“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 29 de febrero de 2008

La suerte de varas en la crítica taurina actual

Motivado por la lectura del documento recientemente publicado en el Blog del Manifiesto, “La suerte de varas es el eje de la lidia”, he realizado una comprobación del tratamiento informativo que esta recibiendo esta suerte, basándome en las crónicas de las primeras corridas de la Feria de Castellón, por parte de los principales profesionales del periodismo taurino y, aunque sospechaba que iba a ser muy poco el espacio dedicado a ello, he podido comprobar que, aún partiendo de esa premisa, estaba equivocado, pues no dedican ni una sola línea, ni una, a este tema, es algo totalmente ignorado, es como si la suerte de varas no existiese.

La que durante más de dos siglos ha sido la suerte fundamental de la tauromaquia; la que situaba en los carteles a los picadores al mismo nivel que los propios matadores; la que a lo largo de la historia ha servido para calibrar la bravura y el poder de los toros, para ahormarlos y corregir los problemas que pudieran presentar de cara al tercio final; la que orientaba a los ganaderos en la selección de su ganado; la que provocaba momentos de máxima belleza y emoción en aficionados y espectadores; sobra. Es una suerte sentenciada, condenada a la desaparición.


Los aficionados poco podemos hacer para remediar esta situación, porque además de pocos, somos maltratados y vilipendiados por los profesionales del taurinismo y sus voceros mediáticos, ignorados por las autoridades que deberían velar por su correcto desarrollo y, por si fuera poco, despreciados por los espectadores de feria que cubren los tendidos en la actualidad y que, con el coco comido por el marketing y las campañas publicitarias, ni saben de su grandeza pasada, ni les importa. Solo nos queda levantar la voz, denunciar su deterioro, exigir su revitalización, explicar su historia y su importancia, su belleza y la emoción que conlleva y si, por casualidad, un día podemos contemplar una suerte de varas digna y acorde con los cánones que deberían regir su práctica, aplaudirla y ponerla como ejemplo. Poca cosa es, pero menos es nada.

domingo, 24 de febrero de 2008

El toro clonado

¡Albricias! Ya viene, ya está aquí, a la vuelta de la esquina, el toro del futuro, el toro del siglo XXI, el toro clonado.

Eso es lo que podemos deducir de las noticias aparecidas recientemente en la prensa, algunos ganaderos se han quitado la venda de los ojos, han roto con la tradición y se han decidido por un paso de gigante hacia el futuro. Apoyándose en los avances de la ciencia quieren proseguir en esa búsqueda en la que llevan empeñados más de dos siglos, ese toro colaborador que minimice los riesgos y ayude a los toreros a desempeñar su trabajo con la mayor garantía posible y, así, puedan mostrarnos su arte con la máxima regularidad cada tarde en la que actúen.

El sistema de selección que se ha venido practicando hasta el momento ha quedado obsoleto y es preciso modernizarse y, puesto que los avances de la ciencia lo posibilitan, es posible hacer un trabajo de selección en el laboratorio, en vez de en el campo o en la plaza de tientas que, además de resultar más barato, ofrecerá muchas más garantía y fiabilidad que los métodos tradicionales. Todo serán ventajas, con la clonación el toro dejara de ser un problema, las corridas estarán absolutamente igualadas, con hechuras perfectas y comportamientos similares, se podrán eliminar los sorteos, porque todos los toros serán iguales y los toreros tendrán todos el mismo material, estaran en igualdad de condiciones, para desarrollar su obra, cosa que redundará en beneficio del espectáculo y del espectador y, además, se pondrá fin a ese axioma popular que tantas veces hemos escuchado en los tendidos y que sostiene que “cuando hay toreros no hay toros”, con el toro clonado se acabará la incertidumbre y ganaremos en seguridad y regularidad.

