“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

domingo, 30 de diciembre de 2007

“¡Qué corría, zeñorito!”

Aquel era el último día, la corrida que cerraba la feria del treinta y uno, fue un broche de oro. El gran triunfador de la tarde fue don Graciliano Pérez Tabernero, el ganadero salmantino que envió, para poner el colofón a la feria, un lote de ocho toros colosales, bravos y nobles. A cinco se les contaron las orejas, fue tremendo, y hasta tuvo que salir al ruedo, requerido por el público, el mayoral Atienza -viejo conocido- a recoger la ovación que le tributaba la exigente afición zaragozana en señal de reconocimiento por el excelente juego del lote de toros presentado.

Yo estaba exultante, radiante de felicidad, fue uno de los días más grandes de mi historia, o al menos a mi me lo pareció, aunque tengo que confesar una debilidad… todos tenemos alguna, ¿no?... Me satisface mucho más cuando los que triunfan son los toros, no en vano se alojan en mis dependencias durante unos días y, quiérase o no, se les coge cariño. También las piedras tenemos nuestro corazoncico. Algún día ya les contaré cosas de los toros, de lo que se dicen, de lo que murmuran, de lo que rumian, de lo que piensan en los corrales, en los chiqueros o cuando los trasladan de uno a otro de mis habitáculos, pero eso será en otro momento.

Con esto no es que quiera desmerecer a los toreros, también sus triunfos me alegran, y más si lo consiguen ante esos marrajos con malas intenciones que a veces saltan al ruedo, ese día ninguno lo fue. Entre los matadores destacaron sobremanera Nicanor Villalta y Domingo Ortega, cumplió Pepe Bienvenida y pasó, con más pena que gloria, Marcial Lalanda que ya andaba pensando en su retirada.

Lo curioso del caso fue que en tan excepcional lote de toros hubo uno que fue fogueado, el segundo de Villalta, porque volvía la cara a los caballos. Era el borrón, la oveja negra del lote, hasta que... en contra de todo lo apuntado hasta el momento... contradiciendo lo que el grueso de la afición había creído ver por su extraño comportamiento en el tercio de varas, rompió a embestir a la muleta que le presentaba su matador derrochando bravura. Nicanor -paisano, maño, turolense de Cretas, un bonito y escondido pueblo entre las montañas del Maestrazgo- estuvo superior, de las veces que mejor lo he visto torear en "La Misericordia", con una suavidad y un temple desconocido en un torero tan atlético y poderoso como él, llevando al toro embebido en los vuelos de la muleta hasta el final del pase; el toro, noble y codicioso, bravo y repetidor, arrastraba el hocico por la arena hasta hacer una marca. La conjunción perfecta. Una estocada villaltina, marca de la casa, puso rúbrica a la faena, haciendo rodar al toro como una pelota. Fue la locura en los tendido, orejas, rabo y no se si algo más, el alboroto y la emoción me nublaron la vista y los sentidos. Ya ven ustedes lo que son las cosas, el toro fogueado resulto el mejor de la corrida.

Ortega, recién alternativado a principios de esa misma temporada, parecía un viejo, un consumado maestro. Me recordó, en su forma de torear, al gran Juan Belmonte: fija la planta, la suerte cargada, no moviendo el torero nada más que la muñeca, hasta volver la mano del revés, y con ese simple movimiento era capaz de llevar al toro embebido en la muleta, toreado, desde el inicio hasta el remate del pase. ¡Qué temple y que forma de torear! ¡Qué gran torero se adivinaba! Dos estocadas, orejas y aclamación general. Estuvo colosal... y en los tendidos... el delirio.

Pepito Bienvenida cerró la tarde con brillantez consiguiendo una oreja en el último por su trabajo durante toda su lidia: los quites, los tres valientes pares de banderillas, la faena, alegre, lucida, adornada, y la estocada final que, después de dos pinchazos hueso, tumbó al toro.

Fue un broche de oro para una feria que resultó buena y, para que tomen nota los amantes de los datos y las estadísticas, en la que se lidiaron toros de las ganaderías de Coquilla, Murube, Miura y los ya mentados de Graciliano. Para hacerles frente se contrató a Marcial, Villalta, Barrera, Bienvenida y Ortega. Manolo Bienvenida fue cogido en la segunda de feria y sustituido por Enrique Torres en la de Miura y su hermano Pepe en la de Graciliano.

