“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

lunes, 27 de agosto de 2007

Yo no estuve en Bilbao

Yo no he estado en Bilbao el pasado 25 de agosto de 2007. No, lo juro, seguro que no he estado en la plaza de Vista Alegre el día en que ha sido coronado emperador de la tauromaquia, por aclamación general y unánime de todo -todo- el orbe taurino, Manuel Jesús “El Cid”. He debido de estar en otra ciudad, en otra plaza, en otra corrida… no lo sé, pero puedo asegurarles que no he contemplado las maravillas que nos cuentan los que aseguran que las vieron.
Yo he presenciado una corrida de Victorino Martín noble y con poca fuerza, y digo noble porque de los toros, cuatro (1º, 3º, 4º y 5º), embistieron con el morro por el suelo, sumisos a los cites, obedientes hasta donde dictara el vuelo de la muleta, nobles y colaboradores, y de los dos restantes, el 2º, que presentaba algún problema por el pitón derecho, apunto buenas maneras por el izquierdo que el matador no supo o no quiso ver, y
el 6º, manso, al que había que porfiarle el primer muletazo pero que una vez enganchado y dejándole la muleta en la cara soportaba cuatro o cinco repitiendo y con la transmisión del manso encastado. Y digo que he presenciado una corrida floja, muy justa de fuerzas, sin correas, como dice mi amigo Chema, porque todos los toros, salvo el 4º que sólo tomó una y del que me ocupare más adelante, tomaron una vara y un picotazo, y a todos les sobró el picotazo, y ha alguno, hasta la vara. Las alimañas no aparecieron por ningún lado, fueron todos nobles, y todos tuvieron faena. Se cortaron cuatro orejas pero podrían haber sido el doble, porque a Victorino le salió una corrida para figuras, toreable y sin complicaciones, y si sigue en esa línea, y rebaja el puntito de casta que todavía les queda a sus toros sin que se le paren como en Madrid, pronto, muy pronto se pelearan las figuras por matarla en las ferias y apuntarse el tanto del “gesto” con garantías bien fundadas.
Y digo que he debido estar en otra plaza, o acas
o arrebatado por algún brujo o ser maligno que ha utilizado sus poderes para que mis ojos contemplaran como real el espejismo ante el que me situaban, porque lo que yo he contemplado han sido buenos pases sueltos, eso sí, los fundamentales, el derechazo -más-, y el natural -menos-, y buenos pases obligados de pecho, pero no he visto en toda la tarde una faena maciza, construida en base a un plan y una estrategia, con su desarrollo, su nudo y su desenlace, lo que se dice una faena rotunda, o redonda, (el pasado año 2006, el día 12, día grande de las fiestas de Zaragoza, ante un toro-novillo de Valdefresno -4 años y 1 mes- tuve la suerte de contemplar una faena de Manuel Jesús “El Cid” de estas característica, una faena maciza a la que puso rubrica con una buena estocada). Pienso que sobre la arena negra del coso bilbaino de Vista Alegre hubo varios toros que ofrecieron posibilidades de hacer, al menos, una faena, y más si nos encontramos, como asegura la inmensa mayoría de aficionados y la unanimidad de la prensa taurina, ante el nuevo rey del toreo clásico. Un ser dotado de esas capacidades pienso que debería haber aprovechado, al menos, una de las oportunidades que se le presentaron. En cuanto a las estocadas, una, después del pinchazo en todo lo alto al 5º toro, fue buena, una muy buena estocada de la que el toro salió muerto. Ese fue el toro de las dos orejas.
No quiero detenerme en un análisis pormenorizado toro por toro, pero si quiero fijar algunos detalles de lo que yo vi, o creí ver, vaya usted a saber, porque es tan abrumadora la mayoría contraría a mi opinión que lo más razonable serí
a considerar estas palabras son producto de un sueño más que una realidad y que tan sólo las tengan en cuenta como un mero ejercicio de ficción. Tengo que decir que a “El Cid”, y al público que lo recibió con una ovación, le gusto el primer toro, para mi el de más trapío del encierro, lo intentó y sacó buenos pases sueltos, pero el toro era demasiado flojo y no llegó a transmitir emoción en el tendido. La estocada cayó baja y trasera. Del segundo ya he dicho que, según mi modesto entender, tenía un buen pitón izquierdo, fue el más destartalado el encierro y escurrido de los cuartos traseros, no le gusto al respetable ni a “El Cid”. El tercero era noble hasta decir basta, tan noble que no parecía ni Victorino, por las condiciones del toro este era uno de los de faena redonda, la cosa se quedo en buenos pases sueltos, una estocada trasera y oreja.

