- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- ¿Qué hace usted por aquí? No es que sea usted muy asiduo por estas dependencias.
- Los chicos… que se han empeñado en que me ponga la vacuna de los catarros.
- La vacuna de la gripe, querrá decir. Va fenomenal. Ya lo verá. Yo llevo varios años poniéndomela y me paso todo el invierno como una rosa.
- Pues a mi no me agrada mucho eso de que me pinchen así por las buenas.
- Pero si no es nada. Un pinchacito y a la calle.
- Ya, ya… pero no me gusta, me pone tenso, y me da una cosa como… uuurrrggggfffff…
- No se preocupe, que no es nada… pero, pero… ¿si está usted blanco como un plato de porcelana?
- Calle, calle, don José… es solo la impresión… y si, además, no para usted de hurgar…
- Vale, vale, don Pepe, hablemos pues de otra cosa mientras nos llega el turno.
- Mejor será, don José… mejor será.
- Y dígame… ¿Cuál es el mejor recuerdo que le queda a usted de la temporada que ha terminado?
- Sin duda… pero sin duda alguna, lo de Rafaelillo en Madrid ante aquel torazo de Dolores Aguirre, el quinto de la tarde, que le tocó en suerte. Es como si lo estuviera viendo ahora mismo, un toro manso, difícil, con poder, encastado, que pedía guerra y, mire usted por donde, se encontró con la horma de su zapato. Ahí estaba Rafaelillo, un torero. Le plantó cara en el tercio del tendido cinco, le bajó la mano, lo llevó largo, obligándole, mandándole, y le pudo… ya lo creo que le pudo. Se acuerda usted, tres tandas de poder a poder que nos pusieron el alma en vilo y de acuerdo a la plaza entera. Fue emocionante. Si hasta usted, finolis donde los haya y comedido como ninguno, se emocionó y se levantó del asiento como un resorte… Si señor, un torero con un par…
- No hace falta que se tan explicito, don Pepe… por supuesto que me acuerdo… ¡Y sobran esas connotaciones sobre mi persona! Cada uno es como es y yo, antes que comedido, pretendo ser educado…
- No se moleste, don José, es una forma de hablar, nos conocemos desde hace tiempo y ya sabe como soy. Pero no me diga que no se emocionó.
- Claro que me emocione, como todo el mundo que presencia una situación de riesgo y contempla como con valor, habilidad y técnica, el ser más desvalido, el torero, es capaz de librar la acometida del toro limpiamente. La emoción no deja de ser una alteración del ánimo intensa y pasajera que va acompañada de cierta conmoción somática, eso produce un interés expectante que te lleva a ser participe de lo que esta ocurriendo en el ruedo.
- Se explica usted como un libro abierto, don José.
- Es lo que viene a decir el diccionario de la lengua sobre la emoción.
- No le digo…
- Pero no fue una faena bonita, fue como un combate cuerpo a cuerpo, emocionante, no lo pongo en duda, pero huérfana de arte.
-¿Qué quería usted que hiciera con aquel bicharraco? ¿Ponerse a componer figuras bonitas?… Se lo come vivo… con un toro de esos no se pueden hacer florituras. Pero no me puede negar que fue una faena justa y apropiada a las condiciones del toro, y eso, por si mismo, ya es bello.
- Si, pero…
- Ni peros, ni manzanos…
- No se altere, don Pepe… que ya se ha puesto rojo como una manzana, aunque poco le van a durar los colores porque mientras conversábamos ha llegado su turno…
- ¿Cómo?
- ¡Que ya le toca!
- No, por favor… pase usted primero… que lleva más años de alternativa.
- Como usted quiera, don Pepe, aunque en casos como el suyo es mejor no pensárselo mucho y, ya que me habla de alternativas, tengo que decirle que se está poniendo más blanco que el traje de un torero en día tan señalado.
- Don José... ahora el que se está pasando es usted… no me toque los…
- No se moleste, don Pepe, también me gusta gastar alguna bromita de vez en cuando... Vamos, adentro.
- Adentro.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
sábado, 27 de octubre de 2007
El mejor recuerdo
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