El primer miércoles después del día 24 de junio da comienzo en Soria una celebración que se remonta a tiempos inmemoriales. Es un rito ibérico, o incluso anterior, que coincidiendo con el solsticio de verano consiste en sacrificar doce toros al dios Sol.
Es una fiesta que se compone de cuatro actos, el primero de los cuáles es la Saca que da comienzo a las doce el mediodía de ese jueves. Doce toros, que han sido proporcionados por las doce cuadrillas -antiguamente se denominaban consejos- en que se divide la ciudad para estos festejos -de lo que existen documentos que se remontan al siglo XVI- se encuentran encerrados en la Cañada Honda de Valonsadero -lugar en donde hay pinturas rupestres que representan toros y hombres- a siete kilómetros de la ciudad. Han de ser conducidos, guiados por garrochistas a caballo y mozos a pie, hasta la plaza de toros para su sacrifico, a donde deben de llegar antes de la puesta del sol.
El segundo acto es el denominado Viernes de Toros, consiste en el sacrificio de los doce toros en sesión doble de mañana y tarde. Los toros son muertos por becerristas y poco importa el lucimiento, lo importante es el sacrificio. En el último toro, que según los sorianos es donde reside la clave de sus fiestas, los espectadores se lanzan al ruedo para darle muerte.
La fiesta continua con el tercer acto denominado Sábado Agés, en donde se subastan los despojos de los doce toros públicamente. Plazas y soportales se convierten ocasionalmente en escenarios en donde se puja por cuernos, pene, cabeza, corazón, testículos, piel, sangre, asaduras y mondongo de los doce toros sacrificados.
Es una fiesta que se compone de cuatro actos, el primero de los cuáles es la Saca que da comienzo a las doce el mediodía de ese jueves. Doce toros, que han sido proporcionados por las doce cuadrillas -antiguamente se denominaban consejos- en que se divide la ciudad para estos festejos -de lo que existen documentos que se remontan al siglo XVI- se encuentran encerrados en la Cañada Honda de Valonsadero -lugar en donde hay pinturas rupestres que representan toros y hombres- a siete kilómetros de la ciudad. Han de ser conducidos, guiados por garrochistas a caballo y mozos a pie, hasta la plaza de toros para su sacrifico, a donde deben de llegar antes de la puesta del sol.
El segundo acto es el denominado Viernes de Toros, consiste en el sacrificio de los doce toros en sesión doble de mañana y tarde. Los toros son muertos por becerristas y poco importa el lucimiento, lo importante es el sacrificio. En el último toro, que según los sorianos es donde reside la clave de sus fiestas, los espectadores se lanzan al ruedo para darle muerte.
La fiesta continua con el tercer acto denominado Sábado Agés, en donde se subastan los despojos de los doce toros públicamente. Plazas y soportales se convierten ocasionalmente en escenarios en donde se puja por cuernos, pene, cabeza, corazón, testículos, piel, sangre, asaduras y mondongo de los doce toros sacrificados.
El cuarto acto, y día grande de la fiesta, es el Domingo de Calderas. La carne de los doce toros es repartida entre las doce cuadrillas que los aportaron para su guiso y condimentación. A las doce del mediodía parte de la Plaza Mayor una procesión con las doce calderas ricamente engalanadas que contienen la carne de los doce animales sacrificados, tienen que llegar hasta la Dehesa, que es el sitio elegido para organizar un gigantesco ágape, en el que participa toda la población, y en donde se comen los doce toros sacrificados.
Es esta una tradición que se remonta a tiempos prehistóricos y ha logrado subsistir a las diferentes culturas y religiones que desde entonces han transitado por esta península ibérica en la que nos que nos ha tocado vivir, y en la que el que el toro ocupa un lugar de privilegio, porque como dice Antonio Gala, “el toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?”
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