Pero la ciencia no se detiene y, en este y en otros campos, avanza a pasos agigantados, es preciso seguir por esta senda, profundizar en la aplicación de los adelantos científicos en la cría del toro bravo y, utilizando los modernos métodos de la cirugía para incluir microchips en los organismos vivos que regulan determinadas actividades del cerebro, tratar de conseguir el modelo de toro definitivo, el que asegure, al cien por cien, un comportamiento de las reses acorde con las necesidades del momento y de los diestros actuantes, sería, sin duda alguna, el mayor avance de la historia de la tauromaquia... el toro programado.

¡Sería la repanocha! No me pueden negar que no significaría un avance definitivo y trascendental, el toro dejaría de ser el animal irracional que es, variable en su comportamiento a lo largo de la lidia y capaz, merced a esa irracionalidad, de desbaratar el programa que los diestros puedan llevar preparados para su actuación, y pasaría a convertirse en el colaborador necesario para levantar la obra de arte del toreo tarde tras tarde. Se podrían programar los toros para que respondieran, mediante distintos estímulos, a los estilos y personalidad de cada torero, adecuarlos a lo que su repertorio de faenas demande, de esa forma podríamos contemplar en una misma tarde varios modelos de toros que responderían a las diferentes faenas previamente programadas por los intérpretes de este arte. La variedad en el comportamiento de los toros se garantizaría y enriquecería la tauromaquia del futuro, podría haber tantos programas informáticos para los toros como los que demandaran los diferentes diestros que, de esa forma, podrían abrir los horizontes hacia nuevas suertes y faenas. Piénsenlo señores ganaderos, sean valientes y no cierren los ojos al futuro, con la ciencia al servicio de la tauromaquia todo serán ventajas.

Antes de poner el punto y final a estas reflexiones quiero agradecer la oportunidad que me han brindado don Pepe y don José cediéndome un espacio en este su Blog para que pueda exponer mis ideas, atrevidas ideas, sin duda, sin cortapisas y con absoluta libertad, ante la docta afición que se da cita en la lectura del mismo, y también agradecer su ofrecimiento y disposición para que en el futuro pueda disponer de una sección propia en esta página, invitación que no dejaré de aprovechar, pues nuevas ideas se abren paso por mi mente y en este espacio pueden ir desarrollándose, por ejemplo, la posibilidad de atajar las críticas de los antitaurinos que se oponen a esta fiesta por el derramamiento de sangre que conlleva la muerte del animal mediante un dispositivo colocado en el morrillo del toro, un botón, que al tocarlo con la mano, o con un simulacro de espada, se active y desencadene la muerte instantánea del bóvido sin derramamiento de sangre, pero esa es otra historia y, amparado en la generosidad de don Pepe y don José al poner a mi servicio una parte de este Blog, en otro momento lo podremos desarrollar con más amplitud y detenimiento.


Leandro Gado Más
Científico jubilado y Futurólogo taurino.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El primer ciclo en "La Misericordia"

- Hola don Pepe.
- Hola don José.

- Supongo que ya se habrá enterado usted de los carteles del primer ciclo de “La Misericordia”.

- Por supuesto don José, claro que estoy al tanto.

- Yo estoy ilusionado, sobre todo por el cartel de los artistas, Aparicio y Morante juntos… Que gran tarde se presenta ese día, ya lo verá usted, si les sale su toro…

- Ya empezamos con “su toro”… ¿Qué es eso de “su toro”? ¿Esos torillos solícitos y obedientes, disminuidos e inválidos que más que imponer respeto dan lástima? ¿A eso le llama usted “su toro”?

- Pero don Pepe, ya sabe usted que los toreros artistas necesitan, para que brote su inspiración, ese toro noble y colaborador que les de confianza y les facilite las cosas.

- ¿Y para qué se inventó la ciencia del toreo, don José?... Se lo voy a decir en pocas palabras y hasta poéticamente: para convertir en brisa el huracán de la embestida del toro. Esa es su mayor grandeza, cuando el torero consigue vencer las dificultades que le presenta el toro, cuando lo entiende, cuando lo domina y consigue llevarlo por donde no quiere ir. Si, además, consigue hacerlo artísticamente, miel sobre hojuelas, es entonces cuando este espectáculo se convierte en grandioso, inolvidable, sublime y majestuoso.