Los aficionados zaragozanos quedaron muy satisfechos de aquella feria, y mucho más de esta última corrida. Saltaron al ruedo, cogieron en volandas a los triunfadores y se los llevaron de la plaza. Yo, cuando mis tendidos y graderios se vaciaron, cuando me quedé sola en el frío atardecer del otoño zaragozano, me acordaba, sobre todo, de la emoción y la alegría que irradiaba Atienza -ese campero andaluz establecido en las tierras salmantinas de Matilla y San Pedro- mientras recogía la ovación desde el tercio. Al terminar la corrida le oí decir, a los que requerían su atención para felicitarle, que se marchaba raudo a poner un telegrama a don Graciliano: “¡Qué corría, zeñorito!”.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

El Toro - The Surfmen

Después de un par de días buscando información, bien por su inexistencia en la red o por mi incapacidad para encontrarla, no tengo ninguna información solvente que ofrecer sobre la canción objeto de esta entrada, ni sobre el grupo que la interpreta, ni tan siquiera una fotografía. Si puedo imaginármela en una época determinada y en un espacio geográfico muy concreto.

El sonido y el estilo musical de la pieza nos lleva hasta el Océano Pacifico, más concretamente hacia las costas californianas y las playas hawaiianas. Ha principios de la década de los sesenta, en pleno auge y desarrollo del rock and roll y con Elvis Preley en la cresta de su popularidad, en ese espacio geográfico surge un nuevo estilo derivado del rock, el surf, como complemento del deporte, del cual toma incluso el nombre, que en aquellos años y en esos lugares empezaba a causar furor.

The Beach Boys fueron el grupo carismático de ese movimiento musical en su vertiente vocal; The Trashmen crearon escuela en la instrumental. A lo largo de la década surgieron, tanto en California como en Hawaii, multitud de grupos que interpretaban este estilo de música. The Surfmen fueron uno de aquellos grupos que optaron por la forma instrumental. El sonido característico de la guitarra eléctrica solista, encargada de interpretar la melodía, y los ritmos suaves y sosegados, como acompasando el vaivén de las olas, son el patrón en el que se basa este estilo que sumó adeptos en muchas otras latitudes del planeta.

Sobre el título de la canción, El Toro, también podemos encontrar una explicación si la situamos en contexto con la geografía y la época. La frontera que separa México de California no ha podido impedir el mestizaje de músicas, costumbres y aficiones. De esa época, de este y de otros estilos fronterizos, hay otros temas inspirados en ambiente taurino que en su momento pueden tener cabida en este cancionero.

Para acompañar la escucha de este tema que mejor que hacerlo viendo toros. El discurrir de las fotografías nos presentan seriedad de la camada que para el 2008 esperan su hora en Fuenlahiguera, la finca en donde se encuentra ubicada la ganadería de La Quinta.

Es una nueva producción de La Cabaña Brava que se encuentra alojada en su contenedor de vídeos en YouTube "Va de Toros".

