“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

jueves, 13 de marzo de 2008

Un nudo en la garganta

Me propongo explicar lo que siento cada vez que visiono el vídeo que enlazo al final de esta entrada y no encuentro las palabras. Lo he visto varias veces y todas, todas sin excepción, me produce un nudo en la garganta y, a la vez, una ráfaga de emoción, como un escalofrío, me recorre todo el cuerpo, me retuerce el estómago y me conmueve.

Quizás sea la entrega, la ofrenda de la vida, el desinteresado ofrecimiento del cuerpo propio para defender al compañero caído, al indefenso que se encuentra abatido e inconsciente a merced de las embestidas del toro. Ver esos ojos que vigilan la siguiente acometida, esas caras tensionadas por la cercana presencia de la muerte, los gestos y la decisión para, como manta protectora, cubrir, con los suyos, el cuerpo rendido del amigo…


Quizás, para tratar de explicar esa sensación que no acierto a describir, sea más acertado acudir a un fragmento de unos versos de Konstantino Kavafis que me salieron al paso:

En medio del terror y de la sospecha,
con la mente agitada y los ojos asustados,
buscamos soluciones y planeamos qué hacer
para escapar de la segura
amenaza que tan espantosamente nos acecha.

Aunque quizás sea preferible que ustedes mismos lo vean y saquen sus propias conclusiones. De lo que sí estoy plenamente convencido es de que se trata de una auténtica lección de compañerismo.

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