“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

miércoles, 30 de noviembre de 2011

DIEGO PUERTA, UN TORERO VALIENTE Y HONRADO

Cuando de niño iba a buscar a mi padre a la salida de los toros y le preguntaba cómo había resultado la corrida, si había toreado Diego Puerta, y eran muchas las veces que toreaba en Zaragoza en aquellos años sesenta, siempre hablaba bien del torero sevillano: de su honradez, de su pundonor, de su entrega, de su coraje y, por encima de todo, de su valor. Tan reconocida era esta cualidad que un revistero de la época de sus primeros años le puso el acertado apodo de “Diego Valor”, que era el nombre de un personaje y de una serie de tebeos muy popular a finales de los años cincuenta. Yo no pude verlo de matador de toros porque se retiró pronto, en 1974, y nunca más volvió a vestir el traje de luces. Sí que lo vi en algún festival de Atades, que se celebraba todos los años a principios de la temporada en Zaragoza, o en alguno de los que se celebraban en la cercana localidad de Ricla. También, aunque no sea los mismo, en vídeo. Sin ser un torero profundo y de corte clásico, me gustaba su disposición y sus formas y alegría sevillana.

De novillero, según me han contado viejos aficionados zaragozanos, toreo mucho en Zaragoza, incluso pasaba aquí largas temporadas en compañía de su inseparable Paco Camino. Luego, una vez ya matador, tuvo y mantuvo un gran cartel y no faltaba ningún año a su cita con los aficionados de “La Misericordia” hasta su retirada. Como torero valiente tuvo que pagar el triunfo muchas veces con su sangre. Prueba de ello son las más de 50 cornadas que adornaban su cuerpo, la última de las cuales, tres días antes de su retirada en “La Maestranza” sevillana tuvo lugar, precisamente, en su querida Zaragoza. Cuando se cortó la coleta prometió no volver y no volvió. Se dedicó a cuidar de su ganadería, que había adquirido en 1963, y a torear festivales benéficos hasta que en 1989 colgó definitivamente los trastos. Casualmente, hace pocos días, viendo vídeos viejos de programas taurinos, aparecía en el callejón de la Plaza de Castellón de la que fue empresario allá por el año 1987, fecha del reportaje en cuestión. Hoy me he enterado que ayer por la noche falleció. En su memoria quiero enlazar un par de vídeos.

Este primer vídeo es una breve semblanza biográfica con imágenes de uno de sus triunfos en la madrileña plaza de “Las Ventas” de sus primeros años.


Este segundo recoge pasajes de su actuación en Pamplona, ante un toro del “Conde de la Corte”, el que hacía 4º de la tarde, el día 9 de julio de los Sanfermines del año 1968.


Nota: Pasados un par de días del fallecimiento de Diego Puerta leo unas declaraciones de Paco Camino, su gran rival en los ruedos y a la vez su mejor amigo fuera de ellos, que quiero que sean el colofón de este pequeño homenaje al torero del Barrio de San Bernardo:

“Un ejemplo de torero, un torero único. Tenía un valor como la copa de un pino, pero no todo se resumía en su valentía, pues aunaba todas las cualidades de los grandes. Empezamos juntos desde chicos y hemos compar­tido más de 360 paseíllos. En el toreo, con muchísima diferencia, ha sido mi mejor amigo. Pero en el ruedo eso se olvidaba. Había mucha rivalidad, salíamos a cara de perro, incluso hacíamos apuestas. Cuando toreaba con Diego pasaba más miedo por él que por mí. ¡Qué manera de arrimarse y entregarse! A veces llegaba a arrollar la razón y le cogían muchos toros. Pero tenía una gran inteligencia; era un fenómeno, como persona y como torero. En esa terna famosa entre Puerta, El Viti y yo, Diego no era el tercer hombre, sino el primero. Lástima que no se hayan enterado de lo que ha sido los que otorgan la Medalla de las Bellas Artes. ¿Dónde está su Medalla? Qué injusticia más grande... Él la merecía más que ninguno, bastante más que yo, que la devolví porque no quiero premios de golfos. En la vida no cuentan los homenajes ni los trofeos. En la vida cuentan los hechos. Y Diego Puerta, mi gran amigo, ha sido un auténtico fuera de serie, una parte inolvidable de la Historia del Toreo.”

