En estos momentos en que la crisis lo trastoca todo no podía quedarse al margen el mundo del toro. En este planeta tan particular la crisis se ha manifestado de forma alarmante en los toreros. Una profunda crisis de toreros amenaza el presente y futuro de la fiesta de los toros. No es algo nuevo, es un proceso que viene fraguándose desde años atrás y que en el presente se esta poniendo de manifiesto más nítidamente. Tan solo es preciso mirar lo ocurrido desde el comienzo de esta temporada en todas las ferias importantes: toros escogidos por los propios toreros para su lucimiento que, o se quedan parados a las primeras de cambio y se desmorona la ilusión, o se mueven algo y desbordan a la totalidad de la actual torería andante. Al final, nada de nada, aburrimiento. Y eso en tardes de expectación con los “figuras” en el cartel y los tendidos llenos. Pocas excepciones violan esta norma en lo que llevamos de temporada, algunos momentos de “El Juli” en Valencia y Sevilla, algo exagerados por sus propagandista, muletazos con empaque, pero sueltos, de Manzanares en “La Maestranza”, y poco más…
Pero es en la presente Feria de San Isidro donde se está manifestando de forma muy cruda la realidad del actual escalafón de matadores y novilleros. Crisis total. Y todavía es más crítico el panorama si nos centramos en los que llevan la etiqueta de “figura”. Los que deberían dar ejemplo y mantener el nivel por encima de la media son lo que más estrepitosamente fracasan en los momentos decisivos. Lo estamos viendo cada tarde en “Las Ventas” madrileñas. Luego vienen las excusas, que si me miraba o me dejaba de mirar. Lo cierto es que cada tarde que han salido toros con algo de movilidad y casta la tropa de los toreros, con sus capitanes al frente, ha sido desbordada totalmente. Luego se tratara de justificar el fracaso desde los altavoces mediáticos que sustentan este montaje, pero la realidad, contemplada por miles de testigos en directo y por televisión, es tozuda y ahí queda. Han salido toros y novillos para triunfan y se han ido sin torear. En el tiempo en el que se proclama a diestro y siniestro que “se torea mejor que nunca”, resulta que el fracaso y el aburrimiento son la nota predominante. Si torear mejor que nunca es deambular y contonearse delante de un toro parado, ejecutar una colección de pases monótonos y descargados a un torito “colaborador” y moribundo durante diez minutos, o tirar los trastos y correr a tomar el olivo en cuanto el toro se mueve… apañados vamos.
Este es el problema más profundo con el que se enfrenta la fiesta en estos momentos. Se ha llegado a un punto en que se les consiente todo a los “figuras”. Si antes existían unas normas que debían ser respetadas, ahora ya no. En lo que llevamos de temporada son varios los casos que se han dado de que los propios toreros eligen los toros de sus corridas. Ha ocurrido en Valencia, plaza de primera, en la corrida que cerró la feria, y va ha ocurrir esta tarde en la corrida de la Prensa de Madrid, la que se supone primera plaza del mundo, en donde cada diestro se lleva sus toros y no se realizara el tradicional sorteo del ganado. Eso sin contar con el ganado que lidian en cada corrida y que es escogido por ese nuevo personajillo de la fiesta que es el “veedor” y que, parece ser, manda más en las ganaderías que el propio ganadero. Las empresas, que son un coto privado, faltas de interés por la fiesta y solo pendientes de la recaudación, se ponen en manos de los propios toreros y sus representantes que son los que confeccionan finalmente los carteles. ¿Como se entiende sino la actitud claudicante de la empresa de Madrid ante el capricho de un torero recién llegado, como Manzanares, accediendo a poner un rejoneador por delante para que el alicantino no abriera cartel? Son los “figuras” y sus gestores los que controlan el negocio en todos sus extremos y son ellos, por lo tanto, los que deben responder y asumir la responsabilidad de la profunda crisis por la que atraviesa el toreo en la actualidad y que amenaza ruina total.
Aunque también puede que sea esta la estrategia, ahora que mandan de verdad y que, incluso, la autoridad que exigía cumplir con el reglamento taurino se muestra complaciente con ciertas prácticas de los taurinos, quizás sea el momento decisivo para lanzarse a la carga y romper con todas las rémoras. Liquidar de una vez la vieja torería y las ganaderías que molestan, echar definitivamente de los tendidos a los pocos aficionados que quedan y tratar de seguir manteniendo en la inopia a los espectadores que llenan las plazas en las ferias y que solo van a los toros a pavonearse y ha dejarse su dinerito en la taquilla. El riesgo de esta estrategia es grande porque el simulacro de fiesta que pretender imponer morirá por si misma al carece del ingrediente principal que la puede mantener viva, la emoción. Podrá sobrevivir como una actividad artística lindante con el ballet, y hasta podrá tener su público, pero yo no seré de los que formen parte de ese colectivo.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
martes, 25 de mayo de 2010
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