“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 25 de julio de 2011

EL PODER PERDIDO DEL TORO DE LIDIA

La característica más destacable en cuantas corridas de toros y novilladas se dan en los últimos años es la total falta de poder del ganado bravo, tanto entre los toros, como entre lo novillos que se lidian en plazas de primera, segunda o tercera. "Cuidar" es la palabra más usada en los tiempos actuales, tanto en boca de críticos especializados y locutores, como entre los aficionados. "Cuidar" al toro para que no se derrumbe si se le obliga demasiado en las faenas de la lidia y que "dure" -otra palabreja de moda- en la faena de muleta. Es la obsesión de los taurinos (matador, subalternos, picadores, apoderado, ayudas y demás gente que pulula cerca de la cuadrilla) en todos los festejos: "cuidar al toro para que dure", pues, con el tipo de toro que han dispuesto para esta fiesta que tratan de imponer, es lo único que se puede hacer: "cuidarlo para que dure". El poder del toro de lidia es el principal sacrificado por parte de los profesionales de este negocio, y ese poder se puede minar de muchas formas. Todas las defensas que pueda tener un toro, por más aparatosas que sean, o las malas intenciones que pueda desarrollar a lo largo de la lidia, no tienen demasiada importancia si el motor que hace que el toro se mueva, se defienda y las utilice en su ataque, no funciona. Sin poder el toro no es nada y su juego, en vez de emoción, produce pena. Siempre se ha dicho que las cornadas fuertes se dan con los cuartos traseros, en donde radica la fuerza y el poder de un toro sano. Si al toro hay que cuidarlo, en vez de cuidarse de él, la Fiesta se convierte en otra cosa que se aleja cada vez de su sentido principal. Esto, por desgracia, ya esta ocurriendo desde hace muchos años. Viendo el resultado de los festejos que se llevan celebrados hasta el momento, cuando ya nos encontramos a mitad de temporada y han tenido lugar las ferias más importantes, en donde se puede deducir que, en su inmensa mayoría, la invalidez y la falta de fuerzas, en definitiva, la falta de poder de los toros y novillos que se han lidiado en todas las plazas ha sido la característica más destacada. Reflexionando sobre estas cosas del "poder" perdido del toro de lidia, me ha venido a la memoria algo de lo escrito por R. Abarquero Durango, hacia mitad del pasado siglo, en su libro "EL TORO INVÁLIDO - AFEITADO Y CAÍDA DE LOS TOROS", que habla de algunas de las posibles causas por las que los toros, cuando salen al ruedo, no dispongan de todo su poder. El capítulo que habla de esto lleva por título:

EL TORO INVALIDO EN LA PLAZA Y SUS CAUSAS 

"El toro vive en el campo pisando una alfombra de pasto y mantillo (como merece tal señor). Las defensas auténticas no están en las defensas visibles. Las primeras son el motor impulsivo del animal, con su complicada combustión sanguínea, que aporta la potencia que ha de servir a las segundas para que, por su contacto violento, se produzcan las lesiones en el objeto que acometa el toro.
Las corridas se celebran ahora en el tránsito de la tarde a la noche y terminan hasta con  luz artificial. Es decir, en la PENUMBRA.
De esto, cualquier aficionado se da cuenta; pero de lo que no se da cuenta es que la lidia del toro se celebra también en la PENUMBRA de lo FISIOLOGICO y de lo PATOLOGICO por la disminución de las defensas auténticas. Por eso vamos a dar un repaso, en relación con la presentación de los toros y sus condiciones, pues de esta manera se verá cómo no es lo mismo torear lo que se cría en los prados que lo que sale de los chiqueros. Muchos de los toros, cuando salen a la plaza, lo hacen con sus defensas menguadas, limitando sus facultades, que es tanto como limitar su bravura.
MANIOBRAS FISICA
EXTREMIDADES SENSIBLES.- De todos es sabido que el toro vive en el prado pisando en una alfombra de pasto y mantillo (como merece tal señor), pero cuando ha llegado su hora (su hora de calvario), antes era llevado poco a poco por las veredas, con sus descansaderos, que le servían de entrenamiento, ya que su martirio no empezaba hasta la salida al ruedo.
Pero un día se le ocurrió a un ingenioso mayoral de la plaza de Madrid hacer un cajón para su transporte. La idea fue buena, pero luego se ha convertido en una CHECA de martirio, empezando su calvario desde el momento que le meten.
