Lógicamente, como ocurre en todas las disciplinas y campos del espectáculo y las artes, el éxito cosechado por este toro, el buen sabor de boca que dejó en aficionados y espectadores en general, debiera de haber colmado de satisfacción a los propietarios de la ganadería y situado a la misma en lo más alto de la cotización ganadera. Pero, y aunque parezca un disparate, no ocurrió así. Al finalizar el festejo, la representante de la ganadería declaró que en la suya nunca volvería a salir un toro como ese. Y así fue. Era consciente de que un toro como "Bastonito" situaba a su ganadería en la lista negra de los toreros y que, a partir de ese momento, los mandamases del escalafón iban a poner todo tipo de trabas para lidiar sus toros, como así fue, aún ha pesar del cuidado de la propietaria para eliminar las reatas que pudieran ser conflictivas y declararlo públicamente. A partir de ese momento la ganadería de “Baltasar Ibán” empezó una cuesta abajo de la que, a día de hoy, todavía no se ha recuperado.
Estas cosas sólo ocurren en este particular mundo de los toros. Si los ganaderos, guiados tan sólo por la óptica del negocio, se someten a las exigencias de los toreros, en vez de mantener su propia personalidad y demostrarlo en la selección de su ganado, mal vamos, y eso, por desgracia, viene ocurriendo desde hace demasiados años en este extraño planeta de los toros que parece girar al revés que todos los demás. De nada vale que los toros sean del agrado de los consumidores de los espectáculos taurinos y cumplan con la obligación de llevar la emoción a las plazas, como hizo este gran toro, si todos los que mandan en este negocio, y los que publicitan y justifican sus intereses, imponen sus criterios tendentes a la comodidad y lo fácil. La grandeza de esta fiesta de los toros esta precisamente en lo contrario, porque los que han visto, y se han emocionado, con peleas como la que tuvo lugar entre “Bastonito” y César Rincón ese día en la plaza de “Las Ventas”, nunca lo olvidaran y si, además, se produce el arte del toreo, pues… ni te digo.
Últimamente se habla mucho de crisis de la fiesta, de la escasa asistencia del público -salvo contadas excepciones en determinadas ferias y días festivos- a los toros. O de las amenazas que se ciernen por parte de los que son contrarios a la fiesta y pretenden su abolición, que siempre han existido. No nos engañemos, la auténtica enfermad está en su propio interior, en los que viven y se benefician de ella y pretenden darnos gato por liebre, falsear la auténtica grandeza que encierra en sí misma y que no está muy alejada del espectáculo que tuvo lugar ese ya lejano 7 de junio de 1994 en la plaza de Madrid. Si en vez de potenciar lo bueno nos dedicamos a erradicarlo y sustituirlo por una pantomima sin ninguna emotividad, estamos tirando piedras contra nuestro propio tejado, porque la fuerza de la fiesta de los toros está, precisamente, en lo que se pretende sustituir por una pantomima repetitiva y absurda. Si un gran toro como “Bastonito” significa la decadencia de su ganadería, apañados vamos, y esto no es un hecho aislado, es práctica común a los largo de los últimos años en todas las ganaderías en las que, de vez en cuando, sale un toro encastado, salvo honrosas y cada vez menos excepciones.
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