Ellos, los que manejan el cotarro, siguen a lo suyo. Repitiendo ganaderías que una y otra vez han demostrado que están podridas pero que -¡mire usted por donde!- son las que les reclaman los mandones del escalafón para apuntarse a los carteles; condenando al ostracismo a las que aún mantienen algo de casta y, por lo tanto, crean los problemas lógicos de esa condición a los que se ponen delante de ellas; cerrando la puertas a toreros que se han ganado, por méritos contraídos en la plaza, el derecho a torear porque -dicen- piden mucho dinero, o por no estar bajo el control de los que a principio de cada temporada se reparten todas las partes del pastel taurino. Y porque, además, es preferible que determinados toreros se queden en casa no sea que, si saben torear, pongan en aprietos a los pretendidos figuras que ellos apoderan y con lo que se llevan una buena parte del dinero que se embolsan cada temporada.
En esas estamos y, mientras tanto, siguen desapareciendo encastes legendarios que daban variedad a las corridas de toros sin que nadie mueva un dedo, sigue la monotonía y el aburrimiento campando por las plazas a sus anchas, siguen los pretendidos figuras imponiendo sus condiciones que, lógicamente, redunda en la comodidad y docilidad del ganado que exigen para su presencia en los ruedos y, en consecuencia, los aficionados y los espectadores desertando de las plazas de toros ante la falta de emoción y seriedad de ese simulacro de corrida de toros que pretenden imponernos y que nada tiene que ver con la Fiesta auténtica.
Parece ser que los taurinos viven en un planeta situado en otra órbita y no son conscientes de una realidad que cada vez es más evidente. Una especie de tortícolis los incapacitara para mirar hacia arriba y darse cuenta de que cada vez hay menos gente en los tendidos, y que los que hay, como muestra el gesto adusto de sus caras, cada vez se aburren más presenciando el espectáculo que les ofrecen y se plantean, cada día con razones de más peso, si merece la pena perder el tiempo y el dinero en un espectáculo anodino, aburrido y previsible. Seguramente, cuando vayan a recolectar la recaudación, se preguntaran el porqué de su escasez y eso le hará reflexionar, pero como no habrán mirado la cara de aburrimiento de espectadores y aficionados en los tendidos, lo achacaran a razones que poco tienen que ver con la realidad.
Si, como dice la canción, “la vida sigue igual” en el planeta taurino y no recobra los valores que la han mantenido en candelero durante tantos años, la Fiesta está irremediablemente herida de muerte y no hará falta que nadie la prohíba porque, en no mucho tiempo, habrá dejado de interesar a los pocos que todavía seguimos manteniendo algo de ilusión por ella y a los cada vez menos que, a caballo de una tradición ancestral, siguen acudiendo a las plazas en los días señalados de la ferias de sus pueblos y ciudades.
un 10 al artículo. La triste realidad
ResponderEliminarTiempo llevo diciendo lo mismo:La Fiesta está muerta y solo necesita un entierro decentito.
ResponderEliminarLo que nos ofrece ésta tropa,poco o nada tiene que ver con una Fiesta limpia,donde el valor,las agallas,la verguenza torera y la justicia están hasta mal vistas.
No es sólo el toro (por llamarlo de alguna manera) que sale para los colocados,sino el mismo ambiente que se respira,incluyendo a la ¿autoridad? está tan podrido como los toretes.A ésto los que lo van a mantener son los "espectadores" de las Ferias.Que lo disfruten con salud.