“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 30 de noviembre de 2007

La Tauromaquia de Goya

Cuando llega esta época del año -noviembre, días fríos y soleados que se van acortando lentamente- es bueno relajarse y darse, de vez en cuando, al festín de la imaginación: de los recuerdos vividos; de las lecturas nuevas -cada vez menos-, o viejas; de la mirada interior o incluso del olvido. En días como estos, vagabundeando por los espacios de Internet, también puedes encontrarte un vídeo como La Tauromaquia de Goya”, que propone una mirada distinta a esta colección de grabados, publicada en Madrid en el año 1816 por el “tio Paco, el de los toros”, como popularmente se le conocía, por su afición a este arte, a don Francisco de Goya y Lucientes. Es otro ejercicio para pasar el rato y relajarse.

El recorrido por las 33 láminas de esta tauromaquia, con el acompañamiento musical de la pieza “Canarios”, del compositor, también aragonés, Gaspar Sanz, nos sumergen en la época y en las visiones, plasmadas en geniales dibujos, de un aficionado de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, años en los que alternaban en los ruedos diestros legendarios como Pedro Romero, Costillares o Pepe-Hillo, que tenían que enfrentarse a los, no menos legendarios, toros de Vázquez, Gijón o Espoz y Mina. Dejarse llevar por el discurrir de las láminas y la música hace que te olvides, aunque sea por un breve espacio de tiempo, del negro presente y la espesa niebla en la que esta sumido el planeta de los toros.



De don Francisco de Goya y Lucientes poco puedo decir que no se haya dicho ya, en cambio, del compositor de la pieza musical, Gaspar Sanz, por el mayor desconocimiento de su persona y de su obra, creo que es preciso anotar algunos datos de su biografía.

El auténtico nombre de nuestro músico fue Francisco Bartolomé Sanz Celma, nacido en Calanda, Teruel, en 1640, año del famoso milagro de esta villa. Estudió música, teología y filosofía en la Universidad de Salamanca. Aprendió a tocar la guitarra en Nápoles, en donde ocupo el puesto de organista de la corte real.

Su aportación más importante al mundo de la música fue la publicación, en 1674, de su “Instrucción de música sobre la guitarra española y métodos de sus primeros rudimentos hasta tañer con destreza”, que ampliaría hasta dos veces y que se convirtió, durante mas de doscientos años, en un tratado de referencia para el aprendizaje de dicho instrumento. Curiosamente, esta obra estaba dedicada a don Juan de Austria, así consta, aunque no he podido averiguar la razón.

Licenciado y Bachiller en Teología por la Universidad de Salamanca, Gaspar Sanz también ocupó el cargo de Catedrático de Música en esta prestigiosa universidad. Murió, en Madrid, el año 1710.

En 1954, el maestro Joaquín Rodrigo, a instancias del guitarrista Andrés Segovia, compuso el concierto, para guitarra y orquesta, “Fantasía para un gentilhombre”, basándose en seis piezas cortas que aparecen en la “Instrucción para la guitarra española”. La selección de obras del compositor calandino, arregladas, ampliadas y orquestadas por el maestro Rodrigo, se conoce como “Suite Española”. En dicho concierto, la pieza "Canarios" es una de las elegidas. En la versión que da soporte al vídeo, la interpretación corre a cargo del grupo de música antigua "Armoniosi Concerti".

martes, 27 de noviembre de 2007

Reflexiones invernales: Contradicciones y utopías

El pasado domingo, en la entrevista que le hicieron en el programa "Clarín", de Radio 5, Tomás Prieto de la Cal venía a decir que sus toros, muchas veces, se iban al desolladero sin que el torero de turno hubiera sabido sacarles todo su partido, se quejaba, sobre todo, del escalafón novilleril, pues la poca experiencia de los novilleros -y el tipo de enseñanza que reciben en las escuelas taurinas, digo yo- hacía que no entendieran el comportamiento de sus astados.