- Da gusto oírle hablar así, don Pepe, pero tengo que insistirle que con esos toros que a usted le gustan, como los morlacos que han anunciado para la Corrida Concurso, que supongo que a usted le encantara, pocos toreros, de los considerados artistas hoy en día, podrían hacer nada, son toros de otra época y conceptos que están anticuados…

- ¿Cómo qué conceptos anticuados?... Son las reglas eternas de la ciencia de lidiar toros, don José, si se vulneran se pierde la esencia de esta fiesta, y con ella su grandeza. Pero para que puedan ser llevadas a la práctica se necesitan toros íntegros, con poder y edad. Aunque a usted le parezcan de otra época, son toros de ahora, y eso precisamente es lo que se anuncia, en principio, en la mentada Corrida Concurso. En esa corrida querría ver anunciados a sus "toreros artistas" para poder ver la dimensión de su toreo.

- Pero eso sería un fracaso anunciado… no están acostumbrados, son toros a contra estilo, además no tienen la necesidad y se pueden permitir el lujo de exigir…

- … Monas con plátanos por cuernos.

- No se pase, don Pepe… que todos los toros tienen su peligro y, además, ¿cuando se ha visto en la historia del toreo a ese tipo de toreros enfrentarse con alimañas?

- Lo de "alimañas" vamos a dejarlo a un lado, don José, porque igual que usted dice que todos lo toros tienen su peligro, y aunque unos tengan mucho menos que otros, se lo acepto, también le digo que todos los toros tienen su lidia, y el deber de un torero, que se precie de llamarse así, es saber resolver los problemas que presenta cada toro, poderle y sacarle el máximo partido. Y en cuanto a los "toreros artistas", como usted los llama, serán los de esta época que nos ha tocado vivir, porque, a lo largo de la historia del toreo, muchos han sido los que se han anunciado con todo tipo de ganaderías. Así… a bote pronto, me viene a la memoria Pepe Luís, torero artista donde los haya, que solía apuntarse a la de Miura en casi todas las ferias y ni exigía ni renegaba de ninguna ganadería.

- Pero estamos en el siglo XXI, don Pepe, la vida ha cambiado mucho y esa clase, esa casta de toreros se han perdido para siempre. De los de ahora, de los carteles que nos han anunciado para este primer ciclo, yo me quedo con los artista, con los de pellizco, porque puede surgir el gesto, el detalle y la gracia… aunque para disfrutar de ellos tenga que salir ese toro fácil que, a cambio de emoción, nos traiga colaboración.

- Con poco se conforma usted, don José... Pues yo tengo la esperanza, porque la esperanza es lo último que se pierde, de que entre los toros que se anuncian para la Corrida Concurso de Ganaderías -Concha y Sierra, Palha, Prieto de la Cal, Cuadri, Adolfo y FuenteYmbro- salga al menos uno con el poder, la casta y la bravura de alguno de sus antepasados; y que se encuentre con un torero de la terna, igual me da que sea Encabo, Millán o Serafín, que tenga los conocimientos y la inspiración necesaria, en ese momento, para estar a su altura. Si eso ocurre, si esa coincidencia se da, puede surgir el toreo en toda su grandeza.
- Difícil se lo pone usted, don Pepe.
- Ya se que es difícil mi apuesta, don José, pero al menos en ella se pueden dar las condiciones para que brote lo inolvidable, lo majestuoso,
lo sublime que encierra en su arca el arte del toreo.

jueves, 14 de febrero de 2008

Donde está el toro, está la corrida

"Para ver una corrida de toros, es condición indispensable no perder de vista al toro. Es muy importante lo que hace el toro. Donde está el toro, está la corrida. El que sólo mira al torero, ve la mitad. Hay que mirar al toro y al torero, pero primero al toro. Todo gira en el ruedo alrededor del toro. Por él dictó la experiencia de los grandes maestros las reglas de la Tauromaquia, que son las leyes de la gravitación del toreo. El toro, no solamente es el protagonista, es el objeto del espectáculo. El espectador que distrae su vista del toro, en aquel instante deja de ver la corrida. Al mirar al toro, no solamente vemos lo que hace el toro, sino lo que hacen con él los toreros. Y relacionando lo que hace el toro y la intervención del torero, que esto es la corrida, juzgamos. Acabamos de definir la lidia. La posibilidad del toreo, la da el toro. Y de esto, depende el conocimiento del espectador. No olvidemos esta premisa:
el toreo es función del toro."

