“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

miércoles, 9 de julio de 2008

La cara de Aparicio

Como muestra el vídeo que cargamos al final de este artículo, la cara de Julio Aparicio, a lo largo de su actuación en la Plaza de “La Misericordia” , en la Corrida Goyesca del pasado 28 de junio, es todo un poema, habla por sí sola. Los primeros planos de su cara, que pudieron verse en la retransmisión del festejo por televisión, revelan un estado de ánimo revuelto, una inquietud extrema, una desazón continua, pero no quiero entrar en describir sus gestos crispados, ni sus miradas perdidas, ni la sequedad de la boca, ni el copioso sudor que le corre por el rostro… Dejo a su propio juicio la interpretación de las escenas. En esta entrada prefiero centrarme en un suceso que ocurrió durante la lidia de su segundo toro, el cuarto (bis) de la tarde, y que marcó el rumbo de la faena.

El toro se llamaba “Decano”, de la ganadería de “La Campana”. Aparicio no consiguió centrarse en el saludo con la capa. Vicente Yesteras, su lidiador, lo entendió perfectamente, lo llevó al caballo obligándole y enseñándole a embestir. El primer encuentro con el picador fue demoledor, el toro empujó metiendo los riñones y el picador lo masacró. En el vídeo, y en primer plano, se ve la forma asesina en que se le administró esta primera vara. Julio intentó el quite, no le salió, desistió y dejó que, nuevamente, su lidiador lo pusiera en suerte. Esta vez el toro se fue al relance del primer capotazo hacia el caballo, y más de lo mismo, al final el toro, desengañado y mutilado, se repuchó. Aparicio cogió la muleta y, por alto y con desahogo, sacó el toro hasta el tercio. La primera tanda con la derecha estaba transcurriendo entre aliviada y despegada cuando una voz le hizo volverse hacia el tendido con cara de desagrado, prosiguió y remató la tanda mejor de lo que la había comenzado. Entonces se encaró hacía el sitio de donde había partido la voz y dijo algo de forma acalorada, se volvió de nuevo hacia el toro y lo citó, con la izquierda, de forma mucho más decidida que al principio. La cara le cambio de golpe, ahora la tenia relajada, la barbilla encajada en el pecho, la mirada concentrada en la embestida y las manos, y el cuerpo entero, tirando del toro. Fueron dos tandas, una por cada pitón, en la segunda, con la derecha, dejó las mejores gotas de toreo de la tarde. Acabó la serie sonriente y mirando con orgullo a los tendidos, por primera vez en toda la tarde Julio sonreía. Se alejó del toro, lo citó con la izquierda, tiró la espada, que llevaba en la mano derecha, allá lejos... el toro se le vino de largo, en el segundo pase se quedó descubierto y el toro se lo llevó por delante… Por suerte no pasó nada. Una estocada demasiado baja acabó con la vida de “Decano”.

Julio Aparicio, que en su primero había recibido una de las broncas más sonoras de los últimos años en “La Misericordia”, seguramente se sintió herido por el grito que le llegó desde el tendido, probablemente el mensaje recibido le desbloqueo el miedo, o lo que fuera que le atenazaba, y dejó que fluyera su clase torera. Todo ello se vio reflejado en el cambio que experimentó su cara, al final, a pesar de la cogida y la paliza recibida, Julio Aparicio tenía otra cara.

La cara de Aparicio
by LcbTV

Nota: La pieza musical que acompaña el vídeo es "La oración del torero", del compositor sevillano Joaquín Turina.

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