“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

miércoles, 25 de febrero de 2009

LA DIFERENCIA ESTA EN EL PÚBLICO

Es la razón primordial, la más determinante del asunto que me trae esta reflexión. La diferencia está en el público. Si nos atendemos a la máxima taurina de que "el público es soberano", y no olvidando el refranero popular que viene a decir que "tenemos lo que nos merecemos", es lógico deducir que esa es la razón -el público- de la gran diferencia que existe entre la forma de realizar, y vivir, la suerte de varas en algunas plazas francesas, con respecto a cómo se realiza, y se vive, en la inmensa mayoría de los cosos españoles en los que se ha convertido, suerte tan bella y emocionante, en una burda pantomima.

En algunas plazas, muy pocas, y la mayoría de ellas en territorio francés, aún se intenta realizar la suerte de varas según mandan los cánones, convirtiéndose ese tercio, tan determinante en el desarrollo de la lidia, en un espectáculo que se entiende, se valora y, lo que es más importante, es exigido y esperado por el público que asiste al festejo sabiendo a lo que va. Ello obliga a los “profesionales” que se encargan de la lidia, picadores y banderilleros, a tratar de hacer las cosas bien, y a veces lo consiguen. Y la conjunción de unas cosas y otras hacen que se vivan unos tercios de varas vibrantes en los que participa activamente el público emitiendo su juicio.

Por el contrario, en la mayoría de las plazas españolas esta suerte es un puro trámite; o los toros ya salen inválidos de los chiqueros y, entonces, es innecesaria; o se utiliza para machacar a los que muestran algún poder. Por supuesto, los “profesionales” que se ocupan de este trámite, a veces, los mismos que lo hacen bien en Francia, realizan la suerte de cualquier manera y sin prestar la atención debida a las reglas que la deben regir. Todo ello, y esa es la razón fundamental, porque el público español “pasa”, consiente, es más, no le interesa la suerte de varas, ni la valora, ni la exige... muchas veces, hasta el propio picador se convierte en objeto de escarnio y mofa.

El público que acude a los festejos es el factor determinante para que se pueda dar esa diferencia tan enorme en un mismo espectáculo. La vulgaridad con se realizada en la mayoría de las plazas españolas contrasta fuertemente con el respeto a la ortodoxia y el cumplimiento de las reglas en algunas plazas francesas. En la mayoría de las plazas españolas hay que soportar la denigración de una suerte tan bella y determinante para la lidia, mientras que en unas pocas plazas del país vecino disfrutan de la grandeza y la pureza de este tercio.

La diferencia está en el público. El público español, que suele acordarse de los toros durante las fiestas patronales de su localidad, llena los tendidos con la única pretensión de divertirse, de pasar una tarde de las fiestas y, a ser posible, que se corten muchas orejas, y que pueda “uno” pavonearse ante los amigos, conocidos y compañeros de trabajo de haber presenciado la mejor corrida de la historia. El público español “pasa” de la suerte de varas, es un estorbo; como “pasa” de la lidia, porque no lo entiende. No va a los toros a pensar, va a divertirse y, en una época tan precipitada como la que nos ha tocado vivir, sobra lo accesorio y sólo interesa la “faena” y las “orejas”.

En cambio, en algunas plazas francesas, como muestran las imagenes del vídeo que enlazo al final de esta entrada -y que es lo que ha motivado esta reflexión-, la suerte de varas en un auténtico espectáculo, el público la vive con pasión y, lo que es más importante, participa, valora, juzga, tanto la bravura de la res, como la forma de ejecutar la suerte. Los mismos "profesionales” que en España nos ofrecen un espectáculo denigrante en este tercio, porque, seguramente, así se lo demandara su "jefe de cuadrilla", tratan de hacer las cosa bien y, a veces, lo consiguen en algunas plazas del pais vecino.

Ahí esta la diferencia, en el nivel de exigencia del público, en la actitud con la que se acude al festejo, en los objetivos que se persiguen en un día de toros. Mientras unos acuden a participar de una fiesta en la que son "juez y parte", otros van a pasar el rato, a divertirse y dejarse ver.