Con este párrafo comienza el capítulo 1, "de cómo se deben ver las corridas de toros", del libro "Cuando suena el clarín", escrito por don Gregorio Corrochano, en 1961, en respuesta completa y adecuada, técnica y literaria al libro de Ernest Hemigway, "El verano sangriento", en el que el escritor norteamericano relata la ¿competencia? entre Antonio Ordónez y Luis Miguel Dominguín en aquel verano del cincuenta y nueve.

Ahora, cuando ya ha comenzado la temporada española y estamos cerca del comienzo de las primeras grandes ferias del año, traigo este párrafo a escena porque en el se encierra, ni más ni menos, la teoría completa de la lidia, y lo traigo, como dice la canción:
"para que no te olvides, ni siquiera un momento..."

lunes, 11 de febrero de 2008

Pepín Martín Vázquez y "Currito de la Cruz"

Va esta entrada para hablar de un torero, Pepín Martín Vázquez, diestro sevillano que tuvo su momento de esplendor en la mitad de la década de los cuarenta; y de una película de toros, Currito de la Cruz, dirigida en el año 1948 por Luís de Lucía. A ambos, película y torero, les unió, desde entonces, una estrecha relación.

Este torero, al que podemos incluir entre los más representativos de la llamada escuela sevillana, fue el elegido para protagonizar una de las versiones cinematográficas, la tercera, de Currito de la Cruz. El guión estaba basado en la novela homónima de Alejandro Pérez Luguín que, curiosamente, fue quien también dirigió la primera versión, con la ayuda del técnico cinematográfico Fernando Delgado. Se rodó en 1925 y su estreno tuvo lugar en el Teatro San Fernando de Sevilla, el 25 de enero de 1926. La segunda versión, y primera hablada, fue rodada, en 1936, bajo la dirección del propio Fernando Delgado y protagonizada por Antonio García Maravilla encarnando el papel de Currito. Como curiosidad apuntar que el coste del rodaje de esta película ascendió a 1.200.000 pesetas de las de entonces.

Es la tercera versión, la dirigida en 1948 por Luís de Lucía, en la que quiero fijar la atención con más detenimiento, pero antes de ello es preciso decir que aún se grabó una cuarta versión posteriormente, en 1965, dirigida por Rafael Gil y protagonizada por Manuel Cano El Pireo, torero que despertó cierto interés en su etapa de novillero y que, tras tomar la alternativa en 1964, trató de apuntalar su carrera taurina con el cine, como muchos otros en aquella época, utilizando el personaje de Currito para su promoción.

La característica principal de la tercera versión de Currito de la Cruz, a diferencia de las restantes, es que director y guionista, el escritor taurino Antonio Abad Ojuel, se propusieron recortar la parte del melodrama folletinesco y potenciar la parte documental, en la que se recogían algunos de los trabajos que se llevan a cabo con los toros; tanto en el campo, a tienta en plaza o en campo abierto, o las labores de embarque de una corrida; como en la plaza, desencajamiento, sorteo o enchiqueramiento, además, estas imágenes documentales se subrayan con comentarios y explicaciones acertados y oportunos.
Aunque lo más importante, según mi punto de vista, es el tratamiento que les dieron a las secuencias que tienen lugar en la plaza de toros, se recogen las suertes fundamentales de los tres tercios, se pica a los toros como debía de ocurrir en esa época, y con aquel peto mínimo de entonces, que yo no vi, y se recrea la lidia de un toro en la plaza de Las Ventas. Para ello, y aquí esta el mayor acierto, se elige un torero ya cuajado, que en aquellos años estaba en plena sazón y cuyo nombre estaba en la boca de los aficionados del momento.