Esto es una realidad palpable. Los aficionados pedimos toros íntegros y variedad de encastes, y si alguna vez lo conseguimos, o cuando hay en la plaza un toro que requiere un contrincante que lo entienda, nos damos de bruces contra el muro de la incapacidad de los toreros, que son los que tienen que hacerles frente y resolver los problemas que presentan, teniendo en cuenta las características de su encaste y el comportamiento -y no olvidemos que esto es lo más importante- que cada toro desarrolla en el ruedo en el momento de su lidia.

De esta forma se marchan hacía el desolladero muchos toros que en manos de un torero que los hubiera entendido y les hubiera dado la lidia adecuada -y aquí aparece una palabra fundamental en la ciencia del toreo, lidia­- hubiesen posibilitado la aparición de la magia del toreo, eso que buscamos todos cuando vamos a la plaza, cuando un toro dominado, es toreado. Esto es la teoría.

Pero es tan solo la teoría, porque el buen aficionado, veterinario y, sobre todo, amigo, José María Cruz, tiene acuñada la frase apropiada, que repite con machaconería casi todas las tardes al salir de la plaza: “Sobra toro”. Tiene razón, siempre tiene razón. Por más chochona que haya sido la corrida, tiene razón, siempre sobra toro, y más si no son del mono-encaste bodegero que predomina en la actualidad, o si los de ese mismo encaste tienen movilidad y están encastados, como ocurrió con la corrida de FuenteYmbro este año en Zaragoza.

Esto genera una contradicción y varias preguntas, porque toros de encastes casi extinguidos y en recuperación, como los veragüenses que posee Tomás Prieto de la Cal que, por su procedencia y características, necesitan una lidia acorde con sus condiciones, pueden estrellarse ante la incompetencia de los diestros acostumbrados, en base a las enseñanzas que reciben, al toro dócil, obediente y bobalicón, y no tienen recursos -conocimientos de la lidia- para sacarles partido. De esa forma, esos toros pasan desapercibidos o, lo que es peor para el ganadero, pasan como toros malos, ilidiables, y toda la caterva de adjetivos que utilizan los taurinos interesados para descalificarlos. ¿Cómo se puede recuperar un encaste histórico si no es posible evaluar el auténtico comportamiento de los toros mediante una lidia correcta y adecuada? ¿Alguno de los profesionales del escalafón actual está capacitado para ello? ¿Alguno quiere hacerlo? En estas circunstancias, ¿qué puede sacar en claro el ganadero para afilar las características que necesita corregir, potenciar, o eliminar en su ganadería?

La única forma de resolver positivamente esta contradicción sería valorando correctamente lo que ocurre en el ruedo, dándole la categoría que se merece, tanto en el prestigio para los protagonistas -toro y torero- del suceso, como en lo económico, con una remuneración acorde con el mérito de lo realizado, pero esto, hoy por hoy, es pura utopía.

Es utopía porque avanzar en esa dirección supone un cambio tan radical en los esquemas del mundo taurino, se removerían de tal forma los cimientos sobre los que se sustenta actualmente, serían tal el terremoto, que poco del entramado que sustenta actualmente el mundo de la tauromaquia quedaría en pie. Pero nuestra obligación, como aficionados de este arte en proceso de extinción, es reivindicar su valor y autenticidad, y como si de un edifico en ruinas, declarado patrimonio de la humanidad, se tratase, debemos alentar, por muy utópico que sea, su recuperación y conservación con la mayor pureza posible.

La utopía esta para soñar, y por soñar que no quede. Si los que pueden -los políticos- rectificaran su rumbo y se comprometieran con la verdad y la riqueza de esta manifestación de nuestra cultura; si los que saben -periodistas, comunicadores y eruditos- cuentan la verdad y enseñaran; si los espectadores -aficionados y público en general- entienden y saben valorar; si en las escuelas -como en cualquier universidad- se explicara, y se exigiese, el conocimiento de los fundamentos de la lidia; si los ganaderos -premiando y reconociendo su labor- se comprometieran; si los toreros -como los ganaderos- vieran recompensados sus conocimientos y esfuerzos; si… ¿utopía?...

