“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 28 de febrero de 2011

¡VIVA EL TRIUNFALISMO!

Apenas ha comenzado la temporada taurina y ya llevamos cosechados grandes triunfos. ¡Viva el triunfalismo! Ya son varias las salidas a hombros por la puerta grande, entre las más resonantes, por lo publicitadas, las de los mandamases del escalafón que se han exhibido este pasado fin de semana en el Palacio de Vista Alegre, en la denominada “Feria de Invierno”. Y para que no falte de nada, tampoco han faltado toros premiados con la vuelta al ruedo o, incluso, indultados… Según los cronistas oficiales y a favor de obra, el comienzo de la temporada, en lo artístico, está siendo rotundo, magnífico… si acaso objetar, en letra pequeña, que en algunos casos el trapío del ganado -¡como sería el ganado!- era algo escaso… pero el sexto de “cuvillo”, contraatacaran ágiles, “era de vacas”. El problema es que tan excelso espectáculo, según lo describen en sus crónicas los apologistas del “toreo de ahora”, cada vez interesa menos a los aficionados y al público en general, como se refleja -con los “figuras” incluidos en el cartel y sin televisión- en las escasas entradas de público registradas.

Para los pocos medios que todavía ejercen una crítica más objetiva y que, por desgracia, cada día son menos, visto lo visto hasta ahora, el toro sigue siendo el gran problema en este comienzo de temporada. Salvo la faena de Morante en su segundo -más atribuible a su capacidad y condiciones artísticas para representar el arte del toreo, y ante el bonancible comportamiento de su “colaborador” y disminuido oponente- que ha sido como un oasis en medio del desierto, los triunfos han sido excesivos y menores, a la par de la escasa presencia y del comportamiento bobalicón del “toro de ahora” que ha salido al ruedo. También es posible advertir en sus crónicas cierto pesimismo de cara al futuro si la Fiesta no retoma su razón de ser, si no recobra la emoción que imponen un toro íntegro y poderoso, que de miedo al público de los tendidos, y un hombre, un torero, un héroe que sea capaz de dominarlo, a riesgo de jugarse la vida, y si es capaz, torearlo, y si por casualidad se conjugan los hados, hacerlo con arte...

Así se fabrican los héroes, que son los que el publico quiere ver y paga por ello, pero precisamente de héroes es de lo que escasea en la actualidad esta Fiesta nuestra porque no hay materia prima para fabricarlos. El “toro de ahora”, más que miedo, transmite pena a los tendidos. Se podrá estar delante de él con más o menos gracia, tener mayor o menor plasticidad en la ejecución de los distintos pases, interpretar mejor o peor el guión de la faena, pero no existe el riesgo, el peligro se reduce hasta la categoría de accidente, es otra cosa que nada o poco tiene que ver con la Fiesta auténtica… No es lo mismo ser un buen comediante, con más o menos capacidad y arte interpretativo, que un héroe. Ahí está la diferencia y el problema.

Pero los que tienen la responsabilidad de tirar para delante de la Fiesta, que son los que viven de ella, “taurinos profesionales” en general, y los que desde distintos medios se encargar de publicitarla, que también viven de ello, parece que han decidido que la mejor forma de salir de la crisis que amenaza al sector es haciendo uso y abuso del "triunfalismo". ¡Viva el triunfalismo! Convertir cada festejo en una lluvia de triunfos: orejas, rabos, indultos, vueltas al ruedo, salidas en hombros de los “capitalistas”, que también tienen derecho a ganarse un sueldo… como si de esa forma fueran a conseguir captar la atención del público que esta dando la espalda a la Fiesta por aburrida y volver a llenar los tendidos de las plazas que es donde, en el fondo, esta su auténtica fuente de ingresos. El "triunfalismo" es una huida hacia delante, es una estrategia que a lo largo de la historia de los toros se ha empleado en repetidas ocasiones y que generalmente conduce al borde del precipicio.

