“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

martes, 30 de junio de 2009

NICANOR VILLALTA EN "JUGUETES ROTOS"

Nicanor Villalta fue uno de los “Juguetes rotos” que retrató Manolo Summers en la película del mismo nombre que dirigió y que se estrenó el 1 de enero de 1966. Con guión del periodista Tico Medina refleja la situación en la que se encuentran algunos personajes que en otras épocas fueron centro de la máxima popularidad y que en ese momento han caido en el olvido. Es el caso de nuestro protagonista, que ha día de hoy, y en medio del triunfalismo en el que se desarrolla la Fiesta de los Toros en la actualidad, todavía sigue siendo el torero al que más orejas le han sido concedidas en la plaza de Madrid.

Nicanor, a sus 68 años -como el mismo dice en el brindis que hace en la película- mata el último toro de su vida en una plaza, la de “Las Ventas” de Madrid, escenario antaño de sus grandes triunfos, completamente vacía. Antes, en los poco más de siete minutos que dura la secuencia en la que aparece, y mientras se viste por última vez con el traje de luces, cuenta sucintamente como la vida y los negocios no le han sido del todo favorables y vive modestamente. Aún transcurrirían 15 años más hasta el momento de su muerte que le sobrevino, en Madrid, en 1980. Pero con la vida de nuestro protagonista podría hacerse no una película sino toda una serie por la cantidad de situaciones, no sólo taurinas, y momentos de cambios históricos de gran trascendencia por los que pasó. No es que vayamos a extendernos en un relato prolijo de su existencia en este artículo, pero si dejar constancia de algunas situaciones que vivió.

Nicanor Villalta Serres nació un 20 de noviembre de 1897 en Cretas, un pequeño pueblo del Maestrazgo turolense. A los pocos años marchó con su familia, en busca de mejores horizontes, a Méjico. Fue aquí en donde le picó el gusanillo de los toros y donde hizo sus primeras escapadas para torear. No les iban mal las cosas cuando estalló la revolución y, lo que fue más doloroso, murió su madre. Cuando las cosas se fueron complicando con la nueva situación que vivía la nación mejicana, y tuvieron una oportunidad, lo dejaron todo y marcharon hacia Cuba. En la isla caribeña trabajaron hasta la extenuación en la zafra del azúcar durante un par de años y, cuando se calmaron un poco las aguas revolucionarias, volvieron a Distrito Federal, en donde se había quedado una hermana que allí se había casado, y se había levantado la prohibición de la corridas de toros que había impuesto el gobierno de Carranza. Fue entonces cuando empezó a tomarse más en serio la posibilidad de ser torero e intervino en algunos festejos.

Con su vuelta a España, y después de unos difíciles comienzos, tomó la alternativa en el año 1922, en San Sebastián, y logró ganarse, y mantener, un puesto entre los matadores de primera fila en esa época en la que competían un buen puñado de toreros y a la que se conoce como edad de plata del toreo, que va desde la muerte de Joselito hasta el comienzo de la Guerra Civil. Villalta, según cuentan los cronistas de la época, era un torero pundonoroso y honrado a carta cabal que nunca dejaba ganarse la pelea en el ruedo y un gran, si no el mejor, estoqueador. Esto le llevó a ser uno de los diestros imprescindibles en todas las plazas de toros, sobre todo en las de Madrid y Barcelona, -llegó ha ser conocido como el expreso Madrid-Barcelona por la multitud de viajes que realizaba entre las dos ciudades para torear- y ha ser querido en todas las plazas en las que toreaba. Quizás por eso mismo fue objeto del veto por parte de algunas figuras del momento que, por la entrega del diestro aragonés, rehusaban anunciarse con él en los carteles. No obstante consiguió el reconocimiento de la afición y una buena situación económica que le auguraba un buen futuro, tanto que pensaba en la retirada en el año 1936, pues ese año se había casado y estaba esperando el nacimiento de su primer y único hijo.

Pero una nueva fatalidad, la guerra civil española, cambio el rumbo de la vida de Nicanor. Acusado de fascista por el portero de una finca de su propiedad, en la glorieta de Álvarez de Castro de Madrid, fue perseguido por las milicias armadas y tuvo que huir de su hogar y permanecer escondido en un zulo, en condiciones miserables, durante los tres años que duró la contienda y el asedio de Madrid. En esas circunstancias nació su único hijo, al que apenas vio durante todo ese tiempo y cuando terminó la guerra se encontraba en la miseria, por lo que tuvo que volver a los ruedos en el año 1939. Durante cuatro años, en los que volvió a situarse lo más alto del escalafón, siguió en los ruedos, hasta su definitiva retirada, el 17 de octubre de 1943, en la plaza de “La Misericordia” de Zaragoza.

