Conocí a Pepito a finales de la década de los ochenta, cuando tendría tres o cuatro años de edad, venía acompañando a su madre, que se llevaba faena para hacerla en casa, a la fábrica en la que yo trabajaba. Me cayó bien y, poco a poco, me fui haciendo amigo suyo. Un día le pregunté lo que le gustaría ser de mayor, sin dudarlo me contestó que seria “torero”.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
viernes, 25 de enero de 2008
Los trastos de torear
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Miguel "el de Ejea"
En aquellos años, afición sí que había, sí… pero dinero, muy poco… Recuerdo que había que ahorrar mucho para poder ver alguna corrida en Calatayud o en Zaragoza. Algunos aficionados asistían a cuantas su bolsillo les permitían. Para otros muchos, los precios de las corridas eran prohibitivos, los únicos toros que podían ver eran los que salían en las capeas que se celebraban en el pueblo durante las fiestas patronales y las que, por el mismo motivo, se realizaban en los pueblos vecinos. En el aspecto taurino las fiestas de Brea eran las mejores de la comarca. Eran tres días de toros que atraían a una legión de torerillos.
Mi amigo José Luís comentó que no estábamos en lo cierto, que él sabía de uno que había llegado a tomar la alternativa y nos contó la siguiente historia: A mediados de los setenta, un lunes de fiestas y, además, primer día de toros, se fue extendiendo la noticia entre los espectadores que llenaban las gradas de que había un matador de toros entre el público. Se supo pronto quien era por lo bien que dio un par de tandas, unos le conocieron y otros no. Uno de los que no le reconoció fue Manolo, pero el torero si que se acordaba de él, le comentó que habían compartido mesa alguna vez, le preguntó por su suegra, la tia Evarista, quien en alguna ocasión le había lavado la ropa y guardado los trastos. Llevaba prisa el torero, marchaba para Zaragoza, pero antes de partir le dijo a Manolo que saludara a su suegra: “me llamo Miguel, el de Ejea, quizá aún se acuerde de mi".
Evarista García Monge vivió en el nº 24 de la calle Mesones, cerca de las eras, a escasos cien metros de la fuente del Barranco y del lavadero municipal. Muchos años, durante las fiestas, allí lavó la ropa de algún torerillo, uno de ellos fue Miguel "el de Ejea" que, al igual que otros, también llenó el estómago en su casa.
La tia Evarista murió, en Brea de Aragón, el 6 de junio de
sábado, 24 de noviembre de 2007
Los maletillas en Brea de Aragón
En el ato, una camisa y un pantalón, muleta, estaquillador y capote, en el bolsillo nada, en el estómago lo justo… su afición no cabía en ningún sitio. Eran los maletillas.
pasado de kilos y fecha, pisaba el ruedo; comenzaba lo real, con el toro, avisado y desarrollando sentido, el peligro se palpaba. Pero allí estaban ellos intentando hacer fácil lo imposible. Todo sobre los pies, parar, templar y mandar un sueño. Un derechazo, al que una colada transformaba en un ayudado por alto, otro de pecho; el de al lado, una media y un desarme, carreras y una voltereta; el siguiente, dos mantazos y al olivo. Unos tiritaban de calor, otros sudaban de frío. ¡Qué bromas gasta el miedo!
El miércoles, mientras el incombustible “Requena” fijaba al último de la feria, los maletillas, con un capote extendido, pasaban el guante: “A ver señores, la voluntad, una peseta al año no hace daño. Gracias, muchas gracias”.