Pero el nexo más firme entre Currito de la Cruz y Pepín Martín Vázquez, el que los mantiene ligados a lo largo del tiempo -y se cumplen este año sesenta de su rodaje- fue algo más que el éxito de la película tras su estreno, fue algo que no se podía prever entonces. Se da el caso que de este diestro sevillano, por las razones que sea, no existen imágenes grabadas de su labor en el ruedo -o se conservan muy pocas y las desconozco- salvo las que se recogen en esta película y, por lo tanto, este es el único testimonio -o de los pocos- que se han conservado para poder hacernos una idea de su forma de torear. De esta forma trasciende su valor como película, incluso en su parte documental, y adquiere la categoría de documento.

José Martín Vázquez Bazán, nació en Sevilla el 6 de agosto de 1927. Torero de dinastía, ya que tanto su padre, Francisco, como sus hermanos Manuel y Rafael, fueron matadores de toros. Inspirado en la escuela sevillana, de la que fue uno de sus máximos exponentes, desde muy pronto centró la atención de los
aficionados. Se presentó en Madrid, como novillero, el 1 de abril de 1944, para estoquear ganado del vizconde de Garci-Grande, en unión de Paco Lara y Manuel Torres Bombita. Tras una campaña exitosa, toma la alternativa ese mismo año, el 3 de septiembre, en Barcelona. Cartel de lujo para la ocasión, Domingo Ortega, que ejerció de padrino, le cede la muerte del primer toro, Partidario, de la ganadería de don Alipio Pérez-Tabernero, les acompañanban Pepe Luís Vázquez y Carlos Arruza. Su triunfo en la Maestranza sevillana, durante la feria de abril del año siguiente, le catapultó para confirmar la alternativa ese mismo mes, el 29 de mayo, apadrinado por Pepe Bienvenida y en presencia de Morenito de Talavera, esta con toros de doña Maria Montalvo.

El cartel de Pepín Martín Vázquez se mantuvo en todo lo alto hasta su primera cornada grave, la que le infirió un toro de Concha y Sierra en Valdepeñas, Ciudad Real, el 8 de agosto de 1947, que le apartó de los ruedos durante casi un año, hasta el 12 de mayo de 1948. Este percance influyó decisivamente en su carrera taurina y a partir de entonces; otra cornada grave en Madrid el año de su reaparición; una más, en 1949, en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca; otra herida grave en Lima, el 17 de diciembre, en el invierno de 1950, le van minando el ánimo y alejando de los redondeles. En 1951 permaneció inactivo, al año siguiente ajusto doce corridas y, por fin, se despidió del toreo el 22 de febrero de 1953 en Caracas, Venezuela, lidiando toros de Guayabita junto a Emilio Ortuño Jumillano y César Girón.

Pepín Martín Vázquez, como he dicho anteriormente, fue considerado uno de los más genuinos y claros exponentes de la escuela sevillana, en la línea de Pepe Luís, Chicuelo y Belmonte. Los que lo vieron cuentan y no paran, aunque se lamentan de la cortedad de una carrera acosada por las cornadas, para los que no pudimos verlo, solo nos queda el consuelo de poder visionar estas imágenes -de las pocas, si no las únicas que existen- de Pepín Martín Vázquez en su intervención en la película Currito de la Cruz, una de las más serias que se han producido de temática taurina, aunque de eso hablaremos en otra ocasión. De momento enlazamos el vídeo que presenta "La Cabaña Brava" en su página de YouTube y que extracta las secuencias de la película que recogen su toreo.

       

miércoles, 6 de febrero de 2008

¿Quién es ese chalao que está toreando?