lunes, 28 de noviembre de 2011

CASUALIDAD O MALDICIÓN

Al buscar información sobre la canción que hemos enlazado hoy en el CANCIONERO TORERO -"Pepete, mátelo usted", interpretada por Gracia de Triana- nos hemos encontrado con tres historias de tres toreros que utilizaban el mismo apodo, Pepete, y que tuvieron el mismo trágico final, la muerte del protagonista a consecuencia de las cornadas recibidas en el ruedo: José Dámaso Rodríguez, de Córdoba, José Rodríguez Davie, de San Fernando, Cádiz; y José Claro, de Sevilla. Los tres Pepetes murieron de cornadas tan severas que su agonía duró muy poco tiempo. En el primer caso, sólo tres minutos, tras una lesión en el corazón; en el segundo, unas horas, con herida en el muslo que le causó tremendos dolores; y en el tercero, luego de fugaces minutos, con plena conciencia del torero que por ese hoyo que hizo el pitón destrozando la femoral. Tres historias distintas con idéntico final que no sabríamos calificar como casualidad o maldición.

El primero, José Dámaso Rodríguez Pepete, nació en Córdoba, en 1824, y desde pequeño quiso ser torero. Se cuenta que cuando el novelista francés Alejandro Dumas visitó Córdoba, Pepete actuó como guía en una excursión por la Sierra Morena. Pronto consiguió fama por sus condiciones y valentía en las cuadrillas de José Redondo El Chiclanero y Antonio Luque Camará. Se doctoró en Madrid, de manos de Cayetano Sanz, matando al toro “Lagartijo” , de Gaviria. Su fama creció rápidamente y los públicos lo exigían en los carteles de más fuste. Alcanzó triunfos en Madrid, sobre todo en 1858, su año cumbre. Fue en 1862, cuando la empresa de Madrid lo contrató para torear el 20 de abril. En segundo lugar salió un berrendo en negro alunarado botinero y capirote y de cuerna corta, de la ganadería de Miura. El toro embistió al picador Antonio Calderón dándole un tumbo. Pepete saltó de inmediato la barrera para hacerle el quite al varilarguero. Para su mala suerte, el toro “Jocinero” lo enganchó por la cadera, causándole un puntazo sin importancia, pero quedó a su merced y el burel le lanzó dos asesinos derrotes, causándole una profunda herida en el pecho que le partió el corazón. El torero aún tuvo fortaleza para levantarse, llegar a la barrera  y, pocos minutos antes de morir en la enfermería, preguntarle al médico de la plaza: "Doctor ¿Es algo?".

Cinco años después, nació en San Fernando, Cádiz, José Rodríguez Davie, Pepete, el 14 de mayo de 1867. Su trayectoria, como la de su antecesor, también fue vertiginosa. Su fama comenzó a despuntar en 1887 en la cuadrilla de Joaquín Rodríguez Punteret. Antes de tomar la alternativa toreo en Montevideo, Uruguay, y retornó a España para doctorarse en el Puerto de Santa María, el 30 de agosto de 1891, de manos de Luis Mazzantini. Estampa de torero presumía este Rodríguez Davie, de elegantes trazos, con valor y personalidad. Reunía empaque y con ese toreo de alta escuela lidió los años siguientes, realizando viajes a Sudamérica, hasta que llegó el trágico día del 12 de septiembre de 1899, en la plaza de Fitero, Navarra. El tercero de la tarde, “Cantinero”, de la ganadería navarra de Zalduendo. Al finalizar el segundo tercio persiguió a Pepete y al saltar la barrera, en el callejón, lo enganchó el toro, lo zarandeó como un muñeco de trapo y lo lanzó de nuevo al ruedo, dándole entonces una cornada grande en el muslo derecho, de dieciocho centímetros de profundidad y seis de anchura, a consecuencia de la cual murió al día siguiente.