Saneada su situación económica estableció un negocio de hostelería que en principio le fue bien pero que, por diversas circunstancias en las que no nos vamos a extender, tuvo que traspasar. Apoderó a varios novilleros que no pasaron de eso y fue empresario de la plaza de Toledo durante más de 30 años. A esto se unió la delicada salud de su hijo Niqui-Luis que le hizo gastar gran parte de sus ahorros en médicos y operaciones que lograron, al menos, que su hijo pudiera salir adelante. Esto le llevó, de nuevo, a una difícil situación económica. Fue durante muchos años asesor taurino de la presidencia en la plaza de Madrid y mató su último toro en la película que nos ocupa y que recogen las imágenes que mostramos al final de este artículo. En la década de los setenta vivió en casa de sus hermanas Delfina y Marina, en la calle Hermanos Miralles, 36 (hoy General Díez Porlier) y en casa de su hijo, en Comandante Fortea, 35, ya que dejó de vivir los últimos años de su vida en Alonso Cano -en cuyo portal hay una placa que le recuerda- porque Josefina, su mujer, muy deteriorada psíquicamente, le hacía blanco de todos sus desengaños en los postreros años de su matrimonio.

Nicanor Villalta Serres, uno de los “juguetes rotos” que retrata Manolo Summers en su película, golpeado varias veces por el infortunio, supo reponerse de los diferentes contratiempos que le produjo la vida y mantuvo su nobleza y su franqueza, cosa que le reportó numerosos sinsabores a lo largo de toda sus existencia, hasta el día de su muerte cuando contaba 83 años de edad.

       

martes, 16 de junio de 2009

EL MAYOR PROBLEMA SON LOS TOREROS

Muchas veces, cuando vemos una de esas corridas de toros habituales en las ferias, pensamos que el mayor problema de la Fiesta son los toros. Esos toros podridos y bobalicones que no tienen nada de lo que caracteriza a los toros lidia: ni casta, ni poder, ni movilidad, ni cuernos, ni nada de nada. Esos toros que no admiten ni un pequeño picotazo y necesitan cuidados de enfermero para que no se derrumben durante la faena de muleta. Esos toros que, por paradójico que parezca, son los más demandados por los toreros para sus actuaciones y que, por su falta de condiciones, en vez de emoción, solo generan aburrimiento en los espectadores y desesperación -fingida o no- en los matadores. Ese tipo de toro -comercial, le llaman- es el dominante en la Fiesta actual, es el que quieren torear todos y, por lo tanto, aunque de toro tenga tan solo la apariencia y su concurso aburra al respetable, es el que más se vende -será por eso lo de comercial- y en el que se centran las críticas de lo taurinos cuando, una tarde si y otra también, es la excusa ideal para excusar el fracaso de los toreros.

Esta evolución del negocio ganadero está llevando a la desaparición, por falta de mercado, de ganaderías emblemáticas y cargadas de historia que todavía conservan encastes legendarios. Esta pérdida, que puede ser irreversible en muchos casos, significa un empobrecimiento general de la Fiesta al verse reducida a un mismo tipo de toro colaborador al que se han limado las asperezas y, como si fueran clonados, todos tienen un comportamiento parecido y previsible. Esta situación de comodidad que buscan los profesionales lleva en sí misma el germen de la destrucción de su profesión, pues si al toro se le quita lo que se debería potenciar para ganar en diversidad y darle importancia, si en vez de protagonista pasa a ser un actor secundario, le quitamos su razón de ser a la Fiesta que lleva su nombre. Si en vez de generar la emoción entre los espectadores, que es lo que mueve los resortes de la afición, se sirve aburrimiento, la cosa no puede ir peor. Pero, como se puede deducir por el título, no era este el tema del que se quería ocupar esta entrada, porque, aún en esas corridas que se denominan comerciales, casi siempre suele sobrar toro. Y no digamos en las que llevan colgada la etiqueta de duras, que no quiere decir que lo sean, y que ninguno de los que figuran en los puestos altos del escalafón, se supone que los más preparados para los toros más exigentes, no quieren ni ver.

