Es de destacar que las Medallas que se han concedido hasta el momento han recaído en su totalidad en los que podríamos denominar como “toreros artistas” (dejando a un lado la que en 2008 se le regaló a Rivera Ordóñez y que provocó, además de una gran polémica entre los aficionados, la devolución del galardón por parte de Paco Camino y José Tomás, dos de los anteriormente premiados) y Luís Francisco Esplá nunca ha sido catalogado como tal ni por la crítica, ni por gran parte de los aficionados. Se le reconocían conocimiento de los fundamentos de la lidia, clasicismo en las formas, conocimiento de los terrenos, capacidad para entender a sus toros, variedad y gusto en la interpretación de las suertes, recursos sobrados para andar desahogado ante todo tipo de encastes, un portentoso tercio de banderillas que levantaba a la gente de sus asientos o la reinterpretación de viejas suertes en desuso. Nunca su capacidad artística, ese “ángel” que han tenido otros toreros y que, en condiciones favorables, eran capaces de destapar “el tarro de las esencias”. Por eso esta Medalla concedida al torero alicantino es diferente de las otras, con ella se premia el dominio y el conocimiento, en otras palabras, se condecora el arte de lidiar toros.
En esta época por la que atraviesa la Fiesta, repleta de consumados “pegapases” a unos animalejos parecidos en la forma a los toros de lidia pero que en el contenido nada tienen que ver con ellos, que no tienen ni idea de lo que es “el arte de la lidia” porque no necesitan saber sus reglas para andar con estos sucedáneos de toros que imponen en sus actuaciones, donde de nada valen los méritos conseguidos en el ruedo y ante el toro, que nos está llevando aun espectáculo monótono, previsible, aburrido y carente de emoción que, no lo olvidemos, es el principal fundamento de la Fiesta de los Toros, la Medalla concedida a Luís Francisco Esplá tiene doble valor. Porque, además, los méritos acumulados han sido cosechados ante toros con toda la barba, los que no querían ver ninguna de las figuras que a lo largo de los años han compartido escalafón, que no corridas, con el diestro alicantino. Lo que para unos, muy de vez en cuando, era una gesta para Esplá era lo cotidiano. Esto le hizo ganarse el favor de los aficionados poco a poco, a fuego lento, pero al final de su carrera ha obtenido el reconocimiento de todos.
Quizás el éxito más rotundo y bonito de su carrera, que no el único, tuvo lugar el pasado año en su plaza de Madrid, el 5 de junio de 2009. En su actuación ante el toro “Beato” -un señor toro- consiguió volver locos y poner de acuerdo a los más de 24.000 espectadores que abarrotaban la Plaza de “Las Ventas”. Al finalizar la corrida ocurrió algo que no es habitual en estos tiempos que corren, los aficionados se arrojaron al ruedo y pasearon y sacaron sobre sus hombros a Luís Francisco por la Puerta Grande. ¿Qué había pasado? ¿A qué venía esa locura colectiva? Pues que habían visto “torear” de verdad a un toro “de verdad”. Una vez más había producido el milagro del “arte del toreo”, eso tan escaso y difícil de que se produzca hoy en día porque, ni salen toros por los chiqueros, ni los “pegapases” que copan los carteles saben torear y mucho menos lidiar. Muchos de los que ese día se volvieron locos en “Las Ventas” nunca habían visto una cosa así, y los aficionados que todavía quedan en la plaza madrileña ni se acordaban de otra como esa. Eso explica esa reacción enfervorizada del público. Hubo un toro y un torero que lo toreó y, dejándose de detalles y exquisiteces, esa es la auténtica fuerza de la Fiesta de los Toros y por ahí debería seguir su curso si quiere recuperar su esplendor. Fue la última gran lección del maestro alicantino.
Pero antes de terminar esta entrada, y para escarnio de los “plumillas” del taurineo, quiero hacer referencia a lo que cuenta Carlos Abella en el apartado referido a Esplá, en su libro “De Manolete a José Tomás”, en cuanto a las reticencias de los jóvenes críticos y revisteros taurinos con el diestro alicantino al que reprochaban que “todo lo hace bien menos torear”. Sobre esta opinión que, en un principio, el propio autor catalán dice compartir, escribe: “Creo que detrás de tan negativo juicio, late el hecho de que Joaquín Vidal, el desaparecido crítico de El País, hiciera de él el torero que por excelencia encarnaba la torería y la maestría”. Sin comentario.
Para complementar este artículo, copio íntegramente una crónica de Joaquín Vidal, la que apareció en “El País” el 1 de junio de 1984, referida a la corrida del día anterior en la que toreó Luís Francisco Esplá junto a “El Niño de la Capea” y José Cubero “Yiyo” ante toros de Dionisio Rodríguez. Al final de la misma enlazo un vídeo cargado por “LcbTV” en su canal de “DailyMotion” con la faena al último toro de esta corrida, un sobrero de nombre “Tabacoso”, en donde el diestro alicantino perdió los trofeos por el mal uso de la espada, aunque dio un triunfal vuelta al ruedo.