Nota: El vídeo presenta la suerte de varas de la novillada de "Raso del Portillo", lidiada en Parentís en Born durante su feria de agosto de 2008. Está alojado, en DailyMotion, por jpc33000. En dicha página hay una buena colección de vídeos de festejos taurinos celebrados por el sud-oeste francés.

miércoles, 18 de febrero de 2009

LA CRISIS

- Hola, don Pepe.
- Hola, don José.
- Es usted muy caro de ver, ya ni me acuerdo de la última vez, creo que no nos vemos desde nuestro “vermut torero” de fin de año.
- Pues si señor, tiene usted razón ¿Y qué tal cuando llegó a casa? Porque iba un poco más contento de los normal… iba un poquito “pa’ya”…
- No vea como se puso mi hija: que si ya no tenía edad, que si la tensión y el colesterol, que vaya ejemplo para los nietos, que si los vecinos…
- Ni caso, don José, ni caso… Yo ni le cuento lo que me dicen, pero por un oído me entra y por el otro me sale, y además, ¡que coño!, un día es un día y un día al año no hace daño.
- Bien dicho, don Pepe ¿Y cómo llevamos el invierno?
- Tirando.
- Parco esta usted.
- ¿Cómo?
- Parco: escueto, conciso, breve, sucinto, seco... Dicho de forma coloquial: poco hablador.
- Pues eso.
- Yo ando un poco preocupado con esto de la crisis… Y sobre cómo puede afectarle a la fiesta. Lo noto en los carteles que se han presentado para “las Fallas”, la primera feria de postín de la temporada, que solía presentar carteles rematados con las principales figuras y este año…
- ¿Y qué figura no se apunta a una feria con toritos como los que se acostumbran a presentar en Valencia?
- ¡Qué no voy por ahí, don Pepe! Le hablo en serio. Le quiero exponer mi tesis sobre la crisis y la fiesta de los toros.
- Punto en boca… le escucho.
- Por la falta de unas cuantas de las principales figuras del momento, se aprecia un abaratamiento en los carteles lo que, teniendo en cuenta la situación de crisis en la que está sumido el país, apunta hacia un ahorro por parte de los empresarios para abaratar los costes de las corridas. Esta práctica, supongo, se irá aplicando en todas las ferias. Hasta aquí lógico… pura lógica empresarial. Pero lo que se escapa a la lógica es que ese abaratamiento de los costes no repercuta sobre el precio de las localidades que tenemos que pagar abonados y espectadores en general, por lo tanto esa cincunstancia...
- Al grano, don José, que con tantas palabrejas me pierdo. Estamos en que, a los empresarios, les cuesta menos y a nosotros, los paganos, nos cuesta más… Pura lógica empresarial.
- A partir de esa situación, y teniendo en cuenta que la crisis repercute de forma más directa sobre los trabajadores, que somos los consumidores, y a su vez, y por eso mismo, disponemos de menor liquidez, lo más probable es que muchos de los que van a los toros durante la feria se retraigan y ese hecho se deje notar; primeramente en las taquillas, con lo cual, las cuentas del empresario habrán sido peores que las imaginadas, y en los tendidos, que será la peor consecuencia, se irán quedado despoblados, y ese, que deje de ir la gente a los toros, es el mayor problema al que se enfrenta la fiesta, porque conduce a su desaparición. Sin gente que pague por ver las corridas de toros se desploma entero el edificio de la tauromaquia.
- ¡Bien “hablao”, don José! Ha estado usted “sembrao”. Al margen de la palabrería tan brillante que ha “desparramao” para explicarme su brillante tesis, el conceptolo he "pillao". Además, yo creo que los empresarios se equivocan al actuar así. En tiempos de crisis lo que se debería hacer es montar los mejores carteles posibles para que, ni los aficionados, ni los espectadores, se quieran perder el festejo. Justo lo contrario de lo que hacen.
- ¡Si señor! Aunque sólo sea por una vez, don Pepe, estoy de acuerdo con usted. Lo que pretenden es, además de insolidario, un abuso y demuestra el poco amor que tienen por esta fiesta, y las pocas miras de futuro.
- Mire, don José, al final de la cuenta los que más perderán serán ellos, porque a nosotros, los aficionados, nos pueden matar una afición, pero ellos, todos los que viven -mejor o peor- de este negocio, irán al paro. Unos cuantos, los más pudientes, podrán sobrevivir y dedicarse a otras cosas, pero los trabajadores, la inmensa mayoría de los que pululan por este planeta de los toros, se quedaran sin trabajo.
- ¡Pero eso, don Pepe, no se puede consentir! Porque eso es acabar con una manifestación cultural que, desde el comienzo de nuestra historia, se encuentra arraigada entre nosotros y forma parte de nuestra idiosincrasia como pueblo, eso sería un crimen y no…
- ¡Sea positivo, don José! Mirémoslo desde una perspectiva positiva. Si gran parte de la culpa de la decadencia a la que esta abocada la fiesta, desde hace muchos años, es porque los profesionales han ido desvirtuándola, -“humanizándola”, dicen- poco a poco, hasta la pantomima chirigotesca que nos venden ahora y, encima, pretenden cobrarnos más cuando ganamos menos, es que la cosa no tiene solución. Estamos en las peores manos que podemos estar. Lo mejor es que este sucedáneo se acabe de una vez y…
- ¿Y a eso le llama usted ser positivo?
- Es la única esperanza que nos queda, que este montaje desvirtuado de ahora se vaya al carajo, y con él todos los que lo están matando poco a poco, y a partir de las cenizas, y contando con la afición intrínseca de los españoles a las fiestas de toros, renazca con la fuerza de la verdad y la integridad del toro por bandera. De la destrucción puede venir la regeneración.
- ¡Eso es una quimera! ¡Es usted un nihilista!… A veces pienso que usted delira, don Pepe…
- Que esto no tiene solución, don José, que esto no tiene ninguna solución mientras estemos en manos de unos…
- No se precipite con sus palabras, ni saque conclusiones anticipadas. Ya veremos como va discurriendo la temporada y la respuesta del público…
- ¡Y de la birria de toros anunciados... qué me dice usted!
- ¿De los toros…?
- ¡Sí, de los toros!
- ¿Qué toros…?
- ¡¿Cómo que: "qué toros"?!...

