“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 27 de enero de 2012

Y NADIE SE PREGUNTA PORQUÉ LA GENTE ESTÁ DEJANDO DE IR A LOS TOROS

El invierno taurino siempre es una época de balance de lo pasado y conjeturas de lo por venir. El tema estrella de este año, que arrancó a finales de la pasada temporada, es el de los derechos de imagen de un grupo de toreros que, ante la retransmisión de las ferias más importantes por un canal privado, no estaban conformes con el reparto de los derechos generados por esa circunstancia. Los mandamases del escalafón, conocidos como el “G10”, decidieron que debían poner su imagen y sus intereses bajo el control de una agencia profesional dedicada a gestionársela. A raíz de esa decisión los cimientos del actual entramado taurino temblaron. Era un directo al estómago de los empresarios que, parece ser, eran los máximos beneficiarios de esas retransmisiones. Ello les suponían unos ingresos extraordinarios que, ante la cada vez menor asistencia de espectadores a los festejos taurinos, les servían para obtener un saldo positivo al final de la temporada. Pero sobre todo para el canal de televisión privado que, en vez de entenderse con el empresario, deberá hacerlo, además, con los toreros. Imagino que los colectivos de ganaderos y subalternos también llamaran a esa puerta lo que, sin duda, complicará todavía más las cosas. Pues eso, que el tema estrella de este invierno taurino ha sido este -como repartirse el pastel de los beneficios generados por las retransmisiones televisivas- y nadie ha pensado en el auténtico problema que aqueja a la Fiesta que es bien distinto y de un calado mucho más profundo.

Porque el gran problema que amenaza a la Fiesta de los Toros, visto lo visto la pasada temporada, es la escasez de público que asiste a los festejos, cada día más alarmante, y la reducción de los mismos pues, el pasado año, han sido más de mil los que han dejado de celebrarse. Ese es el auténtico debate que deberían emprender los que son máximos beneficiarios de este espectáculo: Los toreros del “G10”, la inmensa mayoría que no están en este selecto grupo, los subalternos, los ganaderos, los empresarios y, puesto que son los propietarios de la mayor parte de las plazas, los poderes públicos. Y no creo que no se lo planteen por desconocimiento, pues son los que los sufren en sus propias carnes y, de seguir así las cosas, esto conduce hacia la desaparición, más pronto que tarde, de la propia Fiesta. Más me parece una huida hacia adelante tratando de recoger las últimas migajas de un negocio que, por su propia desidia y en aras de la comodidad, se está agotando.

El auténtico debate de este tiempo de invierno debiera haber sido ese. ¿Porqué la gente está dejando de ir a los toros? Esa es la principal pregunta que hay que hacerse, pues si los festejos se reducen y la gente no acude a los que se programan, no hay derechos de imagen ni negocios que valgan nada. Pero parece ser que a nadie de los del negocio taurino les interesa hacerse esa pregunta y tratar de buscar la solución. Cada vez son más los aficionados que toman conciencia de que la Fiesta, tal como se produce en la actualidad, ha perdido su principal valor, la emoción, y se ha convertido en algo monótono, previsible y aburrido, justamente lo contrario de lo que debería ser. Pero si esto no preocupa a los taurinos pues, desde hace mucho tiempo, les da igual lo que digan sus principales clientes, tampoco son capaces de llenar los tendidos con público de aluvión y festivo. Esta gente, que generalmente acude a los toros con motivo de las fiesta patronales de su ciudad, aunque no son entendidos y solo buscan la fiesta y el reparto de trofeos a porrillo, se encuentran con un espectáculo tan descafeinado y vacío que tal como van saliendo de la plaza se van olvidado de los visto.