No voy a describir muchas cosas de las que ustedes conocen. Sólo diré que la alfombra de la CHECA no tiene el piso igualado, ni tampoco nivelado, por cuyo motivo el toro no sabe dónde apoyarse.
Los cuadrúpedos, dada su estabilidad, descansan cómodamente sobre sus extremidades, ya que suelen echarse pocas veces y lo hacen en posición externo-costal, casi únicamente para rumiar.
¿Qué tiempo descansará y rumiará un toro que se pasa varios días de viaje en el cajón preparado para todo, menos para descansar y rumiar?
EXTREMIDADES SEMIANQUILOSADAS.- Articulación que no funciona se anquilosa. Los toros, después de varios días de viaje en el cajón, sin modificar su estabilidad, tienen gran dificultad en el movimiento de sus extremidades.
Si su lidia se aplaza unos días, aún puede recuperarse, pero si van del cajón al callejón y de éste a la plaza, la recuperación no tiene lugar.
Cualquier aficionado que haya presenciado el desencajonamiento en la plaza de
Valencia, por los movimientos de los toros se podía dar idea del tiempo que llevaban unos y otros encajonados.
GOLPE DE CALOR.- Los animales encajonados no están ajenos a los efectos del calor, por el espacio tan reducido y por la época en que se celebran las corridas.
Si a esto agregamos que no se les suministra el agua y que las jaulas permanecen al sol (algunas veces), los efectos dejan sus huellas en el animal.
Bastaría ver la frecuencia respiratoria y del pulso para comprobar cuanto digo, que, con la sed y el hambre, dan lugar a un agotamiento fisiológico digno de tenerlo en cuenta.
MANIOBRAS FISIOLÓGICAS
El ayuno, o sea, la privación de alimento, incluso del agua, mengua las facultades del toro, y si se prolonga conduce a la muerte.
No hace falta tanto, con que queden en la PENUMBRA de lo fisiológico y de lo patológico nos valen.
Los carnívoros resisten mejor el ayuno que los herbívoros Los primeros tienen que buscar la presa y los segundos, salvo condiciones especiales, siempre la tienen. La Naturaleza lo prevée todo.
SED, HAMBRE DE AGUA: HAMBRE DE SAL
Nada más ver los títulos, cualquier aficionado, no sólo por lo que ha oído, sino porque él también las ha padecido, se da una idea clara de los resultados, combinando hábilmente en exceso una y otra de las dos necesidades que tiene el organismo animal.
Al dar la sal a un animal se le provoca un hambre de agua.
De todos es sabido que la sed es peor tolerada que el hambre, con sus consiguientes molestias; pero las más interesantes son: la angustia y la ansiedad, que también limitan las facultades del toro.
Supongamos que le dan agua en cantidad como para matarle la sed.
A primera vista, todo arreglado. Sí, sí. Arreglado para descansar, pues con la cantidad de agua injerida no recupera todas sus facultades al momento.
PURGA. Aquí sí que estamos todos fuertes por experiencia propia y todos hemos quedado para el arrastre. Eso le pasa al toro antes de lidiarle.
MANIOBRAS TRAUMATICAS
SACO.- El lanzamiento del saco es una maniobra contundente que tiene la ventaja dé producir lesiones más arriba de las extremidades, por lo cual se caen los toros sin saber de qué pata cojean.
DE LA BRAVURA A LA TIMIDEZ, CON SOLO UN TRAUMATISMO ATENUADO: LA SUJECION DEL TORO
Es tal vez lo más interesante de cuanto vamos a decir :
Antes, el toro iba del ganadero a la Empresa, sin haberlo visto muchas veces ésta y rara vez el apoderado o el torero. Pero... ¡ahora te quiero yo ver! Nos ha salido este último de intermediario y de enlace, ¡que ya te puedes preparar!
¡Dichosos intermediarios! En todos los sitios nos los encontramos con sus dos caras corrosivas. Una para el toro y la otra para el público (a quien afeita el bolsillo).
¡Señores! ¿Será una enfermedad social y mundial la INTERMEDIOCRACIA? ¡Pchsss!... Lo será.
De todos es sabido que el toro no pasa por la domesticidad para ser lidiado. Lo hace del estado salvaje a la plaza.
Si este animal ha conservado su personalidad psíquica en estado natural, sin contacto con nadie, cabe también suponer que no consentirá que nadie le pise el terreno, y cuando algún intruso (apoderado) lo haga será a costa de deshacer su unidad físico-psicológica: unidad indispensable para mantener en alto el pabellón de la bravura.
A poco contacto que se haya tenido con los animales, aunque no sea el toro de lidia habrá podido observar que, con sólo sujetar a un animal (por personas, trabones, sogas, etc.), se produce UN COMPLEJO DE INFERIORIDAD, con lo cual el animal, después de forcejear varias veces y verse vencido, queda sumido en la inmovilidad más sorprendente. Algunas veces el animal se deja hacer toda clase de maniobras, incluso operaciones quirúrgicas, fuego con fines terapéuticos o de marcaje, sin intentar el forcejeo siquiera.
Este traumatismo psíquico, producido sólo por la SUJECION, deja una huella tan grande en su voluntad que habrás que empujarle para levantarse. No tengo qué decirles cómo habrá quedado el toro después de las lesiones en las articulaciones, músculos y ligamentos, acompañado de la desintegración de su personalidad salvaje. Después de esto se habrán dado cuenta de lo que es un afeitado sin sierra y sin lima."

viernes, 1 de julio de 2011

GILA TORERO POR UN DÍA

El gran humorista Miguel Gila, de cuya muerte se cumplirán 10 años el próximo 14 de julio, confiesa en sus memorias para desmemoriados, "Y entonces nací yo", que no le gustaban los toros, que ha pesar de haber tenido muchos amigos toreros, nunca se había sentido atraído por el arte del toreo, ni como espectador, ni como practicante. En este libro cuenta alguna anécdota relacionada con este mundillo, de sus encuentros con toreros, de su participación en la Monumental de México en un festival benéfico con diversos cantantes mexicanos y con "Cantinflas", que acostumbraba a torear en estos eventos y le invitó a torear, ante los 50.000 espectadores que llenaban los tendidos, pero prefirió cambiar la muleta por un micro y contar un monólogo desde el centro del ruedo, o de sus visitas a la ganadería de los Cembrano, en tierras extremeñas, y de las bromas que ha estos ganaderos les gustaba gastar a sus invitados. Pero sobre todo se extiende en la narración de lo sucedido en Segovia, pues a requerimiento de su representante, y acuciado por las deudas, firmó un contrato, para participar en un festival taurino en la ciudad castellana. Esto ocurrió después de regresar de México y Cuba, en donde pasó buena parte del año 1959 haciendo actuaciones en salas de fiesta, radio y televisión. Pero su incursión en el "Arte de Cúchares", siendo torero por un día, mejor que nos la cuente el propio Gila:

"El primer contrato que me consiguió Luis Méndez fue en una sala llamada El Biombo Chino. Era el año sesenta y aquel trabajo empezó a resolver de alguna manera mis necesidades económicas. Miguel, el dueño de El Biombo Chino, era muy aficionado a los toros, incluso había sido novillero. Un día me propuso torear un becerro en Segovia. Me pagarían cincuenta mil pesetas. A pesar de mi amistad con los toreros y de haber pasado algunos días en la finca de los Cembrano, yo no tenía ni la menor idea de lo que era torear. Me convencieron de que la cosa era muy sencilla, que me echarían un becerro de sesenta kilos, que aunque me diera un revolcón no pasaría nada grave. Así, con esas observaciones y pensando en conseguir cincuenta mil pesetas, me presté a torear, pero se hacía necesario tener algún conocimiento de tauromaquia. Me llevaron a una finca cerca de El Escorial, me dieron un capote y durante varios días estuve ensayando con un becerrito el arte taurino. Y llegó el día de la corrida en la plaza de toros de Segovia. 
Me había alquilado un traje de luces, un capote de paseo y en el Citroen de Luis Méndez llegamos a Segovia, donde me esperaba la afición. En aquella becerrada toreaban también El Bombero Torero y su cuadrilla. Yo sería el espectáculo. Tenía un ayudante, de nombre Santitos, un personaje conocido en todo Madrid, que había sido “chorizo” y que cuando le preguntaban cuánto tiempo había estado en la cárcel, él preguntaba: “¿En qué país?” Conocía las cárceles de Francia, de Alemania, de Italia y las de España. Hablaba francés, italiano y alemán. Había sido chófer de Laso de la Vega y peón de confianza de algunos toreros, era bajito, barbilampiño y sordo, siempre con gorra de visera y hablaba en caló. Cuando me traía en un papel la cuenta de lo que había gastado se podía leer: “Trujas 12 calas. Roda para ir a por los trujas 23 calas. Tralla del peluco 28 calas”. Y así con su manejo del caló me entregaba las cuentas. Cuando se enteró de que yo iba a torear se llevó una de las mayores alegrías de su vida. Tenía un gran respeto por todo lo que tuviera que ver con la fiesta de los toros. Cuando llegamos a Segovia nos alojaron en un hotel, y Santitos, tal como mandan los cánones taurinos, cuando terminamos de comer me dijo:
–Maestro, tírese en la cama y duerma una siesta. ¿A qué hora le llamo? Le pregunté:
–¿A qué hora empieza la corrida?
