Si el fraude del afeitado ha sido compañero permanentemente de la Fiesta de los Toros desde hace casi un siglo, aunque en unas época se haya practicado más, como en en los años cuarenta y cincuenta, y en otras menos, este año se está convirtiendo en una auténtica plaga. Da lo mismo que sea en cosos de primera, de segunda o de tercera, hoy por hoy se ha convertido en una practica habitual en la mayoría de las plazas y se hace sin complejos y sin ningún tipo de miramientos. Da vergüenza ajena ver las fotografías que se publican, día tras día, en los espacios que los aficionados, de una y otra latitud del planeta taurino, mantenemos en Internet.
Pero si esta práctica es un fraude para los espectadores que acudimos a los festejos taurinos -aunque a muchos, por no decir que a todos, los espectadores de feria les da lo mismo, y ese es uno de los factores que anima a los profesionales a cometer semejante latrocinio-, es mucho más grande, grave y perjudicial el fraude que se le hace a la propia Fiesta, porque se vulnera uno de los principios éticos en los que se basa la tauromaquia, ya que, como expone en su libro “Filosofía de las corridas de toros” el catedrático de filosofía de la Universidad de París, Francis Wolff : “...el toro debe ser lidiado por quién acepta exponerse él mismo al mayor peligro y es matado conforme a reglas y formas que se basan en el respeto de su integridad física (los pitones, temibles armas naturales) y moral (no puede ser excitado ni disminuido artificialmente)”.
La grandeza, la épica y la ética de esta Fiesta se basa precisamente en eso, en el combate cara a cara, sin trampa ni cartón, entre el toro y el torero, entre la fuerza bruta y la inteligencia, sin disminuir artificialmente la fuerza del toro ni sus armas defensivas. Si este principio no se mantiene a rajatabla, si se consiente, como ocurre en la actualidad, el afeitado, si no se respeta la integridad del toro, el triunfo de los toreros pierde todo su valor y se convierte en pura chatarra, y ocurre, como ya esta pasando, que los toreros, en vez de héroes, se convierten en villanos y sus éxitos no tienen ni la trascendencia, ni la resonancia que deberían de tener.
Quizás en estos tiempos el negocio de los toros sea más lucrativo que nunca para unos pocos, pero es ruinoso para la mayoría de los toreros que pueblan el escalafón y nefasto para el futuro de la Fiesta. Si se sigue por este camino, si los que pueden no ponen los remedios oportunos, estamos abocados a una fiesta menor, a una pantomima teatral huérfana de los valores que la han mantenido en candelero durante más de dos siglos y, más pronto que tarde, estará condenada al capricho de las modas y al olvido. El papel de héroes que antaño jugaban los toreros es ahora ocupado por futbolistas o deportistas de élite, quizás tenga algo que ver en este cambio de gustos de la sociedad la visualización de que en estos campos se persigue el fraude, se sanciona duramente a los defraudadores y se busca la legitimidad e integridad de los campeones, cosa que no ocurre actualmente en el mundo de los toros.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
sábado, 30 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario