“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 17 de diciembre de 2007

El campo y la ciudad

Una de las diferencias fundamentales entre los aficionados a los toros de hace cincuenta años, en comparación con los actuales, era su vinculación con el campo y la naturaleza. En aquella España de mediados del siglo XX se estaba produciendo un éxodo rural, una emigración interna en busca de trabajo y mejores condiciones de vida, posibilitada por la apertura económica y la demanda de mano de obra en las industrias que se iban instalando en las grandes ciudades. No es cosa, en esta entrada, de hacer un análisis socio-histórico de aquel momento, sociólogos e historiadores se han ocupado de ello, pero si debemos partir de este punto para poder entender la diferente situación en la que nos encontramos los aficionados y espectadores actuales en comparación con los de hace cincuenta años.

El viaje desde el campo trajo a las ciudades un aluvión de aficionados ansiosos de asistir a los festejos taurinos, muchos de los cuales no habían estado jamás, fuera de las de carros y talanqueras de sus pueblos, en una auténtica plaza de toros. Pero estos aficionados, que en su mayoría no habían tenido la oportunidad de asistir -in situ- a una corrida de toros y que, por lo tanto, podían ser fácilmente influenciables, en un principio, por las formas tremendistas y fuera de la ortodoxia de la lidia, atesoraban un conocimiento fundamental y más cercano, por su vinculación con el mundo rural, sobre la naturaleza y el comportamiento de los animales, toro y caballo, que forman parte del conjunto de la corrida.

En la actualidad, en esta sociedad industrializada en la que vivimos, el distanciamiento con la naturaleza es cada vez mayor -incluso en los pueblos-, y los aficionados y espectadores de las corridas de toros, inmersos en el trepidante ritmo de vida de las ciudades, nos encontramos cada vez más alejados del campo y desconocemos, no solo el medio natural y la forma en la que se cría el protagonista principal de esta función, que no es otro que el toro de lidia, sino las más elementales formas de vida que se desarrollan en la naturaleza.

Los más aficionados, los sabedores de que la tauromaquia se sustenta sobre la materia prima que aporta el toro, los que se preocupan de estudiar los encastes y sus distintos comportamientos, los que buscan vivir esta Fiesta en plenitud, tratan de suplir este distanciamiento con el campo mediante viajes, estudio y seguimiento. Los espectadores en general, los que acuden a los festejos por costumbre, casualidad o moda, los que consideran al toro un mero colaborador para el lucimiento del torero, ni saben, ni les importa saber nada que tenga que ver con el comportamiento, características y condiciones de los toros que saltan al ruedo. El distanciamiento con el medio rural es tal que, después de un par de generaciones viviendo en la ciudad, estos espectadores ocasionales han perdido ese saber añadido que sus progenitores traían del pueblo aprendido por su relación directa, por su trato cotidiano, con los animales y la naturaleza.

Si no se entiende y valora al toro no se puede entender ni amar esta Fiesta. Es la premisa fundamental de la que partir. Y los espectadores de hoy en día, a diferencia de sus antepasados cuando se instalaron en la ciudad, no saben, por alejamiento, desconocimiento y falta de interés, enjuiciar ni valorar las condiciones y el comportamiento de un toro de lidia en el ruedo.

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