martes, 10 de febrero de 2009

¿QUÉ SERÁ DE LA FIESTA DE LOS TOROS?

Para los aficionados el invierno es una época propicia para la lectura de libros de toros. Por eso, y después de pasados muchos años desde que lo hice por primera vez, acabo de terminar la lectura de “Paseíllo por el Planeta de los Toros”, la obra de don Antonio Díaz-Cañabate, publicada en la colección “Biblioteca básica Salvat de libros RTV”, en el año 1970. Además de recomendar su lectura a los aficionados que no lo hayan hecho todavía, y a los que lo tengan olvidado, como era mi caso, que lo relean, quiero trasladar a este espacio los últimos párrafos que, a modo de conclusión, cierran el libro y que, después de casi 40 años transcurrido desde su aparición, resultan proféticos, porque ya entonces ponían el dedo en la llaga de la “revolución” que se estaba produciendo, que suponian un profundo cambio en la Fiesta de los Toros y, acertadamente, anunciaba los síntomas de los problemas a los que ahora se enfrenta, con mucha más crudeza, esta fiesta descafeinada que nos ha tocado vivir.

“¿Qué será de la fiesta de los toros? Su cambio de rumbo, su honda revolución, que ha barrido las que fueron durante largos años sus especiales características, ¿le permitirán mantenerse con la misma pujanza y beneplácito que hasta ahora? El poder de adivinanza no ha sido dispensado a los humanos. Las multitudes sostenedoras de los espectáculos son muy voltarias. Por el momento, la revolución taurina ha triunfado. Los modos revolucionarios no sólo se han impuesto, sino que se exigen, con escasa tolerancia para con los derrotados que todavía perduran por la fuerza de su antiguo y persistente arraigo. Este ímpetu rebelde y perturbador ha ganado una victoria muy apreciable sobre un elemento de grande importancia: los aficionados, que desde el principio del desarrollo de la fiesta como festejo popular encauzaron el arte de torear por los caminos de la emoción que se desprendía de la peligrosidad del toro. La meta alborotadora de la conmoción padecida se ha encarrilado a la disminución, hasta donde ello sea posible, de esa peligrosidad, a prescindir de la emoción, sustituyéndola por la quisicosa de un juego baladí apoyado en un falso preciosismo recubierto de la carátula engañosa de un remoto riesgo, no mayor que el de cualquier actividad vital, el falaz tremendismo fingidor de hazañas con un animal aborregado.

