“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 4 de julio de 2008

Fraude, Público y Autoridad

En los últimos días, con la proliferación de ferias taurinas a lo largo y ancho de la geografía española alrededor de las festividades de San Juan y San Pedro, ha proliferado el fraude del afeitado, sobre todo en los festejos en donde toman parte los llamados figuras del toreo, y más si cuentan con el beneplácito y la cobertura de la llamada prensa rosa. Lo que llama poderosamente la atención de esta epidemia, que cada día esta más extendida, es el descaro con el que se hace, ya ni se intenta disimular lo indisimulable, como antes se hacía al tratar de ocultar el fraude con afeitados pulcros y betún. En estos tiempos todo da igual, da lo mismo que el pitón sangre y sea visible la médula, nada importa porque nadie, o muy pocos, son los que protestan.

Ante esta situación de fraude descarado es preciso preguntarse que es lo que ha cambiado para que esto ocurra. La explicación la debemos buscar en el cambio que se ha producido en dos de los elementos, público y autoridad, que forman parte del entramado de la Fiesta. De los sectores profesionales, toreros y empresarios, poco podemos esperar, pues desde siempre ha sido preciso establecer reglamentos sancionadores para controlar un fraude que va ligado, de forma consustancial, a la historia misma de la Tauromaquia. De la otra parte profesional del negocio, los ganaderos, suministradores de la materia prima, salvo contadísimas excepciones, tampoco podemos esperar mucho, porque hace tiempo que dejaron de lado la competencia y el orgullo de ser los mejores criadores de toros bravos para convertirse en serviles suministradores de animales manipulados y disminuidos, de acuerdo con las exigencias de los taurinos y ante la falta de control y sanciones por parte de la autoridad.

El cambio fundamental se ha producido en el público que asiste a los festejos. Si antes los tendidos se cubrían en su mayor parte de aficionados que acudían a los toros con las ideas claras y sabiendo a lo que iban, en la actualidad se llenan de un público de feria atraído por los nombres de los toreros y las campañas publicitarias. Si antes el toro era el rey de la Fiesta y los aficionados calibraban su trapío y bravura antes que nada, hoy en día es un mero comparsa necesario porque, no en vano, el espectáculo lleva su nombre. Si antes un toro afeitado, o inválido, podía ser la causa de un conflicto de orden público, en la actualidad da lo mismo, porque la gran mayoría de espectadores que acude a los festejos de feria va a otra cosa que poco tiene que ver con la Fiesta de los Toros y, además, los pocos aficionados que se atreven a protestar son insultados y vilipendiados. Da igual que los cuernos estén mutilados y sangren, que el toro se derrumbe, que lo masacren en varas o que sea de esa especie nueva de toro colaborador y bobalicón que tanto abunda hoy en día, lo importante para ese público ocasional que acude a los festejos de feria es ver a los toreros famosos y conseguir que el presidente, a cambio de no ser abroncado, otorgue muchas orejas y rabos, todas y todos si fuera posible, y que a la salida puedan presumir de haber asistido al festejo en el que más trofeos se han cortado.

Con un público como este, que es mayoría absoluta en la plaza, y con los aficionados arrinconados y aburridos, los taurinos tienen las manos libres para cometer todas las tropelías que se les ocurran sin ningún miramiento, además cuentan con el beneplácito de la autoridad, el otro elemento que ha cambiado y que, por las razones que quieran ustedes imaginar, en vez de defender el reglamento vigente, por bueno o malo que sea, y velar por los intereses de los consumidores, consienten que salgan al ruedo animalejos tan manipulados y disminuidos que da vergüenza verlos, y de esa forma, se ponen del lado de los defraudadores y son tan culpables, o más, porque tienen en su mano la posibilidad de atajar semejantes atropellos, que los delincuentes que los cometen.

Ante esta situación poco podemos hacer los aficionados, es un proceso que, tal vez, sea imposible de corregir, que nos encontremos ante un modelo de Fiesta que poco o nada tiene que ver con la que defendemos. Nos quedan dos alternativas; o abandonar, como tantos y tantos aficionados que ya lo han hecho; o seguir en la brecha y denunciar el fraude con todas nuestras armas, a la vez que apoyar y defender los pocos espacios que todavía quedan en los que el toro sigue siendo el protagonista principal. Por mi parte seguiré empeñado en la segunda alternativa, quizás sea una pérdida de tiempo, no conduzca a nada y sea una pelea baldía, es posible, pero mientras siga teniendo ganas, fuerzas e ilusión seguiré en la ruta.

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