Para los pocos medios que todavía ejercen una crítica más objetiva y que, por desgracia, cada día son menos, visto lo visto hasta ahora, el toro sigue siendo el gran problema en este comienzo de temporada. Salvo la faena de Morante en su segundo -más atribuible a su capacidad y condiciones artísticas para representar el arte del toreo, y ante el bonancible comportamiento de su “colaborador” y disminuido oponente- que ha sido como un oasis en medio del desierto, los triunfos han sido excesivos y menores, a la par de la escasa presencia y del comportamiento bobalicón del “toro de ahora” que ha salido al ruedo. También es posible advertir en sus crónicas cierto pesimismo de cara al futuro si la Fiesta no retoma su razón de ser, si no recobra la emoción que imponen un toro íntegro y poderoso, que de miedo al público de los tendidos, y un hombre, un torero, un héroe que sea capaz de dominarlo, a riesgo de jugarse la vida, y si es capaz, torearlo, y si por casualidad se conjugan los hados, hacerlo con arte...
Así se fabrican los héroes, que son los que el publico quiere ver y paga por ello, pero precisamente de héroes es de lo que escasea en la actualidad esta Fiesta nuestra porque no hay materia prima para fabricarlos. El “toro de ahora”, más que miedo, transmite pena a los tendidos. Se podrá estar delante de él con más o menos gracia, tener mayor o menor plasticidad en la ejecución de los distintos pases, interpretar mejor o peor el guión de la faena, pero no existe el riesgo, el peligro se reduce hasta la categoría de accidente, es otra cosa que nada o poco tiene que ver con la Fiesta auténtica… No es lo mismo ser un buen comediante, con más o menos capacidad y arte interpretativo, que un héroe. Ahí está la diferencia y el problema.
Pero los que tienen la responsabilidad de tirar para delante de la Fiesta, que son los que viven de ella, “taurinos profesionales” en general, y los que desde distintos medios se encargar de publicitarla, que también viven de ello, parece que han decidido que la mejor forma de salir de la crisis que amenaza al sector es haciendo uso y abuso del "triunfalismo". ¡Viva el triunfalismo! Convertir cada festejo en una lluvia de triunfos: orejas, rabos, indultos, vueltas al ruedo, salidas en hombros de los “capitalistas”, que también tienen derecho a ganarse un sueldo… como si de esa forma fueran a conseguir captar la atención del público que esta dando la espalda a la Fiesta por aburrida y volver a llenar los tendidos de las plazas que es donde, en el fondo, esta su auténtica fuente de ingresos. El "triunfalismo" es una huida hacia delante, es una estrategia que a lo largo de la historia de los toros se ha empleado en repetidas ocasiones y que generalmente conduce al borde del precipicio.
La opción del "triunfalismo" de abaratar los premios no es la solución porque es una forma de quitar categoría a lo realmente bueno, no es la cantidad de premios que se conceden en cada corrida lo que capta la atención de la gente, sino la calidad de los mismos, los méritos realizados para conseguirlos, la entrega, el riesgo corrido, las mayores o menores dificultades del toro en curso de lidia y, por supuesto, la emoción que todo ello conlleva. Eso es lo que da valor a las cosas, que el camino sea difícil y sean pocos los que lo consiguen, los que lleguen a la cima del éxito. Para que tenga auténtico valor, el triunfo debe ser lo extraordinario, no lo cotidiano, lo vulgar. La cumbre de la montaña debe ser un lugar para los elegidos, para los héroes, no puede habitar una multitud en tan reducido espacio.