“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

domingo, 23 de marzo de 2008

La "tradicional" Corrida de Pascua

La tristeza me embarga en el día de hoy… así… como de golpe… se me han acumulado los recuerdos de otras épocas en las que este era un día grande, si no el que más, de la temporada, el Domingo de Pascua. Después de la languidez del otoño, adormecida por los recuerdos todavía frescos de la recién terminada Feria del Pilar, y una vez atravesado el crudo invierno repleto de días fríos y demasiado cortos -lo que desanimaba a los aspirantes que acudían a practicar a mis dependencias en cualquier otra época del año- que me sumían en la más absoluta soledad. Pero con la llegada de la primavera la cosa cambiaba. Todo empezaba cuando los operarios que se encargaban de mi mantenimiento aparecían cargados de herramientas y utensilios de limpieza y en pocos días me ponían en condiciones, “lavada y recién pintá”, como dice el dicho popular. Si el tiempo acompañaba se montaba algún festival previo al comienzo de la temporada, la afición estaba inquieta, expectante ante la nueva temporada y acudían en masa a cualquier convocatoria que se les propusiese, pero el día grande, el que levantaba expectación, el que atraía visitantes de pueblos, cabezas de partido y capitales cercanas a Zaragoza, era este día, el de la “Tradicional Corrida del Domingo de Pascua”.

Este día solía anunciarse un cartel de postín, tan solo igualado o superado por alguna de las combinaciones de la feria de octubre, y significaba el comienzo oficial, por todo lo alto, de la temporada zaragozana. Grandes momentos, junto a sonoros fiascos, se han vivido en esta fecha en mis dependencias, no voy a referirme hoy a los segundos, aunque en su momento también sacaré a la luz alguno de los momentos negros vividos en tal fecha, como ocurrió el año anterior al que nos ocupa, pero hoy no va a suceder porque el recuerdo que ha saltado al primer plano de mi memoria -y no se la razón ni me interesa saberla- es de los que podríamos considerar como brillantes. ¡Si! Fue un gran día… Es como si lo estuviese viendo ahora mismo…


Ocurrió el 5 de abril de 1942.
En los chiqueros seis toros de la prestigiosa ganadería de “Concha y Sierra” a los que debían dar muerte: “Manolete”, que se había convertido, sin lugar a dudas, en el mandamás del escalafón; Pepe Luis Vázquez, que se estaba consolidando entre las figuras de la época por su torería y el toque de su gracia sevillana; y Manuel Álvarez “El Andaluz”, que de novillero había levantado grandes expectativas y llegaba a “La Misericordia” después de su reciente doctorado en las "Fallas" de Valencia. No me digan que no era un cartel de postín, de los que dan lustre y engrandecen una plaza. Además, y para mayor gloria de mi ya larga historia, esa tarde, el toreo se dibujo... se hizo arte en mi ruedo. La afición, que como se puede adivinar en la instantánea tomada desde el callejón por el fotógrafo "Lara", aún a pesar del contraluz, llenaba tendidos, gradas y andanadas, salió encantada... como loca... impregnada del perfume torero que se había derramado por mi albero.

Pero no solo la afición había salido de acuerdo de la plaza, la crítica, la exigente critica que cubría los festejos que se daban en el coso que también se conoce con el nombre de mi creador, don Ramón de Pignatelli, reflejaban sus opiniones con absoluta clari
dad y unanimidad. Para dejar constancia me remito a lo que escribió “Don Indalecio”, que no se casaba con nadie ni por nada, pues al día siguiente, mientras degustaba en mi memoria el recuerdo de lo contemplado y paladeaba la fragancia que todavía flotaba en el ambiente, escuché la lectura de su reseña de la corrida que uno de los operarios que se ocupan de mi mantenimiento les hacía a sus compañeros. En pocas y certeras palabras "Don Indalecio" reflejaba claramente lo sucedido: “Torero por la sal de Andalucía y la gracia de Dios. Pepe Luis Vázquez. En cuerpo pequeño, torero grande. A “Manolete” le cogió esa ola de frío que le congela en tantas corridas. A “El Andaluz” se lo llevó por delante esa borrosidad, esa incertidumbre que desorienta a los toreros cuando acaban de contraer “justas nupcias” con la Tauromaquia… De la corrida de ayer queda para la posteridad el nombre del torerito fino, menudo, pletórico de gracia andaluza. Anótense ustedes el nombre porque, a lo mejor, se hace un hueco en el torero.
¡Se llama Pepe Luis Vázquez!”.


Los resultados numéricos del festejo, según mi opinión, no tienen demasiada importancia, lo que importa es lo que se queda en la retina, las sensaciones que te producen lo visto, por fugaz que haya sido el momento, lo que alimenta los recuerdos que se quedan grabados para siempre en la memoria, pero no voy a defraudar a los amantes de la estadística y voy a reflejar los números: “Manolete”, nada de nada; “El Andaluz”, vuelta; Pepe Luis Vázquez, una oreja y vuelta. Ahí están, así de fríos son los resultados. Yo prefiero quedarme con las rimas que este festejo le inspiró al crítico de “El Noticiero”, don Antonio Martín Ruiz, “Cantares”:


“Olía a primavera,
clavel y nardo
la faena del diestro
de San Bernardo.
Como aquella faena
del “Concha y Sierra”
hay pocas maravillas
sobre la tierra.”

Espero que comprendan la tristeza que me embarga en tal día como hoy, Domingo de Pascua, en otros tiempos día grande, si no el más grande de la temporada zaragozana... Es una fecha que se ha perdido y que, tal vez, nunca vuelva ha estar en el calendario taurino de Zaragoza. Es una pena... aunque al menos me quedan los recuerdos de lo vivido...
"Recordar es volver a vivir", dice una copla de la que no me viene el título a la cabeza... pues eso.

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