“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

jueves, 30 de junio de 2011

LOS MARGINADOS DEL G-10, LA GRAN MAYORÍA... CALLAN

La temporada va como se suponía. Los taurinos, con lo que se ha dado en denominar el G-10 a la cabeza, que no son otros que los que cortan el bacalao y se lo llevan crudo -los “figuras” del momento y sus mentores- decidieron al final de la pasada temporada, con la excusa y el acicate del traspaso de los toros al Ministerio de Cultura, que la fiesta debía resurgir en base a la propaganda y el triunfalismo más desaforando. Conscientes de que los aficionados, aburridos, cada vez son menos en los tendidos y, por lo tanto, es menor su influencia, e imbuidos por la convicción de que los que acuden a las corridas de toros son espectadores ocasionales que ni entienden ni les interesa comprender la riqueza de la fiesta de los toros y juzgan lo sucedido en el ruedo por los resultados -orejas cortadas, salidas a hombros e indultos de toros a porrillo- decidieron que había que dar una vuelta más a la tuerca y rebajar todavía más la condición del toro. En esas estamos. Solo hace falta echar a una ojeada a las fotos que circulan por Internet de los animales -porque ya no se les puede llamar toros- que les sueltan por todas las plazas, que son casi todas, por las que pasan. La crisis de público en los tendidos, que empieza a ser alarmante y más que preocupante, debían pensar que se solucionaría con esos ingredientes, publicidad y triunfalismo, pero parece ser que ese diagnostico no fue el correcto y su estrategia esta cosechando el más grande de los fracasos porque cada vez es más el cemento que se ve en las plazas de toros.

No se hasta cuando seguirán manteniendo esta estrategia que se ha mostrado totalmente equivocada, pero no puede ser por mucho tiempo pues no se puede aguantar demasiado perdiendo dinero. El espectáculo que se ofrece es pobre, monótono, aburrido y con fundadas sospechas de manipulación fraudulenta. Ha sido despojado de su mayor valor, el de la emoción, como consecuencia de la desvirtualización que ha sufrido el toro de lidia y, sin el toro en toda su integridad, con poder y con todo su peligro, poco de lo que se haga ante el sucedáneo que hacen pasar por toro, tiene importancia y, en consecuencia, no tiene sentido ni valor el triunfalismo que se pretende propagar. Es mentira, y hasta los profanos que pueblan los tendidos, cada vez menos, se dan cuenta. Los espectadores ocasionales, que acuden a las plazas porque son las fiestas de su localidad, no le dan importancia a lo que sucede en el ruedo, porque no la tiene, y se olvidan de los visto nada más que salen de las mismas, de esa forma los triunfos conseguidos de poco valen. Por lo tanto, si no se rectifica esta estrategia y se vuelve a la verdad, poco es el futuro que le queda a esta fiesta que nada tiene que ver con la auténtica Fiesta de los Toros.

Pero lo que no entiendo es que, en estos tiempos de revueltas populares, los marginados del negocio; que son todos los toreros menos los 10 que cortan el bacalao; los empresarios modestos, que se tienen que plegar a las condiciones de los 10 y que, irremediablemente, tienen que perder dinero o mangonear para sobrevivir; y los ganaderos que ven como sus toros se los tienen que comer con patatas porque los 10, salvo los de las ganaderías que exigen, no quieren verlos ni en pintura; están condenados sin remedio -toreros, empresarios y ganaderos ajenos al circulo de los 10- a la bancarrota más absoluta si las cosas siguen por el curso que llevan. En esta situación no entiendo porque no muestren su indignación, porque no se revelan contra este sistema controlado por tan pocos que tan poco les dejan para repartir y que están convirtiendo esta fiesta, de la que siempre han vivido muchos, en un coto privado y exclusivo. Ellos, los marginados, son los más perjudicados. Ellos, si no se conforman con las migajas que les dan, tienen la palabra y el poder de dar un vuelco a la situación o, al menos, intentarlo. Los aficionados, aparte de predicar en el desierto, poco podemos hacer. Necesitamos un gesto, alguna iniciativa por parte del colectivo de marginados, que son mayoría apabullante en la profesión, una disposición para recuperar la verdad de la Fiesta, una decisión que nos de argumentos y razones para seguir en la lucha. Puede parecer una quimera embarcarse en una cruzada contra el sistema establecido, puede ser un camino duro, largo y difícil, pero no imposible si se va con la verdad por delante… torres más altas han caído.

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