Pero como lo prometido es deuda, y este y no otro es el objeto de la presente entrada, enlazo el PodCast emitido en el programa "Ayer" de Radio Exterior de España con motivo del 50 aniversario de la muerte del torero sevillano en el que su hija, la segunda de su matrimonio con la peruana Julia Cossío, doña Blanca Belmonte Cossío -que falleció en Sevilla en diciembre del pasado años a la edad de 86 años- nos recuerda a su padre y nos cuentas algunas de las anécdotas de su vida en familia. Como colofón del programa es el propio Belmonte quien toma la palabra, rescatada de viejos archivos sonoros de RNE, para hablarnos de sí mismo.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
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domingo, 28 de octubre de 2012
JUAN BELMONTE
Este año, el día 8 del pasado mes de abril, se cumplieron 50 años de la muerte de Juan Belmonte en su finca sevillana "Gómez Cardeña". El torero, que debía cumplir 70 años a los pocos días, el 14 de abril, cuando se vio imposibilitado de hacer lo que más le gustaba, que era practicar el acoso y derribo de reses bravas en su ganadería y, según cuenta su hija en la entrevista que enlazamos a continuación, muy impresionado por la situación en la que encontró a su amigo Julio Camba en las visitas que le hizo, imposibilitado de valerse por sí mismo, debió decidir que vivir como vivió su amigo los últimos días de su vida no merecía la pena vivir. De esa forma nos dejó para siempre el torero más trascendente y popular de toda la historia de la Tauromaquia. A ello contribuyó, además de su amistad y el reconocimiento de gran parte de la intelectualidad de la época, el libro que, a modo de autobiografía, escribió el periodista Manuel Chaves Nogales: "Juan Belmonte, matador de toros", y que desde el momento de su publicación, en el año 1935, se convirtió en un gran éxito de ventas.
Pero como lo prometido es deuda, y este y no otro es el objeto de la presente entrada, enlazo el PodCast emitido en el programa "Ayer" de Radio Exterior de España con motivo del 50 aniversario de la muerte del torero sevillano en el que su hija, la segunda de su matrimonio con la peruana Julia Cossío, doña Blanca Belmonte Cossío -que falleció en Sevilla en diciembre del pasado años a la edad de 86 años- nos recuerda a su padre y nos cuentas algunas de las anécdotas de su vida en familia. Como colofón del programa es el propio Belmonte quien toma la palabra, rescatada de viejos archivos sonoros de RNE, para hablarnos de sí mismo.
Pero como lo prometido es deuda, y este y no otro es el objeto de la presente entrada, enlazo el PodCast emitido en el programa "Ayer" de Radio Exterior de España con motivo del 50 aniversario de la muerte del torero sevillano en el que su hija, la segunda de su matrimonio con la peruana Julia Cossío, doña Blanca Belmonte Cossío -que falleció en Sevilla en diciembre del pasado años a la edad de 86 años- nos recuerda a su padre y nos cuentas algunas de las anécdotas de su vida en familia. Como colofón del programa es el propio Belmonte quien toma la palabra, rescatada de viejos archivos sonoros de RNE, para hablarnos de sí mismo.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
FELICIDADES, PEPE LUIS
Pepe Luis Vázquez, el "Sócrates del Toreo", como se le apodó en su juventud por su sabiduría, cumple hoy 90 años. En su día ya publicamos en este Blog un par de artículos que recogían declaraciones suyas: "Pepe Luis dice... sobre la gente y los aficionados", en el que habla de las diferencia que existe entre el público que asiste a las corridas de toros y los aficionados, y "Pepe Luis dice...", en el que en unas pocas frases explica su tauromaquia. También quiero enlazar un extenso dossier subido por la web "Taurología" que bajo el título de: "Pepe Luis, 'armonía, belleza y gloria' del Arte del Toreo" recoge una selección de textos y entrevistas que abarcan desde el año 1972 hasta nuestros días. Por último, enlazamos un pequeño vídeo en donde puede verse a Pepe Luis vistiéndose para salir camino de la Plaza de "Las Ventas" y unos breves pasajes de su actuación ese mismo día. ¡¡¡Va por usted, maestro!!!
miércoles, 30 de noviembre de 2011
DIEGO PUERTA, UN TORERO VALIENTE Y HONRADO
Cuando de niño iba a buscar a mi padre a la salida de los toros y le preguntaba cómo había resultado la corrida, si había toreado Diego Puerta, y eran muchas las veces que toreaba en Zaragoza en aquellos años sesenta, siempre hablaba bien del torero sevillano: de su honradez, de su pundonor, de su entrega, de su coraje y, por encima de todo, de su valor. Tan reconocida era esta cualidad que un revistero de la época de sus primeros años le puso el acertado apodo de “Diego Valor”, que era el nombre de un personaje y de una serie de tebeos muy popular a finales de los años cincuenta. Yo no pude verlo de matador de toros porque se retiró pronto, en 1974, y nunca más volvió a vestir el traje de luces. Sí que lo vi en algún festival de Atades, que se celebraba todos los años a principios de la temporada en Zaragoza, o en alguno de los que se celebraban en la cercana localidad de Ricla. También, aunque no sea los mismo, en vídeo. Sin ser un torero profundo y de corte clásico, me gustaba su disposición y sus formas y alegría sevillana.
De novillero, según me han contado viejos aficionados zaragozanos, toreo mucho en Zaragoza, incluso pasaba aquí largas temporadas en compañía de su inseparable Paco Camino. Luego, una vez ya matador, tuvo y mantuvo un gran cartel y no faltaba ningún año a su cita con los aficionados de “La Misericordia” hasta su retirada. Como torero valiente tuvo que pagar el triunfo muchas veces con su sangre. Prueba de ello son las más de 50 cornadas que adornaban su cuerpo, la última de las cuales, tres días antes de su retirada en “La Maestranza” sevillana tuvo lugar, precisamente, en su querida Zaragoza. Cuando se cortó la coleta prometió no volver y no volvió. Se dedicó a cuidar de su ganadería, que había adquirido en 1963, y a torear festivales benéficos hasta que en 1989 colgó definitivamente los trastos. Casualmente, hace pocos días, viendo vídeos viejos de programas taurinos, aparecía en el callejón de la Plaza de Castellón de la que fue empresario allá por el año 1987, fecha del reportaje en cuestión. Hoy me he enterado que ayer por la noche falleció. En su memoria quiero enlazar un par de vídeos.
Este primer vídeo es una breve semblanza biográfica con imágenes de uno de sus triunfos en la madrileña plaza de “Las Ventas” de sus primeros años.
