“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

domingo, 7 de marzo de 2010

LOS POLÍTICOS Y LA FIESTA DE LOS TOROS

A raíz de iniciarse en el Parlamento catalán los debates sobre la Fiesta de los Toros la clase política se ha lanzado al ruedo. A la iniciativa catalana para erradicar en su territorio las corridas de toros se opone la de la Comunidad de Madrid, anunciando su intención de declararla “Bien de Interés Cultural”, y las de otras Comunidades Autónomas que anuncian propuestas en esa misma dirección. De esta forma el debate de los toros se convierte en un territorio más de confrontación política que, más que beneficiar a la Fiesta, le puede dar su estocada definitiva si sólo se plantea desde la óptica electoralista y no con el objetivo de tomar, de una vez por todas, el toro por los cuernos y analizar en profundidad los motivos de la deteriorada situación por la que atraviesa la Fiesta y la iniciativa para devolverle la integridad y la verdad que nunca debió perder.

Los políticos -ya que controlan la inmensa mayoría de las plazas de toros y la reglamentación de los espectáculos taurinos- tienen la obligación, derivada de su responsabilidad pública, de velar por la pureza de los espectáculos que se organizan en los cosos que están bajo su responsabilidad y de que en ellos se cumpla el reglamento al pie de la letra. Su primer objetivo es garantizar a los consumidores la integridad de un espectáculo por el que pagan en taquilla una considerable cantidad de euros. Si mantuvieran esa actitud con rigidez muchos de los males que aquejan hoy en día a la Fiesta se habrían atajado a su tiempo. Pero si entran en el debate, puesto que de un "Bien de Interés Cultural" se trata, deben de hacerlo desde una perspectiva distinta a la de la confrontación partidista y territorial. Se deben analizar en profundidad las causas del deterioro que traspasa una Fiesta legendaria y que amenaza ruina, más que por el debate entre contrarios y partidarios, por el uso y abuso de los que viven de ella. Atajar esa sensación de fraude generalizado que existe y ser valientes a la hora de poner las cosas y a los profesionales en su sitio. Una Fiesta que se ha mantenido en candelero durante cientos de años sustentada en la emoción y el riesgo se ve ahora amenazada por su mayor enemigo, el aburrimiento. Los mayores culpables de que la situación haya llegado a extremos tan preocupantes son los que han controlado, manejado, manipulado, maniobrado, extorsionado y maniobrado con la profesión de la que viven en aras de la comodidad: los taurinos que han hecho del abuso uso.

Pero, como en otras ocasiones, pongamos un símil deportivo, ya que ahora el papel de héroe social que antiguamente tenían los toreros los ocupan deportistas de élite y, sobre todo, futbolistas. Para ser el número uno en una especialidad deportiva hay que hacer mil sacrificios, dedicar horas sin cuento al entrenamiento, pasar miles de pruebas antidoping y de selección, esforzarse al máximo durante años y jugarse el tipo las veces que haga falta. El héroe suele ser el campeón, el primero, el número uno, puesto ganado en feroz competencia con el resto de participantes, pero además debe ser limpio y legal porque en caso contrario pierde el favor del público y se le sanciona severamente. La Fiesta de los Toros, cuando era la preferida del público, compartía muchos de estos valores, en los tendidos prendía la pasión y los toreros competían entre sí por ser los mejores cada tarde, intentando la suerte más arriesgada, el mayor arrojo, o la mayor perfección en su labor ante el toro. Pero es que también competían lo ganaderos, en cada corrida y en cada toro iba, más que sus ganancias, su orgullo. Eso era lo que hacía grande la Fiesta, lo que la situaba en el primer puesto de los espectáculos preferidos por el público. Esos valores son los que le han servido para mantenerse durante tantos años en candelero y los que, en aras de la comodidad y el negocio, se están perdiendo si no se han perdido del todo todavía.

La gente sigue llenando los tendidos cuando presiente o intuye que hay emoción en el espectáculo que se le ofrece. Lo estamos viendo estos últimos años con el fenómeno de José Tomás. Sin entrar en la mayor o menor pureza de su toreo, la propuesta que ha sabido transmitir el torero de Galapagar de entrega, verdad, peligro y compromiso en todas sus actuaciones hace que se llenen las plazas de toros incluso en festejos fuera del abono ferial, cosa que no consiguen ninguno de los considerados figuras del momento. Es un dato claro y reciente que habla por sí solo de que el público, al margen de la crisis y el precio de las localidades, va a las plazas si cree que va a presenciar un espectáculo verdadero y único. A pesar de esta evidencia, los taurinos, como los avestruces, prefieren seguir con la cabeza metida en un agujero mientras sigan llevándoselo calentito y con el menor esfuerzo. Ese fraude es el que hay que atajar y ese debería ser el centro del debate en el que se deben embarcar los políticos para que la Fiesta recupere el esplendor de otras épocas. Si la plaza de Barcelona se llenara cada día de corrida, como ocurría hace unos cuantos años dos veces por semana, y los toreros despertasen la expectación del héroe, como los futbolistas de élite de ahora, nadie se atrevería a proponer la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, como no se oponen los que apoyan la prohibición a los festejos populares, más cruentos si cabe que las corridas, en los territorios del Bajo Ebro.

Si de verdad quieren los políticos que la Fiesta de los Toros sea “Bien de Interés Cultural”, que sin duda lo es, y siga siendo Patrimonio Cultural y Artístico de la Humanidad, que también lo es, deben entrar a fondo en el debate, contando con todos los sectores del negocio, incluidos los consumidores, y poner el dedo en las llagas de corrupción y fraude que la están llevando de forma acelerada a una muerte cierta, no por las prohibiciones que le puedan caer encima, que a lo largo de la historia han sido muchas y todas las ido superando, sino por la propia acción de los que, en vez de engrandecerla y reforzarla de cara al futuro, se aprovechan de ella sin escrúpulos.

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