¿Se podrá mantener esa falacia? El vencimiento de esa afición por lo emocional, ¿es definitivo? ¿El fraude aniquilara a la verdad? ¿Lo frívolo se impondrá a lo serio? La lucha entre estos dos extremos no ha terminado. Un reducido sector de combatientes aún persiste en el apego a lo que estiman la esencia del toreo, el dominio artístico y emotivo de una fiera. Por el momento, este enteco grupo cuenta con un auxilio que, de no sufrir merma su inclinación, puede ser de mucha monta: la autoridad, que cumple con su deber de contener y terminar con las aspiraciones fraudulentas.

Arma muy utilizada por los revolucionarios es la humanización de la fiesta. Otra asimismo muy esgrimida es la del deseo del público de divertirse por las buenas, sin complicaciones derivadas de las dificultades opuestas por el toro fiero con trapío y con edad, que obligan al torero a prescindir de la brillantez, atento sólo al empleo de la técnica dominadora de la dificultades del toro, técnica no lucida, pero si enjundiosa y emocionadora. Se dice, se proclama, se asegura que el público apetece el toro ya dominado antes de salir por el chiquero, por la previa reducción de su nativa fiereza por procedimientos, unos, naturales -la selección- y, otros artificiales -el corte de las puntas de los pitones y la lidia del utrero más o menos adelantado y engordado por una alimentación especial-.

No se puede negar la existencia de ambas corrientes de opinión, fomentadas por una propaganda caudalosa que invalida las razones de una minoría de oponentes. Durantes estos últimos años la masa, ayuna de conocimientos, propagadora de una fiesta frívola basada en el torito sin fiereza y en el torerito sin enjundia y sin arte, pródigo de embelecos al margen del toreo, posibles con el borrego, amanerados por el amaneramiento de un animal privado de su genio, uniformado en la docilidad, ha hecho mangas y capirotes de la fiesta. Los toreros, los ganaderos y las empresas han complacido sus mínimas demandas. Todo es por el instante júbilo y alborozo en las plazas. Los millones de pesetas se reparten a voleo como recompensa a inauditas camelancias chirigoteras.

La cuchufleta es muy inestimable, máxime cuando la chanza incide en la misma gracia. Los graciosos del toreo no se significan por una valiosa inventiva y fantasía. Repiten como tontos del circo los mismos trucos. Y esto es peligroso. Los toreros van muy a gusto en el machito de la comodidad y creen que han descubierto la alquimia de la transmutación del plomo en oro, pero a tanto no llega la propaganda. El plomo de la monotonía gravita sobre la fiesta. Poco a poco deja sentir su peso. Es fatal que poco a poco llegue al aplastamiento.

Confiemos que esta catástrofe no acaezca. Esperemos que la fiesta no se desentienda de su instinto de conservación. Indicios hay de ello en las disposiciones de la autoridad plasmada en la cuestión referente a la edad de los toros, para exigir con garantías los cuatro años cumplidos el cansancio del público, manifestado en un todavía incipiente retraimiento de acudir a las corridas… Nos queda la esperanza de una reacción que vuelva a su ser la lidia de los toros. Y, si esto acontece, el planeta de los toros recobrará buena parte de sus perdidas esencias, que este paseíllo ha pretendido reflejar con la ligereza de una andadura amena, espejo de su pintoresquismo”.

