No quiero entrar en las razones que aportan unos y otros para la defensa o prohibición de las corridas de toros, ni en recordar la historia de los toros en Cataluña que se remonta, según los documentos conocidos, al siglo XIV. Negar la propia historia es un problema que, con el tiempo, pasara factura a los que han tomado esta medida… allá ellos con sus decisiones. Tampoco en los argumentos simplistas de los animalistas, que equiparan al hombre, como ser inteligente, a los animales en general, ni en las contradicciones de los ecologistas que, al apoyar esta decisión, están condenando a su desaparición a una especie, el toro de lidia, y el medio natural en el que se crían con su indudable valor ecológico. En lo que me quiero centrar es en las razones que, según mi punto de vista, han influido de manera más decisiva para que se pudiera plantear, siquiera, esta votación.
Pienso que el motivo principal de haber llegado ha esta situación es el deterioro de los valores de la Fiesta que no son otros que la autenticidad y la emoción. Los tejemanejes de los taurinos, con los matadores a la cabeza, han conseguido desnaturalizar hasta tal punto la Fiesta de los Toros que en nada o poco se parece, en la actualidad, a la que conocieron nuestros antepasados, y en esa desnaturalización se han perdido sus valores fundamentales. En su lugar ha quedado evidente el fraude y la mentira que supone, salvo contadísimas excepciones, una corrida de toros en esta época. Este proceso ha llevado a los aficionados -principales defensores y propagandistas de la Fiesta- a dejar de acudir a las plazas de toros. A los profesionales, este proceso de abandono de los aficionados, en vez de preocuparles y tratar de ponerle solución, no les disgustaba, prueba de ello son las acometidas que desde hace bastantes años dedican a este colectivo que, no lo deberían olvidar, era el sostén principal de su negocio. Confiados en sustituir esta clientela, fiel pero intransigente, por espectadores sin criterio que les permitiera llevar a cabo sus planes de desnaturalización de la Fiesta sin oposición, se han encontrado con que las plazas, no sólo las catalanas, se han ido vaciado de aficionados y de espectadores. Solo hay que fijarse en las paupérrimas entradas que, salvo en contadísimos días de feria, se registran en todas las plazas de toros.
Y ahora, ante la oportunista decisión del parlamento catalán de prohibir las corridas de toros, los taurinos profesionales se llevan las manos a la cabeza y reclaman la unidad en la defensa de la Fiesta. ¿Pero qué fiesta? Ahí esta el problema y ahí la solución. Si lo que defienden, y para lo que piden el apoyo, es seguir perpetuando el fraude y el engaño, que no cuenten conmigo. Si en cambio se plantea un cambio en el modelo y se busca la regeneración de los valores que han mantenido la Fiesta de los Toros viva durante siglos -resistiendo a las diversas prohibiciones que ha tenido que soportar a lo largo de su historia- como son la integridad y la emoción, este pequeño espacio, sin dudarlo, y como viene haciendo desde hace tiempo, estará en esa lucha. No se trata de reivindicar una fiesta que se ha convertido en una pantomima previsible y, por lo tanto, aburrida, sino devolverle su esencia que no es otra que el toro, núcleo sobre el que gira, como su propio nombre indica, todo el entramado de la tauromaquia.
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