Todos los que lean este artículo, si han asistido últimamente a festejos taurinos, tendrán recuerdos recientes que podrán refrendar mis palabras. Cuantas veces, y cuantas tardes, vemos toros que se van al desolladero sin torear, que han estado por encima de sus matadores, que estos, cada vez más carentes de técnica y toreria, se ven desbordados en el momento que un toro saca un poquito de casta o se mueve algo más de lo normal, que suele ser bien poco o nada. Esto ocurre con los toros tan solicitados de esas ganaderías llamadas comerciales pues, como la genética todavía no es una ciencia exacta, algunos todavía conservan alguna gota de sangre encastada que se ha escapado a la selección de la bobez que buscan los ganaderos para complacer las demandas de los toreros si quieren seguir sacando rentabilidad a su negocio. Ejemplos de esto hemos tenido en el recién acabado ciclo madrileño repleto de ganaderías comerciales en donde, salvo la apoteosis de Esplá -por torear- y los detalles de Morante, nadie se acuerda ya de nada. Sin embargo, como cuentan los que han seguido con asiduidad el serial madrileño, toros para torear y sacarles partido ha habido muchas tardes y con ellos se han conseguido triunfos menores o han pasado desapercibidos.

Esa es mayor enfermedad aún -la falta de toreros que dominen el arte de torear- que la lamentable situación por la que atraviesa el ganado de lidia en la actualidad. Al amparo de las facilidades que ofrece el toro moderno se ha relajado la enseñanza de los fundamentos de la profesión y se ha centrado en lo accesorio. En vez de profundizar en el conocimiento de las reglas de la lidia y el arte de torear reses bravas, que les daría solvencia para superar cualquier dificultad que les presentara el toro-borrego actual y suficiencia ante el toro encastado, y triunfar con ambos, se les enseña a ponerse bonitos y ha ejecutar, a todo tipo de toros, sean de la condición que sean, los pases de rigor que dicta la tauromaquia moderna de la forma descargada y deslavazada como se ejecutan ahora. Esa supuesta cumbre de la torería que nos pretender vender, con la etiqueta de que "hoy se torea mejor que nunca", es mentira. En los años sesenta, con el toro tan afeitado como ahora, o más, y el fraude de la edad campando por sus respetos, se toreaba mucho mejor y se cosechaban muchos más triunfos que ahora. ¿No sería porqué los profesionales de aquella época estaban más preparados y tenían mayores conocimientos que los de ahora? Los pocos que todavía torean de verdad hoy en día -como Esplá el 5 de junio en “Las Ventas”- aprendieron de los maestros de aquella época en que para triunfar había que torear de verdad. Los jóvenes matadores del momento, en cambio, tienen como más lejana referencia el toreo descargado que le sirvió a “Espartaco”, en la mitad de la década de los ochenta, para triunfar durante varias temporadas seguidas. Ahí está la diferencia.

Pero el problema se agranda cuando esos toros que embisten y que, como vulgarmente se dice, tienen faena, salen de alguna de las pocas ganaderías que todavía, a capa y espada, siguen fieles a las características y cualidades de sus encastes históricos, o de las de ganaderos que buscan afilar y potenciar las condiciones ideales de sus toros para la lidia, porque si en una ganadería que lidia decenas de toros alguno de los buenos se va sin torear, es una pena, pero si ocurre en las que están comprometidas con la crianza del toro íntegro, es una desgracia. Es por eso que los mayores enemigos que tienen estos toros y sus criadores, por acción o por omisión, son los toreros, unos por su negativa a enfrentarse con toros de estas ganaderías, y otros, los que se hacen cargo de su lidia y que, al tratarse de diestros con pocas actuaciones y experiencia, se ven incapaces de sacarles todo el jugo. Esto es malo para el torero, fatal para el ganadero y un desastre para la Fiesta y sus aficionados.

Esto es lo que ha ocurrido en todos los festejos del primer ciclo zaragozano, en todos hubo toros y novillos que embistieron y en ninguno hubo toreros o novilleros que les sacaran partido. No es hora de enumerar ahora cada caso -quién tenga interés en las opiniones vertidas en este Blog puede leer las entradas anteriores referentes a cada festejo- pero ha sido una auténtica pena ver como un domingo si, y otro también, toros y novillos boyantes se iban al desolladero con las orejas puestas. Consecuencia de esto ha sido; por un lado, la desesperación de los aficionados por ver como buenos toros se iba sin torear por la incapacidad manifiesta de los diferentes diestros; y por otro, el aburrimiento de los espectadores que, más que las cualidades del ganado aprecia el lucimiento de los torero, porque ninguno logró triunfar con rotundidad. Como decía anteriormente, esto es malo para el torero porque deja ver su incapacidad y pone al descubierto sus carencias y, lo que es más grave, con su torpeza y falta de conocimientos arruina las expectativas de todos los sectores que formamos parte de esta Fiesta. Para el ganadero porque ve derrumbarse el trabajo de tres o cuatro años y, cuando puede ver el resultado, y más si el toro responde a sus expectativas, ve frustradas sus esperanzas por una mala lidia o una desafortunada actuación del matador. Para los aficionados porque la ilusión que nos lleva a la plaza, que no es otra que contemplar in situ el milagro del toreo, se rompe en mil pedazos cuando vemos como se desaprovecha un buen toro por la incompetencia del torero que le ha tocado en turno. Pero la que más pierde es la Fiesta en sí porque, al desaprovechar las oportunidades que brindan esos buenos toros para realizar el toreo, con toda su carga de emoción y belleza, se pierde la posibilidad de hacer proselitismo entre los espectadores ocasionales, pues no hay mejor propaganda para esta Fiesta que una buena labor ante un buen toro.