Nota: Pasados un par de días del fallecimiento de Diego Puerta leo unas declaraciones de Paco Camino, su gran rival en los ruedos y a la vez su mejor amigo fuera de ellos, que quiero que sean el colofón de este pequeño homenaje al torero del Barrio de San Bernardo:
“Un ejemplo de torero, un torero único. Tenía un valor como la copa de un pino, pero no todo se resumía en su valentía, pues aunaba todas las cualidades de los grandes. Empezamos juntos desde chicos y hemos compartido más de 360 paseíllos. En el toreo, con muchísima diferencia, ha sido mi mejor amigo. Pero en el ruedo eso se olvidaba. Había mucha rivalidad, salíamos a cara de perro, incluso hacíamos apuestas. Cuando toreaba con Diego pasaba más miedo por él que por mí. ¡Qué manera de arrimarse y entregarse! A veces llegaba a arrollar la razón y le cogían muchos toros. Pero tenía una gran inteligencia; era un fenómeno, como persona y como torero. En esa terna famosa entre Puerta, El Viti y yo, Diego no era el tercer hombre, sino el primero. Lástima que no se hayan enterado de lo que ha sido los que otorgan la Medalla de las Bellas Artes. ¿Dónde está su Medalla? Qué injusticia más grande... Él la merecía más que ninguno, bastante más que yo, que la devolví porque no quiero premios de golfos. En la vida no cuentan los homenajes ni los trofeos. En la vida cuentan los hechos. Y Diego Puerta, mi gran amigo, ha sido un auténtico fuera de serie, una parte inolvidable de la Historia del Toreo.”
De novillero, según me han contado viejos aficionados zaragozanos, toreo mucho en Zaragoza, incluso pasaba aquí largas temporadas en compañía de su inseparable Paco Camino. Luego, una vez ya matador, tuvo y mantuvo un gran cartel y no faltaba ningún año a su cita con los aficionados de “La Misericordia” hasta su retirada. Como torero valiente tuvo que pagar el triunfo muchas veces con su sangre. Prueba de ello son las más de 50 cornadas que adornaban su cuerpo, la última de las cuales, tres días antes de su retirada en “La Maestranza” sevillana tuvo lugar, precisamente, en su querida Zaragoza. Cuando se cortó la coleta prometió no volver y no volvió. Se dedicó a cuidar de su ganadería, que había adquirido en 1963, y a torear festivales benéficos hasta que en 1989 colgó definitivamente los trastos. Casualmente, hace pocos días, viendo vídeos viejos de programas taurinos, aparecía en el callejón de la Plaza de Castellón de la que fue empresario allá por el año 1987, fecha del reportaje en cuestión. Hoy me he enterado que ayer por la noche falleció. En su memoria quiero enlazar un par de vídeos.
Este primer vídeo es una breve semblanza biográfica con imágenes de uno de sus triunfos en la madrileña plaza de “Las Ventas” de sus primeros años.
Este segundo recoge pasajes de su actuación en Pamplona, ante un toro del “Conde de la Corte”, el que hacía 4º de la tarde, el día 9 de julio de los Sanfermines del año 1968.
“Un ejemplo de torero, un torero único. Tenía un valor como la copa de un pino, pero no todo se resumía en su valentía, pues aunaba todas las cualidades de los grandes. Empezamos juntos desde chicos y hemos compartido más de 360 paseíllos. En el toreo, con muchísima diferencia, ha sido mi mejor amigo. Pero en el ruedo eso se olvidaba. Había mucha rivalidad, salíamos a cara de perro, incluso hacíamos apuestas. Cuando toreaba con Diego pasaba más miedo por él que por mí. ¡Qué manera de arrimarse y entregarse! A veces llegaba a arrollar la razón y le cogían muchos toros. Pero tenía una gran inteligencia; era un fenómeno, como persona y como torero. En esa terna famosa entre Puerta, El Viti y yo, Diego no era el tercer hombre, sino el primero. Lástima que no se hayan enterado de lo que ha sido los que otorgan la Medalla de las Bellas Artes. ¿Dónde está su Medalla? Qué injusticia más grande... Él la merecía más que ninguno, bastante más que yo, que la devolví porque no quiero premios de golfos. En la vida no cuentan los homenajes ni los trofeos. En la vida cuentan los hechos. Y Diego Puerta, mi gran amigo, ha sido un auténtico fuera de serie, una parte inolvidable de la Historia del Toreo.”
lunes, 28 de noviembre de 2011
CASUALIDAD O MALDICIÓN
Al buscar información sobre la canción que hemos enlazado hoy en el CANCIONERO TORERO -"Pepete, mátelo usted", interpretada por Gracia de Triana- nos hemos encontrado con tres historias de tres toreros que utilizaban el mismo apodo, Pepete, y que tuvieron el mismo trágico final, la muerte del protagonista a consecuencia de las cornadas recibidas en el ruedo: José Dámaso Rodríguez, de Córdoba, José Rodríguez Davie, de San Fernando, Cádiz; y José Claro, de Sevilla. Los tres Pepetes murieron de cornadas tan severas que su agonía duró muy poco tiempo. En el primer caso, sólo tres minutos, tras una lesión en el corazón; en el segundo, unas horas, con herida en el muslo que le causó tremendos dolores; y en el tercero, luego de fugaces minutos, con plena conciencia del torero que por ese hoyo que hizo el pitón destrozando la femoral. Tres historias distintas con idéntico final que no sabríamos calificar como casualidad o maldición.



domingo, 20 de noviembre de 2011
ANTOÑETE, EL TOREO PURO
Cuando "Antoñete" volvió a los ruedos, al comienzo de la década de los ochenta, trajo consigo el toreo puro. Fue un momento clave para el resurgimiento que experimentó la Fiesta de los Toros, casi arrasada por el fenómeno de “El Cordobés” en la década de los sesenta, que expulsó de los ruedos a buena parte de la afición. Los años setenta fueron un duro periodo de transición, los figuras de entonces, toreros que sabían torear, no consiguieron que los que habían abandonado volvieran, ni tampoco arrastrar a nuevos aficionados a los cosos taurinos y los tremendistas e imitadores del de Córdoba, no pasaron de eso, de simples imitadores. Los que seguían acudiendo a las plazas de toros, un mínimo cupo de aficionados cabales que no tenían la fuerza suficiente para imponer el criterio y la cordura del toreo clásico a los restos del aluvión de espectadores aportados por el cordobesísmo y sus formas heterodoxas que seguían buscando en las corridas el tremendismo y la excentricidad del de Córdoba. Fue una década difícil, de resaca, en donde el cemento de los tendidos era el invitado que más espacio ocupaba. En eso llego “Antoñete” con el toreo de siempre por bandera y explicó, ante el toro, lo que es torear.