lunes, 24 de diciembre de 2007

Felices fiestas y próspero año nuevo

- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- Cuanto tiempo que no se cruzaban nuestros caminos.
- Tiene usted razón… mucho.
- Yo ya echaba de menos una charlita.
- Y yo.
- Lo veo un poco lacónico.
- ¿Un poco qué…? ¿Qué me quiere decir…?
- Lacónico, breve, conciso, escueto en la conversación.
- ¡Ah!... No se preocupe, don José, andaba cavilando, pensando en mis cosas, abstraído entre este bullicio navideño, y esta fiebre convulsiva por comprar, que se apodera de las gentes y las calles…
- Es la sociedad de consumo, don Pepe, que ruede el dinero, que no se pare… y además es la “Navidad, Navidad, dulce Navidad…”
- Ya, ya… un año más llegamos a estas fechas, y cada año que pasa tengo la impresión de que pasa más rápido, y que el tiempo, “como el agua entre las manos… se me va…”
- ¡Pero, don Pepe! Esta usted desconocido, poeta y cantarín.
- Es la “Navidad, Navidad, dulce Navidad…”
- ¡No le digo! Y, hablando de la Navidad, ¿cómo le ha ido con la lotería?
- Nada… Nada de nada. Ni la pedrea, ni la terminación, ni una mísera peseta…
- Euros querrá usted decir… Que ya hace unos cuantos años que las pesetas pasaron a la historia.
- Vale, vale, don José, que usted ya me entiende. Pero vamos, tampoco me jugaba mucho.
- Yo tampoco he tenido suerte y, entre unas cosas y otras, aún llevaba unos cuantos números, en fin, “otra vez será… otra vez será…”
- Salud que no falte.
- “Salud, dinero y amor...”
- Lo primero es la salud, don José, porque sin ella lo mismo da el dinero y el amor.
- Esta usted profundo y filósofo, don Pepe, como le decía anteriormente, desconocido. En estas fechas de fiesta y celebraciones va y se me pone trascendental. Es usted la monda, al contrario de todo el mundo.
- ¿Y…?
- Y además de salud, ¿qué espera del 2008?
- ¡Toros!
- Y toreros… ¿no?...
- Que sepan y quieran torear toros.
- Todos los toreros saben y quieren torear toros. No debe olvidarse que son profesionales y viven de eso.
- Pero todos quieren el toro aparente, que parece toro pero no lo es…
- No empecemos con las monsergas que ya nos quedara tiempo a lo largo de la próxima temporada, además, siempre a sido así, los que pueden imponer condiciones tontos serian si no las impusieran, y con toros a “contra-estilo” no se puede hacer nada.
- ¿Qué es eso de “contra-estilo”? Eso son inventos para escurrir el bulto. Los toros, toros son, y la obligación de un torero, cualquiera que sea su condición, figura o de la cola del escalafón, es torearlos y sacarles todo el partido que se les pueda sacar…
- Bueno, bueno… don Pepe. ¡Qué es la Navidad! Dejemos el asunto y vayamos a tomarnos un vinito, que invito yo.
- No le diré que no don José, tomemos ese vinico y dejemos el asunto de los toros por el momento porque, como usted dice, “hay más días que longanizas”…
- Yo no he pronunciado esa frase tan vulgar…
- Pero la que ha pronunciado usted venía a decir lo mismo.
- Lo que debemos hacer, don Pepe, antes de acabar este episodio, es felicitar las Fiesta y desear un venturoso 2008 a todos nuestros lectores.
- Ahí ha estado usted al quite, don José, felicitémoslos pues.
- Don Pepe y don José, don José y don Pepe, les deseamos, a todos los que invierten su tiempo y sus ojos leyendo nuestras ocurrencias, ¡FELICES FIESTAS Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!
- ¡Y toros íntegros!
- ¿Don Pepe...?
- Vale, vale, don José... vayamos a por ese vinico.
- Vayamos.

"Esta noche es Nochebuena
y mañana es Navidad,
saca la bota...
"

viernes, 21 de diciembre de 2007

Según Tierno Galván

“Los toros son una constante en la historia de España y en algunos períodos de la misma el acontecimiento en que mejor se expresaba la remota unidad de sus distintos pueblos. Ser indiferente ante un acontecimiento de tal índole supone la total extrañeza respecto del subsuelo psicológico común. A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán trasformado. Se trata de un espectáculo que exige de suyo la intervención colectiva del público. En efecto, el espectador de los toros se está continuamente ejercitando en la apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, de lo bello y de lo feo. El que va a los toros es lo contrario de aquel aficionado a los espectáculos de quien dice Platón que no tolera que le hablen de la belleza en sí, de la justicia en sí y de otras cosas semejantes. A mi juicio, los toros son un acto colectivo de fe. La afición a los toros implica la participación en una creencia. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre. El espectáculo taurino cree en ciertas cualidades inherentes al hombre que constituyen la hombría, y precisamente porque cree en ellas va a los toros. El torero se presenta como portaestandarte de la hombría y ratifica en cada momento de la lidia que la fe en un determinado tipo de hombre, en que cree el público, tiene pleno sentido y actualidad. Este tipo humano expresa, a su vez, el punto de vista de una determinada concepción del mundo predominante. Por esta razón, el torero es un símbolo.