El cuarto merece punto y aparte. El cuarto, (“Embolado”, nº 259, de enero de 2003, negro entrepelado y con 544 Kgrs.) fue pronto al caballo en el primer encuentro, cuando el matador se disponía a colocarlo en suerte para la segunda vara se arrancó de improviso y acometió al caballo por “salva sea la parte”, no llegó a recibir ni un picotazo, yo lo vi porque sucedió debajo de mi localidad, y “El Cid” se aprestó a pedir el cambio porque, supongo que pensaría, le aquejaba, igual que a sus hermanos, la enfermedad de la flojedad. Pienso que se equivocó, tenia que haber sacado el toro y ponerlo en suerte debidamente, pienso que el toro, como ocurrió más tarde en banderillas cuando acudió como un tren al cite de “El Alcalareño” posibilitando dos de los momentos más importantes de la tarde, rubricados con estruendosa ovación y desmonteramiento, hubiera acudido a un segundo encuentro con el caballo raudo y al galope y nos hubiera brindado uno de los momentos importantes de la tarde y la feria, no fue así. El toro llegó a la muleta con más fuerza que sus hermanos y con ganas de embestir, era el más Victorino de todos y había que dominarlo y bajarle la mano, era noble pero listo, “El Cid” se confió demasiado, creo que le perdió el respeto y el toro le dio un revolcón. Tengo que decir que después del revolcón el torero no se arrugó y saco más pases buenos, algunos muy buenos, pero sueltos, no mató bien, trasera y baja, aunque enterró todo el estoque, oreja y una accidente con una banderilla que casi le revienta un ojo. Me quedo con la duda de que hubiera pasado con esa segunda vara, e incluso pudieran haber sido tres, esa duda me queda sin resolver, y de la falta de resolución de este interrogante tiene toda la responsabilidad su matador.
El quinto fue el que toreó con más convicción y ligazón, y la estocada que dio muerte al toro, merece la pena repetirlo, fue la mejor, la única, de toda la tarde. De las dos orejas, con una estoy conforme. El sexto fue manso y, mire usted por donde, en ese toro se esforzaron por ponerlo en suerte desde lejos y, claro, el toro no iba, y cuando fue, después de mucho insistir el picador, el picotazo de rigor y salió suelto. Y en este toro, con todo ya ganado, “El Cid” se empeño en redondear lo que para entonces, en las mentes de aficionados y periodistas, era ya una hazaña de la tauromaquia del siglo XXI. Estuvo porfiando y sacando buenos muletazos e, incluso, alguna serie más que aceptable. Fue el momento en que más me llegó la labor de Manuel Jesús, cuando ya se lo creía y después de estar sentado en el estribo, con la cara entre las manos, dicen que emocionado, al serle concedidas las dos orejas del quinto.
En resumidas cuentas, la corrida, en su conjunto, estuvo bien presentada y
me pareció floja -muy floja-, y noble -muy noble-, apta para ejecutar el toreo que se practica hoy en día, pero me preocupó su comportamiento, y más tratándose de una corrida de Victorino. Manuel Jesús “El Cid” dio buenos pases, bien ejecutados, como mandan los cánones, pero sueltos, repartidos en varios toros y en diferentes momentos, pero no cuajó una faena completa. Si pudiéramos agrupar el ramillete de pases que dio a lo largo de toda la tarde en una sólo faena, más la estocada en su sitio y hasta la bola del 5º toro, sí que podríamos estar hablando de algo grande, de una de esas faenas que se recuerdan para toda la vida, pero no fue así, y si lo fue yo no lo vi, ya digo que, seguramente, arrebatado por algún pesado sueño que me transporta a una dimensión alejada de la realidad.
Quizá sea muy exigente, no lo sé. Quizá mi concepto de lo que es torear este anticuado, es posible, pero desde siempre he pensado que dar pases, por muy buenos que sean, no es torear, y en el coso de Vista Alegre, según mi opinión, hubo mucho de lo primero y nada o casi nada de lo segundo. Quizá sea necesario revisar mi concepto de faena (conjunto de acciones que deben llevar a dominar el toro, hacer arte con él y matarlo de una buena estocada), puedo asegurarles que me esforzaré en ese cometido y repasare mis fundamentos, pero, según mi criterio, no hubo una faena completa, de las que arrebatan, de las que no se olvidan, en toda la tarde.
Quizá otros factores, ajenos a la tarde del 25 de agosto, ha llevado al ensalzamiento excesivo de la actuación de “El Cid” en Bilbao. Quizás, hartos de la propaganda de los que han creído ver redimido al “Mesías” en la figura de otro torero, ha conducido a una reacción en sentido contrario en apoyo de este “Campeador” que, al menos, utiliza las armas del clasicismo para enfrentarse a los toros. Yo, si tuviera que elegir entre los dos, no lo dudaría, entre Domingo Ortega y Manolete hubiera sido del primero.
Una última cosa, aún a riesgo de parecer pesado. Repasen la corrida de hace 25 años en Madrid, la que muchos consideran “corrida del siglo”, hubo toros de Victorino de todas las condiciones, alimañas y toreables, pero con fuerza. Y hubo, al menos, tres faenas de peso y con argumento (la del 1º y 4º, a cargo de Ruiz Miguel, y la del 3º, quizá la mejor de todas, que realizó José Luís Palomar). En Bilbao no hubo nada de eso, o yo, al menos, no lo vi o no supe apreciarlo.