Muchos no lo habían visto jamás, era la primera vez que veían que torear era eso tan fácil que hacía el veterano maestro madrileño, un hombre ya mayor y no muy sobrado de facultades físicas: encontrar la distancia del toro, citarlo, adelantar la muleta para embarcarlo, cargar la suerte y rematar el pase allá donde la espalda pierde su casto nombre y abajo. Y descubrieron que esa manera de torear, la clásica, la que interpretaba el maestro Chenel, llevaba implícita la bellaza más excelsa y la emoción más intensa. Durante esos gloriosos años de la década de los ochenta, hasta su primera retirada, tuvo la ocasión de explicar varias veces la lección y consiguió que los aficionados veteranos se reconciliaran con el arte del toreo, y que una buena parte de los espectadores que acudían a las corridas en las que se presentaban las condiciones para desarrollar su tauromaquia, y que nunca habían visto torear de esa forma, se aficionaran. Ese fue el gran mérito de “Antoñete”, como los artistas del Renacimiento, que descubrieron en las formas clásicas de la antigüedad el modelo ideal de belleza, y con ello abrieron un nuevo curso para la historia de la humanidad, su torería significó un renacimiento del arte clásico del toreo que se hallaba sepultado bajo los escombros del terremoto que supuso para la Fiesta el fenómeno cordobesista.
Eso queda demostrado en el vídeo enlazado en el apartado "LcbTV", en la columna situada a la izquierda de este artículo. Aunque es opinión generalizada que cuando se visiona una faena en el vídeo pierde intensidad y se ven los defectos, en este caso, y dada la perfección y grandiosidad de los momentos escogidos, los defectos no lo parecen tanto y la belleza de los lances hace que la intensidad siga estando presente. El reportaje, que recoge algunos de los momentos más brillantes de esa época en la que “Antoñete” bordó el toreo en su plaza de “Las Ventas“, está subrayando por la banda sonora de las opiniones de varios escritores y periodistas que explican lo que para ellos significó la irrupción del torero madrileño en el panorama taurino de la década de los ochenta en la que, por un corto espacio de tiempo, el arte de torear remontó el vuelo y muchos vieron por primera vez lo que es torear.
Muchos no lo habían visto jamás, era la primera vez que veían que torear era eso tan fácil que hacía el veterano maestro madrileño, un hombre ya mayor y no muy sobrado de facultades físicas: encontrar la distancia del toro, citarlo, adelantar la muleta para embarcarlo, cargar la suerte y rematar el pase allá donde la espalda pierde su casto nombre y abajo. Y descubrieron que esa manera de torear, la clásica, la que interpretaba el maestro Chenel, llevaba implícita la bellaza más excelsa y la emoción más intensa. Durante esos gloriosos años de la década de los ochenta, hasta su primera retirada, tuvo la ocasión de explicar varias veces la lección y consiguió que los aficionados veteranos se reconciliaran con el arte del toreo, y que una buena parte de los espectadores que acudían a las corridas en las que se presentaban las condiciones para desarrollar su tauromaquia, y que nunca habían visto torear de esa forma, se aficionaran. Ese fue el gran mérito de “Antoñete”, como los artistas del Renacimiento, que descubrieron en las formas clásicas de la antigüedad el modelo ideal de belleza, y con ello abrieron un nuevo curso para la historia de la humanidad, su torería significó un renacimiento del arte clásico del toreo que se hallaba sepultado bajo los escombros del terremoto que supuso para la Fiesta el fenómeno cordobesista.
Eso queda demostrado en el vídeo enlazado en el apartado "LcbTV", en la columna situada a la izquierda de este artículo. Aunque es opinión generalizada que cuando se visiona una faena en el vídeo pierde intensidad y se ven los defectos, en este caso, y dada la perfección y grandiosidad de los momentos escogidos, los defectos no lo parecen tanto y la belleza de los lances hace que la intensidad siga estando presente. El reportaje, que recoge algunos de los momentos más brillantes de esa época en la que “Antoñete” bordó el toreo en su plaza de “Las Ventas“, está subrayando por la banda sonora de las opiniones de varios escritores y periodistas que explican lo que para ellos significó la irrupción del torero madrileño en el panorama taurino de la década de los ochenta en la que, por un corto espacio de tiempo, el arte de torear remontó el vuelo y muchos vieron por primera vez lo que es torear.
martes, 30 de junio de 2009
NICANOR VILLALTA EN "JUGUETES ROTOS"
Nicanor Villalta fue uno de los “Juguetes rotos” que retrató Manolo Summers en la película del mismo nombre que dirigió y que se estrenó el 1 de enero de 1966.
Con guión del periodista Tico Medina refleja la situación en la que se encuentran algunos personajes que en otras épocas fueron centro de la máxima popularidad y que en ese momento han caido en el olvido. Es el caso de nuestro protagonista, que ha día de hoy, y en medio del triunfalismo en el que se desarrolla la Fiesta de los Toros en la actualidad, todavía sigue siendo el torero al que más orejas le han sido concedidas en la plaza de Madrid.
Nicanor, a sus 68 años -como el mismo dice en el brindis que hace en la película- mata el último toro de su vida en una plaza, la de “Las Ventas” de Madrid, escenario antaño de sus grandes triunfos, completamente vacía. Antes, en los poco más de siete minutos que dura la secuencia en la que aparece, y mientras se viste por última vez con el traje de luces, cuenta sucintamente como la vida y los negocios no le han sido del todo favorables y vive modestamente. Aún transcurrirían 15 años más hasta el momento de su muerte que le sobrevino, en Madrid, en 1980. Pero con la vida de nuestro protagonista podría hacerse no una película sino toda una serie por la cantidad de situaciones, no sólo taurinas, y momentos de cambios históricos de gran trascendencia por los que pasó. No es que vayamos a extendernos en un relato prolijo de su existencia en este artículo, pero si dejar constancia de algunas situaciones que vivió.
