“La Misericordia” es mi nombre. “Plaza de Toros de La Misericordia de Zaragoza” es demasiado largo, me gusta más “La Misericordia” a secas. Aún existe otro nombre por el que también se me identifica, “Coso de Pignatelli”, en honor del impulsor de mi construcción. Prefiero “La Misericordia”… es un nombre con mensaje, encarna la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias de los ajenos.
Soy de las plazas de toros más viejas de España, después de La Maestranza de Sevilla, la segunda más antigua de las de capitales de provincia, incluso soy más vieja que la mítica plaza de Ronda. Mi construcción se remonta a 1764, por lo tanto, a fecha de 8 de octubre, que fue el día de mi inauguración, cumpliré 243 años. Durante todo este tiempo muchas historias dignas de mención han sucedido en mis dependencias, algunas de ellas las iremos rememorando a partir de ahora, no seguiré ningún orden, irán surgiendo a salto de mata, conforme la ocasión las traiga a mi memoria.
En esta primera remembranza me centraré en establecer mis orígenes y características, y, como no podía ser de otra manera, recordare el día en el que comenzó esta andadura que ha llegado hasta el momento presente, y que debe de seguir manteniéndose viva en el futuro.
Los solares que se eligieron para mi construcción respondían al nombre de “Campos y Eras del Toro”, se habían barajado otros emplazamientos, junto al Mercado Central, o la plaza de los Campos Elíseos, en el cruce con el paseo Sagasta, he incluso existió un avanzado proyecto de erigir una plaza de toros en las proximidades del actual Teatro Principal, precisamente junto al lugar en donde hace más de 2000 años había un teatro romano. Al final, entre unas cosas y otras, fui emplazada en este sitio, que como su propio nombre indica, debía de tener una relación muy directa con el toro y las fiestas que con él se realizaban.
Como ya he dicho, fue don Ramón de Pignatelli, que era regidor del “Hospital y Casa de Misericordia” en aquel tiempo, quién impulso la idea de mi creación con motivos benéficos, pensando que los beneficios de mi explotación servirían para ayudar al sostenimiento de la obra tan noble que dirigía.
Forma parte de la historia la rapidez con que fui construida, en tan sólo 70 días, dicen los más exagerados, lo cierto es que en Abril se firmaron las escrituras del solar y en octubre, para las fiestas del Pilar, estaba lista para ofrecer festejos. Dicen que el arquitecto del proyecto, don Julián de Yarza y Zeballos, se inspiró en la plaza de toros de Aranjuez para construirme. También dicen que costé 640.000 reales de vellón y que se tardaron 20 años en amortizalos.
Mis características al término de la obra las podemos concretar de la siguiente forma:
Medidas: diámetro exterior, 85 metros; diámetro del ruedo, 61 metros.
Capacidad: 8000 espectadores repartidos en once filas de tendido, gradas con balconcillo y 104 palcos de andanada.
Infraestructuras: corrales, chiqueros y patio de caballos.
Materiales: cantería, mampostería, ladrillo y madera.
Como queda dicho, y como estaba acordado, la plaza estaba lista para su inauguración durante las fiestas Pilar de ese año 1764. Para las funciones que se anunciaban los días 8 y 13 de octubre, se contrató al mejor diestro que se podía anunciar en ese momento, Martincho, natural de Ejea de los Caballeros, tierra de toros, importante enclave de la provincia Zaragoza y capital de la comarca de “Las Cinco Villas”. Es de suponer que para este fasto los toros también serian de relumbrón, y seguramente también vendrían de tierras ejeanas, pues no balde, en aquella época, los toros que allí se criaban tenían fama de ser los más caros por ser los que mejor resultado daban en el ruedo.
Fue un día grande, don Ramón, las autoridades de la ciudad, los tendidos repletos… es posible que ese día también estuviera entre el público un joven aficionado y aspirante a pintor, que emigró a la corte de Madrid, llegó a ser el pintor de la familia real, y alcanzó fama universal tanto por su pintura, como por la crónica de su tiempo que nos dejó en cuadros y dibujos. Su nombre era Francisco de Goya y Lucientes, y digo que es posible que estuviera porque, en la fecha de mi inauguración el pintor debía de contar con 18 años de edad, y teniendo en cuenta su temprana afición a los toros, no creo que pudiera faltar a semejante acontecimiento si es que se encontraba en Zaragoza. Pero de esta época de su vida pocos datos se tienen, sí se sabe que entre 1763 y 1766 andaba entre Madrid y Zaragoza tratando de conseguir, sin éxito, una beca para la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, este dato es el que me permite dudar sobre su presencia o no entre el público que llenaba los tendidos ese día.
Cuando en 1816 apareció una colección de grabados bajo el título de “Tauromaquia”, y entre ellos aparecían dos láminas de Martincho realizando sendas temeridades en la plaza de toros de Zaragoza, el sueño volvió a renacer en mí… podía haber sido cierto…quizás esos dibujos fueran el recuerdo de lo visto por “don Paco el de los toros", como se le conocía en los ambientes taurinos por su afición, aquel primer día de mi existencia.
Antes de concluir esta primera entrega, quisiera agradecer a todos los cronistas que han ido dejando noticias de lo acaecido en mi ruedo a lo largo de tantos años, y en especial, a don Benjamín Bentura Remacha, gran acaparador de datos sobre mi existencia, y fuente inagotable que mantiene viva mi memoria.
Una vez… hace años… en uno de los múltiples espectáculos musicales y de variedades que han tenido lugar dentro de mi recinto, un cantante, de nombre Bambino, llegó a lo más profundo de mis cimientos con una copla que decía: “el tiempo no pasa que pasan los hombres”… reflexioné… desde hace casi un cuarto de milenio, muchos toros, muchos toreros, muchos aficionados han pasado por mis dependencias... y yo sigo aquí plantada... quizá sea cierto eso de que "el tiempo no existe... el tiempo no pasa que pasan los hombres", como dice la copla.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
miércoles, 4 de julio de 2007
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