Enrique Tierno Galván. "Los toros, acontecimiento nacional" (1961). Editorial "Taurus".

lunes, 17 de diciembre de 2007

El campo y la ciudad

Una de las diferencias fundamentales entre los aficionados a los toros de hace cincuenta años, en comparación con los actuales, era su vinculación con el campo y la naturaleza. En aquella España de mediados del siglo XX se estaba produciendo un éxodo rural, una emigración interna en busca de trabajo y mejores condiciones de vida, posibilitada por la apertura económica y la demanda de mano de obra en las industrias que se iban instalando en las grandes ciudades. No es cosa, en esta entrada, de hacer un análisis socio-histórico de aquel momento, sociólogos e historiadores se han ocupado de ello, pero si debemos partir de este punto para poder entender la diferente situación en la que nos encontramos los aficionados y espectadores actuales en comparación con los de hace cincuenta años.

El viaje desde el campo trajo a las ciudades un aluvión de aficionados ansiosos de asistir a los festejos taurinos, muchos de los cuales no habían estado jamás, fuera de las de carros y talanqueras de sus pueblos, en una auténtica plaza de toros. Pero estos aficionados, que en su mayoría no habían tenido la oportunidad de asistir -in situ- a una corrida de toros y que, por lo tanto, podían ser fácilmente influenciables, en un principio, por las formas tremendistas y fuera de la ortodoxia de la lidia, atesoraban un conocimiento fundamental y más cercano, por su vinculación con el mundo rural, sobre la naturaleza y el comportamiento de los animales, toro y caballo, que forman parte del conjunto de la corrida.

En la actualidad, en esta sociedad industrializada en la que vivimos, el distanciamiento con la naturaleza es cada vez mayor -incluso en los pueblos-, y los aficionados y espectadores de las corridas de toros, inmersos en el trepidante ritmo de vida de las ciudades, nos encontramos cada vez más alejados del campo y desconocemos, no solo el medio natural y la forma en la que se cría el protagonista principal de esta función, que no es otro que el toro de lidia, sino las más elementales formas de vida que se desarrollan en la naturaleza.

Los más aficionados, los sabedores de que la tauromaquia se sustenta sobre la materia prima que aporta el toro, los que se preocupan de estudiar los encastes y sus distintos comportamientos, los que buscan vivir esta Fiesta en plenitud, tratan de suplir este distanciamiento con el campo mediante viajes, estudio y seguimiento. Los espectadores en general, los que acuden a los festejos por costumbre, casualidad o moda, los que consideran al toro un mero colaborador para el lucimiento del torero, ni saben, ni les importa saber nada que tenga que ver con el comportamiento, características y condiciones de los toros que saltan al ruedo. El distanciamiento con el medio rural es tal que, después de un par de generaciones viviendo en la ciudad, estos espectadores ocasionales han perdido ese saber añadido que sus progenitores traían del pueblo aprendido por su relación directa, por su trato cotidiano, con los animales y la naturaleza.

Si no se entiende y valora al toro no se puede entender ni amar esta Fiesta. Es la premisa fundamental de la que partir. Y los espectadores de hoy en día, a diferencia de sus antepasados cuando se instalaron en la ciudad, no saben, por alejamiento, desconocimiento y falta de interés, enjuiciar ni valorar las condiciones y el comportamiento de un toro de lidia en el ruedo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Miguel "el de Ejea"

Aquella tarde, en el bar, cuando acabó la corrida de toros que ofrecían por la televisión, unos cuantos nos quedamos comentando lo que habíamos visto. Poco a poco fuimos remontándonos en el tiempo, estábamos recordando cosas de hace muchísimos años, de cuando éramos unos críos, de cuando los primeros televisores se instalaron en nuestro pueblo, concretamente en los bares, a principios de los años sesenta.

Me acuerdo perfectamente que cuando había una corrida de toros retransmitida, las fábricas de zapatos paraban y los bares se llenaban de partidarios de las maneras de El Viti, o de las de El Cordobés. El tio Pajas, que había vivido muchos años en Madrid y había sido abonado de Las Ventas, era partidario de los toreros clásicos; el tio Chaparro era cordobesista. Sus encontrados puntos de vista solían acabar en discusiones que había que atajar para que no llegasen a mayores.