A veces los aficionados nos llenamos la boca pidiendo el toro íntegro, pero eso solo no basta, debemos exigir de los toreros y sus mentores compromiso con la Fiesta, y ese compromiso debe pasar por aprender bien su oficio y estar preparados para resolver la ecuación que cada toro -sea del encaste que sea- plantea en la plaza con suficiencia y conocimientos. El problema del toro es serio, pero el de los toreros no le va a la zaga.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Tentadero

Por esta época del año, con la finalidad de seleccionar a las futuras madres, se suelen realizar, en las ganaderías de bravo, los tentaderos. No es la intención de esta entrada hablar de ello, tiempo y ocasión habrá para hacerlo, sino recoger unas viñetas que, gráficamente y con humor, explican el rumbo que ha tomado esta práctica desde hace muchos años. Están tomadas del Semanario Gráfico de los Toros “El Ruedo”, que por su trayectoria también se merece, y algún día la tendrá, una entrada aparte. Fueron publicadas, en el nº 1.089, el 4 de mayo de 1965. Su autor firma como Martínez de León y por si solas, estas viñetas, explican como hemos llegado a donde estamos.Queda claramente explicado, ¿no?.
Pues eso... así nos va.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Los maletillas en Brea de Aragón

(El relato que viene a continuación forma parte de los recuerdos de don Antonio, aficionado natural de la población zaragozana de Brea de Aragón, de esta forma se inaugura una nueva sección en este Blog que llevará su nombre y en la que esperamos reflejar, además de sus recuerdos, sus opiniones.)

Al comienzo de las fiestas aparecían, venían de algún lugar donde había habido toros, y aquí llegaban por lo mismo. En el ato, una camisa y un pantalón, muleta, estaquillador y capote, en el bolsillo nada, en el estómago lo justo… su afición no cabía en ningún sitio. Eran los maletillas. Flacos, muy jóvenes, andaluces, salmantinos, madrileños y bastantes de por aquí, algunos hacía semanas que habían dejado sus casas, otros, meses. Sólo les importaba torear, robar un pase aquí y otro allá. El precio era muy alto, pues además del riesgo, simplemente, malvivían. Dos frases les acompañaban siempre en sus andanzas: “por favor” y “muchas gracias”.

Mis primeros recuerdos son del año sesenta. Era lunes, me senté debajo del carro de “Carranchín”, mientras los maletillas toreaban toros que no existían, verónicas y naturales sin toro, la Reina y su corte -que mayores me parecían entonces- se acomodaban en el balcón del Ayuntamiento, y los músicos, valencianos -eran tantos que no cabían en su “tablao”- hacían lo mismo .

Eran la cinco de la tarde, todo estaba en su sitio: la gente en sus “tablaos”; el toro -el mayor de los tres que iban a ser sacrificados durante las fiestas- esperando su salida; los maletillas, tensos junto al carro de “Clemente”; y yo, debajo.

El toreo pausado y perfecto -de salón- cambiaba totalmente cuando el animal, pasado de kilos y fecha, pisaba el ruedo; comenzaba lo real, con el toro, avisado y desarrollando sentido, el peligro se palpaba. Pero allí estaban ellos intentando hacer fácil lo imposible. Todo sobre los pies, parar, templar y mandar un sueño. Un derechazo, al que una colada transformaba en un ayudado por alto, otro de pecho; el de al lado, una media y un desarme, carreras y una voltereta; el siguiente, dos mantazos y al olivo. Unos tiritaban de calor, otros sudaban de frío. ¡Qué bromas gasta el miedo!

Mientras los músicos de Cuartel tocaban “España Cañi”, el respetable, mitad en broma, mitad en serio, jaleaba y aplaudía las faenas.

