Acudir a los toros durante las fiestas patronales de cada ciudad, villa o pueblo es una tradición arraigada en nuestro país, las plazas se llenan de bulliciosos peñistas en son festivo y un buen número de espectadores que asisten a las corridas como a cualquier otro acto del programa de fiestas. Los menos son los aficionados, los entendidos, los que asisten a las corridas como a una liturgia, los que desde meses antes de su feria están expectantes antes las combinaciones de toros y toreros que se anuncian y haciendo cábalas sobre el posible resultado de los festejos.
Desde siempre se ha dicho que el público es soberano, que, en la plaza, su opinión es la que cuenta y en base a este principio se ha construido todo el entramado de la fiesta. Las corridas de toros son un negocio montado para beneficiarse de la venta de entradas que adquiere el público para asistir a las mismas. El público tiene la potestad de conceder trofeos con su petición y de rechazar toros y toreros con su protesta.
Pero en la actualidad, por desgracia, el público con criterio, los entendidos, son minoría en las plazas de toros y sus voces son acalladas por el bullicio de las peñas y la actitud triunfalista de los que acuden a las corridas de feria a presenciar -ese día que van ellos- la corrida del siglo. De esta forma la soberanía del público queda marcada por el criterio de una mayoría que para nada se plantea los fundamentos de este espectáculo que no son otros que el toro y la lidia.
A partir de esta realidad, y con el apoyo de la inmensa mayoría de los medios de comunicación que se ocupan de los toros -no olvidemos que viven de esto-, y la complacencia de los políticos encargados de los asuntos taurinos en sus respectivas administraciones, los taurinos tienen la puerta abierta para colarnos todo lo que sea de su antojo.
Mientras no se invierta esa pirámide y el público que acude en son festivo tome conciencia de la auténtica grandeza, de la verdad de la fiesta de los toros y, en vez de acallar, escuche la opinión de los aficionados, mal lo tenemos. En esta tarea deberían ayudar los políticos, con una labor vigilante y en defensa de los consumidores, y los medios de comunicación, con la denuncia de las corruptelas de los taurinos y la explicación de los fundamentos y la esencia de la fiesta -porque la fiesta de los toros requiere entendimiento-, pero esto, me temo, es “pedir peras al olmo”, porque la trayectoria de ambos estamentos así lo atestigua.
Desde el reducido ámbito de influencia de este Blog quiero poner mi granito de arena y copiar una parte del prólogo del libro “La pierna del Tato (Historias de toros)”, del periodista William Lyon, escrito por don Joaquín Vidal:
“La corrida de toros requiere, en primer lugar, entendimiento. ¡Ay de aquél que vaya a los toros simplemente a divertirse! Ese, lo más probable es que se aburra de muerte. La fiesta de los toros, que indudablemente tiene música, bullicio, color, pasión y rito, no es música, ni bullicio, ni color, ni pasión, ni rito (abalorios, arrequives, vestiduras de sus valores esenciales).
Sus valores esenciales son otros: la lidia, el toro. Para entender la lidia hay que entender primero al toro. El que va a la corrida tras mucho comer precisamente porque va a la corrida, el puro que no falte aunque no acostumbre a fumarlo y durante el festejo se pega lamparazos venga a empinar la bota, no está en disposición de entender el toro -ni casi nada-. El toro es un animal fiero, claro está que intuitivo, de reacciones teóricamente previsibles en función de su casta, que no rara vez son imprevistas. La propia evolución de la fiesta, durante generaciones, ha definido una vasta técnica para dominarlo, y de la aplicación de esa técnica a las cambiantes características del toro surge el argumento de la lidia. Desde que el toro salta a la arena ya lo esta estudiando el aficionado: su trapío, su bravura, la calidad de su embestida. Música, bullicio, color, pasión y rito aderezan el espectáculo, pero sólo la lidia en su estricto ejercicio es, en la corrida, el verdadero espectáculo.
Los que no han visto nunca una corrida suelen creer que se trata de un ballet donde gente castiza vestida de luces compone posturas y baladronadas ante el toro. Ahora bien, si cuando la ven por primera vez adoptan una actitud inteligente, el prejuicio desaparece de inmediato: es obvio que en el ruedo no valen posturas; hay un animal de impresionante arboladura cuya casta brava intenta dominar un torero, con riesgo físico, sirviéndose de una técnica de complejas concordancias y difícil ejecución. Quienes descubren en la corrida un juego insólito y lo estudian para desentrañar su significado, acaban aficionados hasta la médula, así hayan nacido en Nueva York.”
La única esperanza que nos queda, lo quiero creer, es que el veneno de la fiesta auténtica prenda en los espectadores que acuden a las plazas, la fuerza potencial de este espectáculo, en la época de competitividad que nos ha tocado vivir, puede hacerlo regenerarse fácilmente si se consigue que todos los que tratan de adulterarlo pierdan su influencia. Si los espectadores de feria ven con sus propios ojos la grandeza de la fiesta verdadera, si sienten la emoción -recuerdo la emoción y el agrado de muchos de estos espectadores a la salida de alguna corrida, cada vez menos, que ha salido buena para los aficionados-, si entienden de que va este juego, si se dejan llevar por su magia, si comprenden el engaño de los taurinos, no creo que tengan duda.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
jueves, 9 de agosto de 2007
Público de feria
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No conocía el escrito de Vidal, pero en tan solo un folia, ha descrito un autentico manual de “como ver una corrida de Toros”, creo recordar que nosotros lo intentamos en muchos mas y…, por supuesto, … no nos salio tan bien.
ResponderEliminarUn “ole” por Vidal y por los “medios de comunicación”, que como éste, intentan “clarificar”, las ideas de los posibles nuevos aficionados.
Ojala lo consigan.
Adelante, no estáis solos.
Salud y suerte.
Cárdeno.
¡Si señor!
ResponderEliminar¡Fuera todos los taurinos!
¡A la mierda!
La fiesta de verdad
¡Toros y Lidia!
La verdad es la que estais comentando. El público de aluvión y las empresas que compran los abonso para regalarlos a sus compromisos, son los que marcan el nivel económico y artístico de una feria. El aficionado poco puede hacer salvo intentar que al menos en alguna ocasión salga el toro-toro.
ResponderEliminarEsto, no obstante, no es privativo de la Fiesta de los Toros. Ocurre también en la música, el cine, el teatro...