A Paco Apaolaza lo conocí durante la Feria del Pilar del 97. Después de la corrida, unos cuantos aficionados, entre los que me encontraba, habíamos quedado con Paco y con Javier Villán para tomar unos vinos, hablar de toros y darles nuestro Fanzine. Fue una tarde-noche agradable, el tiempo estaba bueno y pudimos alargar la charla en una terraza hasta bien entrada la madrugada.
Para nosotros fue una conversación reconfortante, eran dos de los periodistas de referencia, de los que podías fiarte, porque los avalaba una trayectoria irreprochable de independencia y compromiso, y cada día, con sus crónicas lo demostraban. Además en aquellos años no estaban solos, los acompañaban en la labor de la crítica taurina firmas tan importantes e independientes como Joaquín Vidal, Alfonso Navalón, Mariví Romero o Vicente Zabala. Cada uno analizaba los festejos desde su óptica, y entre las opiniones de todos, los aficionados podíamos hacernos una idea muy cercana la verdad.
Desde siempre he pensado que los periodistas taurinos son imprescindibles para la Fiesta de los Toros porque crean opinión, su visión de la corrida se convierte en una lección, pero para poder ejercer este magisterio, primero, y antes que periodista, hay que ser aficionado, y Paco, Alfonso, Vicente y Joaquín, lo eran.
La Feria del Pilar se acabó, el invierno pasó, y con la primavera llegó la mala noticia desde Sevilla.
Como homenaje, en “El Aficionado” nº 8, correspondiente al mes de Octubre de 1998, un año después de habernos conocido, publicamos íntegramente su última crónica. Hoy, desde este espacio, y coincidiendo con la presentación de la Vª edición de premio periodistico taurino que lleva su nombre, quiero brindarle mi particular homenaje a su recuerdo y vuelvo a sentir la necesidad de que las últimas palabras escritas por Paco Apaolaza desde la Real Maestranza de Sevilla cobren vida de nuevo. Ahí van.
"Roncando y sin manta"
Sevilla - Jueves, 23 de Abril de 1998.
"Cuarta de Feria. Dos tercios de entrada. La corrida comenzó con tres cuartos de hora de retraso debido a la lluvia y al estado del ruedo, que tuvo que ser acondicionado, y terminó pasadas las 21,30 horas. Presidencia desapercibida. Perdonó avisos en la primera parte.
Cinco toros de José Luís Pereda, desigualmente presentados, bajos de raza, de movilidad y de emoción. La mayoría rajados y cortos en sus embestidas. Un sobrero de Gavira, lidiado en cuarto lugar, justo de presentación, con hechuras y rajado. Todos dieron la sensación de trámite, tanto en el caballo como en la muleta.
David Luguillano: Corta desprendida. Saludos. Estocada. Saludos.
Manuel Díaz “El Cordobés”: Pinchazo, aviso y estocada. Silencio. Estocada. Saludos.
Víctor Puerto: Tres pinchazos. Silencio. Estocada. Silencio.
La luz se encendió en el tercero.
Nos movemos a veces duros, expectantes, densos; silencios premonitorios de chispazos geniales de toreo. Ese es el tópico. Lo que pocas veces había pasado era que la Maestranza roncara. Sí, sí, roncar. Grrr, grrr, grrr. Ah, y sin manta. Al final es todo cuestión de actitudes. De actitudes de los mismos toros, pobrecillos, que no saben lo que están haciendo con ellos y vagan por el ruedo como si no tuvieran otra misión que dejar el palmito, y eso muy poco, porque bien se cuidan de que salgan perfectamente medidos.
La corrida de ayer fue absolutamente lamentable y condenar a esta maravilla de plaza al ronquido es un pecado que quizá en esa noche cerrada en que terminó el paripé de corrida de toros se haya olvidado. Al final nadie sabía ya si tenía que ir a cenar, si tenía que pedir un café con leche con churros o un chocolate con calentitos porque todo era absolutamente igual.
David Luguillano por ejemplo adoptó el gesto torero, adoptó la postura pero todo fue inútil a pesar de que no desentonó con esos dos animales a los que llaman toros y que, de verdad, el día que salga uno embistiendo, corriendo y al que haya que dominar, esto va a ser la debacle.
El Cordobés quiso ponerse también en lo serio, en lo templado pero con semejante morucherío y con la muleta retrasada poco o nada se puede parir toreramente. En todo caso, dejar que los espectadores sigan roncando (grrr, grrr) e implorando con la mirada una manta para sobrellevar la crisis.
En el último toro pareció que Víctor Puerto, después de brindar al doctor Ramón Vila iba a despertar al personal que miraba los focos de la plaza encendidos pensando que, quizá, en la fría noche podría repetirse lo de Morante de La Puebla del día anterior. Mala cosa. Quizá no fue culpa de nadie. Este espectáculo, esta corrida de toros, nunca debió celebrarse. Si a mí me dicen que en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla iba a oír roncar jamás lo hubiera creído. A partir de ahora seré más crédulo.”
Paco Apaolaza.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
miércoles, 23 de mayo de 2007
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Una grata sorpresa encontrar este post. Os agradezco las palabras hacia mi padre y el gesto de publicar su última crónica. Gracias.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo