“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas de Ayer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas de Ayer. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de junio de 2007

Toros en Tolosa

Durante la semana pasada, entre la vorágine de la vuelta de José Tomás, convertida en un gran acontecimiento en el mundo taurino, e incluso en noticia de portada en periódicos nacionales e internacionales, y la presencia de los novillos de don Fernando Pereira Palha en Zaragoza, otro acontecimiento para los aficionados de Zaragoza, en donde resido, y de otras latitudes de nuestra piel de toro, surgió la noticia de la corrida que ese mismo día 17 de junio se debía de celebrar en la más que centenaria plaza de Tolosa, y junto con la noticia, la polémica en torno a la presidencia del festejo y a todos los sucesos acaecidos en relación con este tema, del que supongo ya están enterados, y que afectaba directamente a buenos aficionados comprometidos con la verdad de la Fiesta en ese territorio a los que conozco.
Mientras bullían por mi cabeza ideas que saltaban de un acontecimiento a otro, y repasando no se porque razón un libro sobre Lagartito y Frascuelo, apareció un dibujo, realizado por J. Chaves para “La Lidia”, de un acontecimiento sucedido precisamente en la plaza de Tolosa hace 141 años, en la segunda corrida de la feria de San Juan de 1866 -entonces se celebraban tres corridas de toros- y la crónica del sucedido escrita por don Antonio Peña y Goñi. Yo no buscaba esta historia, aunque es posible que la historia me buscara a mí porque cuando abrí el libro la primera imagen que apareció fue esta.
No tuve duda. Era la ocasión de brindar mi apoyo y solidaridad a todos los buenos aficionados comprometidos que están sufriendo ese mismo cartel del “tomate-circo” no solo en Tolosa, también en Eibar y en Vitoria, y que supone un paso más para descafeinar la Fiesta en una zona que siempre se ha caracterizado por la exigencia del toro íntegro. Y quiero brindar esta solidaridad rescatando del baúl de la historia estos hechos acaecidos en esa plaza que tanto quieren, y sí les sirve para disipar un poco la preocupación de lo que sucede en sus plazas y aliviar ese gusto amargo que se les ha quedado, ese era mi objetivo.
Sobre la novillada de Palha en Zaragoza ya quedaron reflejadas mis impresiones en el día de ayer, de José Tomás hablaremos cuando don José, nuestro corresponsal en ese acontecimiento, regrese de Barcelona, pues aprovechando la ocasión se ha quedado unos días con su sobrino en la capital condal, ahora le toca el turno a Tolosa.
Cuando transcribía la crónica que podrán leer a continuación el nombre de Juan Antonio estaba presente en mi cabeza, junto al suyo el de Urko y el de Miguel. No tengo duda que si hubieran tenido 141 años menos que ahora hubieran coincidido en este festejo, aunque hubieran tenido que vender el colchón.