El martes más de lo mismo, torear de fuera adentro y de arriba abajo no podía ser, ellos lo intentaban una y otra vez, eso sí, jugándosela. Oí decir que en el cincuenta y siete, un maletilla y el alcalde de Pomer estuvieron a punto de irse con San Pedro por culpa del astado de turno, y en el sesenta yo vi mandar al hule a “Benito” y a otro torerillo. Con aquel bicho no pudieron, lo mató la Guardia Civil.

El miércoles, mientras el incombustible “Requena” fijaba al último de la feria, los maletillas, con un capote extendido, pasaban el guante: “A ver señores, la voluntad, una peseta al año no hace daño. Gracias, muchas gracias”.

Era el momento de la merienda; calor, tripas y cabezas de sardinas rancias en el ruedo, sol y moscas. Olía a güeña, a churros y a pólvora. Ensogado y apuntillado el último toro, la plaza se desmontaba en tan sólo unos minutos. Entonces, año tras año, yo me daba el berrinche más grande del mundo.

Esa noche los músicos daban la última vuelta al pueblo, la gente cantaba el “Cheli te quiero” y a una “Dorotea” que se iba a casar; los oía desde la cama, ya era tarde.

El jueves, al mediodía, los tres maletillas que aún quedaban en el pueblo se despidieron de “Mariano el de las vacas”, llevaban años durmiendo en su pajar y comiendo, muchos días, en su mesa. Le prometieron volver y éste se comprometió a guardarles el “hotel”. Fui con ellos hasta el puente, les oí decir que iban a un pueblo de Madrid en el que había fiestas y tenían toros, quizás allí hubiera alguien “importante” que les contratara y les hiciera debutar de luces.

Volví a la plaza, tres manchas de sangre seca y una de ceniza -de la mayor hoguera del mundo- era lo que quedaba de las fiestas. ¡Qué lento iba el tiempo entonces! Había que esperar un año para empezar de nuevo, pero una y otra vez llegaban.

El desorden de la capea pura y dura -donde se hicieron muchos de los grandes- se quedó grabado para siempre en mi memoria. Por entonces sus días se estaban acabando, capeas y maletillas tendrían que competir con las Escuelas Taurinas y con muchos de los “pegapases” que estas facturan, “figuras” -una mayoría- de paso atrás y pico delante.

Cada año llegaban menos maletillas, hasta que un año no lo hizo ninguno. Yo los esperé… y ya no han vuelto.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Fernando Fernán Gómez

Hace años, a mitad de la década de los años setenta, en una aburrida tarde de domingo, creo que en el UHF de televisión española, pude ver la primera entrega de un programa, en formato de tertulia, que conducía Fernando Fernán Gómez. No recuerdo ni el nombre del programa, ni la fecha, y tampoco si volví a verlo alguna otra vez. Era una tertulia para hablar sosegadamente de espectáculos populares como el cine, el teatro, la música, el fútbol o los toros… Tampoco recuerdo quienes eran los contertulios, pero en ese programa ocurrió algo que no se me ha olvidado jamás y que hoy, al calor de la noticia de la muerte de esta personalidad de la cultura española, me ha saltado a la memoria como un resorte. Es una anécdota mínima, insignificante, sin importancia, que en la extensa y prolífica vida del personaje que nos ocupa no significará nada, pero que a mí, después de tantos años, no se me ha olvidado.

En un momento de la tertulia apareció un invitado que no era otro que Manolo Vázquez, diestro sevillano, hermano de Pepe Luís, que causó sensación en la plaza de las Ventas de Madrid desde el día de su presentación. Fernando Fernán Gómez recordaba una de las tardes del diestro sevillano con emoción, el debate se centró sobre si tenía más peligro y verdad citar al natural de frente, como lo hacía Manolo, o de perfil. Después de tantos años no recuerdo quien defendía qué, ni con que argumentos, pero si recuerdo que mientras debatían los tertulianos las conveniencias o inconveniencias de una u otra forma de citar se veían imágenes grabadas de alguna faena de Manolo Vázquez en la plaza madrileña, y también recuerdo, como si lo estuviera viendo ahora mismo, que Fernán Gómez se levantó del sofá en el que estaba sentado junto al resto de tertulianos e instó a Manolo a que les explicara in situ, con una muleta que tenía preparada en el plató, la técnica de uno y otro cite y el peligro que conllevaba el uno y el otro. Y allí se plantó el torero y, ante un toro imaginario, explicó prácticamente su opinión al respecto.

