“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 23 de mayo de 2011

EL DÍA Y LA NOCHE

En Zaragoza, este pasado fin de semana, en cuanto a lo taurino, podríamos decir que hemos vivido dos días en uno. Me explico. En “La Misericordia” se lidiaban dos novilladas que resultaron, como la noche y el día, contrarias en todo. Una de un hierro legendario, en cuanto al nombre, con la vitola de ser, además, el que más veces ha lidiado en nuestra plaza a lo largo de toda su historia, el de “Concha y Sierra”, que resultó negro como la noche más oscura que pueda imaginarse; y otro de una ganadería aragonesa de reciente creación, “Los Maños”, por la que corre sangre santacolomeña, que venía destacando en las novillas sin picadores de los últimos años y que, por méritos propios, se había ganado la oportunidad de dar un paso adelante y lidiar una novillada picada, que resultó como un rayo de luz claro y diáfano en un panorama en que las ganaderías, las unas y las otras, se hallan en uno de los peores momentos de la historia de la Fiesta de los Toros.

El día fue el sábado, 21 de mayo. Se lidiaba una novillada de “Los Maños”, ganadería aragonesa con poco más de 20 años de historia que, desde el comienzo, apostó por el encaste “santacoloma”. Primero con ganado de Pablo Mayoral, y desde hace cosa de un lustro con un refrescamiento de sangre de “Bucaré”. Entre lo aficionados zaragozanos había expectación por ver los resultados del cruce, y más después de las eraladas lidiadas en los dos últimos años que daban margen para la esperanza. Los 6 novillos lidiados fueron una buena y variada muestra de la evolución de esta ganadería, pues hubo de todo: 3 de procedencia “mayoral”, 1 de procedencia “bucaré” y 2 producto de la mezcla de ambas líneas. Personalmente, y sin entrar en detalles, me gustaron los productos del cruce, que se lidiaron en 2º y 6º lugar y que, si no se tuerce la cosa, puede ser un buen camino para seguir adelante. En general fue una novillada que, a pesar de andar justa de edad y, en consecuencia, de trapío (el propio ganadero lo decía en la entrevista concedida a “LcbTV”, cuando afirmaba que hubiera preferido lidiarla en Octubre, para la Feria del Pilar, porque hubiera estado rematada… pero se la habían comprado para lidiarla en mayo), fue brava, encastada y ofreció posibilidades de triunfo a los novilleros. En general, el juego de los utreros de “Los Maños”, 4 de 6, más que aprobado. El tiempo paso rápido, no hubo tregua, todos los novillos tuvieron sus cosas, buenas y malas, y los novilleros posibilidades. A la salida tertulia que se extendió más de lo habitual pues había muchas cosas de las que hablar. Esta novillada fue el día, un claro y transparente día en donde se respira aire fresco y los aficionados ven reconfortada su afición, y sus esperanzas, porque han conseguido ver algo de lo que buscan y que, cada vez, es más difícil de encontrar. 

Pero tras el día llega la noche, y eso fue la tarde del domingo, 22 de mayo, noche cerrada en "La Misericordia", negra como las fauces de un lobo. La novillada de “Concha y Sierra” fue un tostón tan grande y presentó tales carencia que, por más historia que tenga a sus espaldas, su recuperación parece una tarea imposible. Falta absoluta de fuerza y, lo que es más definitivo, de casta. Mala solución tiene esta ganadería que, en la pasada corrida concurso de Zaragoza, presentó un toro de las mismas características que sus hermanos pequeños lidiados ayer. En consecuencia, aburrimiento en los graderios en una tarde que, al contrario del día de antes, se alargaba y se alargaba y parecía que nunca iba a terminar. Una muestra, cuando “el de la jota” fue devuelto por invalidez total, ya se solicitó su devolución con desgana, y cuando el sobrero se derrumbó escandalosamente, ya no había ganas más que de que aquello acabase de una vez. Es lo que tiene el aburrimiento, que produce somnolencia y te dan ganas de echarte a dormir, y la noche, en la plaza de Toros de Zaragoza, había comenzado a las dieciocho horas y diez minutos de la tarde.

Pdata: A raíz de este escrito, me ha venido a la memoria la última crónica de Paco Apaolaza que reproduje en este mismo Blog tal día como hoy de hace, exactamente, 4 años, el 23 de mayo de 2007 -haciéndome eco del homenaje que se le tributó en Madrid con motivo de la presentación de la Vª edición de premio periodistico taurino que lleva su nombre- que llevaba por título "Roncando y sin manta". No se si será una coincidencia o cosas del azar, pero el mismo día de cuatro años después, y tras el sopor producido por la novillada del pasado domingo en Zaragoza, esa crónica ha vuelto a mi memoria, y con ella, el recuerdo de un periodista taurino que nos haría falta en estos tiempos tan escasos de crítica independiente y comprometida. 

