
Así ocurrió en el día reseñado. La corrida fue un éxito de público, en donde hicieron su agosto los reventas, y artístico. Belmonte consiguió las dos orejas y el rabo en el toro de su reaparición sevillana y, a su muerte, lo pasearon en hombros por el ruedo. Algabeño, que era el tercero en discordia, cortó una oreja en su primer oponente. Y Cayetano, que había estado discreto en el del doctorado, se la jugó en el sexto y también consiguió trofeo. Estuvo bien colocado, oportuno en el quite, templado y dominador con la muleta y certero con el estoque. Le concedieron una oreja y dejaba abierta la puerta de la esperanza. ¿Y los toros? Recogemos lo escrito por Sánchez Guerra: “¿Los toros? De Félix Suárez, salieron manejables y bravitos. Eran muy monos y muy simpáticos. Lo única lamentable es que no hubieran tenido dos o tres años y diez o doce arrobas más cada uno. Lo cual, dadas las circunstancias, es sin duda un buen punto de referencia. Se nota, sin duda, el retorno de Juan”.
Cayetano irrumpió en el planeta de los toros como un ciclón, pasó de becerrista a matador de toros en poco más de seis meses y se doctoró con un bagaje escaso de novilladas en su haber, veinticinco. Mucha culpa de ese rápido encumbramiento la tuvo la célebre frase con que tituló don Gregorio Corrochano, en ABC, la crónica de su presentación en Madrid: “Es de Ronda y se llama Cayetano”. Muchos fueron los aficionados que vieron en El Niño de la Palma a Joselito redivivo, quizás el propio Corrochano, joselitista hasta la medula, escribió esta crónica con esa esperanza, y muchos fueron los que se alistaron en el partido del nuevo fenómeno que, aún antes de demostrarlo en el ruedo, confiaban ciegamente en el torero rondeño. Pero no era el objeto de este artículo extenderme en demasía en el día de la alternativa, ni mucho menos en la trayectoria taurina de Cayetano, sino complementar la entrada precedente dedicada a la intérprete de "Las Chuflillas", la cantante trianera Mikaela, y en cuanto al origen del poema y el título del mismo.
Entre sus admiradores declarados se encontraba Rafael Alberti, joven poeta gaditano, gran aficionado a los toros y que, según sus propias palabras, también cobijo alguna vez el sueño de ser torero y hasta, a instancias de Ignacio Sánchez Mejías, hizo el paseíllo vestido de luces en la cuadrilla de éste, en la plaza de Pontevedra, en junio de 1927, el día que el diestro sevillano se retiró de los toros por primera vez, pero esa es otra historia y en su momento, si se tercia, tendrá su espacio. Ahora centrémonos en el título de los versos dedicados a Cayetano, que en aquellos momentos era el ídolo taurino de Rafael.

- Como ve usted, le dijo Rafael, se trata de unos versos ligeros, juguetones, donde el torero le toma el pelo al toro...
- Vamos, le contestó Cayetano, que son unas chuflillas...
Desde aquel momento Alberti adoptó la palabreja utilizada por el protagonista de sus versos y la utilizó como título del poema a él dedicado. Las “Chuflillas de El Niño de la Palma” fueron incluidas en el libro “El Alba del Alhelí”, publicado en 1927. Años más tarde, en el transcurso de una conferencia pronunciada en Berlín, en noviembre de 1932, Rafael dirá: “Este jugar con fuego, este burlarse de la muerte, esquivándola y provocándola a un mismo tiempo, este arriesgar el cuerpo bailando, esta fiesta española del gana y pierde, yo la he visto encarnada en el toreo”.
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