No es mi intención, en este artículo escrito a vuela pluma, escribir un panegírico de tan prolífico personaje del que soy admirador desde aquellas viejas películas en blanco y negro que veía de niño, doctores tiene la iglesia que desde ayer mismo se están ocupando de ello, pero no podía dejar de citar la interpretación que hizo del padre jesuita Domingo Camprecios en la serie televisiva “Juncal”. Duelo de titanes cuando tenía que compartir la escena con Paco Rabal, otro grande de nuestro cine recientemente desaparecido.

En el prólogo de la novela de Jaime de Armiñan, que sirvió de argumento para la serie televisiva, Fernando Fernán Gómez reflexiona sobre los novelistas españoles y la poca predilección que han tenido a lo largo de los tiempos por la temática taurina, decía: “Si la poesía española, desde el romancero hasta la generación del 27 y sus epígonos, ha frecuentado el tema de los toros exaltando la belleza de la fiesta y el arte, la gracia y el valor de los toreros, los novelistas, tanto antiguos como modernos, no han mostrado la misma predilección. Resulta difícil saber por qué algo tan español como las corridas está tan ausente de las novelas españolas. En nuestro tiempo quizá pueda encontrarse una explicación en la necesidad que acosa a los narradores de estar a la moda, a la última moda internacional, para caer bien a la crítica, que también está obligada a seguir las últimas corrientes y no quedarse anclada en gustos ya superados. Si estas últimas corrientes son la narrativa actual centroeuropea y norteamericana, muy difícil ha de resultarle al narrador español amalgamar esas tendencias con las capeas, el moriles, la calle de la Victoria o el patio de caballos. Armiñán tiene la suerte, y el valor, de no estar a la moda. Él no viste lo que le mandan, sino lo que le gusta y le viene cómodo. Y, después de bracear y ensayarse con unas verónicas al aire, de brincar para ajustarse la taleguilla y de colocarse las cosas en su sitio, se lanza al ruedo vestido de luces.”

En estas palabras dedicadas a Jaime de Armiñan y a su libro, además de una justa queja por la escasez de novelas sobre este tema, el de los toros, que forma parte de nuestro acerbo cultural desde el principio de nuestra historia, que por sus características y riqueza temática podría ser fuente inagotable de inspiración, y que en el fondo, podría esconder algún complejo que venimos arrastrando desde los tiempos de la Ilustración, este actor, director, escritor, académico y aficionado a los toros desvelaba parte de su propia personalidad, Fernando Fernán Gómez nunca ha estado a la moda, ni tampoco se ha vestido nunca con lo que le han mandado, sino con lo que le ha gustado y venido cómodo. Pruebas de ello nos a dejado a lo largo de toda su vida e incluso, por si no estaba claro, en el mismo momento de su muerte al pedir que le vistieran para ese tránsito con la bandera anarquista. Descanse en paz.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Día de capea en Tudela

Hacía frío cuando salimos de casa camino de la parada del autobús, las nueve de la mañana era la hora de partida. Íbamos todos, don Pepe, don José y la familia al completo. Todo rodó según lo previsto. El autobús casi estaba lleno, si a estos sumamos los que iban por su cuenta, un éxito. A las diez llegamos al Complejo Taurino “Santa Ana”, situado en las afueras, al noreste de Tudela. Un impresionante toro de Osborne nos esperaba a la entrada. Mirando hacia el sur se alzaba, majestuoso y solitario, el Moncayo, más de 2300 metros de altura, resplandeciendo en esta soleada mañana de noviembre.

