A diferencia de la pasada semana en donde la terna de novilleros parecían imitar a la torería andante en el escalafón superior, al que están próximos a ascender, y durante toda la tarde no pudimos ver ni un solo quite, en la de este domingo los hubo en todos los toros. Presenciar algo que anda tan escaso en los tiempos que corren es digno de agradecer. No vamos a entrar en si fueron mejores o peores los que realizaron unos y con los que les contestaron otros, lo importante, lo relevante del caso, en primer lugar, es su abundancia en tiempos de tanta escasez. Es lo menos que se les puede pedir a los novilleros, que estén en “novilleros”, que se "piquen" entre ellos y que vengan con la disposición de aprender, de poner en práctica todas las cosas que les han enseñado, las que se han inventado, o las que han soñado, y que arriesguen hasta la temeridad con la finalidad de poner en juego -de verdad y ante el toro- su técnica y su concepción del toreo.
De los tres que actuaron el pasado domingo el que más se comprometió con su papel de novillero fue Javier Cortés. Lo intentó todo: toreo con el capote en abundancia y con variedad, hizo quites en los novillos de sus compañeros, replicó en los suyos, trató de hacer las cosas bien con la muleta, ensayó todos los pases que sabía, puso toda su voluntad y dejó algún detalle y la impresión de que quiere ser torero, eso, para un novillero ya es un buen aval. En cambio “Josete” estuvo más desangelado, o es que es así su toreo, porque parecía estar a gusto toreando de la forma en que lo hacía: despegado y hacía afuera. Pablo Lechuga fue el agraciado con la “perita en dulce” que fue su segundo novillo, el quinto de la tarde, noble y colaborador en la muleta que sirvió para comprobar la solvencia técnica y el arte que atesora este aspirante a matador. Lo intentó, en algunas tandas con la derecha logró ligar los pases y llevar al toro largo, porfío con la zurda y consiguió algún buen natural, preparó al novillo con mando y torería para la muerte pero... falló estrepitosamente con la espada: tres pinchazos en los bajos sin soltar, un meti-saca en las profundidades, que hirió de muerte al novillo, y media estocada caída, trasera y perpendicular que hizo doblar a su oponente. Lo que menos me gustó de su actitud es que, ante los aplausos del respetable en reconocimiento por su faena de muleta, después del recital ofrecido con la espada, hiciera un amago de dar la vuelta al ruedo.
También fueron destacables, y en estos tiempos de escasez tampoco suele ser lo habitual, los buenos tercios de banderillas que pudimos presenciar, hasta siete banderilleros se desmonteraron por su buena labor con los garapullos. En general, la lidia de los novillos se llevó con cierto orden y eso permitió el lucimiento de los novilleros en los sucesivos quites que se produjeron. Esa debería ser la tónica general en las novillas, la disposición de los subalternos que, y con más razón en esta categoría, además de ayudar a su torero en el curso de la lidia, deberían ser maestros de la técnica de lidiar que todo el que pretenda ser torero debe conocer y dominar a la perfección. No es que ejercieran esa maestría el pasado domingo en “La Misericordia” zaragozana, pero sí es de justicia decir que, en determinados pasajes de la lidia, los subalternos hicieron las cosas bien, también es preciso denunciar los abusos habituales a los que someten a los novillos y que, muchas veces, les provocan lesiones irreparables. Es el caso, por tomar un ejemplo de la novillada del domingo, de la costumbre de sacar la punta del capote por la bocana del burladero y hacer que los novillos se estrellen contra las tablas. El pasado domingo, a un solo novillo, el tercero, se lo hicieron media docena de veces.
De los novillos de “La Quinta” destacaron los de pelo cárdeno, primero, tercero y quinto, que ofrecieron condiciones de lucimiento, y de entre estos tres el último, “Florecio”, de tres años y medio y 520 kilos de peso, feo de cuerna, bizco y cubeto, en tipo, bien rematado y con culata. Empujó en el primer encuentro con el caballo, pero hizo amagos de huir en la segunda vara, aunque se dejó pegar. En la muleta fue noble hasta decir basta, un “bombón” para hartarse de torear, con prontitud, recorrido y docilidad en la embestida... ¡Vamos! Nada que envidiar a los más afamados “toros artistas” de las ganaderías más selectas. No lo hizo mal Pablo Lechuga que, en varios pasajes de la faena de muleta, consiguió llevar al novillo dominado, pero luego vino el desastre con la espada ya relatado. De los negros, segundo, cuarto y quinto, dos fueron devueltos por inválidos -y sustituidos por dos no mucho más válidos de “Jaralta”- y el otro resultó de la especie del toro soso y bobo tan en boga. En general, a la novillada le faltó picante -con otras palabras, casta- y le sobró nobleza -o dicho de otra forma, bobez-. Dependiendo de lo que busque el ganadero tendrá razones para estar contento o disgustado, él lo sabrá y el tiempo nos lo dirá. Yo, como aficionado, y visto lo visto, quedé más decepcionado que satisfecho.
“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala
miércoles, 20 de mayo de 2009
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