Junto a “Sobaquillo”, que era el seudónimo que don Mariano utilizaba para firmar sus crónicas taurinas, no podía faltar su tocayo y también paisano don Mariano Cerezo, gran aficionado y mejor pintor, asiduo y buen conocedor de mis dependencias. Este, además de su presencia, nos dejó para la posteridad un cuadro en donde refleja la efemérides, y muestra, con maestría y precisión, el aspecto interior que tenía en aquellos años esplendorosos del toreo, en los que, no en vano, era una de las plazas más importantes, respetadas y serias de España.
¡Qué guapa y engalanada estaba para semejante acontecimiento!
Aunque también debo confesar que fue un día tenso y no exento de polémicas. “Frascuelo” ya se había retirado de los toros, dignamente, hacía tres años; y “Lagartijo”, ya en franca decadencia, siguiendo los consejos de su apoderado había decidido realizar una serie de cinco corridas de despedida, se comentaba entre la afición que con el sólo objetivo de recaudar unos buenos beneficios. Entre los aficionados había resquemor y cierto malestar. El excesivo encarecimiento del precio de los billetes retrajo a muchos y, además, transcendió que el organizador de la corrida, que era el propio apoderado de "Lagartijo" convertido en empresa, estaba de acuerdo con la reventa, con lo cual aumento el revuelo, y también se llegó a conocer que por esta corrida cobraba 30.000 pesetas, un dineral en aquella épocas y un dato que aclaraba muchos supuestos. Por esto, y por toda la polémica que se había suscitado sobre la oportunidad de estas despedidas, los que acudieron a la plaza ya venían predispuestos en su contra.
Ante semejantes circunstancias, con un ambiente enrarecido, y expectación a raudales, comenzó la corrida. Se lidiaron seis toros de Espoz y Mina. El “Califa” cordobés estuvo regular con el primero que saltó al ruedo; mal con el segundo; en el tercero ni fu ni fa; con el cuarto las cosas fueron a mejor y estuvo bien; en el quinto superior, cinco pases de muleta y una gran estocada al volapié terminaron con la vida de su enemigo en no más de dos minutos; con el sexto, y último que estoqueó en mis dominios, volvió a la mediocridad de toda la tarde y fue despedido con indiferencia.
De esta forma, con más pena que gloria, se despedía Rafael Molina “Lagartijo” de Zaragoza, aunque aquí, por lo que pude enterarme con posterioridad, aún tuvimos la suerte de ver algún detalle de su grandeza pasada, porque, salvo en Barcelona que estuvo digno, el resultado fue desastroso en el resto de las plazas que visitó en esa gira de despedida. Tanto en Bilbao, como en Madrid, tuvo que salir protegido por las fuerzas de seguridad. Tal debió de ser la cosa en esa última corrida del ciclo en Madrid, y última de su vida torera, que a nuestro paisano “Sobaquillo” -el que lo bautizó en su día como “el Califa”, el primero y más ferviente de los “lagartijistas” y, además, amigo personal del matador- se atribuye que le soltó a su admirado Rafael al término de la corrida: “Si quieres borrar el tremendo efecto de lo que acabas de hacer, no tienes más remedio que torear en Madrid una corrida a beneficio de los pobres”. Cuentan que "Lagartijo" le volvió la espalda desairadamente, y añaden que desde entonces quedaron rotas las relaciones entre ambos. Son rumores, comentarios que han llegado a mis oídos, no puedo afirmar ni asegurar nada, pero conociendo, después de tantos años, el carácter y la franqueza de los aragoneses, y en concreto al personaje que nos ocupa, que tantas y tantas veces fue espectador desde mis gradas, no es de extrañar que así ocurriera.
Ha pesar del sabor agridulce de la corrida, tengo que decir que aquel 7 de mayo de 1893 fue un gran día, y que tal acontecimiento ha pasado a los anales de la Tauromaquia y de la Pintura. Además, esta actuación no puede emborronar el brillante historial que Rafael Molina “Lagartijo” dejó escrito en este ruedo a lo largo de su dilatada trayectoria.
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