Es por eso que, teniendo en cuenta la gravedad del problema del toro, me atrevo ha afirmar que es mayor el de los toreros que, salvo muy contadas excepciones, no tienen ni los conocimientos de la lidia, ni la capacidad para desarrollar el arte del toreo, y si no se pone remedio pronto a esta situación, la Fiesta de los Toros está abocada a una muerte lenta por aburrimiento.

miércoles, 10 de junio de 2009

UN DESPROPÓSITO

La novillada que el pasado domingo, 7 de junio, cerraba el ciclo “Los orígenes de la bravura”, y la primera parte de la temporada zaragozana, fue un auténtico despropósito. No se pudieron juntar más fatalidades en tan poco tiempo, y el peor parado en el reparto de mala suerte fue el último invitado a la fiesta, el ganadero Tomás Prieto de la Cal, que de tres novillos que trajo para remendar la novillada titular de “Martín Peñato”, ninguno pudo ser lidiado en condiciones normales. Pero vayamos por partes y, si es posible no liarse con tanto baile, pasemos a enumerar los sucedidos:

- Al llegar a la plaza me entero que de la ganadería titular sólo han pasado el reconocimiento tres novillos. Los otros tres serán de “Prieto de la Cal”, y me dicen que dos están mejor presentados que los del domingo pasado. (En principio, y después de lo visto hace siete días... no está mal).

- Sale el primer novillo, “Botinero”, jabonero, de 10/05 y 471 kilos de peso, de “Prieto de la Cal”. Bien presentado, va raudo y veloz de un lado a otro en persecución de cualquier señuelo, de pronto se oye un golpe tremendo y seco contra el burladero del cuatro y el novillo aparece con el cuerno derecho partido por su base. Se devuelve a los corrales. (Vaya por Dios).

- Le sustituye un utrero de la ganadería de “Javier Molina”, de nombre “Bomboncito”, negro bragado, de 10/05 y 484 kilos de peso. Muy bien presentado, encastado y noble. Cumple en caballo y en banderillas y, ante la desesperación de los aficionados, el utrero, que por su condición hacía honor a su nombre, no se cruzó con quién pudiera torearlo y se fue con las orejas puestas al desolladero. Primera oportunidad perdida por Juan Manuel Jiménez. (Maldita sea).

- Sale el primero de los de “Martín Peñato”, cuyo nombre, por su mal juego, merece ser omitido. Resulta el colmo de la mansedumbre y el descastamiento, huyendo de todo y de todos, después de cinco intentos se cambió el tercio sin picarlo. El novillero, Alejandro Lalana, pierde el tiempo intentando sacar algún pase al mulo, pincha varias veces, toma el descabello, falla repetidas veces y el cuadrúpedo empieza un viaje sin fin al hilo de las tablas que concluyó en los corrales después de sonar el tercer aviso. (¿Pero hombre...?).

- En tercer lugar salió otro jabonero de “Prieto de la Cal”, que respondía al nombre de “Rompedor”, de 12/05 y 413 kilos de nervios. Acordándose de su nombre, en una embestida contra el mismo burladero que su hermano, se parte un pitón por mitad de la pala. Este novillo no fue devuelto, aunque fuera lamentable verle con el cuerno roto. Desarrolló sentido en banderillas y en la primera tanda que intentó Pablo Belando lo cogió de mala manera por el muslo derecho y lo volteó, cayendo al suelo en muy mala posición, se quedó inmóvil, lo llevaron a la enfermería y ya no salió. Juan Manuel Jiménez bastante hizo con quitárselo de encima sin tener que seguir el mismo camino que su compañero. (Lo que nos faltaba... esperemos que no sea mucho y que se recupere pronto el novillero murciano).