Aunque ya les digo, no hagan mucho caso a mis impresiones porque quizá no estuve en Bilbao en dicha tarde, o quizá un ser maligno, o un brujo, o una pesada digestión, obnubilaron mis sentidos y no fui capaz de apreciar el renacimiento del toreo clásico que casi todos vieron. Si no estuvieron y han de creer ha alguien, no lo duden, quédense con lo que dice la abrumadora mayoría y consideren este escrito un mero ejercicio de ficción. Y a los que hayan llegado hasta el final, gracias por haberlo hecho, me ha salido demasiado largo, lo que quería decir con muy pocas palabras lo podría haber dicho, pero ha sido tal el aluvión de opiniones ensalzadoras y rotundas que he creído oportuno extenderme un poco más para explicar mis reparos. La corrida fue buena, “El Cid” estuvo bien, pero tanto, tanto…

3 comentarios:

  1. Gracias por su blog... gracias por esta crónica, gracias por sus dialogos socráticos entre don pepe y don josé...
    un saludo...

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  2. Aflora el sano escepticismo de una clara y hospitalaria mente en su comentario. Los años agudizan estas cosas y un socrático no se deja llevar por los fervores de una pañolada.Un socrático siempre sigue preguntando un porqué.
    Un placer leerle, Mariano.

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  3. Se hace lo que se puede. En esta Fiesta que se nos muere al menos nos quedan los recuerdos, las canciones, las historias... y la imaginación, mientras lo escribes parece como si lo estuvieras viviendo otra vez, algo es algo. Seguiré escribiendo y, gracias por los piropos.

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