En aquellos años, afición sí que había, sí… pero dinero, muy poco… Recuerdo que había que ahorrar mucho para poder ver alguna corrida en Calatayud o en Zaragoza. Algunos aficionados asistían a cuantas su bolsillo les permitían. Para otros muchos, los precios de las corridas eran prohibitivos, los únicos toros que podían ver eran los que salían en las capeas que se celebraban en el pueblo durante las fiestas patronales y las que, por el mismo motivo, se realizaban en los pueblos vecinos. En el aspecto taurino las fiestas de Brea eran las mejores de la comarca. Eran tres días de toros que atraían a una legión de torerillos.

De esos maletillas o torerillos estuvimos hablando en el bar aquella tarde; de cómo eran; de donde venían; de a donde irían. Solían dormir en lo pajares, se aseaban en la fuente del Barranco, y en alguna casa cercana a esos lugares les guardaban el hatillo, con la ropa y los trastos de torear, hasta la hora de comenzar la capea. Llegamos a la conclusión de que ninguno de los torerillos de entonces habían pasado de ahí, de maletillas, pues nunca vimos en la televisión a ninguno de ellos vestidos de luces.

Mi amigo José Luís comentó que no estábamos en lo cierto, que él sabía de uno que había llegado a tomar la alternativa y nos contó la siguiente historia: A mediados de los setenta, un lunes de fiestas y, además, primer día de toros, se fue extendiendo la noticia entre los espectadores que llenaban las gradas de que había un matador de toros entre el público. Se supo pronto quien era por lo bien que dio un par de tandas, unos le conocieron y otros no. Uno de los que no le reconoció fue Manolo, pero el torero si que se acordaba de él, le comentó que habían compartido mesa alguna vez, le preguntó por su suegra, la tia Evarista, quien en alguna ocasión le había lavado la ropa y guardado los trastos. Llevaba prisa el torero, marchaba para Zaragoza, pero antes de partir le dijo a Manolo que saludara a su suegra: “me llamo Miguel, el de Ejea, quizá aún se acuerde de mi".

Evarista García Monge vivió en el nº 24 de la calle Mesones, cerca de las eras, a escasos cien metros de la fuente del Barranco y del lavadero municipal. Muchos años, durante las fiestas, allí lavó la ropa de algún torerillo, uno de ellos fue Miguel "el de Ejea" que, al igual que otros, también llenó el estómago en su casa.

La tia Evarista murió, en Brea de Aragón, el 6 de junio de 1985, a los 82 años de edad. Miguel "el de Ejea" no era otro que Miguel Peroprade Gracia, Cinco Villas. Tomó la alternativa en la plaza de Zaragoza el 11 de octubre de 1972. Murió en accidente de tráfico, el 9 de agosto de 1983, a la vuelta de una capea en la que había participado como director de lidia.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Bambino - Cuando suenan los clarines

Cuando suenan los clarines es la única canción grabada por Bambino de temática taurina y, además, fue grabada por encargo. Miguel Vargas Jiménez, Bambino, la interpretaba en Clarines y Campanas, película dirigida por Ramón Torrado, con la finalidad de apoyar el lanzamiento de un novillero de moda en aquellos momentos -hacia mitad de la década de los sesenta-, el malagueño Andrés Torres, El Monaguillo. En esos años, cuando la televisión estaba naciendo, se utilizaba el cine como vehículo de propaganda porque por este medio se llegaba a todos los rincones del país. Se hicieron multitud de películas con ese propósito y, por supuesto, ninguna pasó a la historia de la cinematografía, ni, por supuesto, esta que nos ocupa.

Pero se da una circunstancia curiosa y personal en esta historia. A este novillero lo he visto torear un par de veces en el ruedo de La Misericordia, yo era muy niño y no me acuerdo de casi nada, pero me quedó grabado su nombre porque me resultaba muy gracioso el apodo. También conservo algunos programas de la época, -un cuadernillo con las fotos de los toreros y los toros, historias, poesías, comentarios de la temporada, escalafones y hasta una plantilla para tomar nota del comportamiento de toros y toreros durante la lidia-, en un par de ellos aparece El Monaguillo porque formaba parte de la terna. Recuerdo vagamente que era un muchacho delgado, espigado, con el pelo muy rizado y puede ser que uno de esos días llevase un traje blanco. No me acuerdo de más.

