Ya vestido de torero, media hora antes de la anunciada para el comienzo, y con el dinero en el bolsillo, porque había cobrado por la mañana, dejó plantados: a sus compañeros, que tuvieron que matar la corrida mano a mano; a los organizadores, con el público en la plaza impaciente por el retraso; a los aficionados, que habíamos pagado para ver algo que no vimos; y, en definitiva, a
El primer toro, un hernández plá de la ganadería de Ignacio Huelva, era un tío. Un tío que salió de los chiqueros tullido, pero tenía casta y malas intenciones, un tío duro de pelar. No lo quisieron ver desde el primer momento. En el caballo lo machacaron, sobre todo en una cuarta vara asesina en la paletilla. El toro siguió imponiendo su ley, ni en banderillas ni en la muleta quisieron verlo subalternos ni matador, llegó la hora de matar, el toro con la boca cerrada y a la espera. Después de dos pinchazos y ni se sabe los descabellos, sonaron los tres avisos y hubo que apuntillarlo desde un burladero.
Cuando sonó el tercer aviso, El Renco respiro y se fue raudo hacia el callejón entre la bronca del respetable -aunque deberíamos decir, tal como están las cosas, el irrespetable-. El problema no fueron los tres avisos; el problema fue que este tipo de toros tienen su lidia y su lidiador no supo dársela; el problema fue que después de dos pinchazos no se puede intentar descabellar un toro entero, avisado y con la cabeza por las nubes; el problema fue que el torero, ajeno a eso de la vergüenza torera, no lo quiso ver en ningún momento y dejó de cumplir con su deber.
Eso no fue óbice para que en el quinto, anovillado, después de una labor aseada y una buena estocada, se le pidieran los trofeos. El presidente le concedió las dos orejas, y uno de sus banderilleros, agarrando el rabo con la mano, se encaró con el presidente, echándole al público encima, haciendo gestos alusivos y pidiendo a gritos la concesión de tan preciada prenda. Los que no habían querido ver al primero de la tarde, un toro, exigían ahora, en el quinto, anovillado, la máxima recompensa, a todas luces desproporcionada, utilizando para ello la presión de un público en fiestas deseoso de conceder todos los trofeos.
Lo más grave de todo, las conclusiones que saco de este festejos, es el poco respeto que tienen los taurinos por su profesión, y lo de menos es la bronca a El Renco por no querer ver al primero de la tarde, o la que se llevó el presidente, atizada por los banderilleros desde el ruedo. Lo que es de juzgado de guardia es que un torero, media hora antes del paseíllo y ya vestido de luces, con el dinero calentito en el bolsillo, por un quítame allá ese toro, además anovillado, se niegue a torear y ponga en peligro la celebración del festejo y, quien sabe, la posibilidad de ofrecer festejos taurinos en Ariza en un futuro.
El Renco estuvo renqueando toda la tarde, y Alberto Álvarez, digno, aunque ambos se merecen un aplauso por tirar para adelante con la corrida, pero para mayor información sobre lo sucedido en el festejo les remito a la crónica publicada en la Web de “
A los organizadores, el Ayuntamiento de Ariza, gracias y que no se desanimen, desde este Blog tendrán mi modesto apoyo si siguen intentando llevar a su pueblo una Fiesta digna a pesar de los pesares.
Gracias por la cronica ilustrada con imagenes, no sabia que era posible, si utilizaran esta tecnica los sobrecogedores se les acabaria el cocllo o quedarian como lo que son autenticos trincones para decirlo suave, gracias Mariano.
ResponderEliminarDespués de la Feria de Cenicientos nos invito Rafa y Mª Carmen, y allí nos presentamos, ofreciendo y pregonando los parabienes de un “joven” que pensábamos que quiere ser torero, allí mismo se hizo la gestión y posterior contratación….
ResponderEliminarImaginaros como se nos quedo la cara de vergüenza ajena por la aptitud de tal individuo y/o asesores….
Entre líneas lo comenta Mariano, falta “Vergüenza Torera”.
Bien por los organizadores de Ariza, no pudieron hacer mas.
Salud y suerte.
Cárdeno