Sucedió en Tolosa el 25 de junio de 1866.
Toros de don Raimundo Díaz para Salvador Sánchez “Frascuelo” y Antonio López “Cúchares de Córdoba”.
"Lidiándose el quinto toro, ocurrió este de todo punto extraordinario incidente.
Apurado el toro en la suerte de varas, como todos los lidiados en las tres corridas, había llegado a la muerte sumamente descompuesto. Salvador lo pinchó varias veces, y el animal fue a refugiarse en la querencia de un caballo muerto, donde se encastilló, tapándose y haciendo inútiles todos los esfuerzos del matador, que quería descabellar a su enemigo.
El animal se hallaba cerca de las tablas, enfrente del chiquero y al lado opuesto de éste. Cuando Frascuelo bregaba como un desesperado, oyese de pronto un estrépito en la plaza y un grito de terror lanzado por todo el público. El sexto toro había hecho saltar la puerta del toril y presentándose en el redondel inopinadamente.
Frascuelo, que, como dije antes, estaba de espaldas al chiquero, y echando los bofes para rematar al quinto, volviose como un rayo al oír el clamor de la concurrencia y se encontró con el sexto toro en la plaza.
El animal había rebotado por encima de la barrera, que hizo trizas al salir. Se revolvió contra ella, y, rehecho en seguida, dio media vuelta, quedando engallado y con la vista fija en el otro extremo del ruedo donde se hallaba Salvador, tratando de descabellar al quinto.
La ansiedad de los espectadores en aquel momento fue indescriptible, y el cuadro que la plaza presentaba, de lo más imponente que pueda imaginarse el lector.
En un extremo del redondel, un caballo muerto y una res moribunda; en el otro extremo, un montón de madera, y a los pocos pasos, un toro lleno de vida, cuadrado en el suelo, levantada la cabeza, con las defensas erguidas, estremeciéndose de bravura, fiero, encampanado, pidiendo pelea, en esa actitud salvaje y noble a la vez, que convierte a un toro lleno de sangre, de gallardía y de alientos, en el animal más hermoso de la creación.
Y entre el moribundo y el vivo, entre la fiera que agonizaba y la que acababa de pisar la arena, hallábase un chiquillo de veintiún años, a quien se dirigieron con angustiosa ansiedad todas las miradas.
Allí no cabía vacilación; allí no era posible la duda; había que resolver el problema inmediatamente; había que apagar de una manera o de otra aquella inmensa emoción que comprimía todos los pechos.
Frascuelo no tuvo ni un segundo de incertidumbre. En cuanto vio al sexto toro engallado a poca distancia del chiquero, se dirigió Salvador resueltamente hasta los medios, y allí, con una temeridad increíble, flameó la muleta repetidas veces.
El animal se embebió por de pronto, como aturdido por aquel desafío inverosímil, pero desengañado al instante, engreído por los reflejos rojos que a su vista flotaban en son de audacísimo reto, partió como un rayo hacia Salvador.
El espantoso grito que se dejó oír entonces en la plaza fue aún mayor que el que se escuchó al presentarse en ella el toro. Frascuelo lo esperó a pie firme; lo dejó llegar a jurisdicción; le marcó la salida como se marca en las banderillas al quiebro; enmendó con velocidad asombrosa el terreno, al cargar la suerte, y metió y sacó instantáneamente el estoque.
La velocidad adquirida por el toro hizo su muerte tan repentina, que al hundir el estoque Salvador, levantar las manos el animal y caer descompasadamente a los pies del matador, fue obra de un segundo.
Una exclamación de asombro y el eco de miles de frenéticos aplausos hirieron los aires.
Frascuelo, sereno, sin inmutarse a punto, vio caer al toro sexto, y se dirigió tranquilamente a rematar el quinto, lo cual consiguió poco tiempo después.
Cuando cayó la res, el matador se vio rodeado de una apiñada muchedumbre que lo cogió al aire y lo llevó triunfante a la fonda."

Antonio Peña y Goñi.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Paco Apaolaza

A Paco Apaolaza lo conocí durante la Feria del Pilar del 97. Después de la corrida, unos cuantos aficionados, entre los que me encontraba, habíamos quedado con Paco y con Javier Villán para tomar unos vinos, hablar de toros y darles nuestro Fanzine. Fue una tarde-noche agradable, el tiempo estaba bueno y pudimos alargar la charla en una terraza hasta bien entrada la madrugada.
Para nosotros fue una conversación reconfortante, eran dos de los periodistas de referencia, de los que podías fiarte, porque los avalaba una trayectoria irreprochable de independencia y compromiso, y cada día, con sus crónicas lo demostraban. Además en aquellos años no estaban solos, los acompañaban en la labor de la crítica taurina firmas tan importantes e independientes como Joaquín Vidal, Alfonso Navalón, Mariví Romero o Vicente Zabala. Cada uno analizaba los festejos desde su óptica, y entre las opiniones de todos, los aficionados podíamos hacernos una idea muy cercana la verdad.
Desde siempre he pensado que los periodistas taurinos son imprescindibles para la Fiesta de los Toros porque crean opinión, su visión de la corrida se convierte en una lección, pero para poder ejercer este magisterio, primero, y antes que periodista, hay que ser aficionado, y Paco, Alfonso, Vicente y Joaquín, lo eran.
La Feria del Pilar se acabó, el invierno pasó, y con la primavera llegó la mala noticia desde Sevilla.
Como homenaje, en “El Aficionado” nº 8, correspondiente al mes de Octubre de 1998, un año después de habernos conocido, publicamos íntegramente su última crónica. Hoy, desde este espacio, y coincidiendo con la presentación de la Vª edición de premio periodistico taurino que lleva su nombre, quiero brindarle mi particular homenaje a su recuerdo y vuelvo a sentir la necesidad de que las últimas palabras escritas por Paco Apaolaza desde la Real Maestranza de Sevilla cobren vida de nuevo. Ahí van.