Andrés Torres
Jiménez, El Monaguillo, nació en Málaga el 23 de septiembre de 1945. Durante tres años vivió en Zaragoza con sus tíos, padres de Pepe Ortiz, que luego fue su peón de confianza, y aquí tuvieron lugar, en los Pinares de Torrero, bajo la dirección de un ex-novillero apodado Litri, sus primeras lecciones de tauromaquia. Debutó como novillero con picadores en su ciudad natal el 8 de marzo de 1964. Durante ese año y el siguiente, arropado por una potente campaña de propaganda, comandó el escalafón de novilleros, pero en Madrid no se había presentado todavía y, en Madrid, lo esperaban con las uñas afiladas. En El Ruedo, una de las revistas taurinas en la que sus mentores se gastaban buenos duros en publicidad, no les temblaba el pulso al escribir -igualito que ahora- cuando finalizaba la temporada del 64: El Monaguillo. Novillero famoso. Novillero discutido. Estilo estoico. Virtud, eso: el estatismo. Defectos, tal vez aquello que decían los aficionados antiguos de ser “frío de cuello”. En Andalucía se habla de El Monaguillo. En Castilla se discute de él. En Toledo no tuvo suerte. Tampoco en San Sebastián de los Reyes en un par de actuaciones. Esto supuso una considerable baja en su cartel. Madrid lo espera con menos interés. Madrid “dice” que ya lo ha visto. Los partidarios del “acólito” afirman que no, que Madrid no lo ha visto. Que “ése” no era El Monaguillo. Porque el malagueño vino “atorao”. Pero que cuando lo veamos… Ahora El Monaguillo tendrá que recurrir al Supremo -Las Ventas-, porque la sentencia ya está echada. Tal vez… tal vez…”.

Como si esas palabras escritas en El Ruedo hubieran sido una premonición, la carrera taurina de Andrés Torres Jiménez, El Monaguillo, una vez tomada la alternativa, tuvo muy poca proyección. Se doctoró en Málaga, el 19 de marzo de 1966, siendo padrino Paco Camino y con Andrés Vázquez de testigo. Se presentó y, a la vez, confirmó su alternativa en Madrid el día 21 de abril de 1968, con Serranito y Paco Ceballos en el cartel. Durante los años que estuvo en activo no tuvo suerte y toreo muy pocas tardes, haciéndolo por última vez en su ciudad natal el 22 de mayo de 1983.


Pero el motivo principal de esta entrada no era esta historia que, de rondón, se me ha colado y alargado demasiado. La razón fundamental que me llevó a plantearme este artículo era hablar de Bambino, poseedor de una de las voces que me tocan la fibra sensible y porque, como decía Camarón de la Isla cuando le preguntaban por su compadre de Utrera -el que se lo llevó a Madrid, lo colocó en el espectáculo de Dolores Vargas y lo presentó en los tablaos flamencos- era “un Artista de Artistas”.


Miguel Vargas Jiménez, gitano, nació en Utrera, el 12 de febrero de 1940. Su padre, de la familia de los Chamona, era peluquero, y su madre, Frasquita, de familia de cantaores, conservaba en su voz y en su baile la pureza de los cantes de su tierra. Estudio en los Salesianos y al dejar el colegio aprendió el oficio paterno, ejerció de peluquero en el negocio familiar y en otras peluquerías de Utrera. Pero por sus venas ya corría, pidiendo sitio, la herencia materna, se había probado en las fiestas familiares y había gustado su voz y su estilo, y la peluquería se le quedaba pequeña. No me voy a extender en la biografía de Bambino, ya buscaremos la excusa para que vuelva a este Blog en alguna otra ocasión, pero si quiero contar algún detalle de esas primeras andanzas de nuestro artista que, mira por donde, tiene relación, por tangencial que sea, con el mundo de los toros.