–A las cinco.
–Muy bien. Despiértame a las siete.
  Y se fue. Volvió de inmediato.
–Maestro, si la corrida empieza a las cinco, ¿cómo le voy a despertar a las siete?
–Porque a las siete ya habrá terminado la corrida.
Santitos quedó desconcertado con mi respuesta. Era tan devoto de la fiesta taurina que no entendía mi humor.
–Está bien, despiértame a las cuatro.
–De acuerdo, maestro.
Ya me llamaba maestro como si yo fuese Antonio Bienvenida.
Y llegó la hora de ponerme el traje de luces. Yo, que conocía esa devoción de Santitos por la tauromaquia, de manera intencionada, le cambiaba el nombre a todas las prendas de mi traje de torear. Santitos se emberrinchinaba cuando a la taleguilla la llamaba la cazadora, a las medias los calcetines rosa, a la montera el gorro y a las zapatillas las alpargatas de torero. Se ponía furioso y me rectificaba: La taleguilla, maestro; las medias, maestro; la montera, maestro. Finalmente terminé de vestirme. El Citroen de Luis Méndez tenía en la parte trasera uno de esos asientos que llamaban ahí te pudras, y sentado en ese asiento, de manera que me viese el público, llegamos a la plaza de toros y entramos.
 Había un ambiente como si se tratara de un mano a mano entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín.
Mi salida con el resto de los que iban a participar en la lidia, acompañada de un pasodoble, levantó el aplauso de toda aquella gente que llenaba la plaza. Me situé detrás de la barrera. Sonó el clarín, se abrió una puerta y apareció el becerro. El Bombero Torero y su cuadrilla hacían con aquel becerro cosas insólitas, desde saltar por encima cuando les embestía, a darle agua con un botijo. Viendo aquello y escuchando las carcajadas del público y los constantes olés, empecé a pensar qué haría yo para estar gracioso. Llegué al convencimiento de que lo único que me podía salvar era la palabra, pedí un micrófono y desde un burladero hice un comentario divertido sobre lo que iba a hacer con el becerro. Cuando terminaron su faena los de El Bombero Torero me tocó salir. El becerro tenía un solo cuerno, el derecho, pero a mí me daba la impresión de que tenía los dos, pero que alguien había empujado el de la izquierda para que le saliera por el lado derecho un solo cuerno, largo y afilado. Hubiera dado cualquier cosa por deshacerme de aquel compromiso, pero la cosa estaba firmada, la plaza llena y no había forma de evadirme, así que con la cara de color verde aceituna y un tremendo cagazo me lancé al ruedo. Extendí el capote como había visto hacer a los grandes toreros y grité: ¡Eh, toro! El becerro me miró como diciendo: Qué mierda querrá este gilipollas Tomó carrerilla, se vino hacia mí, y aunque alargué el brazo como mandan los cánones taurinos, me golpeó en la mano con la testuz. A punto estuvo de que la mano se me desprendiera del brazo. Sentí un dolor tan fuerte que me dieron ganas de tirar el capote y ponerme a llorar, pero en la plaza se escuchó un olé colectivo y eso me animó a seguir en pie. Por segunda vez dije, ya muy crecido: ¡Eh, toro! Y otra vez el becerro que me miró. Esta vez como pensando: Pero otra vez este gilipollas, y de nuevo emprendió una carrera hacia mí. Tuve tiempo de levantar el capote y le di un pase y otro y otro y dos más y el de pecho, la gente aplaudía entusiasmada. Yo esperaba que después de aquella faena saliera un picador y acabara con el becerro, pero aquello era sin picadores. Me acerqué a la barrera y Santitos me cambió el capote por la muleta y una espada. Como hacía algo de viento, Santitos mojó el pequeño capote rojo con agua del botijo. Aquel trapo rojo con un palo que en la punta tenía un clavo afilado y un estoque de madera, debía pesar como doce kilos. Por más esfuerzos que hacía para levantar aquello no lo conseguía, lo tenía pegado al cuerpo, y cada intento duraba unos segundos. El becerro debió adivinar mi dificultad para sujetar aquellas cosas, creo que hasta vi en sus ojos una sonrisa como si pensara: Te vas a enterar; tomó carrera y se vino hacia mí, creo que con exceso de velocidad. ¿Cómo pasó junto a mí? Ni lo sé. Cerré los ojos y sentí el aire desplazado por su pasada, la repitió y una de dos, o sentía compasión por mí o tenía mal sentido de la orientación, porque milagrosamente no me llevó por delante. La gente entre divertida y emocionada, más divertida que emocionada, aplaudía y gritaba olés. Santitos me dijo desde la barrera: Vamos maestro, acabe la faena y me cambió el estoque de madera por uno de verdad. Ya me habían explicado dónde tenía que clavar el estoque, pero sólo en teoría. Cuando me disponía a matar, vi en las primeras filas del tendido un aficionado con ganas de saltar al ruedo. Tenía en la mano un bocadillo. Le grité:
–Te cambio el bocadillo por el estoque. 