- Eran las ocho de la tarde cuando salió el cuarto, que fue el quinto, porque se corrió turno entre los novilleros para no tener que matar el mismo dos seguidos. Así pues, el tercero de “Prieto de la Cal”, que tenía que salir el quinto, salió el cuarto. “Lucero”, melocotón, de 10/05 y 506 kilos. A primera vista, gran novillo, bien armado, fuerte, acudiendo a todos los cites, metiendo la cara en los capotazos de saludo (otro “Castañero”, como en Lodosa el pasado verano)... Pero a la salida de un capotazo, cuando era llevado hacie el caballo (¡¡¡mecachís!!!) se rompió una mano, la derecha. Aún así entró al caballo dos veces con clase y empujó, pero fue devuelto a los corrales. (Vaya mala suerte la de Tomás Prieto de la Cal, de los tres novillos presentados, dos de nota, los tres lesionados). Fue sustituido por otro de “Javier Molina” que no merece ni ser nombrado.

- El quinto fue un novillo excelente de “Martín Peñato”. Su nombre era “Cazador”, negro bragado meano, de 11/05 y 492 kilos de peso. Bien presentado de todo y bravo en el caballo, al que fue de largo en la segunda vara. En la muleta resultó noble y tuvo embestidas largas por los dos pitones, pero... nada de nada. Mala suerte la de este gran novillo porque le tocó a un novillero que ni supo, ni pudo con él. Si el primero que le correspondió a Juan Manuel Jiménez fue bueno, este segundo aún fue mejor... y ambos se fueron sin torear. (Si este novillero hubiera visto a Esplá, y entendido algo de la magistral lección practica que explicó en “Las Ventas” el pasado 5 de junio, quizás no se le hubieran ido ninguno de los dos novillos y estaríamos hablando de un gran triunfo).

- Ya era muy tarde cuando salio el de la jota, el tercero de “Martín Peñato”, un novillo que más parecía un toro. “Chulo” de nombre, negro, de 11/05 y 535 kilos. Aparte de ser grande y aparentar más de lo que era, no tuvo mucho más que destacar. Aún con todo, y a pesar de su flojedad y mansedumbre, se le pudo sacar más partido del que le saco el novillero de turno, pero a esas horas, casi las nueve de la tarde, y después de tres horas de novillada, ya todo daba igual. (Se acabó).

Las desgracias nunca se sabe cuando vienen, ni si vienen juntas pero, como dice el refrán, “lo que mal empieza, mal acaba”, y esta novillada nunca se tenía que haber dado en este ciclo, pues su ausencia era de justicia, ya que el pasado año, que también estaba anunciada, fueron rechazados todos los novillos presentados. Este año han sido tres, el 50%, y ahí comenzó el carrusel de despropósitos que se sucedieron a lo largo de día y culminaron, como suele ser habitual, en el ruedo. (No es de recibo. Si el año pasado no cumplió y este año, por las razones que sean, vuelve, tenga la vergüenza de venir con una novillada como debe de ser, o no venga).

Antes de poner fin a este relato de los acontecimientos que se sucedieron el pasado domingo, de 6 a 9 de la tarde, sobre el ruedo de “La Misericordia”, solidarizarme con Tomás Prieto de la Cal y familia que, además del novillero cogido por un utrero suyo, vieron como dos novillos de nota, y que apuntaron muy buenas maneras en su salida, se fueron a los corrales por las desgracias comentadas. Si les sirve como consuelo la humilde opinión de este aficionado, decirles que el balance de lo visto en lo que va de este año 2009 en la plaza de Zaragoza, nueve novillos y un toro, es positivo y esperanzador. (Suerte).

sábado, 6 de junio de 2009

ESPLÁ EXPLICÓ EL TOREO

Eso es torear, lo que hizo Luis Francisco Esplá en la tarde de su despedida de Madrid, un 5 de junio de 2009, día que quedará grabado en los anales de la plaza de “Las Ventas” y de la historia del toreo. Eso es, ni más ni menos, torear. Un toro con toda la barba frente a un torero con el valor, el saber y los recursos suficientes para torearlo. Hay radica la fuerza y la grandeza del toreo, la que es capaz de poner de acuerdo, en un santiamén, a toda la gente que abarrotaba el coso madrileño y a los miles de espectadores que vimos la corrida por los diferentes medios de difusión que la ofrecieron. Ese es el poder y la magia del toreo que volvió loca a la concurrencia, público y aficionados sin distinción, y lo llevó, como antiguamente, ha saltar al ruedo -¿cuantos años hacia?- para izar en hombros al torero transmutado en héroe y sacarlo de la plaza por la puerta grande.