Nicanor Villalta Serres nació un 20 de noviembre de 1897 en Cretas, un pequeño pueblo del Maestrazgo turolense. A los pocos años marchó con su familia, en busca de mejores horizontes, a Méjico. Fue aquí en donde le picó el gusanillo de los toros y donde hizo sus primeras escapadas para torear. No les iban mal las cosas cuando estalló la revolución y, lo que fue más doloroso, murió su madre. Cuando las cosas se fueron complicando con la nueva situación que vivía la nación mejicana, y tuvieron una oportunidad, lo dejaron todo y marcharon hacia Cuba. En la isla caribeña trabajaron hasta la extenuación en la zafra del azúcar durante un par de años y, cuando se calmaron un poco las aguas revolucionarias, volvieron a Distrito Federal, en donde se había quedado una hermana que allí se había casado, y se había levantado la prohibición de la corridas de toros que había impuesto el gobierno de Carranza. Fue entonces cuando empezó a tomarse más en serio la posibilidad de ser torero e intervino en algunos festejos.
Con su vuelta a España, y después de unos difíciles comienzos, tomó la alternativa en el año 1922, en San Sebastián, y logró ganarse, y mantener, un puesto entre los matadores de primera fila en esa época en la que competían un buen puñado de toreros y a la que se conoce como edad de plata del toreo, que va desde la muerte de Joselito hasta el comienzo de la Guerra Civil. Villalta, según cuentan los cronistas de la época, era un torero pundonoroso y honrado a carta cabal que nunca dejaba ganarse la pelea en el ruedo y un gran, si no el mejor, estoqueador. Esto le llevó a ser uno de los diestros imprescindibles en todas las plazas de toros, sobre todo en las de Madrid y Barcelona, -llegó ha ser conocido como el expreso Madrid-Barcelona por la multitud de viajes que realizaba entre las dos ciudades para torear- y ha ser querido en todas las plazas en las que toreaba. Quizás por eso mismo fue objeto del veto por parte de algunas figuras del momento que, por la entrega del diestro aragonés, rehusaban anunciarse con él en los carteles. No obstante consiguió el reconocimiento de la afición y una buena situación económica que le auguraba un buen futuro, tanto que pensaba en la retirada en el año 1936, pues ese año se había casado y estaba esperando el nacimiento de su primer y único hijo.
Pero una nueva fatalidad, la guerra civil española, cambio el rumbo de la vida de Nicanor. Acusado de fascista por el portero de una finca de su propiedad, en la glorieta de Álvarez de Castro de Madrid, fue perseguido por las milicias armadas y tuvo que huir de su hogar y permanecer escondido en un zulo, en condiciones miserables, durante los tres años que duró la contienda y el asedio de Madrid. En esas circunstancias nació su único hijo, al que apenas vio durante todo ese tiempo y cuando terminó la guerra se encontraba en la miseria, por lo que tuvo que volver a los ruedos en el año 1939. Durante cuatro años, en los que volvió a situarse lo más alto del escalafón, siguió en los ruedos, hasta su definitiva retirada, el 17 de octubre de 1943, en la plaza de “La Misericordia” de Zaragoza.
Saneada su situación económica estableció un negocio de hostelería que en principio le fue bien pero que, por diversas circunstancias en las que no nos vamos a extender, tuvo que traspasar. Apoderó a varios novilleros que no pasaron de eso y fue empresario de la plaza de Toledo durante más de 30 años. A esto se unió la delicada salud de su hijo Niqui-Luis que le hizo gastar gran parte de sus ahorros en médicos y operaciones que lograron, al menos, que su hijo pudiera salir adelante. Esto le llevó, de nuevo, a una difícil situación económica. Fue durante muchos años asesor taurino de la presidencia en la plaza de Madrid y mató su último toro en la película que nos ocupa y que recogen las imágenes que mostramos al final de este artículo. En la década de los setenta vivió en casa de sus hermanas Delfina y Marina, en la calle Hermanos Miralles, 36 (hoy General Díez Porlier) y en casa de su hijo, en Comandante Fortea, 35, ya que dejó de vivir los últimos años de su vida en Alonso Cano -en cuyo portal hay una placa que le recuerda- porque Josefina, su mujer, muy deteriorada psíquicamente, le hacía blanco de todos sus desengaños en los postreros años de su matrimonio.
Nicanor Villalta Serres, uno de los “juguetes rotos” que retrata Manolo Summers en su película, golpeado varias veces por el infortunio, supo reponerse de los diferentes contratiempos que le produjo la vida y mantuvo su nobleza y su franqueza, cosa que le reportó numerosos sinsabores a lo largo de toda sus existencia, hasta el día de su muerte cuando contaba 83 años de edad.

Nicanor, a sus 68 años -como el mismo dice en el brindis que hace en la película- mata el último toro de su vida en una plaza, la de “Las Ventas” de Madrid, escenario antaño de sus grandes triunfos, completamente vacía. Antes, en los poco más de siete minutos que dura la secuencia en la que aparece, y mientras se viste por última vez con el traje de luces, cuenta sucintamente como la vida y los negocios no le han sido del todo favorables y vive modestamente. Aún transcurrirían 15 años más hasta el momento de su muerte que le sobrevino, en Madrid, en 1980. Pero con la vida de nuestro protagonista podría hacerse no una película sino toda una serie por la cantidad de situaciones, no sólo taurinas, y momentos de cambios históricos de gran trascendencia por los que pasó. No es que vayamos a extendernos en un relato prolijo de su existencia en este artículo, pero si dejar constancia de algunas situaciones que vivió.
Nicanor Villalta Serres nació un 20 de noviembre de 1897 en Cretas, un pequeño pueblo del Maestrazgo turolense. A los pocos años marchó con su familia, en busca de mejores horizontes, a Méjico. Fue aquí en donde le picó el gusanillo de los toros y donde hizo sus primeras escapadas para torear. No les iban mal las cosas cuando estalló la revolución y, lo que fue más doloroso, murió su madre. Cuando las cosas se fueron complicando con la nueva situación que vivía la nación mejicana, y tuvieron una oportunidad, lo dejaron todo y marcharon hacia Cuba. En la isla caribeña trabajaron hasta la extenuación en la zafra del azúcar durante un par de años y, cuando se calmaron un poco las aguas revolucionarias, volvieron a Distrito Federal, en donde se había quedado una hermana que allí se había casado, y se había levantado la prohibición de la corridas de toros que había impuesto el gobierno de Carranza. Fue entonces cuando empezó a tomarse más en serio la posibilidad de ser torero e intervino en algunos festejos.