Migas, chistorra, panceta y la bota de vino nos esperaban a nuestra llegada. Una buena toma de contacto, “¡qué bueno está todo!”, se oía decir entre la concurrencia. El ganado, de Juan José Laparte, se mueve inquieto en el camión. “¡Grande!”, dicen, para desánimo de los que dudan, los que han visto la operación de desembarco. Se preparan los trebejos, algunos cogen en sus manos, por primera vez, capotes y muletas, “¡cómo pesa!”, dicen, otros reverdecen sueños de chiquillo dibujando una verónica.

Sale el primer añojo, la cosa se pone seria, los toreros se disponen, se disputan el sitio, intentan el pase, la faena soñada. Emociones, risas, pitos, ovaciones, voces de ánimo, chanzas… “¡crúzate!”¡baja tú!”. No recuerdo cuantos añojos salieron al ruedo hasta la hora de la comida, cuatro, cinco… el tiempo pasó raudo. Unas pochas, típicas de la tierra y de la época, y un sabroso estofado de ternera nos esperaban, no faltó el vino, el café, la copa, el puro y hasta jotas se cantaron. De pronto una voz se alzó diciendo, “¡vamos a ver unas vacas!”, nos despertamos del letargo de la sobremesa. Dicho y hecho. Todos a la plaza.

La tarde empezaba a refrescar, el sol avanzaba en su viaje taciturno hacia el Moncayo. Aún teníamos una hora de luz y todavía faltaba lo mejor, el debut y alternativa de Felipe, natural de Brea de Aragón. Causó sensación, hasta hubo un revolcón que afortunadamente no tuvo consecuencias. El que si sufrió un varetazo fue Fernando, “mañana lo llevaré todo negro”, decía. Estuvo con entrega, queriendo, gustándose, como todos, como José Mari y Julio, como Eladio, que puso la primera anilla desde su retirada hace un par de años, y como todos los que estuvieron en el ruedo. Una ovación para todos, nos dieron una buena tarde. Cuando el sol desparramaba sus últimos rayos, medio oculto tras el gran Moncayo, Felipe, que sin proponérselo había borrado del mapa a sus compañeros de terna, era sacado en hombros, lo nunca visto, por el propio ganadero.

Antes de partir, los últimos tragos en el bar, comentarios, recuerdos, risas, abrazos... incluso los más rítmicos y bailongos se marcaron unos pasos a ritmo de sevillanas y pasodoble. La noche era cerrada cuando el autobús tomaba rumbo a Zaragoza. Había sido un buen día. Hacía frío cuando regresábamos hacia casa.

El vídeo que enlazo a continuación, producido por "La Cabaña Brava" y alojado en la página de YouTube "Va de toros", trata de reflejar lo que fue este "Día de capea en Tudela". La música que le da cobertura corre a cargo de Dolores Vargas "La Terremoto", hermana del insigne cancionero Enrique Vargas "El Príncipe Gitano", interpretando una versión alegre, desenfadada y muy racial de "Chirpy, chirpy, cheep, cheep", un éxito del pop inglés de finales de los años sesenta que también alcanzó gran popularidad en nuestro país. Es el contrapunto ideal para acompañar este día de fiesta.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El toro