Una vez concluida la lectura del texto de don Antonio Díaz-Cañabate es preciso anotar un par de detalles que, vistos desde el presente, deben tenerse en cuenta y agravan todavía más la situación:

1) El dique de contención que pudiera significar el auxilio de la “autoridad” -que un año antes de la aparición del libro, en 1969, había dictaminado que se marcaran los toros en la paletilla con el número que reflejara el año de su nacimiento, para así evitar el fraude de la lidia de utreros engordados por toros, y eso alimentaba la esperanza del autor- para mantener la integridad y pureza de los festejos está prácticamente destruido.

2) El reducido número de “combatientes” que quedaban en aquel tiempo, hace 39 años, se ha reducido todavía más y se ha visto incrementada “la masa ayuna de conocimientos” que sin complejos por su ignorancia, y apoyados por unos medios de comunicación con claros intereses en el negocio taurino que han sustituido el saber y conocimiento de los grandes cronistas de antaño por la propaganda, han perdido todo el respeto a los aficionados que todavía acudimos a las plazas de toros.

Aunque cada día sea más negro el panorama y más difícil salir de este empantanamiento en el que se encuentra metida la Fiesta de Los Toros, no quiero acabar esta entrada anunciando negros presagios. Como la esperanza es gratis y, dicen, lo último que se pierde, quiero hacerlo de forma positiva, recogiendo una de las últimas frases de las escritas por “El Caña”, como se le conocía en el Planeta de los Toros a don Antonio: “Nos queda la esperanza de una reacción que vuelva a su ser la lidia de los toros”.

viernes, 6 de febrero de 2009

EL DIA QUE VILLALTA LE BRINDO UN TORO A FLETA

El invierno empieza a desperezarse y, a diferencia de otros años, todo esta más quieto que de costumbre por estas fechas en mis dependencias. Se comenta, entre los que vienen a practicar que, por no se que líos en los despachos, aún no se conoce el empresario que regirá mis destinos en las próximas temporadas. A estas alturas, cuando ya tendrían que estar los carteles en la calle y los aficionados haciendo cábalas y fabricando sueños, es un auténtico despropósito. Luego vendrán las prisas y las improvisaciones y ya se sabe, lo que mal empieza mal acaba. Pero doctores tiene la iglesia y espero que todo se solucione a la mayor brevedad y la temporada discurra por los cauces habituales y en las fechas previstas.

Ante este embrollo, y deseando que todo acabe pronto y bien, yo a lo mío. Durante este letargo invernal he tenido tiempo para recordar algunos de los días más apoteósicos de mi historia y, de forma especial, recuerdo uno que fue de los más grandes que se han podido vivir en mis dependencias, y porque además los protagonistas fueron dos paisanos. Estoy hablando de un acontecimiento que se produjo en el siglo pasado, hace ya muchos años, durante la Feria del Pilar de 1925. Fueron fechas gloriosas pues todos los días se colmo la plaza de espectadores, pero fue en la última corrida, la celebrada el 18 de octubre, en donde se lidiaron toros de Francisco Villar, en la que se desbordó el entusiasmo de los espectadores y acontecieron los sucesos que voy a referir.

Era la última corrida de la feria y ese día coincidieron en la plaza dos aragoneses que estaban en el punto culminante de su carrera: Nicanor Villalta y Miguel Fleta. El matador de Cretas, que estaba siendo el triunfador indiscutible del ciclo pilarista, pues en las tres corridas en las que intervino cosechó nueve orejas, cuatro rabos y una pata, le brindó su último toro al gran tenor con estas palabras que recuerdo tan claramente como si las estuviera escuchando ahora: “Le brindo la faena y muerte de este toro, y también le diré que quisiera ser tenor con su voz para exponer menos la vida”. Al terminar la faena, culminada con un estoconazo hasta los gavilanes, el gran tenor bajo al ruedo desde la barrera que ocupaba y se abrazo largamente con su paisano al que le susurro algunas palabras al oído en medio de una estruendosa salva de aplausos. Según me confesó Nicanor con posterioridad, lo que le dijo fue: “Este espectáculo es tan grandioso que no se parece a nada”.

