“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

martes, 16 de junio de 2009

EL MAYOR PROBLEMA SON LOS TOREROS

Muchas veces, cuando vemos una de esas corridas de toros habituales en las ferias, pensamos que el mayor problema de la Fiesta son los toros. Esos toros podridos y bobalicones que no tienen nada de lo que caracteriza a los toros lidia: ni casta, ni poder, ni movilidad, ni cuernos, ni nada de nada. Esos toros que no admiten ni un pequeño picotazo y necesitan cuidados de enfermero para que no se derrumben durante la faena de muleta. Esos toros que, por paradójico que parezca, son los más demandados por los toreros para sus actuaciones y que, por su falta de condiciones, en vez de emoción, solo generan aburrimiento en los espectadores y desesperación -fingida o no- en los matadores. Ese tipo de toro -comercial, le llaman- es el dominante en la Fiesta actual, es el que quieren torear todos y, por lo tanto, aunque de toro tenga tan solo la apariencia y su concurso aburra al respetable, es el que más se vende -será por eso lo de comercial- y en el que se centran las críticas de lo taurinos cuando, una tarde si y otra también, es la excusa ideal para excusar el fracaso de los toreros.

Esta evolución del negocio ganadero está llevando a la desaparición, por falta de mercado, de ganaderías emblemáticas y cargadas de historia que todavía conservan encastes legendarios. Esta pérdida, que puede ser irreversible en muchos casos, significa un empobrecimiento general de la Fiesta al verse reducida a un mismo tipo de toro colaborador al que se han limado las asperezas y, como si fueran clonados, todos tienen un comportamiento parecido y previsible. Esta situación de comodidad que buscan los profesionales lleva en sí misma el germen de la destrucción de su profesión, pues si al toro se le quita lo que se debería potenciar para ganar en diversidad y darle importancia, si en vez de protagonista pasa a ser un actor secundario, le quitamos su razón de ser a la Fiesta que lleva su nombre. Si en vez de generar la emoción entre los espectadores, que es lo que mueve los resortes de la afición, se sirve aburrimiento, la cosa no puede ir peor. Pero, como se puede deducir por el título, no era este el tema del que se quería ocupar esta entrada, porque, aún en esas corridas que se denominan comerciales, casi siempre suele sobrar toro. Y no digamos en las que llevan colgada la etiqueta de duras, que no quiere decir que lo sean, y que ninguno de los que figuran en los puestos altos del escalafón, se supone que los más preparados para los toros más exigentes, no quieren ni ver.

Todos los que lean este artículo, si han asistido últimamente a festejos taurinos, tendrán recuerdos recientes que podrán refrendar mis palabras. Cuantas veces, y cuantas tardes, vemos toros que se van al desolladero sin torear, que han estado por encima de sus matadores, que estos, cada vez más carentes de técnica y toreria, se ven desbordados en el momento que un toro saca un poquito de casta o se mueve algo más de lo normal, que suele ser bien poco o nada. Esto ocurre con los toros tan solicitados de esas ganaderías llamadas comerciales pues, como la genética todavía no es una ciencia exacta, algunos todavía conservan alguna gota de sangre encastada que se ha escapado a la selección de la bobez que buscan los ganaderos para complacer las demandas de los toreros si quieren seguir sacando rentabilidad a su negocio. Ejemplos de esto hemos tenido en el recién acabado ciclo madrileño repleto de ganaderías comerciales en donde, salvo la apoteosis de Esplá -por torear- y los detalles de Morante, nadie se acuerda ya de nada. Sin embargo, como cuentan los que han seguido con asiduidad el serial madrileño, toros para torear y sacarles partido ha habido muchas tardes y con ellos se han conseguido triunfos menores o han pasado desapercibidos.

Esa es mayor enfermedad aún -la falta de toreros que dominen el arte de torear- que la lamentable situación por la que atraviesa el ganado de lidia en la actualidad. Al amparo de las facilidades que ofrece el toro moderno se ha relajado la enseñanza de los fundamentos de la profesión y se ha centrado en lo accesorio. En vez de profundizar en el conocimiento de las reglas de la lidia y el arte de torear reses bravas, que les daría solvencia para superar cualquier dificultad que les presentara el toro-borrego actual y suficiencia ante el toro encastado, y triunfar con ambos, se les enseña a ponerse bonitos y ha ejecutar, a todo tipo de toros, sean de la condición que sean, los pases de rigor que dicta la tauromaquia moderna de la forma descargada y deslavazada como se ejecutan ahora. Esa supuesta cumbre de la torería que nos pretender vender, con la etiqueta de que "hoy se torea mejor que nunca", es mentira. En los años sesenta, con el toro tan afeitado como ahora, o más, y el fraude de la edad campando por sus respetos, se toreaba mucho mejor y se cosechaban muchos más triunfos que ahora. ¿No sería porqué los profesionales de aquella época estaban más preparados y tenían mayores conocimientos que los de ahora? Los pocos que todavía torean de verdad hoy en día -como Esplá el 5 de junio en “Las Ventas”- aprendieron de los maestros de aquella época en que para triunfar había que torear de verdad. Los jóvenes matadores del momento, en cambio, tienen como más lejana referencia el toreo descargado que le sirvió a “Espartaco”, en la mitad de la década de los ochenta, para triunfar durante varias temporadas seguidas. Ahí está la diferencia.

