Hay veces en que te conviertes en el centro del universo taurino por sorpresa. De repente, una tarde insulsa, con la única particularidad de ser la última corrida de la temporada en plaza de primera, que es mi categoría, se convierte en el centro neurálgico de todas las miradas, de aficionados y profanos, por un suceso que había ocurrido sin que nadie lo presintiese y que conmocionó a todo el país. Ese día, el 15 de octubre de 1899, había sido la última corrida de toros que estoqueó don Rafael Guerra Bejarano "Guerrita". Dos días después, el 17 de octubre de 1899, en el patio de su casa de Córdoba y ante la presencia de su familia, su cuadrilla y sus íntimos, se cortó la coleta. Fue una sorpresa monumental. Nadie se lo esperaba. De pronto y, nunca mejor dicho, a toro pasado, cuando ya empezaba a caer en el letargo otoñal que me invade después de las corridas de la Feria del Pilar, mi nombre estaba en boca de todos y quedaba ligado para siempre a una efemérides de primer orden en la historia de la tauromaquia, la más importante desde la retirada de "Lagartijo", como era que en la Plaza de Toros de la Misericordia de Zaragoza, o sea, en mis dependencias, había tenido lugar la última corrida del torero cordobés que durante la última década de aquel siglo no había tenido rival en los ruedos.
Hay una fotografía, tomada por Celestino Barreda, que ilustra esta efemérides, "Guerrita", secándose el sudor, se retira hacia la barrera acompañado de su cuadrilla, también se puede apreciar mi aspecto en aquel día, más vale una imagen que mil palabras. Pero si no hubiese sido por la efemérides que a posteriori se produciría, ni esta tarde, ni esta fotografía hubieran pasado a la historia, porque fue una tarde gris, sin pena ni gloria, vulgar, aburrida.
Mis tendidos y graderías, como muestra la imagen, estaban a rebosar para ver a la terna que se anunciaba para esta última corrida de la temporada: "Guerrita", "Algabeño" y "Villita". Se lidió ganado navarro de Jorge Díaz, que apenas cumplió, el tercero fue devuelto por manso. "Villita" hizo lo que pudo, es decir, muy poco. "Algabeño", que llevaba una temporada de éxitos y de dinero, metió al quinto un estoconazo de los de su marca, y Guerra toreó al primero poco confiado, tumbándole de un pinchazo y una estocada defectuosa. Sonaron los clarines para que saliera el cuarto de la tarde, "Listón" de nombre, colorao, como buen ejemplar de casta navarra. Rafael se lo brindó a uno de sus íntimos, don José Noval. Prepara al de Díaz sin lucimiento, pero con inteligencia; señala un pinchazo entrando encogido, arranca mejor con media estocada buena, y termina con un certero descabello.
En ese momento ocurrieron dos cosas que para casi todos pasaron desapercibidas pero que, vistas a posteriori, adquieren gran significación, Rafael ordenó a su puntillero "Alones" que se abstuviera de limpiar el estoque, que lo mantuviera ensangrentado y, al mismo tiempo, pidió al desolladero que le reservaran la cabeza y las pezuñas del toro recién muerto que, a la postre, había sido el último de su vida profesional.
Al tiempo de partir de Zaragoza le puso un telegrama a su apoderado, don Julio Aumente, que decía. "Puedes decir diario que mañana a las doce me corto la coleta. Llegaré exprés. Guerrita”. Dicho y hecho, a los doce mediodía, en el patio de su casa cordobesa de la calle Góngora, 34, ante la presencia de sus familiares e íntimos, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”, se cortó la coleta. La cabeza del toro “Listón”, como recuerdo, pasó a poder de don José Noval, que ya tenía la del toro de la alternativa de Rafael, por nombre “Arrecío”, negro, de don Francisco Gallardo.
En los porqués de la retirada de "Guerrita", ni me corresponde, ni me atrevería a entrar, lo dejo para entretenimientos de los aficionados, yo sólo he querido recordar una efemérides que se desarrolló en mis dependencias y que en su día tuvo una gran repercusión y, durante todo aquel invierno y muchos más, fue tema de debate y controversia.
Aún visitó "Guerrita", ya retirado, mis dependencias en otra ocasión. Fue con motivo de un viaje familiar a Zaragoza, para cumplir alguna promesa hecha a la Virgen del Pilar. En el sitio que en había dado muerte a su último toro les tomaron una fotografía familiar a tres de sus hijas, de las nueve que tuvo, y a su único hijo varón.
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