Ese “chalao” que estaba toreando era Nicanor Villalta que, recién llegado de Cuba, acudía a entrenarse a mis dependencias en aquella mañanas veraniegas, con vistas a prepararse para su compromiso en la próxima novillada económica en la que compartía cartel con los “Charlot’s”, ese trío de toreo cómico-bufo compuesto por Llapisera, Charlot y el Botones, que hacían reír a la gente con sus payasadas delante de los novillos.
Era un buen tipo Nicanor, se le notaba a primera vista. En seguida se integró en el grupo de los que venían a practicar, Morenito de Zaragoza, Braulio Lausín, Manolo Navarro, Saulo Ballesteros, Robertito y algún que otro banderillero con los que mantuvo una gran amistad. Pero con el que trabó lazos más estrechos fue con don José Gracia -un apellido ligado por muchos años a mi historia y del que tiempo habrá para hablar-, conserje de la plaza, y con su señora doña Rosario, y no digamos con sus hijos, que le hacían de toro en sus entrenamientos y alegraban la monotonía de mis mañanas.
Pero centrémonos, no perdamos el hilo, estábamos en su presentación como novillero en Zaragoza, que tuvo lugar, como ya he dicho anteriormente, en una de aquellas novilladas económicas que se programaron durante el verano del diecinueve. Pero, antes de ese día, aún ocurrió otra anécdota digna de reseñar y que sería decisiva para su nombre, pues en los carteles, por un error de imprenta, su apellido, que en realidad era “Vilalta”, se había transformado en “Villalta”, y así se quedó para siempre.
El día de la novillada Nicanor se presentó en el espacio de reunión de las cuadrillas, allí ya estaban Llapisera, vestido de frac y chistera, Charlot, con traje negro y un sombrero de hongo y el Botones, con pantalón corriente y chaquetilla blanca. Su llegada fue recibida con malévolas sonrisillas y comentarios en voz baja. La verdad es que tenía una pinta algo estrafalaria, la taleguilla y la casaquilla le quedaban cortas, y eso, sumado a físico -alto de estura, desgarbado y con un cuello demasiado largo-, que no era el más apropiado para la imagen que se tenía entonces de un torero, inducía a la risa. Lo mismo ocurrió durante el paseíllo, la gente no paraba de reír, más tarde le oí comentar a Villalta como vivió esta situación, decía: “Creí que reían al ver un perrito, que acompañaba a los Charlot’s, tirando de un carro y por lo exagerado y grotesco de sus andares. Queriendo y no queriendo miré hacia los tendidos y comprobé que a quien miraban era a mí y yo era la causa de su risa. Sentí un peso que me hacía andar con torpeza de la vergüenza que me daba”.
Después que los toreros bufos acabaran con sus cuatro novillos, le tocó el turno a Nicanor. Hacía mucho aire, como ocurre con asiduidad en esta ciudad, y toreó su primer novillo con el capote recogido, el público ni chilló ni aplaudió, con la muleta lo toreo de mala manera, con la espada le dio dos estocadas, una delantera y otra trasera. El respetable guardó silencio. En el segundo las cosas fueron un poco mejor, incluso sonaron algunas palmas de entre los espectadores al salir el novillo rodado de una estocada.
Así comenzó este torero, de forma tan atribulada, su historia, aunque mejor podríamos situar este festejo en la prehistoria, en mis dependencias, una historia que con el tiempo llegaría a ser gloriosa. En aquel momento Villalta contaba con veintidós años. Había nacido en Cretas, un pueblo del Bajo Aragón, provincia de Teruel, en 1987. Un año después, al regreso de otro viaje a Cuba en donde pasó el invierno recomponiendo, en la zafra, la maltrecha economía que le había dejado su anterior viaje para torear en España, volvió a ser anunciado en Zaragoza, esta vez en una novillada seria, importante, con ganado de Andrés Sánchez, de Coquilla, y con Saulo Ballesteros y Braulio Lausín de compañeros de cartel.
Ese día fue el 16 de mayo, fecha que pasaría a formar parte de la historia de la Tauromaquia porque se produjo la muerte de Joselito en Talavera. Triunfó, a pesar de que los toros de su lote, los dos, fueron devueltos a los corrales, pero en el primer sobrero, un morucho grandote, estuvo muy bien, y en el segundo, un señor toro que produjo una gran aclamación entre el público por su gran presencia, Villalta estuvo hecho un tío, no se amilanó y estuvo bien con el capote y bien en banderillas, y con la muleta, dada su particular forma de torear, se armó un gran alboroto, entre aplausos y aclamaciones, en los tendidos. Una estocada en todo lo alto hizo que el toro, el bravo y buen toro que había sido, saliera rodado sin puntilla. Oreja y salida a hombros. Más de veinte años duro esta relación profesional, hasta bien entrados los años cuarenta, cuando se despidió de los toros en este coso que les habla. Pero esa es otra historia y, no les quepa duda, encontrará su momento, la ocasión, para ser contada.
¡Ole! Con los Toreros buenos y honraos…, y si son de Teruel, pues mejor.
ResponderEliminarSalud y suerte.
Nicanor Villalta, del que Hemingway,a pesar de sus inexactitudes, no puede dejar de admirar su valentía, debía de ser un tipo decidido y duro.Un self made man como tantos toreros célebres. Además, algo tendrá la tauromaquia cuando las limitaciones físicas de determinados toreros se transforman prodigiosamente en valor, orden y estética una vez metidos en la lidia (pienso no sólo en Villalta, sino también en Juan Belmonte).
ResponderEliminarUn saludo cordial y enhorabuena por su blog, ejemplo de buen estilo y erudición.
Gómez de Lesaca
Antes de nada dar las gracias al autor del blog por hacer un huequito en su espacio a mi abuelo.
ResponderEliminarHa sido una sorpresa bucear por la red en busca de publicaciones sobre mi abuelo y darme cuenta que se le sigue recordando.
Me permito la licencia de poner el enlace de esta entrada en el blog que comienzo hoy "Recordando... a Nicanor Villalta", pues es una buena forma de dar la entrada a la vida y profesión de mi abuelo.
Lo dicho muchas gracias.
Almudena