Pero el problema se agranda cuando esos toros que embisten y que, como vulgarmente se dice, tienen faena, salen de alguna de las pocas ganaderías que todavía, a capa y espada, siguen fieles a las características y cualidades de sus encastes históricos, o de las de ganaderos que buscan afilar y potenciar las condiciones ideales de sus toros para la lidia, porque si en una ganadería que lidia decenas de toros alguno de los buenos se va sin torear, es una pena, pero si ocurre en las que están comprometidas con la crianza del toro íntegro, es una desgracia. Es por eso que los mayores enemigos que tienen estos toros y sus criadores, por acción o por omisión, son los toreros, unos por su negativa a enfrentarse con toros de estas ganaderías, y otros, los que se hacen cargo de su lidia y que, al tratarse de diestros con pocas actuaciones y experiencia, se ven incapaces de sacarles todo el jugo. Esto es malo para el torero, fatal para el ganadero y un desastre para la Fiesta y sus aficionados.

Esto es lo que ha ocurrido en todos los festejos del primer ciclo zaragozano, en todos hubo toros y novillos que embistieron y en ninguno hubo toreros o novilleros que les sacaran partido. No es hora de enumerar ahora cada caso -quién tenga interés en las opiniones vertidas en este Blog puede leer las entradas anteriores referentes a cada festejo- pero ha sido una auténtica pena ver como un domingo si, y otro también, toros y novillos boyantes se iban al desolladero con las orejas puestas. Consecuencia de esto ha sido; por un lado, la desesperación de los aficionados por ver como buenos toros se iba sin torear por la incapacidad manifiesta de los diferentes diestros; y por otro, el aburrimiento de los espectadores que, más que las cualidades del ganado aprecia el lucimiento de los torero, porque ninguno logró triunfar con rotundidad. Como decía anteriormente, esto es malo para el torero porque deja ver su incapacidad y pone al descubierto sus carencias y, lo que es más grave, con su torpeza y falta de conocimientos arruina las expectativas de todos los sectores que formamos parte de esta Fiesta. Para el ganadero porque ve derrumbarse el trabajo de tres o cuatro años y, cuando puede ver el resultado, y más si el toro responde a sus expectativas, ve frustradas sus esperanzas por una mala lidia o una desafortunada actuación del matador. Para los aficionados porque la ilusión que nos lleva a la plaza, que no es otra que contemplar in situ el milagro del toreo, se rompe en mil pedazos cuando vemos como se desaprovecha un buen toro por la incompetencia del torero que le ha tocado en turno. Pero la que más pierde es la Fiesta en sí porque, al desaprovechar las oportunidades que brindan esos buenos toros para realizar el toreo, con toda su carga de emoción y belleza, se pierde la posibilidad de hacer proselitismo entre los espectadores ocasionales, pues no hay mejor propaganda para esta Fiesta que una buena labor ante un buen toro.

Es por eso que, teniendo en cuenta la gravedad del problema del toro, me atrevo ha afirmar que es mayor el de los toreros que, salvo muy contadas excepciones, no tienen ni los conocimientos de la lidia, ni la capacidad para desarrollar el arte del toreo, y si no se pone remedio pronto a esta situación, la Fiesta de los Toros está abocada a una muerte lenta por aburrimiento.

2 comentarios:

  1. Que razón tienes, Mariano.

    Ahora esta yo pensando mientras leía tu articulo, en nombres de Toreros, que no hace mucho, si Toreaban. Estoy habando de Cesar Rincón, Julio Robles, Ortega Cano, Pepín Jiménez, Emilio Muñoz y en otra dimensión Dámaso González, Ruiz Miguel, Pepín Liria o El Tato.

    Seguro que me dejo muchos por olvido…, podéis ampliar la lista,… pero como tu dices, hoy solo saben la teórica del “carretón” y las “triquiñuelas” aprendidas no se donde.

    Es un tema de reflexión muy grave.

    Salud y suerte.

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  2. Se puede decir más alto pero no más claro.

    AMEN

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