“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 31 de enero de 2011

LA VIDA SIGUE IGUAL

Una nueva temporada comienza y nada parece cambiar en el planeta taurino. Aferrados al inmovilismo más absoluto, los taurinos no se mueven, no vaya a ser que, si lo hacen, alguien les mueva la silla. Parece que, como decía aquella legendaria canción de Julio Iglesias, “la vida sigue igual” y todo seguirá discurriendo como siempre. Por lo visto hasta el momento, lo de la crisis parece no inquietarles, después de tantos años, más de doscientos, en los que este espectáculo de los toros ha seguido dándose -¡y mira tú que han habidos crisis en España en todo este tiempo!- sin interrupción, poco les debe preocupar esta de la que, además, los expertos dicen que ya se está empezando a salir. De hecho, se están anunciando los primeros carteles de las primeras feria y, como la canción, nada parece cambiar: los mismos nombres, las mismas ganaderías, los mismos tejemanejes de siempre…

Ellos, los que manejan el cotarro, siguen a lo suyo. Repitiendo ganaderías que una y otra vez han demostrado que están podridas pero que -¡mire usted por donde!- son las que les reclaman los mandones del escalafón para apuntarse a los carteles; condenando al ostracismo a las que aún mantienen algo de casta y, por lo tanto, crean los problemas lógicos de esa condición a los que se ponen delante de ellas; cerrando la puertas a toreros que se han ganado, por méritos contraídos en la plaza, el derecho a torear porque -dicen- piden mucho dinero, o por no estar bajo el control de los que a principio de cada temporada se reparten todas las partes del pastel taurino. Y porque, además, es preferible que determinados toreros se queden en casa no sea que, si saben torear, pongan en aprietos a los pretendidos figuras que ellos apoderan y con lo que se llevan una buena parte del dinero que se embolsan cada temporada.

En esas estamos y, mientras tanto, siguen desapareciendo encastes legendarios que daban variedad a las corridas de toros sin que nadie mueva un dedo, sigue la monotonía y el aburrimiento campando por las plazas a sus anchas, siguen los pretendidos figuras imponiendo sus condiciones que, lógicamente, redunda en la comodidad y docilidad del ganado que exigen para su presencia en los ruedos y, en consecuencia, los aficionados y los espectadores desertando de las plazas de toros ante la falta de emoción y seriedad de ese simulacro de corrida de toros que pretenden imponernos y que nada tiene que ver con la Fiesta auténtica.

Parece ser que los taurinos viven en un planeta situado en otra órbita y no son conscientes de una realidad que cada vez es más evidente. Una especie de tortícolis los incapacitara para mirar hacia arriba y darse cuenta de que cada vez hay menos gente en los tendidos, y que los que hay, como muestra el gesto adusto de sus caras, cada vez se aburren más presenciando el espectáculo que les ofrecen y se plantean, cada día con razones de más peso, si merece la pena perder el tiempo y el dinero en un espectáculo anodino, aburrido y previsible. Seguramente, cuando vayan a recolectar la recaudación, se preguntaran el porqué de su escasez y eso le hará reflexionar, pero como no habrán mirado la cara de aburrimiento de espectadores y aficionados en los tendidos, lo achacaran a razones que poco tienen que ver con la realidad.

Si, como dice la canción, “la vida sigue igual” en el planeta taurino y no recobra los valores que la han mantenido en candelero durante tantos años, la Fiesta está irremediablemente herida de muerte y no hará falta que nadie la prohíba porque, en no mucho tiempo, habrá dejado de interesar a los pocos que todavía seguimos manteniendo algo de ilusión por ella y a los cada vez menos que, a caballo de una tradición ancestral, siguen acudiendo a las plazas en los días señalados de la ferias de sus pueblos y ciudades.

martes, 18 de enero de 2011

TOROS Y TELEVISIÓN

El pasado domingo, cuando conecté con el programa “Clarín” de Radio 5, estaba hablando el empresario de Madrid y, en ese momento, estaba diciendo algo parecido a que si la Feria de San Isidro no se televisaba por el canal de pago que lo hace ahora sería la ruina, que aunque para esta temporada tenían firmado el contrato con el citado canal, no podía asegurar lo que ocurriría en el futuro con el cambio de propietarios de un buen puñado de acciones y que, si decidían no televisar la Feria en el futuro, podía significar el desastre total. Por estas mismas fechas, ante la decisión de TVE de incluir en su “libro de estilo” la prohibición de retransmitir corridas de toros, al considerarlas como un acto de violencia contra los animales que puede herir la sensibilidad de los niños, buen número de profesionales y aficionados han ido manifestado su oposición ante este decisión desde sus respectivos puntos de vista. Este debate de los toros televisados me provoca alguna reflexión pues, estando de acuerdo con la necesidad de la retransmisión de corridas en televisión, sería necesario plantearse que tipo de corridas y como hacerlo.

En esta época de crisis, no solo económica -que si bien influye no lo considero como factor exclusivo- por la que atraviesa la Fiesta de los Toros, pienso que mucha culpa la tienen las retransmisiones televisivas que se han hecho desde comienzos de los años noventa, así como los profesionales y toreros retirados que se han dedicado a comentarlas. Lo que debería ser un ejercicio crítico, a la vez que aleccionador, de lo que sucede en el ruedo, se ha convertido en alegoría y justificación de todo lo que hacen, bien o mal, toreros y subalternos en el ruedo, relegando a un papel secundario al actor principal de la corrida que no es otro que el toro. Esto a hecho mucho daño a la Fiesta pues, durante casi dos décadas, han ido influyendo en la opinión de los telespectadores y creando un tipo de aficionados asépticos y a la medida de las figuras de turno. No cabe duda de que han ocurrido cosas buenas en las corridas televisadas, pues cuando toro y torero se conjuntan, como ha ocurrido en los dos últimos años con Luís Francisco Esplá y Juan Mora en la plaza de “Las Ventas”, la fuerza, la magia del toreo se imponen y los comentarios pasan a segundo plano pero, en general, creo que han hecho mucho más daño que bien.

Por eso, pensando en la conveniencia de la retransmisión de corridas de toros por televisión, creo que debería hacerse de otra forma. En primer lugar, seleccionar qué tipo de corridas y desde qué plazas, y en segundo, que se haga desde la crítica constructiva y aleccionadora de locutores y comentaristas. No me sirve que se retransmita cualquier corrida desde cualquier plaza, ni que los locutores y comentaristas lo hagan -antes que desde la imparcialidad y la crítica rigurosa que sirva para que los telespectadores aprendan a valorar la importancia de lo que sucede en el ruedo- desde el intereses de las figuras y sus cuadrillas, menospreciando al toro y, como ha ocurrido tantas veces, insultando a los aficionados que en la plaza se muestran críticos ante lo que habitualmente sucede en el ruedo. Las corridas televisadas no deben de ser un flotador para que los empresarios salven los ingresos de una feria ni para que los toreros y su cuadrilla se lleven un sobresueldo. La promoción de la Fiesta por televisión, que sin duda es necesaria, requiere verdad y compromiso, si no es así más vale que no se televise ninguna corrida.