- Hola don José.
- ¿Cómo usted tan pronto por aquí?
- Pues mire, voy a la reunión que han convocado los del “Manifiesto de Aficionados” en el Aula Cultural de
- Importante debe ser esa reunión para que madrugue usted tanto, nunca antes lo había visto a tan tempranas horas por estos andurriales, pues jamás viene usted al sorteo ni a ver lo que se cuece en los corrillos de los taurinos. ¿Y de qué va ese acto que tanto le interesa?
- Sobre la suerte de picar, pues el lema bajo el que se convoca así lo dice: “La suerte de varas es el eje de la lidia”.
- Bonita frase, don Pepe, bonita frase… pero en los tiempos que corren esa suerte no tiene mucha importancia que digamos, es más, incluso me atrevería a afirmar que a los espectadores de los festejos taurinos no les interesa mucho esa fase tan violenta de la corrida. Ya sabe, los gustos cambian y…
- ¡Pero que me dice usted, don José! Si, además de ser uno de los momentos más emocionantes y espectaculares de la lidia, ha sido, desde siempre, la forma de medir la bravura de los toros y la piedra de toque en la que se han basado los ganaderos para la selección de su ganado. Lo que pasa es que, en estos tiempos, ha degenerado tanto y se realiza de forma tan calamitosa que da lástima y pena contemplar su ejecución…
- En estos tiempos, con los adelantos de la ciencia y la genética, la selección se hace de otra forma, con otros métodos y, antes que la bravura, se buscan otras cualidades en los toros; nobleza, toreabilidad, colaboracionismo con los artistas que se visten de luces… ya me entiende usted…
- Claro que lo entiendo, don José, demasiado bien lo entiendo… Ahora me dirá usted lo del toro artista, ese tipo de animal inválido, aborregado y obediente que se han inventado los ganaderos y que, más que toro, parece una babosa…
- No se pase de frenada, don Pepe, que todos los toros tienen su peligro…
- … Y con la ruina de toros que saltan al ruedo en la actualidad, la suerte de varas, salvo para machacar inmisericordemente a los pocos que, por casualidad, todavía conservan una pizca de fuerza, no sirve para nada, es un mero simulacro y, como sigan las cosas por ese camino, muy pronto se planteara la conveniencia de su desaparición pues, además de la violencia y la presencia de la sangre que lleva implícita, tampoco cumple con otro de los requisitos que avalaban su existencia, como es el de ahormar el toro para los sucesivos tercios de la lidia, pues el toro ya sale convenientemente ahormado de los chiqueros y…
- No sea usted bruto y mal pensado, don Pepe, que las cosas no son como usted las pinta, además estará de acuerdo conmigo en que el público que ahora asiste a las corridas tiene otra mentalidad y una sensibilidad...
- ¡Buenoooo! Ya estamos con la sensibilidad… Por ahí se abre la puerta que nos conduce hacia su abolición, luego vendrán las razones consiguientes; que si el público de ahora no esta acostumbrado a presenciar semejantes dosis de violencia; que si es una práctica salvaje que resta belleza al conjunto del espectáculo; que si los antitaurinos; que si los niños...
- Pero no me dirá usted que…
- Lo que le quiero decir es que la fiesta de los toros es así, con sangre, con violencia… vamos… como la vida misma, y no podemos cerrar los ojos ante esa realidad. Si le quitamos esos ingredientes se queda en nada, se convierte en una pantomima, en una función de ballet con un toro amaestrado y solícito que nada tiene que ver con lo que ha sido este espectáculo desde sus inicios y que lo ha mantenido vigente desde hace siglos…
- Ya veo que ustedes, lo que apoyan ese “Manifiesto” del que me habla, están anclados en un pasado que poca relación tiene con las inquietudes de la sociedad de este siglo recién estrenado, son unos intransigentes, unos retrógrados que viven en otra época que nada, o poco, tiene que ver con la realidad, esa fiesta de la que me habla esta caduca, en estos tiempos se valoran otras cosas como son el arte y la torería que destilan…
- ¿De qué arte y torería me habla, don José? ¿Acaso se emociona usted con las interminables series de pases y capotazos, ante toros inválidos, afeitados y disminuidos, de los figuras que copan el escalafón? No me extraña que, siguiendo esa lógica, quieran acabar ustedes con la suerte de varas, con el tercio de banderillas y con la muerte de los toros en la plaza. Díganlo claramente, planteen su alternativa que no andará muy lejos de abolir la suerte de varas, sustituir los arpones de las banderillas por ventosas y la espada por un artilugio que, en vez de herir, se retraiga sobre si mismo cuando toque la piel del toro…
- Es que usted, don Pepe, no tiene término medio…
- Ni término medio ni entero, don José. El toro es el toro, no la falsificación que pretenden colarnos los taurinos y que de toro no tiene más que el nombre. El toro debe tener poder y cuernos íntegros, debe asustar, dar miedo al espectador, porque ahí se genera la emoción que supone su lidia y si, una vez dominado, se consigue torearlo con arte y darle muerte de una estocada hasta la bola por el hoyo de la agujas, este espectáculo se convierte en el más grande del mundo. Por eso la suerte de varas tiene importancia y, como reza el eslogan de este “Encuentro de Aficionados”, es el eje de la lidia, porque además de servir para la selección de la materia prima, el toro bravo, que le de continuidad a esta fiesta, debe servir para corregir los defectos del toro y ahormar su embestida, solo así se puede llegar a ese estadio del arte, y no a su falsificación, con el que ustedes se llenan la boca. Para que eso ocurra, no le quepa duda, lo primero que hace falta es un toro con toda la barba y una suerte de varas realizada como mandan los cánones.
- Amén.
- ¡Ah! Y no se olvide usted, don José, de lo que dice esa famosa chapa que circula por ahí: “Sin toro nada tiene importancia”.
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