Con su vuelta a España, y después de unos difíciles comienzos, tomó la alternativa en el año 1922, en San Sebastián, y logró ganarse, y mantener, un puesto entre los matadores de primera fila en esa época en la que competían un buen puñado de toreros y a la que se conoce como edad de plata del toreo, que va desde la muerte de Joselito hasta el comienzo de la Guerra Civil. Villalta, según cuentan los cronistas de la época, era un torero pundonoroso y honrado a carta cabal que nunca dejaba ganarse la pelea en el ruedo y un gran, si no el mejor, estoqueador. Esto le llevó a ser uno de los diestros imprescindibles en todas las plazas de toros, sobre todo en las de Madrid y Barcelona, -llegó ha ser conocido como el expreso Madrid-Barcelona por la multitud de viajes que realizaba entre las dos ciudades para torear- y ha ser querido en todas las plazas en las que toreaba. Quizás por eso mismo fue objeto del veto por parte de algunas figuras del momento que, por la entrega del diestro aragonés, rehusaban anunciarse con él en los carteles. No obstante consiguió el reconocimiento de la afición y una buena situación económica que le auguraba un buen futuro, tanto que pensaba en la retirada en el año 1936, pues ese año se había casado y estaba esperando el nacimiento de su primer y único hijo.
Pero una nueva fatalidad, la guerra civil española, cambio el rumbo de la vida de Nicanor. Acusado de fascista por el portero de una finca de su propiedad, en la glorieta de Álvarez de Castro de Madrid, fue perseguido por las milicias armadas y tuvo que huir de su hogar y permanecer escondido en un zulo, en condiciones miserables, durante los tres años que duró la contienda y el asedio de Madrid. En esas circunstancias nació su único hijo, al que apenas vio durante todo ese tiempo y cuando terminó la guerra se encontraba en la miseria, por lo que tuvo que volver a los ruedos en el año 1939. Durante cuatro años, en los que volvió a situarse lo más alto del escalafón, siguió en los ruedos, hasta su definitiva retirada, el 17 de octubre de 1943, en la plaza de “La Misericordia” de Zaragoza.
Saneada su situación económica estableció un negocio de hostelería que en principio le fue bien pero que, por diversas circunstancias en las que no nos vamos a extender, tuvo que traspasar. Apoderó a varios novilleros que no pasaron de eso y fue empresario de la plaza de Toledo durante más de 30 años. A esto se unió la delicada salud de su hijo Niqui-Luis que le hizo gastar gran parte de sus ahorros en médicos y operaciones que lograron, al menos, que su hijo pudiera salir adelante. Esto le llevó, de nuevo, a una difícil situación económica. Fue durante muchos años asesor taurino de la presidencia en la plaza de Madrid y mató su último toro en la película que nos ocupa y que recogen las imágenes que mostramos al final de este artículo. En la década de los setenta vivió en casa de sus hermanas Delfina y Marina, en la calle Hermanos Miralles, 36 (hoy General Díez Porlier) y en casa de su hijo, en Comandante Fortea, 35, ya que dejó de vivir los últimos años de su vida en Alonso Cano -en cuyo portal hay una placa que le recuerda- porque Josefina, su mujer, muy deteriorada psíquicamente, le hacía blanco de todos sus desengaños en los postreros años de su matrimonio.
Nicanor Villalta Serres, uno de los “juguetes rotos” que retrata Manolo Summers en su película, golpeado varias veces por el infortunio, supo reponerse de los diferentes contratiempos que le produjo la vida y mantuvo su nobleza y su franqueza, cosa que le reportó numerosos sinsabores a lo largo de toda sus existencia, hasta el día de su muerte cuando contaba 83 años de edad.
domingo, 23 de noviembre de 2008
DICE PEPE LUIS... SOBRE LA GENTE Y LOS AFICIONADOS

- No es la primera vez que te oigo hablar de 'gente' y de 'aficionados'.
- Como que ahí radica todo el quid de la cuestión. La Fiesta depende siempre de cuando manden los unos y los otros. Si el que lleva la batuta es el aficionado, el espectáculo mantiene firmes sus raíces; pero si las masas devoran a los aficionados, el toreo todo se tambalea.
- Pero los aficionados siempre han sido minoría, Pepe Luis.
- De acuerdo, pero esa minoría se imponía siempre. Entre otras cosas porque era mucho mayor que la de ahora. Los más respetaban a los menos. El que opinaba con sensatez en el tendido era escuchado por los que le rodeaban. Ahora, por el hecho de haber pagado una localidad se le lleva la contraria y se avasalla al que sabe de esto. Cosas de los tiempos y del aumento del nivel de vida.
Sin comentarios. Pepe Luis, además de un torero honrado a carta cabal en los ruedos, en el tendido ha sido un aficionado y cuando habla de toros y de su toreo es como un libro abierto. Hace tiempo, en este mismo blog, y bajo el titular "Dice Pepe Luis...", le dedicamos un breve espacio en donde nos explica su concepción del toreo.
miércoles, 9 de julio de 2008
La cara de Aparicio
El toro se llamaba “Decano”, de la ganadería de “La Campana”. Aparicio no consiguió centrarse en el saludo con la capa. Vicente Yesteras, su lidiador, lo entendió perfectamente, lo llevó al caballo obligándole y enseñándole a embestir. El primer encuentro con el picador fue demoledor, el toro empujó metiendo los riñones y el picador lo masacró. En el vídeo, y en primer plano, se ve la forma asesina en que se le administró esta primera vara. Julio intentó el quite, no le salió, desistió y dejó que, nuevamente, su lidiador lo pusiera en suerte. Esta vez el toro se fue al relance del primer capotazo hacia el caballo, y más de lo mismo, al final el toro, desengañado y mutilado, se repuchó. Aparicio cogió la muleta y, por alto y con desahogo, sacó el toro hasta el tercio. La primera tanda con la derecha estaba transcurriendo entre aliviada y despegada cuando una voz le hizo volverse hacia el tendido con cara de desagrado, prosiguió y remató la tanda mejor de lo que la había comenzado. Entonces se encaró hacía el sitio de donde había partido la voz y dijo algo de forma acalorada, se volvió de nuevo hacia el toro y lo citó, con la izquierda, de forma mucho más decidida que al principio. La cara le cambio de golpe, ahora la tenia relajada, la barbilla encajada en el pecho, la mirada concentrada en la embestida y las manos, y el cuerpo entero, tirando del toro. Fueron dos tandas, una por cada pitón, en la segunda, con la derecha, dejó las mejores gotas de toreo de la tarde. Acabó la serie sonriente y mirando con orgullo a los tendidos, por primera vez en toda la tarde Julio sonreía. Se alejó del toro, lo citó con la izquierda, tiró la espada, que llevaba en la mano derecha, allá lejos... el toro se le vino de largo, en el segundo pase se quedó descubierto y el toro se lo llevó por delante… Por suerte no pasó nada. Una estocada demasiado baja acabó con la vida de “Decano”.
Julio Aparicio, que en su primero había recibido una de las broncas más sonoras de los últimos años en “La Misericordia”, seguramente se sintió herido por el grito que le llegó desde el tendido, probablemente el mensaje recibido le desbloqueo el miedo, o lo que fuera que le atenazaba, y dejó que fluyera su clase torera. Todo ello se vio reflejado en el cambio que experimentó su cara, al final, a pesar de la cogida y la paliza recibida, Julio Aparicio tenía otra cara.
La cara de Aparicio
by LcbTV
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Nota: La pieza musical que acompaña el vídeo es "La oración del torero", del compositor sevillano Joaquín Turina.
martes, 17 de junio de 2008
Las reglas del toreo según “Desperdicios”
1- El cobarde no es hombre y para el toreo se necesitan hombres.
2- Más cogidas da el miedo que los toros.
3- La honra del matador se encuentra en no huir ni correr jamás delante de los toros teniendo muleta y espada en las manos.
4- El espada no debe nunca saltar la barrera después de presentarse el toro, porque esto es ya caso vergonzoso.
5- Arrimarse bien y esperar tranquilamente la cabezada, que el toro ciega al embestir y con un nada se evita el derrote.
6- El torero no debe contar con sus pies, sino con sus manos, y en la cara de los toros debe matar o morir antes que volver la espalda o achicarse.
7- Parar los pies y dejarse coger: éste es el modo en que los toros se asientan y se descubren para matarlos.
8- Más se hace en la plaza con una arroba de valor y una libra de inteligencia que al revés.
Nota: Manuel Domínguez Desperdicios nació en Gelves, Sevilla, el 27 de febrero de 1816. Comenzó su aprendizaje en el matadero de Sevilla y fue alumno de la Escuela de Tauromaquia. En 1835, actuando de media espada, tuvo un enfrentamiento con Juan León que le perjudicó en su incipiente carrera taurina, este incidente motivó su marcha a Montevideo. Después de 16 años, en 1852, regresa a España y reanuda su antigua profesión. Toma la alternativa, en Madrid, el 10 de octubre de 1953, en donde Julián Casas El Salamanquino le cedió el toro Balleno, de don Vicente Martínez, completando la terna Cayetano Sanz y Lavi. Su carrera se vio truncada el 1 de junio de 1857, cuando toreaba, alternando con El Tato, en la plaza de El Puerto de Santa María, Cádiz, en donde el toro Barrabás, de la ganadería de Concha y Sierra, le dio una cornada que le vació el ojo derecho. El globo ocular le quedó colgando fuera de la órbita, pero él entró por su pie a la enfermería, tapándose la cuenca del ojo con un pañuelo. Se dice, y de ahí su apodo, que al entrar a la enfermería les dijo a los doctores: “Esto no son más que desperdicios”. A los tres meses estaba repuesto y reapareció, tuerto, en Málaga, para la ocasión exigió que el ganado fuera de Concha y Sierra, obtuvo un clamoroso éxito, pero su carrera ya no remontaría el vuelo. Siguió toreando pero cada vez eran menos los contratos y, aunque nunca anunció su retirada oficial de los ruedos, dejó de torear cuando no tuvo ninguno compromiso que cumplir. Falleció en Sevilla el 6 de abril de 1886.
sábado, 19 de abril de 2008
Palabra de picador
"La mayoría de los picadores de hoy se figuran que picar es barrenar. Y que para dar castigo a un toro se precisa hacerle la “carioca”. Y no es así. Picando por derecho se les puede hacer a los toros cuanto daño se quiera. Lo que hace falta es saber “agarrarse” en los altos y picar como las reglas mandan. Yo tuve a mi lado muchos que así lo hicieron: “Agujetas”, “Badila”, “Zurito”…"
De esta forma, tan clara y concisa, se explicaba el picador
Rafael Márquez “Mazzantini” ante la pregunta que le formulaba el periodista José Luis de Córdoba sobre la forma en que se realizaba la suerte de varas en la época en que lo entrevistó, allá por el año 1956. Más de cincuenta años después la respuesta tiene la misma, o incluso más, vigencia que entonces, porque los problemas de la suerte de varas, la forma en que los picadores la realizan -con el consentimiento de sus jefes de cuadrilla- no solo no se ha rectificado, sino que se han agravado todavía más con la práctica del monopuyazo destructor que deja a la mayoría de los toros para el arrastre.
En el momento de la entrevista referida Rafael Márquez “Mazzantini” contaba casi 90 años, pues había nacido en Córdoba, el 21 de febrero de 1867. Con quince años, en 1882, entró al servicio de la ganadería de Rafael Molina “Lagartijo”, en calidad de vaquero. Recuerda que el primer califa cordobés “fue padrino de mi boda, celebrada en la parroquial de Santa Marina el 28 de mayo de 1888. Aquello se festejó a lo grande, porque ya sabe usted lo que era el maestro de rumboso… Después de hacer frente a todos los gastos, me regaló un billete de quinientas pesetas”.
Estuvo en la ganadería de “Lagartijo” hasta 1894, año en el que pasó a la ganadería del Marqués de los Castellones como ayuda de conocedor, poco tiempo después ascendió a mayoral. En esos momentos no tenía pensado ser picador, pero no se le daba mal cuando lo hacía en los tentaderos. Eso hizo que algunos aficionados se fijaran en él. Uno de ellos, el empresario de Córdoba Pepe Guerra, le ofreció la posibilidad de probarse en las corridas de la Feria de Mayo de 1885. Aceptó y salió en calidad de reserva. Durante un tiempo alternó su trabajo de mayoral con el de picador. En el invierno de 1906, con motivo de un viaje a México enrolado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaito”, se despidió de la ganadería y se dedicó profesionalmente a picar toros.
La trayectoria de sus 33 años como picador profesional nos la resume el propio “Mazzantini”: “Con “Manolete”, padre, naturalmente, fui colocado tres temporadas. Mi compañero era esa tontería de picador que se llamó el señor Manuel de la Haba “Zurito”. También he actuado con Francisco Posadas, Manuel Torres “Bombita”, “Machaquito”, “Algabeño”, Paco Madrid, Isidro Marti Flores, Curro Martín Vázquez, Rafael “El Gallo”, Juan Belmonte… Y de éste para acá, ¿a qué citar nombres? Ponga usted muchos, los principales, hasta 1939, en que me retiré, cuando contaba la edad de 72 años”. En esa última temporada de actividad profesional formó parte de la cuadrilla de Florentino Ballesteros (hijo).