Luis Francisco Esplá se despedía de la plaza en donde mejor ha toreado y mayor reconocimiento ha tenido a lo largo de su carrera y, por suerte, le tocó un toro, "Beato", de la ganadería de Victoriano del Rio, su último toro en la plaza madrileña, que le permitió explicar, en una breve pero intensa y magistral lección, su torería. No voy a entrar en glosar su actuación porque, además de que muchos ya lo han hecho de forma pormenorizada, para quién lo vio no hace falta explicación alguna. En lo que hizo Esplá con ese cuarto toro, desde que salió al ruedo hasta que fue arrastrado por las mulillas, se resume el arte del toreo. Que gran lección para sus compañeros de escalafón, sobre todo para los más jóvenes, y para los miles de espectadores que, en la plaza o por la televisión, lo pudimos contemplar. Eso es, ni más ni menos, el arte del toreo.

Para los unos, sus compañeros de profesión, porque explicó en pocos minutos como se conquista la voluntad del público: toreando sin trampa ni cartón a un toro de verdad. Porque si no hay un toro íntegro y con poder que inspire respeto no es posible emoción alguna que, en definitiva, es el resorte que mueve la voluntad de la colectividad. En someter a la fiera con las armas del toreo está la razón y la fuerza de este juego sangriento, pero para eso debe de haber fiera que de miedo, el toro, y un torero capaz de dominarlo y torearlo como mandan los cánones, y si además ese día se tiene la gracia y se está tocado de la inspiración, hacer arte, o como decía Pepe Luis, hacer dibujos en el aire. Esplá lo hizo, y con su labor reivindicó el toro necesario para hacerlo, el toro íntegro y con poder que es el ingrediente fundamental de esta fiesta. De nada valen arrimones imposibles ni cientos de pases deslavazados ante toros moribundos, eso no genera emoción alguna, esa es la cruz del toreo moderno: que aburre. A Esplá le bastaron cuatro pases para poner la plaza boca abajo y encender la mecha de la pasión en los tendidos. Esa es la fuerza del toreo verdadero, ese su poder: que arrebata.

Para el público en general, que no olvide de cuando, como y porque se emocionaron de esa manera, que recuerden como se levantaron de los asientos, como impulsados por un resorte fuera de su control, y se desgañitaron gritando “olé” al unísono con otras veinticuatro mil personas, y se rompieron las manos aplaudiendo y vociferando como locos en aclamación del héroe, del triunfador, del torero que les había robado la voluntad, e incluso -hacía tantos años- muchos fueron los que se lanzaron al ruedo para llevarse en hombros al hombre que los había sacado de sus casillas. Fue una salida en hombros apoteósica, y más cuando, una vez traspasada la puerta grande, la masa enfervorizada se lanzaba hacia Luis Francisco para tocarlo, para quitarle los alamares de su chaquetilla, o para, como lo intentaron algunos insensatos, robarle el capote de paseo y la montera. ¿Cuanto tiempo hacía que no se producía una salida en hombros de la plaza de “Las Ventas” tan apoteósica? La locura desatada al finalizar la corrida es una prueba más de la fuerza intrínseca de esta fiesta, de la capacidad que tiene, si las cosas se hacen como tienen que hacerse, para autoregenerarse a sí misma, bastan un toro de verdad y con poder, y un torero con valor, saber y querer.

Luis Francisco Esplá, después de más de 30 años de alternativa y de no haber rehusado en ningún momento, hasta este año, las corridas más duras, se lo merecía, pero es que además de merecérselo se lo ganó. Se lo ganó dominando en todo momento a un señor toro que imponía respeto y tuvo poder. Simplemente toreo, pero eso, en estos tiempos de escasez que atravesamos, es casi un milagro. De ahí la locura colectiva que se desató y que, ojala, sirva de precedente y punto de partida para volver a valorar la diferencia entre lo que es torear y pegar pases.

Fue un éxito tan rotundo y definitivo que hubiera sido bonito pone punto y final a su carrera en ese mismo momento. Quedarse para siempre con el regusto y el recuerdo de Esplá saliendo de la plaza bamboleándose por encima de las cabezas de una muchedumbre apelotonada tratando de tocar al héroe para ser participes de su gloria. Imagino que no debe de haber un final más redondo para un torero. Por eso, desde el punto de vista de aficionado romántico, me atrevo a plantear esta sugerencia. No es que quiera jubilarlo antes de lo que él mismo tiene previsto y dejarle sin cobrar los emolumentos de los contratos que aún le quedan por cubrir. Lo hago por egoísmo, por no empañar la imagen que ha quedado grabada en mi memoria y porque, hace poco más de un mes, cuando estuvo toreando en “La Misericordia”, plaza en la que le vi tomar la alternativa un 26 de mayo de 1976 y que le ha querido como la que más desde su etapa novilleril, y teniendo material apropiado para el triunfo, pasó con más pena que gloria y dejó algo empañado su buen nombre. Por eso, porque es un torero que admiro y respeto, me atrevo a plantear, en esta hora del triunfo, mi humilde sugerencia: siga usted hasta el final si allá donde va explica su lección, como hizo en su último toro de su última corrida de Madrid, pero no se permita caer en la tentación de pasar por las plazas como lo hizo por la de Zaragoza el 26 de abril de este mismo año, sería en detrimento de su buen nombre.