Hay excepciones. Recuerdo corridas de toros en que, a la salida, aficionados y espectadores, seguimos hablando de lo acontecido en la plaza. Suele ocurrir cuando, con más o menos trofeos concedidos, la emoción ronda por el ruedo. Es lo que tiene la emoción, que no deja indiferentes ni a unos ni a otros, pues la alteración del ánimo que produce en cada individuo, aficionado o profano, hace que sigas con interés y expectación todo cuanto acontece en el albero. Y la emoción en una corrida de toros solo puede venir de la mano de su protagonista principal, el toro. Para bien o para mal, solo el toro puede hacer que la lidia sea emocionante. Pero en los estamentos taurinos no quieren sacar las conclusiones que de esto se derivan, no les interesa, prefieren seguir tirando para adelante con el borrego al uso aún a sabiendas de que esa es la única solución para que la Fiesta de los Toros recupere su verdad y salga del profundo bache en el que se encuentra metida.

lunes, 23 de enero de 2012

ENRIQUE ASÍN CORMÁN

Se ha muerto Enrique Asín. Se ha muerto un gran aficionado. Otro más. Un aficionado de los imprescindibles. Hacía tiempo, años, que ya no iba a los toros. Él, que había hecho de esta fiesta su pasión dentro y fuera de la plaza, con todo el dolor del mundo, dejó de renovar su abono en el Tendido 1 de “La Misericordia”, una localidad que había heredado de sus antepasados, por aburrimiento. Porque esta fiesta no era la que él quería, por la que él sentía pasión y a la que le dedicaba su tiempo y su dinero. Muchas veces le oí decir que aquí, en esta Fiesta nuestra, en estos tiempos, “lo que hace falta son cornadas”. Y no le faltaba razón al dictar esta metafórica sentencia porque, como cualquier aficionado cabal, no es que asistiera a la plaza para ver coger a los toreros pero, hace falta que en el ruedo haya peligro, miedo, y que eso, el peligro y el miedo, se sienta desde el tendido, que la emoción que ello produce te mantenga en vilo, pendiente en todo momento del juego del toro y del lidiador porque, esta Fiesta, sin peligro, sin poder en los toros para dar cornadas, no es la Fiesta grande que  se ha mantenido en candelero, contra viento y marea, desde hace siglos. El arte, lo bello, lo te te conmueve, te pone los pelos de punta y te hace amar esta Fiesta por encima de todas se da si surge del peligro, de la tempestad del toro bravo y con poder. El toreo es grande y sublime cuando, como decía Domingo Ortega, el torero es capaz de convertir esa tempestad en brisa suave y acariciadora. Pero la Fiesta actual no es la que Enrique soñaba. Por eso se fue. Se refugió en su museo, en sus libros, en sus dibujos, en sus recuerdos, hasta que la vida, primero, le volvió la espalda, y luego se le empezó a marchar como si una cornada en la ingle le hubiera abierto un boquete imposible de cerrar.

Lo conocí en su “Museo Taurino”. Su afición era tanta que se dedicó ha invertir en cuantos objetos relacionados con los toros pudiera adquirir: trajes, carteles, utensilios de la lidia, libros, cabezas de toros, documentos, música, películas, revistas… Allí pasaba, como vulgarmente se dice, las horas muertas. Cada viernes al anochecer se reunía una tertulia de viejos y jóvenes aficionados, los unos ensañaban y los otros aprendíamos. Alguna vez acudía algún aficionado de renombre de la ciudad, de los que no eran habituales, o alguno que, por el motivo que fuese, pasaba por Zaragoza. Allí se hablaba de toros, se comía y se bebía hasta altas horas de la madrugada. Para los nuevos, era un escuela de lujo para conocer la grandeza de esta Fiesta y aficionarse a ella con sólidos fundamentos. En aquellos años de mitad de la década de los noventa, cuando junto con unos amigos empezamos a frecuentar la tertulia, Enrique, junto con otros aficionados, acaban de crear la “Unión de Abonados de Zaragoza”, que fue uno de los primero movimientos de los aficionados en defensa de la Fiesta de los Toros y los derechos de los aficionados. Entre otras actividades, publicaban una cuidada revista taurina de nombre “Kikiriki”. Allí se miraba con lupa lo que acontecía en la Fiesta y sus alrededores y, sobre todo, en nuestra plaza de “La Misericordia”. Fue un ejemplo a seguir y, de allí y entonces, surgimos un grupo de aficionados -lo que luego sería la A.C. “La Cabaña Brava”- dispuestos a seguir luchando para que esta Fiesta, la que nos enseñaron Enrique y demás tertulianos habituales, siguiera manteniéndose con toda su integridad y autenticidad. 

