“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 4 de febrero de 2008

¡¡¡Injusticia!!!

Yo vi como se jugaba la vida Rafaelillo, con un toro de Dolores Aguirre, el quinto de la tarde de un martes, 29 de mayo de 2007, en Madrid. Yo, y veinte mil personas más que llenaban los tendidos, gradas y andanadas de Las Ventas lo vimos y nos emocionamos con la actuación de un TORERO -así, con mayúsculas- que plantaba cara a un toro, manso, encastado y con mucho peligro. Yo, y los veinte mil, le aplaudimos cuando dio la vuelta al ruedo, triunfal vuelta al ruedo, en agradecimiento a su labor, a su torería y a los momentos de emoción -es como si lo estuviera viendo ahora- en los que nos había embarcado su pelea en el ruedo venteño.

Después de aquel día se le abrieron algunas puertas, siempre para pechar con los más duro, y pudo torear unas cuantas tardes. En cada actuación dejó constancia de su valía y de su profesionalidad. En la corrida de Miura de Zaragoza, que no pude presenciar, mi gente me dijo que había estado bien y que supo extraer, jugándose la vida una vez más, lo poco aprovechable de su lote. Eso es, ni más ni menos, lo que debe de hacer un TORERO -así, con mayúsculas- de verdad; eso es, ni más ni menos, lo que la palabra “torero” significa: atesorar la ciencia y la capacidad para saber ver las condiciones de cada toro y administrarle a cada uno su faena.

Por eso siento indignación cuando al publicarse los carteles de las primeras ferias importantes de la temporada -Castellón, Valencia y Sevilla- veo que Rafaelillo, un TORERO -así, con mayúsculas- que en la pasada temporada se ganó el puesto por su trabajo en el ruedo, no figura en ninguna corrida, ni aún en las duras de pelar. ¿De qué le ha valido el esfuerzo realizado, en Madrid y en las demás plazas en las que ha toreado este TORERO -así, con mayúsculas- si lo que se ha ganado, a sangre y fuego, en los ruedos se lo roban en los despachos? ¿De qué su demostrada honradez y capacidad profesional? ¿De qué su entrega y el valor derrochado en las escasas tardes en las que fue anunciado tras su paso por Las Ventas?

Es, sin duda, una injusticia. Pero es algo más que un acto de injusticia aislado; es una práctica que se viene realizando desde hace años ante la pasividad de los espectadores y la impotencia de los aficionados; y es algo mucho más grave que una injusticia, pues socava uno de los pilares fundamentales de esta Fiesta, porque, no debemos olvidarlo, la Justicia ha sido una de las máximas eternas de la tauromaquia, premiar a los que se lo ganan en el ruedo; es lo justo, tanto a toreros como a ganaderos, y la historia esta repleta de ejemplos que ilustran esta premisa.

Pero, desgraciadamente, desde hace ya mucho tiempo ocurre todo lo contrario. Los carteles, el reparto del pastel, se hace sin tener en cuenta los méritos de nadie, son otros los argumentos y otros los intereses. Cuenta más ser “guapito de cara” o “hijo de…”, que los méritos contraídos; cuenta más una buena campaña publicitaria, que una buena faena ante un toro íntegro; cuenta más el poder de trapicheo de apoderados y empresarios, que las capacidades demostradas en el ruedo por los TOREROS -así, con mayúsculas-, que ponen en práctica su saber y su oficio.

Por eso me indigna esta injusticia cometida contra Rafaelillo, y en su nombre incluyo el de todos los toreros que sufren de lo mismo. Ya se que mis palabras se quedaran tan solo en eso, palabras, y que poca influencia van a tener en nada ni en nadie. Ya se que son como un grito en el desierto que ni se escuchará en los despachos de los negociantes taurinos, ni en los de los políticos que les consienten -y hasta les subvencionan- sus tejemanejes. Pero no puedo quedarme callado, no puedo dejar de decirlo... Que, al menos, queden reflejadas en este espacio virtual y que se pierdan o se expandan por la Red.

Yo (que en una de las primeras entradas de este Blog dejé escrito, el día después de presenciar su actuación en Madrid, un artículo bajo el titular de “Emoción” en el que trataba de recoger alguna de de las sensaciones que me produjo la visión de su trabajo) opino, que el trato recibido por Rafaelillo, un TORERO -así, con mayúsculas- como la copa de un pino, en los carteles de las primeras ferias importantes de la temporada -Castellón, Valencia y Sevilla- es, para él y para muchos otros toreros del escalafón que reciben el mismo trato,
una gran INJUSTICIA -así, con mayúsculas- .

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