Porque el gran problema que amenaza a la Fiesta de los Toros, visto lo visto la pasada temporada, es la escasez de público que asiste a los festejos, cada día más alarmante, y la reducción de los mismos pues, el pasado año, han sido más de mil los que han dejado de celebrarse. Ese es el auténtico debate que deberían emprender los que son máximos beneficiarios de este espectáculo: Los toreros del “G10”, la inmensa mayoría que no están en este selecto grupo, los subalternos, los ganaderos, los empresarios y, puesto que son los propietarios de la mayor parte de las plazas, los poderes públicos. Y no creo que no se lo planteen por desconocimiento, pues son los que los sufren en sus propias carnes y, de seguir así las cosas, esto conduce hacia la desaparición, más pronto que tarde, de la propia Fiesta. Más me parece una huida hacia adelante tratando de recoger las últimas migajas de un negocio que, por su propia desidia y en aras de la comodidad, se está agotando.
El auténtico debate de este tiempo de invierno debiera haber sido ese. ¿Porqué la gente está dejando de ir a los toros? Esa es la principal pregunta que hay que hacerse, pues si los festejos se reducen y la gente no acude a los que se programan, no hay derechos de imagen ni negocios que valgan nada. Pero parece ser que a nadie de los del negocio taurino les interesa hacerse esa pregunta y tratar de buscar la solución. Cada vez son más los aficionados que toman conciencia de que la Fiesta, tal como se produce en la actualidad, ha perdido su principal valor, la emoción, y se ha convertido en algo monótono, previsible y aburrido, justamente lo contrario de lo que debería ser. Pero si esto no preocupa a los taurinos pues, desde hace mucho tiempo, les da igual lo que digan sus principales clientes, tampoco son capaces de llenar los tendidos con público de aluvión y festivo. Esta gente, que generalmente acude a los toros con motivo de las fiesta patronales de su ciudad, aunque no son entendidos y solo buscan la fiesta y el reparto de trofeos a porrillo, se encuentran con un espectáculo tan descafeinado y vacío que tal como van saliendo de la plaza se van olvidado de los visto.
Hay excepciones. Recuerdo corridas de toros en que, a la salida, aficionados y espectadores, seguimos hablando de lo acontecido en la plaza. Suele ocurrir cuando, con más o menos trofeos concedidos, la emoción ronda por el ruedo. Es lo que tiene la emoción, que no deja indiferentes ni a unos ni a otros, pues la alteración del ánimo que produce en cada individuo, aficionado o profano, hace que sigas con interés y expectación todo cuanto acontece en el albero. Y la emoción en una corrida de toros solo puede venir de la mano de su protagonista principal, el toro. Para bien o para mal, solo el toro puede hacer que la lidia sea emocionante. Pero en los estamentos taurinos no quieren sacar las conclusiones que de esto se derivan, no les interesa, prefieren seguir tirando para adelante con el borrego al uso aún a sabiendas de que esa es la única solución para que la Fiesta de los Toros recupere su verdad y salga del profundo bache en el que se encuentra metida.