"Roncando y sin manta"
Sevilla - Jueves, 23 de Abril de 1998.

"Cuarta de Feria. Dos tercios de entrada. La corrida comenzó con tres cuartos de hora de retraso debido a la lluvia y al estado del ruedo, que tuvo que ser acondicionado, y terminó pasadas las 21,30 horas. Presidencia desapercibida. Perdonó avisos en la primera parte.

Cinco toros de José Luís Pereda, desigualmente presentados, bajos de raza, de movilidad y de emoción. La mayoría rajados y cortos en sus embestidas. Un sobrero de Gavira, lidiado en cuarto lugar, justo de presentación, con hechuras y rajado. Todos dieron la sensación de trámite, tanto en el caballo como en la muleta.

David Luguillano: Corta desprendida. Saludos. Estocada. Saludos.
Manuel Díaz “El Cordobés”: Pinchazo, aviso y estocada. Silencio. Estocada. Saludos.
Víctor Puerto: Tres pinchazos. Silencio. Estocada. Silencio.
La luz se encendió en el tercero.

Nos movemos a veces duros, expectantes, densos; silencios premonitorios de chispazos geniales de toreo. Ese es el tópico. Lo que pocas veces había pasado era que la Maestranza roncara. Sí, sí, roncar. Grrr, grrr, grrr. Ah, y sin manta. Al final es todo cuestión de actitudes. De actitudes de los mismos toros, pobrecillos, que no saben lo que están haciendo con ellos y vagan por el ruedo como si no tuvieran otra misión que dejar el palmito, y eso muy poco, porque bien se cuidan de que salgan perfectamente medidos.
La corrida de ayer fue absolutamente lamentable y condenar a esta maravilla de plaza al ronquido es un pecado que quizá en esa noche cerrada en que terminó el paripé de corrida de toros se haya olvidado. Al final nadie sabía ya si tenía que ir a cenar, si tenía que pedir un café con leche con churros o un chocolate con calentitos porque todo era absolutamente igual.
David Luguillano por ejemplo adoptó el gesto torero, adoptó la postura pero todo fue inútil a pesar de que no desentonó con esos dos animales a los que llaman toros y que, de verdad, el día que salga uno embistiendo, corriendo y al que haya que dominar, esto va a ser la debacle.
El Cordobés quiso ponerse también en lo serio, en lo templado pero con semejante morucherío y con la muleta retrasada poco o nada se puede parir toreramente. En todo caso, dejar que los espectadores sigan roncando (grrr, grrr) e implorando con la mirada una manta para sobrellevar la crisis.
En el último toro pareció que Víctor Puerto, después de brindar al doctor Ramón Vila iba a despertar al personal que miraba los focos de la plaza encendidos pensando que, quizá, en la fría noche podría repetirse lo de Morante de La Puebla del día anterior. Mala cosa. Quizá no fue culpa de nadie. Este espectáculo, esta corrida de toros, nunca debió celebrarse. Si a mí me dicen que en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla iba a oír roncar jamás lo hubiera creído. A partir de ahora seré más crédulo.”

Paco Apaolaza.