Ojalá que la sabias palabras pronunciadas por Rafael Márquez "Mazzantini" sirvieran de ejemplo y acicate a los picadores de nos ha trocado sufrir en esta época. Dudo que así sea, pero no debemos olvidar que la obligación de los varilargueros modernos, como las de todos sus predecesores, es y ha sido "picar como las reglas mandan" y si así no lo hacen, o están actuando fraudulentamente, o no están capacitados para desempeñar esta profesión.

Ojalá que la sabias palabras pronunciadas por Rafael Márquez "Mazzantini" sirvieran de ejemplo y acicate a los picadores de nos ha trocado sufrir en esta época. Dudo que así sea, pero no debemos olvidar que la obligación de los varilargueros modernos, como las de todos sus predecesores, es y ha sido "picar como las reglas mandan" y si así no lo hacen, o están actuando fraudulentamente, o no están capacitados para desempeñar esta profesión.
viernes, 4 de abril de 2008
Dice Pepe Luis...
- No podía ser torero pensando que iba a hacer un molinete, un kikirikí o cualquier cosa del repertorio sevillano; tenía que estar en otra cosa más importante, que era estudiar al toro para poderle.
Al toro no se le puede más que con la cabeza, y metiéndoselo en la cabeza.
- Lo que uno pretende, al empezar la faena, es poder con el toro. Poderle es estar siempre por encima de él. Esto es lo que se debe tener bien claro. Después, cada uno discurre a su manera, haciendo lo que le vaya apeteciendo con el toro. Pero antes hay que ir compenetrándose con el toro, hay que ir estudiándolo, porque no se acaba de estudiarlo cuando se coge la espada y la muleta. Los toros cambian en el transcurso de la faena… Es un estudio continuo hasta que el toro muere.
- Al principio es el toro el que marca la pauta, y le da al torero la velocidad. Pero poco a poco el torero, si es bueno, va reduciendo la velocidad del toro, y éste termina por acoplarse al temple del torero. Ese temple de verdad lo tiene muy poca gente. En él está metida la inteligencia, la sabiduría y la historia del toreo. El que es incapaz de reducir la velocidad del toro, y torea rápido, deja muy pocos recuerdos. El temple es el toreo puesto en pie. Todo lo que se haga con un toro despacio es lo que tiene verdadera importancia, y queda en el recuerdo del que lo ve.
Antes, cuando salían los toros con esa velocidad y esa fiereza, el torero que iba reduciendo esa agresividad, y en el cuarto muletazo ponía al toro a su temple, era un prodigio. Ese milagro se podía considerar como la verdadera esencia del arte de torear.
- La emoción del toro siempre tiene que darse; yo no estoy muy de acuerdo en que el torero haga desaparecer el peligro del toro. Cuando los toreros se entregan de verdad, por muy bueno que sea el toro, se tiene que poner en el sitio donde el toro pueda coger. Y eso no cabe duda de que da una gran emoción al público, porque se da cuenta de que, como se equivoque el toro, o el torero, sobreviene la cogida. No se puede estar bien sin dar esa sensación de que te pueda coger el toro, y para dar esa emoción hay que ponerse en el sitio donde el toro es capaz de coger.
- La gracia no está reñida con la profundidad. No es una gracia cascabelera, sino que parece que es un don sobrenatural.
Es saber interpretar, en un momento en que nadie, ni el mismo torero, sabe lo que va a hacer. Se dice que esta basada en los adornos. La gracia de estos adornos consiste, a mi juicio, en la sorpresa. Es una cosa que se le ocurre a uno en una milésima de segundo… Esa sorpresa es la que hace que digan que algún torero sevillano está tocado de la gracia.
- El hombre que es torero no tiene otra forma de expresividad que con el toro delante. Allí desenvuelve todo su sentimiento y su sabiduría. Lo que quiere es poderle al toro para poder desarrollar su interioridad, su manera de pasar por la vida. Esa es la meta del torero, el decirse: “¡A ver si esto llega! Aunque sea una cosa en el aire, que se va, y que desaparece, que por lo menos quede en el pensamiento de alguien y en su cabeza”.
-Siempre nos ha gustado torear, y que el toro se venga, que se mueva, que es lo bonito.
Desde que hemos ido alas tientas hemos procurado, en vez de hacer un toreo encimista, despegarnos un poco del toro para que se venga. Sí, posiblemente hemos tenido el sentido de darle al toro espacio para que se crezca y se alegre creyendo que puede alcanzar aquello. Hay que decir que el toro, en aquella época también se movía más. Esa es la verdad.
- Puede ser el toro el que haya puesto el toreo así de monótono, pero no cabe duda de que surge muy poca sorpresa. Hay poca imaginación. Los toreros se acoplan a una faena muy igual. Pero el toro es el que trasmite y te sorprende. Es el principal protagonista, y cuando vuelve de distinta manera de una a otra vez, y tiene alguna agresividad, alguna dificultad, pone a la gente muy pendiente, y el torero, naturalmente, mucho más pendiente. Antes esa compenetración necesaria entre el toro y el torero, para trasmitir al público, no producía faenas monótonas, por muy deslucidas que fueran.
Las palabras puestas en boca de Pepe Luis están entresacadas de la entrevista que aparece en el libro "El torero y su sombra" de François Zumbiehl. El vídeo es una producción de "La Cabaña Brava" y está alojado en su contenedor de YouTube "La Cabaña Brava Va de Toros".

- Lo que uno pretende, al empezar la faena, es poder con el toro. Poderle es estar siempre por encima de él. Esto es lo que se debe tener bien claro. Después, cada uno discurre a su manera, haciendo lo que le vaya apeteciendo con el toro. Pero antes hay que ir compenetrándose con el toro, hay que ir estudiándolo, porque no se acaba de estudiarlo cuando se coge la espada y la muleta. Los toros cambian en el transcurso de la faena… Es un estudio continuo hasta que el toro muere.
- Al principio es el toro el que marca la pauta, y le da al torero la velocidad. Pero poco a poco el torero, si es bueno, va reduciendo la velocidad del toro, y éste termina por acoplarse al temple del torero. Ese temple de verdad lo tiene muy poca gente. En él está metida la inteligencia, la sabiduría y la historia del toreo. El que es incapaz de reducir la velocidad del toro, y torea rápido, deja muy pocos recuerdos. El temple es el toreo puesto en pie. Todo lo que se haga con un toro despacio es lo que tiene verdadera importancia, y queda en el recuerdo del que lo ve.