La opción del "triunfalismo" de abaratar los premios no es la solución porque es una forma de quitar categoría a lo realmente bueno, no es la cantidad de premios que se conceden en cada corrida lo que capta la atención de la gente, sino la calidad de los mismos, los méritos realizados para conseguirlos, la entrega, el riesgo corrido, las mayores o menores dificultades del toro en curso de lidia y, por supuesto, la emoción que todo ello conlleva. Eso es lo que da valor a las cosas, que el camino sea difícil y sean pocos los que lo consiguen, los que lleguen a la cima del éxito. Para que tenga auténtico valor, el triunfo debe ser lo extraordinario, no lo cotidiano, lo vulgar. La cumbre de la montaña debe ser un lugar para los elegidos, para los héroes, no puede habitar una multitud en tan reducido espacio.

lunes, 14 de febrero de 2011

DE LA TOREABILIDAD Y LA BANALIZACIÓN

La nueva palabra de moda entre los “taurinos profesionales”, cuando ser refieren a la condición que deben tener los toros, es “toreabilidad”, palabra que ni siquiera existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, por lo tanto, si queremos desentrañar lo que quieren decir cuando la pronuncian, deberemos aventurarnos en la búsqueda de una interpretación del mensaje que encierra cuando sale de su boca, porque, en principio, todos lo toros son toreables, todos tienen su lidia dependiendo de su condición. Tratados llevan escribiéndose desde que existe la tauromaquia que estudian, definen y dictan normas aplicables a los diferentes comportamientos de cada toro en la plaza porque, y esta es una de las grandezas del arte de la lidia, cada toro, como cada persona, es diferente y precisa de una lidia distinta.

Por lo tanto, ¿qué quieren decir los “taurinos profesionales” cuando hablan de “toreabilidad”? Debemos suponer que hablan de un toro que pase una y otra vez acudiendo obedientemente al cite del torero, que lo haga de forma uniforme en todas las ocasiones, siempre igual, como si de un robot programado a tal efecto se tratase, quitándole la condición imprescindible que debe tener un toro de lidia que no es otra que la de coger a su oponente como forma de defensa y subsistencia. En una palabra, descastarlo, convertirlo en una animal previsible y colaborador con los requerimientos del torero de turno para realizar una faena que, por regla general, es siempre la misma. Pero de esa forma se cargan la esencia misma de la Fiesta de los Toros, de la lidia, que es la ciencia de resolver los problemas que cada toro, desde su propia individualidad, manifiesta y que, conforme va avanzando la misma, va cambiando de comportamiento desde que salta al ruedo hasta su muerte.

Eso nos lleva al otro concepto que figura en el título de este artículo, a la “banalización” del toreo, a convertirlo en algo trivial, insustancial, desprovisto de la emoción que supone ver como resuelve el diestro de turno los problemas que se le van presentando como consecuencia del cambio de comportamiento del toro conforme va avanzando la lidia. En la resolución de esa ecuación cambiante es donde reside la magia de esta Fiesta, y más si una vez entendido y dominado el toro surge la chispa del arte que arrebata los sentidos y convierte ese arte efímero en recuerdo imperecedero de quién lo contempla. Si eso desaparece, lo que sucede en el ruedo se convierte en algo banal, muy distinto de lo que debería ser y que, siendo posible que haya espectadores que gusten de ese espectáculo, los que han sentido alguna vez la emoción en sus carnes viendo la lidia de un toro se alejen de este espectáculo trivial e insustancial que nada o muy poco les interesa.

Si los “taurinos profesionales” quieren seguir por ese camino y, de paso, llenar las plazas, porque no tiene sentido hacer un espectáculo para nadie, tendrán que buscar nuevos clientes para el mismo porque, mucho me temo, como cada vez es más de manifiesto viendo la pobres entradas que se registran en los cosos, de los viejos pocos seguirán acudiendo a ver algo que, si bien en la forma se parece a la vieja Fiesta de los Toros, en el fondo no tiene nada que ver con ella. Los “taurinos profesionales” son los que tienen la manija y, como siempre, dictarán el camino a seguir, pero sustituir una Fiesta en donde la emoción es su seña de identidad, por algo anodino, superficial, previsible y reiterativo es correr un riesgo que quizás no tenga vuelta atrás.