Y entusiasmado saltó al ruedo, le di el estoque, él me dio el bocadillo y mientras me lo comía, él se encargó de matar al becerro. Tal vez el público pensó que aquello estaba preparado, el caso es que nos salió bien y fuimos muy aplaudidos. Lo peor vino después. Llegamos a Madrid a la hora en que yo tenía que empezar mi actuación en El Biombo Chino. Méndez no encontraba un hueco donde aparcar y finalmente tuvimos que dejar el coche en la calle de Princesa. Tuve que ir corriendo desde Princesa, cruzar la plaza de España, subir por la Gran Vía y entrar en Isabel la Católica, donde estaba El Biombo Chino, con el asombro de la gente que no podía imaginar qué hacía un torero corriendo por la Gran Vía. Miraban hacia atrás, tal vez pensando que me seguía un toro o la Guardia Civil. No me dio tiempo a cambiarme de ropa, así que sobre la marcha  me tuve que inventar un monólogo taurino. La gente se divirtió mucho con aquel monólogo y yo salí bien parado del trance. Compré un traje de torero y un capote de paseo y seguí haciendo aquel monólogo que a la gente le había divertido tanto. Años después, cuando estaba rodando con Fernando Fernán Gómez en Barcelona ¿Dónde pongo este muerto?, una noche que estábamos en la estación de Francia, había entre la gente que nos rodeaba un muchacho joven. No llevaba abrigo y le castañeteaban los dientes de frío. Por su rostro adiviné que era mexicano. 
–¿Eres mexicano? 
–Sí, señor. De Yucatán. 
La noticia había sido publicada en los periódicos, y me dije: Dos jóvenes han viajado de polizones desde Venezuela hasta Madrid, ocultos en el tren de aterrizaje de un avión de pasajeros, uno de ellos ha muerto, éste es el que ha sobrevivido. Uní mi amor por México con mi tristeza por aquel muchacho que no dejaba de tiritar. Le invité a comer algo en el bar de la estación, se comió tres bocadillos, pero no dejaba de tiritar, se me ocurrió una idea. Le dije al hombre de la barra que le pusiera un carajillo doble. 
–¡Tómate esto! Estaba caliente, pero se lo volcó de un trago y se le acabó la tiritona. 
–¿Cómo estás? 
–¡Ora sí, ya ni frío siento! Me hizo bien el sacachismes ese que me dio.
Después hablamos, le pregunté con qué intención había venido a España. Me dijo que quería ser torero, que lo hacía bien y esperaba una oportunidad. No tenía dónde dormir. Tal vez porque yo había vivido una experiencia parecida cuando en 1951 llegué a Madrid, le llevé a una pensión y le dejé allí con el encargo de que la cuenta me la pasaran a mí. Le compré varios números de El Ruedo, le regalé algo de ropa, le di una carta para los Cembrano y le saqué un billete de tren para Mérida. Al año siguiente recibí un pequeño cartel de toros donde, junto a otros dos novilleros, venía anunciado "El Tigre de Yucatán", y con el pequeño cartel de la novillada una carta hermosa, en la que me daba las gracias por lo que había hecho por él y donde decía que le pedía a la Virgen de Guadalupe me diera salud y mucha suerte. Nunca volví a saber nada de "El Tigre de Yucatán". 
El capote de paseo se lo regalé a Manolo Montolíu, gran persona, con el que coincidí en algunas ocasiones y sin lugar a dudas uno de los mejores banderilleros. Murió en Sevilla de una cornada en el corazón."