Mí Feria Taurina del Pilar, por motivos profesionales, ha sido corta, solo he podido asistir a las corridas de La Quinta, el Marqués de Domecq y Victoriano del Río. Mala suerte la mía este año, poca cosa he podido ver en estos tres festejos que me han tocado en suerte.
El día de La Quinta, tres toros, 1º, 2º y 3º, tuvieron interés, los tres, y a los tres se les pudo hacer el toreo, sobre todo al tercero, un bombón, el toro ideal de los toreros, noble, repetidor, colaborador y con una chispita de emoción en sus embestidas, ese toro que buscan y no encuentran las figuras en otras ganaderías, en esas que se conocen como comerciales. ¡Mira por donde! Esos toros salen ahora en las ganaderías que repudian los mandones del negocio; salen en esta corrida de La Quinta, tres; o en la de Victorino de Bilbao, varios; o en la de Fuente Ymbro, con un tercer toro, según me han contado, excepcional, y que tantos sudores costó a la empresa para cerrar el cartel de Zaragoza. Seguro que esto lo saben los figuras y sus mentores, ellos, que lo manejan, saben como esta el cotarro mejor que nadie. Si no las piden, si prefieren la garantía del toro bobo e inválido, por algo será, esta claro que con el público que llena las plazas de toros en los periodos feriales es muy fácil dar gato por liebre, y cuanto menos te expones, mejor que mejor, como ocurrió en la de Victoriano del Río.
El día del Pilar fue mi segunda comparecencia en la Misericordia; ese fue el día de la despedida de Jesulín, adiós; y la única tarde en la feria del triunfador de Bilbao, El Cid; y de la comparecencia de ese torero apolíneo e insulso de nombre César y apellido Jiménez. La corrida resultó decepcionante, floja y de presencia irregular. Aunque, a decir verdad, ese día poco importaba el toro, todos los focos estaban puestos en el veterano torero mediático que se retiraba de la profesión, supongo que no pasaran más de tres años sin que anuncie su vuelta, ¡ojalá me equivoque! El Cid dio algún pase en el segundo pero no remató ni una serie. César Jiménez hizo el paseo, se desplazó lentamente entre las tandas, estuvo más tiempo andando que toreando, no se despeino y se marchó.
La de Victoriano del Río fue un auténtico muestrario de la invalidez. Los hubo inválidos, muy inválido e inválidos totales. Ninguno de los seis recibió castigo excesivo en varas y, cosas de la vida, fue devuelto el que menos se lo merecía, el quinto. El segundo, un novillo-toro con cuatro años justos, fue el inválido de más clase, aguantó tres buenas series de Salvador Vega en el centro del ruedo, al finalizar la tercera, el novillo-toro, con la boca abierta le pedía la muerte, había perdido la batalla y había dado todo lo que tenía, no le quedaban más fuerzas, Vega se empeñó en seguir toreando, encendió los tendidos, pero el toro empezaba a defenderse. A la hora de matar, ya pasado de faena, el diestro se empeñó en hacerlo en la puerta de chiqueros y, además, en la suerte contraria, un error con un novillo-toro que había resultado bravo, pinchó varias veces y malogró lo que de bueno había conseguido por pesado. ¡Qué manía con exprimir el toro, y mucho más a esos toros inválidos, hasta el final! A Perera le concedieron una oreja por hacer teatro ante un inválido que no debió permanecer en el ruedo, el sexto, uno de los inválidos totales que nos ilustra el muestrario de la invalidez que ha resultado esta corrida. Para olvidar. Pero al hilo de lo que decíamos anteriormente, el público de feria que acude ese día al festejo taurino que ha elegido por ser las fiestas patronales de su ciudad, hace cualquier cosa por ver las orejas en las manos de los toreros. El Juli estuvo, que yo lo vi, pero pasó desapercibido.
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