Por esa época -hacia la segunda mitad de la década de los cincuenta- Bambino, en compañía de sus compadres -Perrate, Cuchara, Lebrijano, Curro de Utrera- solían acudir, cuando eran requeridos para ello, a las fiestas que se organizaban en la finca “El Toruño”, propiedad de la familia Guardiola, situada en el término de Utrera. En estas fiestas cortijeras conoció a Salvador Távora, más tarde fundador y director del grupo de teatro sevillano La Cuadra, que en aquella época pretendía ser torero, y que andaba en compañía de otro aspirante a torero, Máximo Valverde, que posteriormente triunfo como actor-galán en las películas eróticas de los años setenta y que, incluso -creo recordar- llegó a participar, hace no muchos años, en algún montaje taurino marbellí. Con Salvador Távora, posteriormente, mantendrá una estrecha relación profesional pues será el autor de algunas letras de sus primeras canciones.


Pero el bautizo profesional de Miguel, el que lo puso en la senda que buscaba, corrió a cargo de otro personaje relacionado con el mundo de los toros, Gitanillo de Triana, torero retirado, suegro de Pastora Imperio, representante de artistas y dueño de varios tablaos en Sevilla y Madrid. Lo cuenta Chano Lobato, testigo presencial del sucedido, dice: “Tengo una anécdota sobre Bambino muy bonita. Resulta que un día, no recuerdo exactamente el año, pero sería por abril, estábamos en Sevilla, en la Venta de Antequera con Gitanillo de Triana. Cantó aquel día Antonio Mairena y también El Lebrijano, que era como un hermano para Miguel. Vino mucha gente de Madrid y se hizo una fiesta, y entonces le dijeron a Gitanillo: Rafael, vas a escuchar a un chico de Utrera que va a ser un fenómeno. Cantó Bambino, no recuerdo ahora mismo qué, algo de los Evangelios creo, y le gustó tanto a Gitanillo que lo contrató. Al día siguiente fuimos con Miguel a Sevilla a comprarle ropa para actuar, porque nosotros ya íbamos puestos para el escenarios, pero él no”.


A comienzos de los años sesenta empezó a sonar su nombre en los ambientes flamencos de Madrid, en el año 1964 realizó sus primeras grabaciones, durante una docena de años, como declaraban sus representantes artísticos, fue "una máquina de ganar dinero", se lo disputaban los tablaos y las salas de fiesta de toda España, había creado un estilo de canción aflamencada en el que encajaba a ritmo de rumba o bulería, canciones, baladas, rancheras, boleros o cualquier otro estilo de canción. Cuando su estrella empezaba a languidecer, desgastada la voz y la vida por la intensidad de su existencia, muchos lo imitaron y se forraron. El reconocimiento a su labor le vino, como a tantos, cuando ya no tenía remedio. Miguel Vargas Jiménez, Bambino, el "Artista de Artistas", como le llamaba Camarón, murió en la tarde del 5 de mayo de 1999 en Utrera.


Pero ya habrá ocasión, como decía anteriormente, de traerlo de nuevo a esta página, ahora debemos terminar y, para los que hayan tenido la paciencia de llegar hasta este punto, pasar a la audición de estas bulerías, que se apoyan en el discurrir de fotografías del cantante y del torero, que llevan por título Cuando suenan los clarines. Canta Bambino, lo acompañan a las guitarras Paco Cepero, Enrique Escudero y El Monchi; de las palmas y el jaleo se encargan Los Mostachones. El tema fue grabado en los estudios de Columbia, en el año 1965. Alfonso Carlos Santisteban, compositor y principal colaborador de Bambino durante los primeros años de su carrera, se encargó de la producción.

Cuando suenan los clarines
Manuel Martínez Remis - Alfonso Carlos Santisteban

Van a poner un letrero
en el Convento de San Carlos,
van a poner un letrero.
“Aquí se viste de luces
El Monaguillo torero”.

Sobre el ruedo de Orillana
hay un tendido en las nubes,
sobre el ruedo de Orillana,
cuando suenan los clarines
le contestan las campanas.


Por las calles de Málaga va un estribillo:
“Suerte para Andrés Torres, el Monaguillo.
Y El Monaguillo “mare”, que se hará el dueño
de “toa” la torería y es malagueño".


¡Viva la gracia!
¡Viva el salero!
¡Y viva El Monaguillo
que es un torero!

lunes, 3 de diciembre de 2007

¡Qué se cumpla el Reglamento!