- La emoción del toro siempre tiene que darse; yo no estoy muy de acuerdo en que el torero haga desaparecer el peligro del toro. Cuando los toreros se entregan de verdad, por muy bueno que sea el toro, se tiene que poner en el sitio donde el toro pueda coger. Y eso no cabe duda de que da una gran emoción al público, porque se da cuenta de que, como se equivoque el toro, o el torero, sobreviene la cogida. No se puede estar bien sin dar esa sensación de que te pueda coger el toro, y para dar esa emoción hay que ponerse en el sitio donde el toro es capaz de coger.
- La gracia no está reñida con la profundidad. No es una gracia cascabelera, sino que parece que es un don sobrenatural.

- El hombre que es torero no tiene otra forma de expresividad que con el toro delante. Allí desenvuelve todo su sentimiento y su sabiduría. Lo que quiere es poderle al toro para poder desarrollar su interioridad, su manera de pasar por la vida. Esa es la meta del torero, el decirse: “¡A ver si esto llega! Aunque sea una cosa en el aire, que se va, y que desaparece, que por lo menos quede en el pensamiento de alguien y en su cabeza”.
-Siempre nos ha gustado torear, y que el toro se venga, que se mueva, que es lo bonito.

- Puede ser el toro el que haya puesto el toreo así de monótono, pero no cabe duda de que surge muy poca sorpresa. Hay poca imaginación. Los toreros se acoplan a una faena muy igual. Pero el toro es el que trasmite y te sorprende. Es el principal protagonista, y cuando vuelve de distinta manera de una a otra vez, y tiene alguna agresividad, alguna dificultad, pone a la gente muy pendiente, y el torero, naturalmente, mucho más pendiente. Antes esa compenetración necesaria entre el toro y el torero, para trasmitir al público, no producía faenas monótonas, por muy deslucidas que fueran.
Las palabras puestas en boca de Pepe Luis están entresacadas de la entrevista que aparece en el libro "El torero y su sombra" de François Zumbiehl. El vídeo es una producción de "La Cabaña Brava" y está alojado en su contenedor de YouTube "La Cabaña Brava Va de Toros".
lunes, 11 de febrero de 2008
Pepín Martín Vázquez y "Currito de la Cruz"

Es la tercera versión, la dirigida en 1948 por Luís de Lucía, en la que quiero fijar la atención con más detenimiento, pero antes de ello es preciso decir que aún se grabó una cuarta versión posteriormente, en 1965, dirigida por Rafael Gil y protagonizada por Manuel Cano El Pireo, torero que despertó cierto interés en su etapa de novillero y que, tras tomar la alternativa en 1964, trató de apuntalar su carrera taurina con el cine, como muchos otros en aquella época, utilizando el personaje de Currito para su promoción.
La característica principal de la tercera versión de Currito de la Cruz, a diferencia de las restantes, es que director y guionista, el escritor taurino Antonio Abad Ojuel, se propusieron recortar la parte del melodrama folletinesco y potenciar la parte documental, en la que se recogían algunos de los trabajos que se llevan a

Pero el nexo más firme entre Currito de la Cruz y Pepín Martín Vázquez, el que los mantiene ligados a lo largo del tiempo -y se cumplen este año sesenta de su rodaje- fue algo más que el éxito de la película tras su estreno, fue algo que no se podía prever entonces. Se da el caso que de este diestro sevillano, por las razones que sea, no existen imágenes grabadas de su labor en el ruedo -o se conservan muy pocas y las desconozco- salvo las que se recogen en esta película y, por lo tanto, este es el único testimonio -o de los pocos- que se han conservado para poder hacernos una idea de su forma de torear. De esta forma trasciende su valor como película, incluso en su parte documental, y adquiere la categoría de documento.
José Martín Vázquez Bazán, nació en Sevilla el 6 de agosto de 1927. Torero de dinastía, ya que tanto su padre, Francisco, como sus hermanos Manuel y Rafael, fueron matadores de toros. Inspirado en la escuela sevillana, de la que fue uno de sus máximos exponentes, desde muy pronto centró la atención de los

aficionados. Se presentó en Madrid, como novillero, el 1 de abril de 1944, para estoquear ganado del vizconde de Garci-Grande, en unión de Paco Lara y Manuel Torres Bombita. Tras una campaña exitosa, toma la alternativa ese mismo año, el 3 de septiembre, en Barcelona. Cartel de lujo para la ocasión, Domingo Ortega, que ejerció de padrino, le cede la muerte del primer toro, Partidario, de la ganadería de don Alipio Pérez-Tabernero, les acompañanban Pepe Luís Vázquez y Carlos Arruza. Su triunfo en la Maestranza sevillana, durante la feria de abril del año siguiente, le catapultó para confirmar la alternativa ese mismo mes, el 29 de mayo, apadrinado por Pepe Bienvenida y en presencia de Morenito de Talavera, esta con toros de doña Maria Montalvo.
El cartel de Pepín Martín Vázquez se mantuvo en todo lo alto hasta su primera cornada grave, la que le infirió un toro de Concha y Sierra en Valdepeñas, Ciudad Real, el 8 de agosto de 1947, que le apartó de los ruedos durante casi un año, hasta el 12 de mayo de 1948. Este percance influyó decisivamente en su carrera taurina y a partir de entonces; otra cornada grave en Madrid el año de su reaparición; una más, en 1949, en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca; otra herida grave en Lima, el 17 de diciembre, en el invierno de 1950, le van minando el ánimo y alejando de los redondeles. En 1951 permaneció inactivo, al año siguiente ajusto doce corridas y, por fin, se despidió del toreo el 22 de febrero de 1953 en Caracas, Venezuela, lidiando toros de Guayabita junto a Emilio Ortuño Jumillano y César Girón.
Pepín Martín Vázquez, como he dicho anteriormente, fue considerado uno de los más genuinos y claros exponentes de la escuela sevillana, en la línea de Pepe Luís, Chicuelo y Belmonte. Los que lo vieron cuentan y no paran, aunque se lamentan de la cortedad de una carrera acosada por las cornadas, para los que no pudimos verlo, solo nos queda el consuelo de poder visionar estas imágenes -de las pocas, si no las únicas que existen- de Pepín Martín Vázquez en su intervención en la película Currito de la Cruz, una de las más serias que se han producido de temática taurina, aunque de eso hablaremos en otra ocasión. De momento enlazamos el vídeo que presenta "La Cabaña Brava" en su página de YouTube y que extracta las secuencias de la película que recogen su toreo.
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