Ha llegado tan lejos la adulteración del espectáculo taurino, tal ha sido su deterioro, que se enfrenta a otras consecuencias con las que seguramente no contaban los “profesionales”, como es el descastamiento generalizado al que se han sometido las ganaderías que no querían quedarse sin una parte del pastel. Ahora los toros que matan los figuras son unos ejemplares enfermos y sin poder que facilitan el trabajo de los toreros al disminuir el riesgo, pero por contra, se quedan parados más pronto que tarde, lo que imposibilita una labor de lucimiento, con lo que el aburrimiento, el peor enemigo de la fiesta, se apodera del público que, en muchas ocasiones, no vuelve jamás a una plaza de toros.
La oferta del espectáculo taurino actual, después de ver los resultados, queda muy por debajo de lo que el público exige de un espectáculo de masas que no es, precisamente, barato. Si para ser el campeón en cualquier deporte de élite se requieren, además de las condiciones físicas precisas, el esfuerzo y la entrega para competir al más alto nivel, lo que conlleva largas horas de entrenamiento y muchos sacrificios. Los toreros actuales, cuando consiguen un triunfo, no dan esa sensación de competir al máximo nivel enfrentándose a un riesgo claro y definido, como es un toro con trapío y poder, sino de comodidad cuando se enfrentan a unos animales mínimos, despitorrados e incapaces de moverse. Ocurre lo contrario lo que tendría que ser, los pocos toros de verdad que se lidian en la actualidad no los ven los que mandan en el negocio ni en pintura. El toro bobo y casi domesticado que imponen los “figuras” no trasmite sensación de peligro o riesgo, ni a los aficionados, ni al público ocasional. Como en los deportes, el campeón -el héroe- debe de salir del enfrentamiento con los mejores: los toros más serios que existan en el campo.
Es por ello urgente una regeneración moral del toreo, derribar los falsos iconos levantados a golpe de propaganda y talonarios y volver a los orígenes, al toro que inspire miedo a entendidos y profanos en los tendidos, y el torero que con su saber lidiador y su valor se enfrente a él, le gane la pelea y, si es posible y tiene el duende preciso, lo haga con arte. El torero debe recuperar su condición de héroe popular, no por los líos de faldas o campañas publicitarias, sino en la plaza y frente al toro de verdad.
Pero regenerar moralmente el toreo, si no imposible, puede ser un proceso largo y tortuoso que requiere la colaboración de todos. La sociedad ha cambiado y los gusto de la gente también han ido cambiando con el paso del tiempo, pero de lo que no ha renegado el género humano es de la emoción. En busca de la emoción se hacen miles de kilómetros para asistir a un gran campeonato. Lo mismo ocurre con los verdaderos aficionados a los que no les importan las distancias cuando se desplazan a presenciar una corrida de toros que pueda resultar interesante. La emoción no ha perdido vigencia y el gran caudal de la Fiesta de los Toros es, precisamente, ese, generar emoción. Para ello hay que volver a poner las cosas en su sitio y devolverle a la Fiesta su verdad. Que el ganadero críe los toros bravos y fuertes, y que los toreros se ganen la condición de “figuras” matando los mejores toros. Difícil tarea que requiere el sacrificio de la comodidad de los toreros, pero, posiblemente, sea la única solución para que la Fiesta de los Toros sobreviva.
Nota: Artículo aparecido en el número 32 del Fanzine Taurino que publica "La Cabaña Brava" y que ya se puede descargar, en formato PDF, desde su página web picando aquí.
Nada más espero una cosa, que el concepto "moral" no resulte como el que tenía un político de estas tierras, que decía: "¿acaso no es la moral un árbol que da moras...?
ResponderEliminarY es que los "regeneradores" a veces, parecen ser de esos.
Saludos desde Aguascalientes, México.