Corría el año diecinueve, era un día de verano, hacía calor, ese calor abrasador que hace en esta tierra por la canícula, las piedras, las maderas y los hierros que conformaban mi estructura, quemaban; la arena que cubre el ruedo ardía bajo los pies de los toreros que practicaban toreo de salón. Ese día me viene a la memoria porque ocurrió una anécdota que no se me ha olvidado, además, con el paso tiempo y el desarrollo de los acontecimientos, cobró cuerpo y categoría. Ocurrió que entre los espectadores del entrenamiento, aquella mañana, se encontraba el representante de la empresa, don Nicanor Villa, que preguntó a los que le acompañaban, asombrado por lo que veían sus ojos: “¿Quién es ese chalao que está toreando? Le contestaron que era el hijo de su amigo Joaquín, al que, por el compromiso de la vieja amistad con su padre, había anunciado para la próxima novillada económica de “La Misericordia”. Impulsivo, como era don Nicanor Villa, exclamó con mucho enfado: “Pero qué he hecho yo al anunciarlo, si no sabe ni tener el capote. Ahora mismo voy a la imprenta para que lo quiten del cartel”. Lo pudieron convencer para que no hiciera tal cosa y, de esa forma, mantener su compromiso y no faltar a la palabra dada a su amigo.

Ese “chalao” que estaba toreando era Nicanor Villalta que, recién llegado de Cuba, acudía a entrenarse a mis dependencias en aquella mañanas veraniegas, con vistas a prepararse para su compromiso en la próxima novillada económica en la que compartía cartel con los “Charlot’s”, ese trío de toreo cómico-bufo compuesto por Llapisera, Charlot y el Botones, que hacían reír a la gente con sus payasadas delante de los novillos.

Era un buen tipo Nicanor, se le notaba a primera vista. En seguida se integró en el grupo de los que venían a practicar, Morenito de Zaragoza, Braulio Lausín, Manolo Navarro, Saulo Ballesteros, Robertito y algún que otro banderillero con los que mantuvo una gran amistad. Pero con el que trabó lazos más estrechos fue con don José Gracia -un apellido ligado por muchos años a mi historia y del que tiempo habrá para hablar-, conserje de la plaza, y con su señora doña Rosario, y no digamos con sus hijos, que le hacían de toro en sus entrenamientos y alegraban la monotonía de mis mañanas.

En los ratos muertos, en los descansos del entrenamiento contaba sus historias, eran historias distintas de las que narraban sus compañeros, hablaba de lejanas tierras, de México, a donde había emigrado con la familia en busca de una vida más desahoga, en el momento de ese viaje contaba once años de edad, allí se encontró en medio de la revolución que estalló en aquel país y que lo sumió durante una década en la confusión más absoluta. En medio de aquel caos se trasladaron a Cuba, a trabajar en la recogida de la zafra. También le escuche contar como se hizo torero, como empezó, en el matadero municipal de Distrito Federal, sin tener ni idea de lo que era eso, ni haber presenciado ninguna corrida. Recuerdo de manera especial la narración de la historia de su primera muleta, se la fabricó de tela rayada de colchón, teñida de rojo en la que, a pesar del tinte, se veían las rayas, cuando la vieron sus compañeros de andanzas en el Matadero fue motivo de burlas y risas, pero Nicanor se jactaba de haberles contestado: “Si, si, reíd, reíd lo que queráis que mis apuros y preocupaciones de adquirir el dinero para alquilar la muleta se acabaron”. Esa muleta la conocí porque Nicanor, por el buen resultado que le había dado y las batallas que había resistido sin romperse, le había cogido cariño y la conservaba todavía, la utilizaba para entrenarse en mis dependencias durante los primeros año de su aprendizaje, vi como se fue deshilachando, desgastada por el uso, hasta que quedó inservible.

Pero centrémonos, no perdamos el hilo, estábamos en su presentación como novillero en Zaragoza, que tuvo lugar, como ya he dicho anteriormente, en una de aquellas novilladas económicas que se programaron durante el verano del diecinueve. Pero, antes de ese día, aún ocurrió otra anécdota digna de reseñar y que sería decisiva para su nombre, pues en los carteles, por un error de imprenta, su apellido, que en realidad era “Vilalta”, se había transformado en “Villalta”, y así se quedó para siempre.