Pero no es hora de reproches, lo que cuenta ahora es lo que ocurrió el pasado viernes, 5 de junio, en el madrileño coso de la calle de Alcalá, lo que quedará en la memoria de miles de aficionados y espectadores que lo vivieron en la plaza o lo vieron por la televisión, lo que se gravó en soportes digitales que podrán ser reproducidos cuantas veces se quiera, o la constatación de que todavía es posible enloquecer viendo a un torero cabal frenta un toro de verdad en el ruedo de una plaza. Todas esas cosas, y muchas más difuminadas en multitud de pequeños detalles, quedaron de manifiesto ese día, pero lo realmente importante, lo que generó esa locura colectiva e irrefrenable que se desató, fue la clarividencia de la última lección práctica y magistral sobre el arte del toreo que dictó, en el toro con el que se despedía de la plaza de “Las Ventas”, un catedrático del torero : Luis Francisco Esplá... ¡Torero!

Para ilustrar y complementar este artículo enlazo el video publicado por Rosa Jiménez Cano, en su Blog "Toros" de la comunidad de "El Pais", que recoge toda la faena.

miércoles, 3 de junio de 2009

ASÍ SÍ

Así es como debe venir presentada una novillada a una plaza de primera, como vino la de Tomás Prieto de Cal, el pasado domingo, a la plaza de “La Misericordia” de Zaragoza. Es preciso dejarlo claro antes que nada -y más después del chasco de la semana pasada- porque en estos tiempos que corren no es lo habitual. Y no es que fuera una presentación fuera de lo normal la de los novillos, fue como debe ser una novillada en una plaza importante: pareja, en tipo y con defensas acordes a su condición de utreros. Además salió brava, noble, encastada y embistiendo en la muleta. Por contra, y ese fue su gran defecto, resultó floja, sin poder, por lo que hubo que cuidarla en los caballos y no se les pudo bajar la mano en el último tercio.

Después de la novillada del mismo hierro que presenciamos el pasado año en este mismo ciclo, que tuvo escasez en todo y fue decepcionante, resultó una agradable sorpresa contemplar el comportamiento del lote de utreros que Tomás Prieto de la Cal ha presentado este año. Todos embistieron al caballo con alegría y desde lejos -cuando los pusieron- y repitieron sin dudarlo en una segunda vara que, la mayoría de las veces, fue testimonial debido a su ya comentada escasez de fuerzas. Incluso hubo uno, el tercero, que lo pusieron para una tercera vara en el centro del ruedo, con un remate que lo dejó enfocado hacia el caballo que hacía la puerta, lo vio y se fue hacia él, el subalterno situado junto al picador, en vez de darle un capotazo para afuera, lo metió debajo del caballo y así, de esta manera tan poco agradecida, tomo el novillo la tercera vara. Un ejemplo de como se desarrolló la lidia a lo largo de toda la tarde. En banderillas todos se vinieron arriba, apretando pero sin malicia. Y para la muleta, algo novedoso en este hierro con respecto a los últimos tiempos, tuvieron recorrido y duración. Todos metieron la cara y embistieron con nobleza. El problema es que todos, por desgracia, se fueron sin torear... y nos quedamos con las ganas. Este es el mayor problema de la Fiesta en estos momentos, que a pesar de los toros bobalicones que salen por los chiqueros, siempre sobra toro, no hay toreros ni novilleros capaces de torear como mandan los cánones, aplicar las reglas del toreo y, por supuesto, emocionar. En la misma medida en que se disminuye al toro, los toreros, al no necesitar su uso, van olvidando las distintas suertes que se forjaron a través del tiempo para enfrentarse a toros bravos. Pero por este camino nos adentramos por derroteros que se alejan del propósito inicial de este escrito.

