En la Corrida Concurso de Ganaderías celebrada el pasado domingo en Madrid se puso de manifiesto que los matadores de turno y sus cuadrillas no estaban a la altura de las circunstancias para enfrentarse a esta modalidad de corridas de toros. Lo que debería ser básico en cualquier profesional que se dedique a este trabajo, como es realizar una lidia adecuada a las condiciones de cada animal que salte al ruedo, y que tendría que ser la primera lección que aprendiera cualquier aspirante a figurar en los escalafones de toreros, subalternos y picadores, no supieron hacerlo. Con ello dieron al traste con todas las expectativas puestas en tan interesante festejo tanto por los ganaderos, como por los aficionados que estuvimos presentes en el coso venteño el pasado 19 de abril.
No voy a entrar en juzgar lo visto ni lo ocurrido en la referida tarde porque ya han sido muchos los que se han ocupado de ello, pero si quiero dejar algunas reflexiones sobre un par de puntos que de haberse planteado de otra forma podrían haber cambiado radicalmente el rumbo del festejo: la incapacidad de los lidiadores y sus cuadrillas para solventar este tipo de corridas, y la elección de los mismos por parte de la empresa encargada de contratarlos.
Empecemos por el segundo punto. Es habitual que cuando se anuncia una Corrida Concurso, en donde se supone que irán los mejores toros de las ganaderías anunciadas, el cartel de toreros sea, como vulgarmente se dice, barato. En vez de contratar a los toreros más capacitados para realizar una lidia adecuada y de acuerdo con las normas que rigen este tipo de festejos, nos encontramos con toreros poco placeados y con escasa experiencia que, antes que dejar ver las condiciones de los toros, buscan su oportunidad. Puede que esta lógica de los empresarios sea debida a dos razones: que la contratación de toreros más placeados y experimentados encarezca el cartel, o que no se encuentren toreros de categoría reconocida que estén dispuestos a participar en este tipo de festejos en el que deben dejar parte de su protagonismo al toro. Si he de tomar partido por alguna de las dos razones lo hago por la primera, porque a un profesional de reconocido prestigio si se le paga lo que se merece seguro que no pone objeciones para figurar en este tipo de carteles.
En cuanto a los profesionales que deben ponerse delante de los toros concursantes debemos destacar, salvo escasísimas excepciones, la falta de recursos para solventar la papeleta que se les presenta con suficiencia. Esto es altamente preocupante porque la labor que deben realizar en este tipo de festejos, que no es otra cosa que aplicar la técnica de la lidia, debería ser considerada lección básica y primera de todo aspirante a torero, sin cuyo conocimiento y dominio no deberían de tener el permiso para ejercer la profesión de toreros. Es como si a un conductor se le concediera el carné de conducir sin conocer el manejo del coche ni el código de circulación. Pero esto nos lleva a un problema más profundo, y que ya muchas veces hemos tratado en este blog, como es la forma en que se enseña en la actualidad la difícil profesión de torero y con qué finalidad se enseña. De esta forma lo que debería ser el “a e i o u” de la profesión, como es dominar los recursos de la lidia, se convierte en algo accesorio porque lo que se pretende no es formar toreros sino triunfadores. A esta situación se ha llegado porque el toro actual, en su abrumadora mayoría, ya sale lidiado, sometido, dominado, a la plaza. En esta premisa se basa todo el entramado de la tauromaquia moderna. Con el toro disminuido, bobo y dócil que se cría en la actualidad se puede prescindir de aprender la técnica y los recursos de la lidia y centrarse en la fabricación de toreros de salón.
Con todo ello perdemos los aficionados que nos vemos privados de un espectáculo que, por los ingredientes que lo conforman, debería ser el más cuidado de todos los festejos taurinos que se programan. Pero los empresarios actuales, guiados por el negocio rápido antes que por la conservación, difusión y engrandecimiento de la Fiesta, no se preocupan de organizar las cosas como debieran, es más, por lo visto, parecen ser que apuestan por el desprestigio de los mismos en vez de por su cuidado y relanzamiento, lo que les daría crédito y prestigio entre los aficionados. Para los toreros modestos que se anuncian en ellos, dada su incapacidad y desconocimiento de la técnica, es un compromiso, un mal trago que deben de pasar, y no se dan cuenta de que una lidia correcta y adecuada les puede hacer ganar muchos enteros en la consideración de los aficionados y abrirles nuevas puertas. Pero todo esto parece no importarles ni a unos ni a otros cegados por los cantos de sirena de los apologistas del toreo moderno que se esfuerzan en desprestigiar este tipo de festejos y todo lo que tenga que ver con la auténtica Fiesta de los Toros. Por eso no es de extrañar que estos nuevos profetas de la tauromaquia moderna carguen contra todo lo que se aparte de lo que se considera actualmente el súmmun de la toreria, como son esas faenas de muleta interminables, monótonas y calcadas las unas de las otras que nada, o muy poco, tienen que ver con los valores eternos de la Fiesta íntegra, auténtica y emocionante que reivindicamos los aficionados y que, no lo debemos olvidar, son los que han permitido su pervivencia durante más de dos siglos.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
miércoles, 22 de abril de 2009
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