"El toro debe tener edad y trapío cuando sale por la puerta del chiquero. Después, en el ruedo, le pediremos la bravura.
El toro está en periodo de crecimiento hasta los cinco años.
A los cinco años es toro.
Se le puede admitir como toro (el reglamento lo admite) a los cuatro años y cinco hierbas. Esto de las cinco hierbas es muy importante porque es lo que garantiza los cuatro años bien cumplidos.
A los tres años, no. El utrero no es toro; aunque esté muy bien criado y dé el peso; aunque se lidie en corridas de toros.
Cuando el utrero se lidia como toro, se le hacen honores de toro; al matador que está lidiando el novillo se le hacen honores de matador de toros; al ganadero se le hacen honores y honorarios de criador de toros.
Si el ganadero corta los pitones a los toros, no es un ganadero de toros de lidia, es un proveedor sin afición y sin escrúpulos.
El que torea toros con los cuernos cortados no es un torero, aunque se vista de torero, aunque toree muy bien, aunque haga muchas monerías con el toro "afeitado"; también la mona se vistió de seda y no pasó de mona."
Gregorio Corrochano. "Articulado del toro", del libro "Teoría de las corridas de toros", capítulo "Borrador de un reglamento".

martes, 13 de noviembre de 2007

Toro en la plaza de Brea de Aragón en el año 1935

En 1935, momento en el que se tomó esta fotografía, todavía faltaban muchos años para hacerme presente en este mundo, pero, seguramente, mi abuelo Bernardino, rozando la cincuentena en esa época, debería de estar en la plaza, y mi padre, Justo, que en aquel año debía de contar dieciséis, también tenía que ser testigo de este momento. No puedo asegurarlo, porque nadie me lo ha confirmado, pero no tengo duda de que ambos, mi padre y mi abuelo, conocida su afición, estaban presentes, a pie de plaza o en alguno de los tablaos que la cercaban, y pudieron contemplar este toro serio y cuajado, emplazado y desafiante en la plaza mayor de Brea de Aragón hace más de setenta y dos años.

Es de suponer que sería lunes, el día siguiente al de la patrona, la Virgen del Rosario, que se celebra el primer domingo de octubre. Ese día era tradición, que todavía perdura, perder la noche, pasar la noche en vela, y esperar a que, con el alba, se corriera el encierro del ganado. En ese primer lunes de octubre se celebraba el primer festejo taurino en el que se daba muerte a un toro, era el día grande de los festejos profanos. Ese lunes acudían los vecinos, los amigos, los familiares de los pueblos cercanos, los breanos se convertían en anfitriones de los que en su día, y en sus pueblos, eran huéspedes.

En la plaza no podía haber cualquier toro, el prestigio del pueblo y de sus fiestas, en toda la comarca y durante un largo año, se jugaba, se medía y dependía del animal que se había de sacrificar esa tarde. El toro era escogido teniendo presente este importante punto, entre los pueblos aledaños se entablaba una fuerte competencia para ver quien llevaba el mejor y, ese día, que venían los forasteros, no se podía fallar, el toro que debía de saltar a la plaza no podía ser una birria, tenía que dar miedo, tenía que asustar.

La fotografía, una fotocopia de otra fotocopia, de cuya calidad no se puede alardear, pero que posee un gran valor como documento, me ha sido proporcionada por el buen aficionado breano, al que también le faltaban bastantes años para nacer en el momento en el que se tomó, Antonio Benedí. Este personaje, zapatero de profesión, como la mayoría de los breanos, y aficionado a los toros, conserva en su memoria infinidad de recuerdos de su pueblo y de los festejos taurinos que allí se han ido celebrando a lo largo de los últimos cincuenta años, esperemos que, de una u otra forma, los vaya sacando a la luz y los comparta con todos nosotros. Don Pepe y don José le brindan esa oportunidad. Seguro que esas historias nos servirán de enseñanza y entretenimiento.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La retirada de "Guerrita"

Hay veces en que te conviertes en el centro del universo taurino por sorpresa. De repente, una tarde insulsa, con la única particularidad de ser la última corrida de la temporada en plaza de primera, que es mi categoría, se convierte en el centro neurálgico de todas las miradas, de aficionados y profanos, por un suceso que había ocurrido sin que nadie lo presintiese y que conmocionó a todo el país. Ese día, el 15 de octubre de 1899, había sido la última corrida de toros que estoqueó don Rafael Guerra Bejarano "Guerrita". Dos días después, el 17 de octubre de 1899, en el patio de su casa de Córdoba y ante la presencia de su familia, su cuadrilla y sus íntimos, se cortó la coleta.