Unos años antes había nacido en Sevilla, el 19 de marzo de 1883, José Claro, Pepete. En 1904 debutó en Sevilla y en Madrid. Ese mismo año, tomó la alternativa en la Real Maestranza de manos de Bonarillo, doctorado que confirmó dos años después en Madrid, el 27 de mayo de 1906. Se presentó en México, en la segunda corrida de la temporada en el coso del “El Toreo”, el 10 de noviembre de 1907, causando una buena impresión por sus hechuras de torero elegante y de calidad, lo que le valió para torear tres corridas más, dos de Piedras Negras y otra de Tepeyahualco. Su mejor temporada española fue la de 1908. Retornó a México en la campaña 1909-1910 y sumó seis corridas con buenos resultados. La tragedia le sobrevino el 7 de septiembre de 1910 en la plaza de Murcia. Toreaba mano a mano con Rafael González Machaquito, toros de Parladé. El primero de la tarde, “Estudiante” dio un tumbo al picador Majito y al acudir Pepete para hacerle el quite, el burel lo arrolló y le infirió un cornada en la ingle derecha con ruptura de la femoral. Minutos después moría en la enfermería, consciente de que por la herida se le escapaba la vida, y escuchando el gran triunfo que consiguió Machaquito con los buenos toros de Parladé que se habían lidiado en esa tarde tan negra para él.

domingo, 20 de noviembre de 2011

ANTOÑETE, EL TOREO PURO

Cuando "Antoñete" volvió a los ruedos, al comienzo de la década de los ochenta, trajo consigo el toreo puro. Fue un momento clave para el resurgimiento que experimentó la Fiesta de los Toros, casi arrasada por el fenómeno de “El Cordobés” en la década de los sesenta, que expulsó de los ruedos a buena parte de la afición. Los años setenta fueron un duro periodo de transición, los figuras de entonces, toreros que sabían torear, no consiguieron que los que habían abandonado volvieran, ni tampoco arrastrar a nuevos aficionados a los cosos taurinos y los tremendistas e imitadores del de Córdoba, no pasaron de eso, de simples imitadores. Los que seguían acudiendo a las plazas de toros, un mínimo cupo de aficionados cabales que no tenían la fuerza suficiente para imponer el criterio y la cordura del toreo clásico a los restos del aluvión de espectadores aportados por el cordobesísmo y sus formas heterodoxas que seguían buscando en las corridas el tremendismo y la excentricidad del de Córdoba. Fue una década difícil, de resaca, en donde el cemento de los tendidos era el invitado que más espacio ocupaba. En eso llego “Antoñete” con el toreo de siempre por bandera y explicó, ante el toro, lo que es torear.

Muchos no lo habían visto jamás, era la primera vez que veían que torear era eso tan fácil que hacía el veterano maestro madrileño, un hombre ya mayor y no muy sobrado de facultades físicas: encontrar la distancia del toro, citarlo, adelantar la muleta para embarcarlo, cargar la suerte y rematar el pase allá donde la espalda pierde su casto nombre y abajo. Y descubrieron que esa manera de torear, la clásica, la que interpretaba el maestro Chenel, llevaba implícita la bellaza más excelsa y la emoción más intensa. Durante esos gloriosos años de la década de los ochenta, hasta su primera retirada, tuvo la ocasión de explicar varias veces la lección y consiguió que los aficionados veteranos se reconciliaran con el arte del toreo, y que una buena parte de los espectadores que acudían a las corridas en las que se presentaban las condiciones para desarrollar su tauromaquia, y que nunca habían visto torear de esa forma, se aficionaran. Ese fue el gran mérito de “Antoñete”, como los artistas del Renacimiento, que descubrieron en las formas clásicas de la antigüedad el modelo ideal de belleza, y con ello abrieron un nuevo curso para la historia de la humanidad, su torería significó un renacimiento del arte clásico del toreo que se hallaba sepultado bajo los escombros del terremoto que supuso para la Fiesta el fenómeno cordobesista.

Eso queda demostrado en el vídeo enlazado en el apartado "LcbTV", en la columna situada a la izquierda de este artículo. Aunque es opinión generalizada que cuando se visiona una faena en el vídeo pierde intensidad y se ven los defectos, en este caso, y dada la perfección y grandiosidad de los momentos escogidos, los defectos no lo parecen tanto y la belleza de los lances hace que la intensidad siga estando presente. El reportaje, que recoge algunos de los momentos más brillantes de esa época en la que “Antoñete” bordó el toreo en su plaza de “Las Ventas“, está subrayando por la banda sonora de las opiniones de varios escritores y periodistas que explican lo que para ellos significó la irrupción del torero madrileño en el panorama taurino de la década de los ochenta en la que, por un corto espacio de tiempo, el arte de torear remontó el vuelo y muchos vieron por primera vez lo que es torear.