jueves, 19 de mayo de 2011

JIMÉNEZ FORTES Y VÍCTOR BARRIO: NO CAMBIÉIS

Lo que con más nitidez recuerdo de cuando, siendo niño, mi padre me llevaba a las novilladas que se daban en la Plaza de “La Misericordia”, es la imagen de los novilleros cuando terminaba el festejo -si no acababan antes en la enfermería- con el traje destrozado y manchado de sangre. Esa imagen está en los cimientos de mi afición a los toros, sin tener una idea clara de los que era esta Fiesta en aquellos momentos, quedaba grabada a fuego en mi memoria, la entrega, las ganas, la desesperación, la heroicidad… de aquellos muchachos por forjarse un nombre de torero. Es algo que, arrinconado por el montón de banalidades en la que se ha convertido la Fiesta de los Toros en la actualidad, casi tenía olvidado. La ceguera producida por el espejismo mentiroso de la tauromaquia, vacía, falsa y aburrida del momento, casi había conseguido que olvidara aquellas imágenes legendarias de novilleros con el traje echo harapos, magullados y ensangrentados. Por sorpresa, esa imagen la volví a recuperar hace un par de días viendo a dos aspirantes a ser toreros, Jiménez Fortes y Víctor Barrio, que salieron a la plaza de Madrid como deben salir los novilleros, a jugarse la vida para conseguir un triunfo y que su nombre suene.

Es un soplo de esperanza. Viendo como esta el actual escalafón de toreros, instalados en la comodidad del toro moderno, ver novilleros que vienen empujando y jugándose el tipo, sabiendo que para llegar de verdad a los tendidos hay que generar emoción y, para que ello ocurra, es preciso un toro que embista, mejor o peor, pero que embista con algo de codicia y poder, no como el semoviente que se lidia en la gran mayoría de las corridas que, más que miedo, da pena. Para llegar al tendido, es preciso que el espectador advierta el riesgo de ponerse delante de un toro de verdad y tratar de torearlo, ese es el ingrediente fundamental de la emoción. Que el espectador sienta miedo de ver al diestro enfrentarse a un enemigo poderoso, con sus peculiaridades y características determinadas, y se juegue la vida para conseguir dominarlo y torearlo. Eso es la emoción. Y de este ingrediente, imprescindible y fundamental para fijar la atención del público, es de los que anda más que escasa la “nueva tauromaquia”. El tipo de toro requerido para este tipo de fiesta es el contrario del que puede ofrecerla. La emoción tiene que ver con la casta y el poder, cosa de la que huyen, como de la peste, los toreros actuales. En lo que llevamos de temporada, es mínimo el bagaje de lo ensalzable, demasiado escaso para las exigencias e imposiciones de los “profesionales del toro”, lo abultado del precio de las entradas y la escasa rentabilidad que saca el público que acude a la plaza de toros.

Es por lo que titulo este artículo con una petición, porque el soplo de aire fresco para mi afición que significó ver a Jiménez Fortes y Víctor Barrio jugarse el tipo a cara o cruz, el pasado 16 de mayo en Madrid -91 años después de la muerte de “Joselito”, por el que, siguiendo la tradición, se guardó un minuto de silencio al comienzo de la novillada-, ante una difícil y exigente novillada santacolemeña de “Flor de Jara”, además de hacerme recuperar imágenes y sensaciones casi olvidadas, significó un soplo de esperanza de cara al futuro. La emoción la debe poner el toro, pero el torero también debe poner de su parte, en el actual escalafón de figuras, acomodado al toro colaborador, es algo olvidado… el simulacro es demasiado flagrante, las excusas demasiadas y demasiadas las facilidades… les da lo mismo porque tienen la temporada repleta de fechas desde antes de empezar. Pero el público se aburre una y otra tarde, y eso es mala cosa, lo peor que le puede ocurrir a quien va a los toros. Por eso pido a Jiménez Fortes y Víctor Barrio que no cambien, que se olviden de los cantos de sirena de los apologistas del toreo moderno, que sin duda alcanzaran sus oídos, y que sigan por el camino que se trazaron en el coso venteño en su actuación del pasado 16 de mayo del 2011, donde nadie se aburrió, porque ese es, no sólo el camino de su éxito personal, si no el que debe de seguir la Fiesta de los Toros para recuperar el favor y la atención del público y de los aficionados.

Aunque el gesto de este par de novilleros haya quedado sepultado por el triunfalismo de los días posteriores con la aparición de los "figuras" y "sus toros", quiero volver a recordarlo pues, ver su actuación, significó una vuelta a los orígenes de mi afición taurina, cuando desde la andanada de "La Misericordia" contemplaba a esos novilleros de entonces volver una y otra vez ante la cara del novillo, sin preocuparse de su integridad física ni mirarse el traje una sola vez, con la única obsesión de conseguir el triunfo al precio que fuese.

