de riesgo y contempla como con valor, habilidad y técnica, el ser más desvalido, el torero, es capaz de librar la acometida del toro limpiamente. La emoción no deja de ser una alteración del ánimo intensa y pasajera que va acompañada de cierta conmoción somática, eso produce un interés expectante que te lleva a ser participe de lo que esta ocurriendo en el ruedo.
- Se explica usted como un libro abierto, don José.
- Es lo que viene a decir el diccionario de la lengua sobre la emoción.
- No le digo…
- Pero no fue una faena bonita, fue como un combate cuerpo a cuerpo, emocionante, no lo pongo en duda, pero huérfana de arte.
-¿Qué quería usted que hiciera con aquel bicharraco? ¿Ponerse a componer figuras bonitas?… Se lo come vivo… con un toro de esos no se pueden hacer florituras. Pero no me puede negar que fue una faena justa y apropiada a las condiciones del toro, y eso, por si mismo, ya es bello.
- Si, pero…
- Ni peros, ni manzanos…
- No se altere, don Pepe… que ya se ha puesto rojo como una manzana, aunque poco le van a durar los colores porque mientras conversábamos ha llegado su turno…
- ¿Cómo?
- ¡Que ya le toca!
- No, por favor… pase usted primero… que lleva más años de alternativa.
- Como usted quiera, don Pepe, aunque en casos como el suyo es mejor no pensárselo mucho y, ya que me habla de alternativas, tengo que decirle que se está poniendo más blanco que el traje de un torero en día tan señalado.
- Don José... ahora el que se está pasando es usted… no me toque los…
- No se moleste, don Pepe, también me gusta gastar alguna bromita de vez en cuando... Vamos, adentro.
- Adentro.