Hace algo más de dos meses, con motivo de la tradicional corrida de Asprona que se celebra anualmente en Albacete, al coincidir en el cartel con dos compañeros cuyos padres alternaron juntos hace unos cuantos años y se acartelaban con el mismo nombre que sus progenitores -José María Manzanares y Dámaso González- Rivera Ordóñez decidió suplantar el de su padre para anunciarse ese día de forma extraordinaria y repetir, una generación después, los mismos nombres en el cartel que entonces. Como curiosidad tiene su gracia. Posteriormente, el protagonista de esta historia comentó que en más de una ocasión había pensado en cambiar su nombre artístico por el de su progenitor. Ahora, al final del verano, parece ser que el cambio se ha producido y Rivera Ordóñez ya se anuncia en los carteles con el mismo nombre que su padre: “Paquirri”.
Vayamos por partes. Por un lado, lo que haga Francisco Rivera Ordóñez con su nombre me trae sin cuidado, valoro su carrera por lo que le he visto hacer en el ruedo y mi valoración es, más bien, baja, pero a estas alturas, después de 15 años de alternativa y con una dilatada trayectoria a sus espaldas, me parece, más que oportuno, oportunista este cambio de nombre. Por otra parte, pienso que es la usurpación de un nombre -por muy padre suyo que sea- y de una carrera taurina que no le pertenece pues, Francisco Rivera "Paquirri", con su estilo, que no es cosa de la que tratar aquí, y con sus partidarios y sus detractores, fue una figura indiscutible en su momento y estuvo muchos años mandando en los puestos altos del escalafón y, por derecho, tiene su capítulo en la historia de la Tauromaquia. Al menos, si se anuncia con el nombre de su progenitor, Rivera Ordóñez debería dejar claro que es el número II de esa dinastía y, para evitar confusiones -ahora y en el futuro- y diferenciarse de su padre, debería tener el decoro de anunciarse como: “Paquirri II”.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
lunes, 6 de septiembre de 2010
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