Pero mejor que yo, que embargada por la emoción -porque las piedras también se emocionan ante monumentos como los esculpidos por Villalta en sus dos toros esa tarde- no sabría describir la grandeza de lo vivido, quiero ceder la palabra a un gran crítico, gran amigo por los años que ejerció su profesión desde mis tendidos, “Don Indalecio”, que era el seudónimo que utilizaba el Marqués de la Cadena para firmar sus crónicas de las corridas que tenían lugar en mis dependencias y que, antes de mandarla a la imprenta, tuvo la gentileza de leerme.

“Fue la segunda pata que consiguió. La primera le fue otorgada en Mérida el año 24. Ninguna de las crónicas hablan de las criadillas y la pata que el público me dio de propina ¿Cuándo y adonde me las dieron? Un triunfo clamoroso el de Villalta. Moralmente, Cretas, desde ayer, es más grande que París. Sensación de figura grande, siempre en su sitio, dominando todas las suertes del toreo. Ni un momento de duda, ni vacilación, verónicas ceñidas hasta lo imposible, quites variados, torerísimos hasta sin bautizar todavía. ¿Llamaremos el quite de las Nicanoras a ese que pasó el capote barriendo los lomos? Quites nuevos y antiguos. ¡Ahí queda!, para satisfacción de los clásicos, uno que hizo con larga cordobesa. Al primero lo tomó entablerado y con la derecha, pero lo hizo tan cerca y tan parado que el toro en cada pase parecía salirle de la barriga (entusiasmo y música); perfilado el toro se volvó sobre el morrillo Nicanor, y cuando aún salía limpio por el rabo, ya caía el toro muerto. La ovación fue imponente y justa la concesión de las dos orejas y el rabo. En el séptimo, lo inenarrable para visto y no para contarlo. Brindó a Fleta y solo ante el toro muleteó soberbiamente por naturales, con ambas manos. Ahora no se sacaba al toro de la barriga, lo sacaba del cuarto apellido. El público estaba asombrado de aquel derroche de valor y arte. La música ilustraba aquella página del toreo; y de nuevo volcadura sobre el morrillo y una estocada por las agujas. ¡Qué entusiasmo tan loco! El ruedo se lleno de sombreros, americanas, bastones. Uno lo obsequió con cerveza y nuevamente cortó orejas y rabo. Fleta se arrojó al ruedo y abrazó a Nicanor largo rato. El delirio. A nuestro lado nos lanza un amigo, que sabe administrar justicia, la siguiente copla:
Se han unido en un abrazo,
abrazo de corazón,
el tenor y el torero
que son honra de Aragón.
Copla inspirada que demuestra que ayer el arte del toreo nos inspiraba a todos. Villalta fue paseado a hombros por los mulilleros antes de la salida del último toro, y al terminar la corrida volvió a ser elevado por los capitalistas que así lo sacaron de la plaza. Tarde enorme la de ayer para Villalta que estuvo completo”.

Pasados muchos años de aquella apoteosis villaltina, una tarde otoñal que deambulaba parsimonioso por mis dependencias, fue el propio Nicanor quien me confesó como terminó aquel día glorioso.

“Al llegar a mi casa a hombros de la multitud abracé a mi padre y a mi tío que estaban muy emocionados y hasta me parece que algunas lágrimas se les habían escapado. Estando cenando recibí un sobre con unas entradas de un palco que me enviaba Miguel Fleta para la representación de esa noche, con unas líneas que decían ‘vale por una paella en la finca de mi pueblo’. Al verme entrar en el palco, la gente me dio una ovación que me sonó aún más fuerte que las que me habían dado en la plaza; seguro que fue porque era un local cerrado”.

Como les digo, fue un feria sensacional, pero el día que ha quedado grabado de forma indeleble en mi petrea memoria fue ese 18 de octubre, última corrida del ciclo taurino, en el que Nicanor Villalta le brindó un toro a Miguel Fleta, en esos momento dos aragoneses de pura cepa en lo más alto de su carrera profesional. Pero para acabar quiero hacerlo con una frase que el propio Nicanor me dijo esa tarde otoñal a la que antes me refería y que resume su estado de ánimo en esos días: “En estas ferias creí haber subido a la torre más alta del Pilar”.