Hoy, 23 de enero de 2012, cuando tan solo contaba 64 años de edad, ha muerto Enrique Asín Cormán. Demasiado joven para lo que todavía podía y tenía que vivir y enseñar. De lo veteranos aficionados que eran habituales en la tertulia de los viernes en su Museo Taurino, ya son varios los que nos han dejado. Así, a bote pronto, recuerdo a Anselmo, o a los que aparecen en esta fotografía, tomada en plena tertulia del Museo un viernes cualquiera, que son, de izquierda a derecha: José Manuel de la Cruz, Paco Civera y Javier Sarría, descendiente de la legendaria ganadería navarra de Zalduendo. Todos ellos aficionados cabales, íntegros e insustituibles, de los que nos harían falta en estos momentos de zozobra de la Fiesta. Los que aquí seguimos, aún a pesar del aburrimiento al que nos condena el lamentable estado del actual espectáculo taurino que -como a Enrique en su día- nos invita a marcharnos definitivamente de esta farsa, trataremos, en su memoria, de seguir la lucha por la recuperación de la Fiesta de los Toros que ellos nos enseñaron. Descanse en paz Enrique y que, allá donde sea, siga la Fiesta y la Tertulia con los que se marcharon antes.

miércoles, 11 de enero de 2012

BAILADOR

El toro más famoso con este nombre fue el que cogió a Joselito, un 20 de mayo de 1920, en Talavera de la Reina y, como consecuencia de dicha cogida, acabó con la vida del torero del que decían los críticos y aficionados de la época que era imposible que lo cogiese un toro. Pero no es este el “Bailador” al que le dedico este espacio, sino al que se lidió unos cuantos años antes, concretamente el 29 de agosto de 1883, en la plaza de Linares, Jaén, y le tocó en suerte a Rafael Molina “Lagartijo”. El motivo que me lleva a dedicárselo es la rareza que supone, en los tiempos actuales, que el matador y sus picadores feliciten al ganadero por la bravura que mostró el toro durante su lidia. A cuento de esto, y porque lo hemos recordado hace unos días en una tertulia de amigos, viene a mi memoria una frase que pronunció el ganadero de “Sepúlveda” cuando un periodista lo felicitó, una vez acabada la corrida, por la bravura de uno de sus toros y vino a contestarle que eso, que hubiera salido un toro bravo esa tarde, suponía la ruina para su ganadería... y así fue. Desde aquel momento -sucedió, creo recordar, a mitad de la década de los noventa- sus toros fueron vetados por las figuras, dejó de lidiar en las ferias importantes, donde antes se los rifaban para apuntarse con ellos, a consecuencia de esto entró en un profundo bache y en la actualidad lidia poco o nada. Esta es la tónica del momento y así le va a nuestra querida Fiesta de los Toros. Si por casualidad sale un toro bravo de las ganaderías solicitadas por los “figuras”, problemas y muy serios para esa ganadería -ejemplos de ello hay muchos-, porque enseguida pasan a ser esquivadas por los mismos que antes las exigían y se pelaban por matar sus pastueños animales con pinta de toros y eso es la ruina para el ganadero. Pero vayamos a lo que era la razón de esta entrada porque, contrariamente a lo que es habitual, hemos escrito la moraleja antes que la historia.

Según cuentan, “Bailador” fue un toro negro, bien puesto, de cinco años y medio, de la ganadería de don Andrés Fontecilla, que resultó de una bravura y un poder enormes. Tanto que “Lagartijo” y los picadores de su cuadrilla, José y Manuel Calderón, escribieron una carta al ganadero en la que le decían: «...toro buen mozo, divinamente encornado, fino y escaso de carnes, en las primeras varas demostró mucho poder, y cuando se quedó en los tercios, sin desafiar nunca y siempre natural en la suerte, tomó "veintiuna varas", y con decir que mató 13 caballos es suficiente para comprender que no dejó nada que desear, pues es toro que no puede olvidarse con facilidad y "que no ha" tenido en los tiempos que corremos compañero, pues ha sido un verdadero fenómeno. En este toro, del señor Fontecilla, nos sucedió una rareza, que fue la de tener que retirarnos a pie a la fonda. Que críe usted muchos y que podamos torearlos, es lo que desean sus afectísimos, que le aprecian: Rafael Molina, José Calderón y Manuel Calderón». Este toro era hijo de un semental de "Miura" pues, don Andrés Fontecilla, fue uno de los pocos ganaderos españoles que compró hembras y un semental de esta legendaria ganadería.