A raíz de las algunas informaciones aparecidas en las últimas semanas; como la noticia del positivo por afeitado, de un toro de Jandilla, o de un sucedáneo -tanto monta monta tanto- en la pasada Feria de Logroño; o las denuncias y acciones emprendidas por el Alcalde de Rimac, distrito de la capital limeña en donde esta ubicada la, más que bicentenaria, plaza de toros de Acho, sobre la escandalosa presentación del ganando en la corrida que se celebró el pasado 25 de noviembre, en la que, casualmente, intervenían tres “astros” de la “tauromaquia” actual, como lo son Ponce, El Juli, y Castella; hacen que esta reflexión gire en torno al Reglamento.

Aunque mejor debería decir Reglamentos, porque desde que los asuntos taurinos han pasado a depender de las Comunidades Autónomas, en vez de un reglamento, tenemos… un montón, y eso que, teóricamente, debería de servir para ejercer un mayor control en el desarrollo de los festejos en cada comunidad, puede ser utilizado, si no hay unos principios comunes a todos los reglamentos, para crear mayor descontrol, y ya se sabe, a río revuelto, ganancia de pescadores. No creo que sea necesario especificar quienes son los pescadores en este caso.

Las Comunidades Autónomas tienen perfecto derecho para asumir todas las competencias en los asuntos taurinos relativos a su territorio, pero sería necesario que, en lo referente a la celebración de los festejos públicos, se rigiesen por un único reglamento, el mismo para todos los territorios, que reglase el discurrir de los espectáculos, los controles antes y después, los premios y las sanciones. De esa forma, con los criterios unificados, y el compromiso de estar vigilantes para el perfecto cumplimiento de las normas, cumplirían con su obligación, que no es otra que velar por el correcto discurrir de la función y así defenderían los derechos de los consumidores de los espectáculos taurinos.

Pero tengamos un reglamento o ciento, es posible intentar atajar el mal del afeitado -o cualquier otro tipo de fraude que podamos sospechar que se produce- si existe la voluntad de hacerlo. Existen los medios necesarios y la reglamentación apropiada para ello, solo es cuestión de voluntad y compromiso. Si, como en los casos de Lima o Logroño, se analizara en todas las partes lo sospechoso con rigor. ¿Con cuantos casos como estos no nos encontraríamos? ¿Cuántas son las veces que salimos de una plaza de toros con la mosca detrás de la oreja? ¿Acaso no sería bueno para la Fiesta la absoluta certeza de que todo lo que se lidia en la plaza cumple con lo reglamentado? Sin duda que sería bueno… ¿Y por qué no se hace?

Además los reglamentos no solo se ocupan del afeitado, en su articulado está claramente especificado el discurrir de la lidia y todo lo que debe acontecer antes y después de la misma. ¡Qué se cumpla! Pero que se cumpla con rigor, a rajatabla. Con que eso ocurriera, con que la autoridad competente en cada Comunidad tuviera la voluntad de hacerlo cumplir, habríamos dado un paso de gigante y, de una vez por todas, se podrían empezar a poner coto a la infinidad de triquiñuelas que, amparándose en los recovecos del reglamento y en la “vista gorda” de los que deben vigilar su cumplimiento, utilizan los taurinos.

Los aficionados y espectadores debemos de tenerlo claro, si compramos la entrada para presenciar una corrida de toros, tenemos el derecho de que se nos ofrezca en toda su integridad, y para que eso ocurra existen unas normas que están estipuladas y deben de ser cumplidas. El que no lo haga, el que las incumpla, por los motivos que sean, debe pagar por ello; para eso, junto a las normas, están las sanciones para quien las incumple. Ese es nuestro derecho y por ese derecho deben de velar quienes tengan la responsabilidad de hacerlo. Si ese control de calidad existe y se exige en todos los campos del comercio; si las leyes protegen a los usuarios de los posibles fraudes y estafas; si, como en el mundo del deporte, se persigue el fraude y se aplica el Reglamento... ¿Por qué no ocurre lo mismo en el mundo de los toros? ¿Por qué no se pone al toro en su sitio y se le defiende de posibles manipulaciones? ¿Por qué no se sanciona de forma ejemplar a los que son cogidos con las manos en la masa? ¿Por qué se ponen tantas dificultades? ¿Por qué...?