El torero
Joaquín Vidal
"Saber estar en el ruedo, lidiar; este es Luís Francisco Esplá, este es el torero. El momento torerista es de penuria, pero aquí hay un alicantino de escuela, vocacional y valiente, que invita a renacer la propia mística de la torería. Suya fue la tarde. Con él estoconazo del Niño de la Capea -que resultó cogido-, cuanto hizo ayer Esplá alcanzó el protagonismo de la corrida. Tuvo tres toros completamente distintos entre sí, ninguno fácil, y a los tres dio lidias distintas, lidias de maestro, adecuadas a las características de las reses. La faena que instrumentó a su primero tuvo un mérito enorme. Faena de análisis y estudio, para aficionados, en la que el torero pisaba terrenos comprometidos, con el fin de dar la exacta distancia que requería el toro reservón; consentía, aguantaba la embestida áspera, obligaba, se ceñía en la suerte, mandaba.
Ya dominado el toro, reposó su toreo, instrumentó una serie de ayudados por alto y, en ligazón, el afarolado y el pase de pecho. Así quiere la tauromaquia pura que sea una faena clásica, de torero enterado y valiente: exponer, hacerse con el toro, adornarse. Para aquellos espectadores que tienen por iguales todos los toros, debió ser una más. La afición, en cambio, sabía que había sido una labor importante, la cual muy pocos diestros serían capaces de repetir.
El cuarto era un torazo alto de agujas, largo y muy serio, pero principalmente era bronco, de los que desarrollan sentido. No cabía más que aliñar, y es lo que intentó Esplá. Pero este muleteo de recurso también tenía peligro. Doblaba por bajo el torero y cuando iba a tomar su terreno para el siguiente ayudado, ya lo ocupaba el toro, que lo defendía engallado, en alto y desafiantes las astas. Fue un trasteo de poder a poder, complicado, pues siempre es complicado y conlleva muchos riesgos pretender el dominio sobre un toro que desparrama la vista, es tan ágil de cuello como siniestro de intenciones y derrota al bulto. Cuando consiguió cuadrarlo, lo mató con habilidad.
El sobrero, lidiado en sexto lugar, resultó ser un pavo impresionante, cuajado y hondo, cornalón aparatoso y astifino, de llamativa capa cárdena. El respeto que imponía el toro dio mayor mérito a la actuación del torero, que fue completísima y brillante en todos los tercios. El de banderillas encendió el entusiasmo del público, pues Esplá lo hizo espectacular y emocionante. Y aún prendió un cuarto par de propina, arriesgadísimo, por los terrenos de dentro. Sombreros y flores caían a su alrededor, mientras correspondía a la ovación clamorosa del público puesto en pie.
La faena se presumía de apoteosis cuando Esplá brindaba al público, pero nadie había contado con la casta del cárdeno apabullante, que estaba crecido. El animal punteaba en los muletazos iniciales, no se entregaba, y el torero hubo de consentir otra vez, hasta que logró centrar la embestida, y entonces la embarcó por ambas manos, con naturalidad y temple. Los pases de pecho, exquisitamente ligados, aún mejoraban la calidad de su toreo, e incrustó un precioso molinete girando entre las astas. Citó a recibir. La ejecución de la suerte, con técnica precisa y arrebatadora decisión, puso al público de nuevo en pie, aunque la espada quedó baja. El desacierto con el descabello le privó de la oreja, que ten ía ganada. Pero poco importan orejas. Esplá revalorizó ayer su cartel en Madrid, donde la afición sabe que es torero; el torero.
Hubo en la tarde dos toros de extraordinaria boyantía, que fueron primero y tercero. Al primero, le hizo el Niño de la Capea su faena acostumbrada, bullidora, desigual, a trompicones, valiente y honesta. Se volcó en el volapié y salió enganchado malamente por la pechera. La estocada valió la oreja y luego se retiró a la enfermería.
Al tercero le hizo Yiyo una faena muy ligada y ahí estuvo su mayor mérito. Naturales y derechazos, en ajustadas series de tres, cargando la suerte y abrochados con los de pecho, se sucedían bien interpretados, dentro de un trasteo uniforme y correctamente concebido. Con la espada deslució Yiyo su labor. El quinto era un inválido y le dio pases incoloros. Continúa este torero en su andadura ascendente, que inició el año anterior, y así lo reconoció el público.
Pero en la tarde estaba Esplá, y luego todos los demás. Hizo oportunos quites, por su impecable colocación; manejó el capote con eficacia, variedad y gusto; lidió toros de casta, serios y difíciles; los dominó con la muleta. Este es el torero. Tiene maestría y quizá vaya a ser torero de época."