miércoles, 11 de mayo de 2011

LAS CLAVES DEL TOREO MODERNO

En Sevilla, en su recién terminada Feria Taurina de Abril, han quedado establecidas las bases del toreo del siglo XXI. Era preciso establecer las leyes del toreo moderno, el nuevo patrón en el que basarse para juzgar lo que sucede en el ruedo, y Sevilla era el sitio ideal. El beneplácito de una “catedral” del toreo, como lo es la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, ha significado la pontificación de unas nuevas normas sobre las que se pretender atraer un nuevo público a las plazas y la posibilidad de que la Fiesta de los Toros se consolide y retome el vuelo y el favor del público. Si una de las estrategias establecidas por el “taurinismo” para afrontar la crisis de público en las plazas es la del triunfalismo, de lo que ya escribí en su día en este mismo Blog, en Sevilla, en su recién terminada Feria Taurina de Abril, se han dado un par de circunstancias que han venido a consolidar esta estrategia y han servido para consagrar las formas de la tauromaquia del nuevo siglo, tanto en el tipo de toro requerido como en la forma de torearlo.

Resumiendo lo ocurrido en Sevilla, en su recién terminada Feria Taurina de Abril, en donde se prima el “toro bonito” antes que el trapío, tenemos que sacar la conclusión de que los toros que se han prestado al lucimiento estaban todos en la edad de novillo, cuatro años recién cumplidos, por lo que podemos deducir que el toro necesario para que se produzca el “nuevo arte del toreo” debe ser un novillo que parezca un toro. Casualmente este tipo de toro sale al ruedo con unos pitones que al primer roce con el peto del caballo ser convierten en auténticas brochas -si no es que pierde parte de un pitón y el comentarista televisivo, con fina ironía, dice que “ahora el pitón queda más corto pero más astifino”-. Otra de las conclusiones con respecto al toro, después de ver los momentos más brillantes de la recién termina Feria Taurina de Abril de Sevilla, es la necesidad de “cuidarlo”, como aseguraba el “sumo pontífice” de la tauromaquia moderna, don Enrique Ponce, tras matar uno de sus toros: “he tenido que cuidarlo desde el principio”. Lo mismo decía, con las mismas o parecidas palabras, el beatificado J. M. Manzanares, al comentar su famosa faena del indulto a un “cuvillo”. En esta nueva tauromaquia del siglo XXI, todo lo que se le hace al toro desde que salta al ruedo, debe estar en función de la faena de muleta.

Estas nuevas formas de la tauromaquia moderna conllevan la desaparición de la suerte de varas, antaño piedra angular para calibrar la bravura del toro. Todos los toros que han posibilitado el triunfo en la recién terminada Feria Taurina de Abril han pasado por el caballo con dos “puyacitos” de puro trámite. El toro moderno ya sale listo para la lidia desde que salta al ruedo, la suerte de varas es innecesaria salvo -por eso todavía no ha desaparecido del todo- en los toros que aún conservan algo de poder y, por su movilidad, ofrecen dificultades a los toreros, entonces se utiliza para aniquilarlos. La función que desempeñaba antiguamente, en que era considerada el “eje de la lidia”, para calibrar la bravura y el poder del toro y, a partir de ahí, valorar la forma de resolver la ecuación por parte de su lidiador, ya no es la norma. Del toro ya no se busca que sea bravo, la bravura conlleva numerosos problemas que resolver, se busca que aguante el tiempo suficiente sin derrumbarse y colabore en la faena de muleta, que pase de un lado a otro acudiendo al cite dócilmente cuando se lo solicite el “artista” encargado de lucirse con él.

Pero el toro siempre ha estado en función del toreo imperante en cada época, en esta de principios del siglo XXI nos esta tocando vivir la de la “estética”. El nuevo toreo se basa en componer la figura y una vez compuesta esperar que el toro atienda el requerimiento del cite y acuda solícito y con rectitud al encuentro. El último gran descubrimiento de los “figuras” del momento es que descargando la suerte -echando la pata atrás- se alarga el recorrido del animal, aunque no se le somete. Un animal que se presta a este juego del “voy y vengo” es algo muy distinto a un toro que defiende su vida en el ruedo. Aunque sean animales parecidos en la forma, en el fondo son muy distintos. Un toro bravo que lucha por su vida en el ruedo y no se entrega hasta el final, y un torero que le planta cara y se juega la suya para dominarlo y, si es posible, torearlo con arte, propicia la “emoción” en los espectadores. El tipo de toro actual, dócil y previsible, a la medida de los nuevos “pontífices” del toreo moderno, ha erradicado el fuego de la “emoción” de las plazas de toros, que era el valor más seguro de la Fiesta, sustituyéndolo por la frialdad de la “estética” y el aburrimiento. No creo que sea bueno el cambio ni que el triunfalismo desmedido lo remedie, porque la gente que se emociona en un espectáculo vuelve, la que tan solo se entretiene un día, quizás no vuelva jamás. En la recién terminada Feria Taurina de Abril ha pasado, aun a pesar de haber vivido momentos que deberán quedar grabados con letras de oro en la historia de la Real Maestranza de Caballería, el público se aburrió muchas tardes... y eso es mala cosa.