Fue una sorpresa monumental. Nadie se lo esperaba. De pronto y, nunca mejor dicho, a toro pasado, cuando ya empezaba a caer en el letargo otoñal que me invade después de las corridas de la Feria del Pilar, mi nombre estaba en boca de todos y quedaba ligado para siempre a una efemérides de primer orden en la historia de la tauromaquia, la más importante desde la retirada de "Lagartijo", como era que en la Plaza de Toros de la Misericordia de Zaragoza, o sea, en mis dependencias, había tenido lugar la última corrida del torero cordobés que durante la última década de aquel siglo no había tenido rival en los ruedos.

Hay una fotografía, tomada por Celestino Barreda, que ilustra esta efemérides, "Guerrita", secándose el sudor, se retira hacia la barrera acompañado de su cuadrilla, también se puede apreciar mi aspecto en aquel día, más vale una imagen que mil palabras. Pero si no hubiese sido por la efemérides que a posteriori se produciría, ni esta tarde, ni esta fotografía hubieran pasado a la historia, porque fue una tarde gris, sin pena ni gloria, vulgar, aburrida.

Mis tendidos y graderías, como muestra la imagen, estaban a rebosar para ver a la terna que se anunciaba para esta última corrida de la temporada: "Guerrita", "Algabeño" y "Villita". Se lidió ganado navarro de Jorge Díaz, que apenas cumplió, el tercero fue devuelto por manso. "Villita" hizo lo que pudo, es decir, muy poco. "Algabeño", que llevaba una temporada de éxitos y de dinero, metió al quinto un estoconazo de los de su marca, y Guerra toreó al primero poco confiado, tumbándole de un pinchazo y una estocada defectuosa. Sonaron los clarines para que saliera el cuarto de la tarde, "Listón" de nombre, colorao, como buen ejemplar de casta navarra. Rafael se lo brindó a uno de sus íntimos, don José Noval. Prepara al de Díaz sin lucimiento, pero con inteligencia; señala un pinchazo entrando encogido, arranca mejor con media estocada buena, y termina con un certero descabello.

En ese momento ocurrieron dos cosas que para casi todos pasaron desapercibidas pero que, vistas a posteriori, adquieren gran significación, Rafael ordenó a su puntillero "Alones" que se abstuviera de limpiar el estoque, que lo mantuviera ensangrentado y, al mismo tiempo, pidió al desolladero que le reservaran la cabeza y las pezuñas del toro recién muerto que, a la postre, había sido el último de su vida profesional.

Al tiempo de partir de Zaragoza le puso un telegrama a su apoderado, don Julio Aumente, que decía. "Puedes decir diario que mañana a las doce me corto la coleta. Llegaré exprés. Guerrita”. Dicho y hecho, a los doce mediodía, en el patio de su casa cordobesa de la calle Góngora, 34, ante la presencia de sus familiares e íntimos, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”, se cortó la coleta. La cabeza del toro “Listón”, como recuerdo, pasó a poder de don José Noval, que ya tenía la del toro de la alternativa de Rafael, por nombre “Arrecío”, negro, de don Francisco Gallardo.

En los porqués de la retirada de "Guerrita", ni me corresponde, ni me atrevería a entrar, lo dejo para entretenimientos de los aficionados, yo sólo he querido recordar una efemérides que se desarrolló en mis dependencias y que en su día tuvo una gran repercusión y, durante todo aquel invierno y muchos más, fue tema de debate y controversia.

Aún visitó "Guerrita", ya retirado, mis dependencias en otra ocasión. Fue con motivo de un viaje familiar a Zaragoza, para cumplir alguna promesa hecha a la Virgen del Pilar. En el sitio que en había dado muerte a su último toro les tomaron una fotografía familiar a tres de sus hijas, de las nueve que tuvo, y a su único hijo varón.