El día de la novillada Nicanor se presentó en el espacio de reunión de las cuadrillas, allí ya estaban Llapisera, vestido de frac y chistera, Charlot, con traje negro y un sombrero de hongo y el Botones, con pantalón corriente y chaquetilla blanca. Su llegada fue recibida con malévolas sonrisillas y comentarios en voz baja. La verdad es que tenía una pinta algo estrafalaria, la taleguilla y la casaquilla le quedaban cortas, y eso, sumado a físico -alto de estura, desgarbado y con un cuello demasiado largo-, que no era el más apropiado para la imagen que se tenía entonces de un torero, inducía a la risa. Lo mismo ocurrió durante el paseíllo, la gente no paraba de reír, más tarde le oí comentar a Villalta como vivió esta situación, decía: “Creí que reían al ver un perrito, que acompañaba a los Charlot’s, tirando de un carro y por lo exagerado y grotesco de sus andares. Queriendo y no queriendo miré hacia los tendidos y comprobé que a quien miraban era a mí y yo era la causa de su risa. Sentí un peso que me hacía andar con torpeza de la vergüenza que me daba”.

Después que los toreros bufos acabaran con sus cuatro novillos, le tocó el turno a Nicanor. Hacía mucho aire, como ocurre con asiduidad en esta ciudad, y toreó su primer novillo con el capote recogido, el público ni chilló ni aplaudió, con la muleta lo toreo de mala manera, con la espada le dio dos estocadas, una delantera y otra trasera. El respetable guardó silencio. En el segundo las cosas fueron un poco mejor, incluso sonaron algunas palmas de entre los espectadores al salir el novillo rodado de una estocada.

Así comenzó este torero, de forma tan atribulada, su historia, aunque mejor podríamos situar este festejo en la prehistoria, en mis dependencias, una historia que con el tiempo llegaría a ser gloriosa. En aquel momento Villalta contaba con veintidós años. Había nacido en Cretas, un pueblo del Bajo Aragón, provincia de Teruel, en 1987. Un año después, al regreso de otro viaje a Cuba en donde pasó el invierno recomponiendo, en la zafra, la maltrecha economía que le había dejado su anterior viaje para torear en España, volvió a ser anunciado en Zaragoza, esta vez en una novillada seria, importante, con ganado de Andrés Sánchez, de Coquilla, y con Saulo Ballesteros y Braulio Lausín de compañeros de cartel.

Ese día fue el 16 de mayo, fecha que pasaría a formar parte de la historia de la Tauromaquia porque se produjo la muerte de Joselito en Talavera. Triunfó, a pesar de que los toros de su lote, los dos, fueron devueltos a los corrales, pero en el primer sobrero, un morucho grandote, estuvo muy bien, y en el segundo, un señor toro que produjo una gran aclamación entre el público por su gran presencia, Villalta estuvo hecho un tío, no se amilanó y estuvo bien con el capote y bien en banderillas, y con la muleta, dada su particular forma de torear, se armó un gran alboroto, entre aplausos y aclamaciones, en los tendidos. Una estocada en todo lo alto hizo que el toro, el bravo y buen toro que había sido, saliera rodado sin puntilla. Oreja y salida a hombros. Más de veinte años duro esta relación profesional, hasta bien entrados los años cuarenta, cuando se despidió de los toros en este coso que les habla. Pero esa es otra historia y, no les quepa duda, encontrará su momento, la ocasión, para ser contada.

lunes, 4 de febrero de 2008

¡¡¡Injusticia!!!

Yo vi como se jugaba la vida Rafaelillo, con un toro de Dolores Aguirre, el quinto de la tarde de un martes, 29 de mayo de 2007, en Madrid. Yo, y veinte mil personas más que llenaban los tendidos, gradas y andanadas de Las Ventas lo vimos y nos emocionamos con la actuación de un TORERO -así, con mayúsculas- que plantaba cara a un toro, manso, encastado y con mucho peligro. Yo, y los veinte mil, le aplaudimos cuando dio la vuelta al ruedo, triunfal vuelta al ruedo, en agradecimiento a su labor, a su torería y a los momentos de emoción -es como si lo estuviera viendo ahora- en los que nos había embarcado su pelea en el ruedo venteño.

