“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

miércoles, 11 de enero de 2012

BAILADOR

El toro más famoso con este nombre fue el que cogió a Joselito, un 20 de mayo de 1920, en Talavera de la Reina y, como consecuencia de dicha cogida, acabó con la vida del torero del que decían los críticos y aficionados de la época que era imposible que lo cogiese un toro. Pero no es este el “Bailador” al que le dedico este espacio, sino al que se lidió unos cuantos años antes, concretamente el 29 de agosto de 1883, en la plaza de Linares, Jaén, y le tocó en suerte a Rafael Molina “Lagartijo”. El motivo que me lleva a dedicárselo es la rareza que supone, en los tiempos actuales, que el matador y sus picadores feliciten al ganadero por la bravura que mostró el toro durante su lidia. A cuento de esto, y porque lo hemos recordado hace unos días en una tertulia de amigos, viene a mi memoria una frase que pronunció el ganadero de “Sepúlveda” cuando un periodista lo felicitó, una vez acabada la corrida, por la bravura de uno de sus toros y vino a contestarle que eso, que hubiera salido un toro bravo esa tarde, suponía la ruina para su ganadería... y así fue. Desde aquel momento -sucedió, creo recordar, a mitad de la década de los noventa- sus toros fueron vetados por las figuras, dejó de lidiar en las ferias importantes, donde antes se los rifaban para apuntarse con ellos, a consecuencia de esto entró en un profundo bache y en la actualidad lidia poco o nada. Esta es la tónica del momento y así le va a nuestra querida Fiesta de los Toros. Si por casualidad sale un toro bravo de las ganaderías solicitadas por los “figuras”, problemas y muy serios para esa ganadería -ejemplos de ello hay muchos-, porque enseguida pasan a ser esquivadas por los mismos que antes las exigían y se pelaban por matar sus pastueños animales con pinta de toros y eso es la ruina para el ganadero. Pero vayamos a lo que era la razón de esta entrada porque, contrariamente a lo que es habitual, hemos escrito la moraleja antes que la historia.

Según cuentan, “Bailador” fue un toro negro, bien puesto, de cinco años y medio, de la ganadería de don Andrés Fontecilla, que resultó de una bravura y un poder enormes. Tanto que “Lagartijo” y los picadores de su cuadrilla, José y Manuel Calderón, escribieron una carta al ganadero en la que le decían: «...toro buen mozo, divinamente encornado, fino y escaso de carnes, en las primeras varas demostró mucho poder, y cuando se quedó en los tercios, sin desafiar nunca y siempre natural en la suerte, tomó "veintiuna varas", y con decir que mató 13 caballos es suficiente para comprender que no dejó nada que desear, pues es toro que no puede olvidarse con facilidad y "que no ha" tenido en los tiempos que corremos compañero, pues ha sido un verdadero fenómeno. En este toro, del señor Fontecilla, nos sucedió una rareza, que fue la de tener que retirarnos a pie a la fonda. Que críe usted muchos y que podamos torearlos, es lo que desean sus afectísimos, que le aprecian: Rafael Molina, José Calderón y Manuel Calderón». Este toro era hijo de un semental de "Miura" pues, don Andrés Fontecilla, fue uno de los pocos ganaderos españoles que compró hembras y un semental de esta legendaria ganadería.

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