Centrémonos pues en la novillada de Tomás Prieto de la Cal. La cosa empezó fenomenal y, nada más comenzar el festejo, pudimos contemplar lo que luego resultaría lo más torero de toda la tarde, el recibo de Pepe Mayor a su primer novillo, cuatro verónicas y una media en el tercio del tendido 3 que arrancó la ovación unánime del respetable. Luego poco más, los novillos estuvieron siempre por encima de los novilleros y de sus cuadrillas, les vinieron grandes porque tenían movilidad y, ya se sabe, cuando el toro se mueve... ¡a correr! En su descargo decir que el tercero de la terna, Javier Antón, debutaba como novillero con picadores esa tarde; el segundo, Joao Augusto Moura, que no hace ni un año que debutó en este escalafón; y el primero, Pepe Mayor, un novillero con 45 años que no ha toreado ni media docena de novilladas picadas y que, con más afición que oficio y facultades, se vio desbordado en sus dos novillos. Con este escaso bagaje lo más normal es naufragar ante una novillada, aunque noble, exigente por presencia, casta y bravura de los seis ejemplares. ¿Qué hubiera pasado con una lidia ordenada y los mejores novilleros para torearla? Esto ya entra en la categoría de los sueños y las elucubraciones, a las que somos tan dados los aficionados, pero es posible que hubiera sido una tarde triunfal para los novilleros, para el ganadero, para los que allí estábamos y para la Fiesta en general. Los novillos ofrecieron condiciones para ello y los novilleros no supieron aprovecharlas.

Pero este problema no es nuevo, es algo que viene sucediendo desde hace mucho tiempo y es un mal que se va agravando conforme pasa el tiempo. Se ha dado recientemente en la Feria de San Isidro con la corrida de Palha, la mejor corrida y la más exigente de todo el ciclo con los toreros menos apropiados para torearla, los desahuciados del escalafón. Una corrida para hacer grande a la Fiesta que se convierte en una losa. Y no solo por la desgracia de la cogida de Israel Lancho, sino por ver, una vez más, esfumarse la posibilidad de ver el toreo grande ante toros con poder. Paulita tuvo un cuarto toro, que embestía con nobleza y metiendo la cara, para salir por la puerta grande y quedar como triunfador indiscutible de la Feria y, “como el agua que entre las manos se me va”... se le escapó. Es una pena, pero los toros y los toreros que harían grande esta Fiesta de nuevo no se ven las caras en los ruedos. Los que tendrían que demostrar su poder ante los toros buenos, en aras de la “comodidad” que les permite su condición de figuras, se dedican a matar animalejos domesticados impropios de una fiesta que lleva su nombre. Pero esta es la mayor contradicción del sistema taurino actual, cuando en este mundo competitivo en el que vivimos se pelea a muerte por ser el número uno en su disciplina, en el toreo, los mejores, los figuras, que debieran ser los que generaran mayor emoción y maestría, compiten por la menor dificultad, por la mayor comodidad, por un alivio mayor. Mal va la cosa, y este artículo también, por esa senda, en su momento, este y algún otro de los temas apuntados líneas arriba, tendrán cabida en este Blog. Ahora es hora de ir enfilando hacia el punto final.

El mejor recuerdo de la tarde del pasado domingo, 31 de mayo de 2009, y lo más esperanzador, es la favorable evolución que ha experimentado la ganadería de Tomás Prieto de la Cal durante este año. En abril del pasado año participó en la Corrida Concurso de nuestra plaza y quedó ganador don el toro “Farolero”, después de que entrara siete veces al caballo, las dos últimas de punta a punta de la plaza, el toro, quizás por el castigo recibido, se apagó muy pronto en la muleta. Al día siguiente lidió una novillada que resultó decepcionante en todos los sentidos, lo más preocupante era ver como los novillos se quedaban parados en el último tercio. En verano presencié la novillada que se lidió en Lodosa en donde destacó un magnífico novillo, “Castañero”, encastado, bravo, noble y que embistió sin parar. En la Corrida Concurso de este año presentó un gran toro, “Pajarraco”, que para parte de la afición hizo más méritos para ganar el premio que el vencedor. Después de recibir cinco varas tuvo fuerza y clase para embestir con nobleza durante cuatro o cinco series. La novillada del pasado domingo confirmó esta evolución, salvo el quinto que fue más exigente, fueron nobles y embistieron. Solo una última cuestión con respecto a la fuerza y la nobleza que fue una constante a lo largo de toda la tarde; los novillos más nobles y que más humillaban -1º, 2º y 6º- resultaron los más flojos; el más dificultoso y que exigía mayor dominio, el 5º, el que más poder tuvo. Esperemos que la evolución apuntada se confirme en el futuro y, como soñar es gratis, que los figuras se peleen por torear los toros de Tomás Prieto de la Cal.