Después de aquel día se le abrieron algunas puertas, siempre para pechar con los más duro, y pudo torear unas cuantas tardes. En cada actuación dejó constancia de su valía y de su profesionalidad. En la corrida de Miura de Zaragoza, que no pude presenciar, mi gente me dijo que había estado bien y que supo extraer, jugándose la vida una vez más, lo poco aprovechable de su lote. Eso es, ni más ni menos, lo que debe de hacer un TORERO -así, con mayúsculas- de verdad; eso es, ni más ni menos, lo que la palabra “torero” significa: atesorar la ciencia y la capacidad para saber ver las condiciones de cada toro y administrarle a cada uno su faena.

Por eso siento indignación cuando al publicarse los carteles de las primeras ferias importantes de la temporada -Castellón, Valencia y Sevilla- veo que Rafaelillo, un TORERO -así, con mayúsculas- que en la pasada temporada se ganó el puesto por su trabajo en el ruedo, no figura en ninguna corrida, ni aún en las duras de pelar. ¿De qué le ha valido el esfuerzo realizado, en Madrid y en las demás plazas en las que ha toreado este TORERO -así, con mayúsculas- si lo que se ha ganado, a sangre y fuego, en los ruedos se lo roban en los despachos? ¿De qué su demostrada honradez y capacidad profesional? ¿De qué su entrega y el valor derrochado en las escasas tardes en las que fue anunciado tras su paso por Las Ventas?

Es, sin duda, una injusticia. Pero es algo más que un acto de injusticia aislado; es una práctica que se viene realizando desde hace años ante la pasividad de los espectadores y la impotencia de los aficionados; y es algo mucho más grave que una injusticia, pues socava uno de los pilares fundamentales de esta Fiesta, porque, no debemos olvidarlo, la Justicia ha sido una de las máximas eternas de la tauromaquia, premiar a los que se lo ganan en el ruedo; es lo justo, tanto a toreros como a ganaderos, y la historia esta repleta de ejemplos que ilustran esta premisa.

Pero, desgraciadamente, desde hace ya mucho tiempo ocurre todo lo contrario. Los carteles, el reparto del pastel, se hace sin tener en cuenta los méritos de nadie, son otros los argumentos y otros los intereses. Cuenta más ser “guapito de cara” o “hijo de…”, que los méritos contraídos; cuenta más una buena campaña publicitaria, que una buena faena ante un toro íntegro; cuenta más el poder de trapicheo de apoderados y empresarios, que las capacidades demostradas en el ruedo por los TOREROS -así, con mayúsculas-, que ponen en práctica su saber y su oficio.

Por eso me indigna esta injusticia cometida contra Rafaelillo, y en su nombre incluyo el de todos los toreros que sufren de lo mismo. Ya se que mis palabras se quedaran tan solo en eso, palabras, y que poca influencia van a tener en nada ni en nadie. Ya se que son como un grito en el desierto que ni se escuchará en los despachos de los negociantes taurinos, ni en los de los políticos que les consienten -y hasta les subvencionan- sus tejemanejes. Pero no puedo quedarme callado, no puedo dejar de decirlo... Que, al menos, queden reflejadas en este espacio virtual y que se pierdan o se expandan por la Red.

Yo (que en una de las primeras entradas de este Blog dejé escrito, el día después de presenciar su actuación en Madrid, un artículo bajo el titular de “Emoción” en el que trataba de recoger alguna de de las sensaciones que me produjo la visión de su trabajo) opino, que el trato recibido por Rafaelillo, un TORERO -así, con mayúsculas- como la copa de un pino, en los carteles de las primeras ferias importantes de la temporada -Castellón, Valencia y Sevilla- es, para él y para muchos otros toreros del escalafón que reciben el mismo trato,
una gran INJUSTICIA -así, con mayúsculas- .